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sábado, 9 de junio de 2018

Opinión


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Los padres y la violencia política en el Instituto Nacional

por  9 junio, 2018
Los padres y la violencia política en el Instituto Nacional

Escribo estas notas, mientras en mi oficina de calle Serrano no puedo seguir laborando por el intenso vapor de lacrimógena. De fondo, escucho una batalla campal entre FFEE de carabineros y alumnos del Instituto Nacional. Lo intento, mientras observo cómo las piedras lanzadas destruyen los vidrios de ingreso de calle Serrano del Serviu. Veo cómo a los trabajadores del casino de esta institución, los trasladan por su seguridad. Veo a una señora tratando de evadir las granadas de carabineros, en este día de lluvia, corriendo por calle Prat. Observo cómo todo esto, convertido en rito, a nadie le interesa.
Soy ex alumno del Instituto Nacional y estudié  ahí entre el año 86 y el 91. He sido testigo en estos 28 años cómo la institución fue abandonada por el Estado, la élite partidista y la familia chilena.  Como casa abandonada, fue cosa de tiempo para que se apoderasen de sus habitaciones las peores manifestaciones de la condición humana.
Esta dejadez del Estado empezó en el año 1986 con la municipalización. En esa oportunidad el rector de derecha, Luis Molina Palacios, renunció molesto, pues sabía que su gobierno autoritario condenaba a largo plazo a la muerte a este proyecto educacional iniciado en 1813.
En dictadura, sufrimos la violencia de Estado y ella estaba fuera del colegio, nosotros nos rebelábamos ante la que teníamos dentro con una protesta política no violenta. Siempre el colegio formó personas para la república, aún durante esa pesadilla, en cambio hoy es sólo una atalaya de fanatismo, siempre en eterna toma termocéfala y ahora, más encima, con bombas incendiarias.
Con posterioridad, los años noventa aplicaron eficientes el manual del abandono y hasta la Coca Cola por años logró exhibir triunfante en el frontis su publicidad, pues fue la única manera ideada para financiar salas y laboratorios. Mientras profesores incomparables abandonaban la institución, superados por la decadencia, los medios seguían inventando la leyenda de un buque insignia, que no era tal, pues éste hacía agua por todos lados.
Hoy, 28 años después, existen alumnos del Instituto Nacional que fabrican bombas molotov y las lanzan por la calle Alonso Ovalle, ante la mirada inoperante de la rectoría y sobre todo por la nula reacción de los apoderados del establecimiento.
El 24 de mayo un piquete de FFEE ingresó al colegio y usó de manera desproporcionada la fuerza, momentos antes, alumnos habían lanzado bombas incendiarias en las cercanías. A la tarde se reunió de manera espontánea un grupo de apoderados en el acceso central para protestar y fui a escucharlos, quería apreciar su discurso luego de ese día de  violencia.
Lo que escuché fue una arenga de fines de los ochentas, propia del enfrentamiento duro con las fuerzas de la dictadura, cuando ello tenía ribetes de auto defensa. No estábamos en Estado de derecho, vivíamos la peor dictadura. Hoy vivimos un conjunto de leyes tramposas, se los concedo.
Sin embargo, han pasado casi tres décadas y todo lo que estos apoderados tienen para ofrecer a sus hijos es un adoctrinamiento que no condena la violencia política. Esa tarde, no se apreció el más mínimo nivel de desaprobación al hecho de que hoy en el Instituto Nacional existen alumnos fabricantes de bombas molotov.
Todas  las alocuciones enardecidas fueron contra el modelo económico, la educación neoliberal, el Estado opresor, el rector, las fuerzas fascistas de carabineros y se repetía la monserga de que si entrabas al Instituto nacional “debías saber a lo que venías”, esto es, a un colegio donde los alumnos van a “pensar” y no sólo a estudiar.
Quedé estupefacto por el mediocre nivel de las intervenciones. A ninguno de esos apoderados iracundos, les alarmaba el nivel de violencia política existente hoy dentro del establecimiento.
Gracias a este tipo de padres, tenemos violencia política dentro del Instituto Nacional. Ellos explican lo que pasó y pasa en Chile mediante el adoctrinamiento y no la educación. No saben de ésta como tal, como la concibieron los presocráticos, como paideia. Adoctrinar no es educar.
El día en que el establecimiento vivió una de las jornadas más vandálicas en 28 años, ellos no se estremecieron por los límites de la violencia política. Pronto por su torcida manera de ver las cosas serán testigos, entonces,  de un alumno quemado por una molotov o paralítico. Repito, esos apoderados viven en el adoctrinamiento y no en la educación.
En dictadura, sufrimos la violencia de Estado y ella estaba fuera del colegio, nosotros nos rebelábamos ante la que teníamos dentro con una protesta política no violenta. Siempre el colegio formó personas para la república, aún durante esa pesadilla, en cambio hoy es sólo una atalaya de fanatismo, siempre en eterna toma termocéfala y ahora, más encima, con bombas incendiarias.
¿Quiénes son los responsables? Para mí, en primer lugar, son este tipo de apoderados y luego viene la inoperancia disciplinaria de la rectoría. Me quedó muy claro, esa tarde. Buscaban ávidos los micrófonos de la TV, para apuntalar su discurso menesteroso y funcional a esta su violencia, vía menores de edad.
El colegio siempre fue semillero de ciudadanos, pero no un “piedragógico”. En 1845 siendo rector Francisco de Borja hubo estudiantes revolucionarios de la “sociedad de la igualdad”, antecedente del actual Centro de Alumnos, al cual pertenecieron Benjamín Vicuña Mackenna, Francisco Bilbao y Santiago Arcos. Así, decenas de ejemplos en que se hizo política y no violencia, aún con toda la violencia del estado policial en contra.
Este pater-alumnado lumpen tiene cautivo a la comunidad y a su infraestructura convertida en penitenciaría. No deben sorprendernos, entonces, las denuncias de agresiones sexuales a funcionarias de la limpieza, ni los polerones asquerosos de ese cuarto medio L, ni los insultos por redes a las profesoras de inglés.
¿Posee rectoría algún nivel de autoridad hoy? No, pues la familia abandonó también la educación y no respeta al profesor. En Japón, el único que podía mirar a los ojos al emperador era un profesor. Son apoderados que no merecen estar en el colegio de Francisco Antonio Pérez, José Miguel Infante, Camilo Henríquez, Juan Egaña, Joaquín de Echeverría y Mariano Egaña.
Termino, mientras las FFEE pinocheteras prosiguen enfrentando a esos institutanos vándalos que se han tomado el colegio por calle Prat. A menos de un mes de los hechos ya conocidos por los medios, no tenemos ejercicio de la política, otra vez observamos violencia política en el Instituto Nacional.
  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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