No es necesario viajar a la Araucanía para experimentar de cerca el eclipse: en pleno Santiago podemos asistir al desastre, tanto de los partidos políticos de derecha, como los de la izquierda.
La característica principal de la izquierda es la división: hay tantos marxismos como estrellas visibles en el cielo, y para todos los gustos y ocasiones: además de los existentes en la historia, cada generación inventa uno nuevo, (en mi generación, por ejemplo, fueron los partidos políticos desgajados de la Democracia Cristiana, el Mapu, en 1969, y la Izquierda Cristiana, en 1971).
La juventud cristiana venía agotada por el reformismo, practicado por la Democracia Cristiana: eran los famosos “ni ni”, de entonces: ni capitalismo ni socialismo, ni individualismo ni colectivismo. El capitalismo y el marxismo serían superados por “el vuelo del cóndor”. Estos dos pequeños partidos, (Mapu e IC), pretendían ser la vanguardia de la revolución y despreciaban, por tanto, a “la izquierda tradicional”, (comunistas y socialistas), que llevaban decenios en la política chilena en la lucha en contra del capitalismo.
Al corto tiempo, estos cristianos de izquierda se convirtieron en marxistas, incluso, algunos se entusiasmaron con “la revolución verde”, de Gadafi, otros eran foquitas guevaristas. Un sector tomó el camino de “avanzar sin transar”, y se alió a los socialistas de Altamirano y al MIR; otra fracción se alió al Partido Comunista, en el “consolidar para avanzar”. En esta lucha, el Mapu se dividió en los seguidores de Óscar Guillermo Garretón, los más izquierdistas, (hoy, este “guerrillero” de antaño es un próspero empresario, que cambió a su antojo el marxismo por el neoliberalismo), los demás, cercanos al Partido Comunista, se autodenominaron Mapu Obrero Campesino.
El Presidente Salvador Allende, uno de los pocos dirigentes valiosos, de probada transparencia, coherencia y honradez, en América Latina, con sentido común no podía comprender cómo a un partido cristiano de izquierda se le ocurría adoptar el marxismo, cuando existen tantos que pelean entre ellos por asuntos teóricos baladíes, (Althusser asesinó a su esposa en una de esas discusiones sobre escolástica marxista, ´tal vez peores que las de Santo Tomás de Aquino´).
En 1971, la fracción tercerista de la Democracia Cristiana fundaba un nuevo Partido, la Izquierda Cristiana, del que se esperaba fuera capaz de aglutinar a los cristianos de izquierda que, en la América Latina de entonces, jugaba un papel importante en la Teología de la Liberación y en las Comunidades Cristianas de Base. Nuevamente, algunos de estos nuevos militantes, surgidos de la Democracia Cristiana, eligieron la vía de acercamiento a la izquierda del Partido Socialista y al MIR. Los sobrenombres escogidos son muy atinados para definir una tendencia política, (a los Mapu, por ejemplo, los llamaban “casi-MIR).
Una vez recuperada la democracia, Partidos revolucionarios como el Socialista adoptaron el camino de la renovación, que sólo era la moderación y la continuidad de las políticas neoliberales de Augusto Pinochet, a lo mejor, en forma más humana, y nadie puede negar que lograron reducir la pobreza dura del país, (desde 50% al 10%).
La transición a la democracia ha sido un camino arduo: había que dejar entre paréntesis el hecho de que Patricio Aylwin defendió y fue, al principio, un aliado de la dictadura. Había que elegir entre permitir el robo de las empresas del Estado por parte de los pinochetistas, disfrazados de demócratas, y dar a conocer al público los graves atropellos a los derechos humanos durante la dictadura, y llorar ante las cámaras de televisión y mirar para el lado cuando los empresarios compraban a precio de huevo las empresas del Estados, (Ponce Lerou, yernísimo de Pinochet, por ejemplo, compraba políticos, sin importar su tendencia).
Sabemos que todo lo humano es perecedero: la Concertación comenzó a dividirse entre “auto-complacientes” y “auto-flagelantes” y, al poco andar, se formó una tercera posición muy crítica sobre la “democracia de los acuerdos”. En las elecciones de 2009, Marco Enríquez-Ominami logró, como independiente, una votación cercana al 20,1 %, y no estuvo lejos de derrotar al pésimo candidato, Eduardo Frei Ruiz-Tagle 29,6 %.
Posteriormente, hacia el 2011, en pleno gobierno de Sebastián Piñera, surgieron líderes estudiantiles de gran valía, entre ellos, Camila Vallejo, Giorgio Jackson y, posteriormente, Gabriel Boric, representantes de una generación que, en esa época, prometía superar a aquella que dio nacimiento al Mapu y a la Izquierda Cristiana. La crítica de la Concertación y sus gobiernos fue clara y rotunda: había adoptado la consigna “transar sin parar” y muchos de sus líderes pensaban no muy distinto de los de la derecha, (salvo por el clivaje entre pinochetistas y antipinochetistas), y El Mercurio volvía a abrir sus puertas a estos reformistas, (ya lo había hecho con el gobierno de Frei Montalva). Las columnas de algunos lobistas del Mapu, que este Diario publicaba se convertían en la quintaesencia del sentido común de los intelectuales de la Concertación.
La irrupción del Frente Amplio, en 2017, cuya candidata a la presidencia de la república, la periodista Beatriz Sánchez logró el tercer lugar, con un 20,27% de los sufragios, y 20 diputados y un senador 2 Alcaldes, auguraba un nacimiento de una izquierda pura y que no se vendía a la derecha. Estos “niños” idealistas – como sus antecesores Mapu e IC – se creían la vanguardia y, aprovechándose de sus cortas biografías, podían jactarse de ser “inmaculados”, a diferencia de la clase política corrupta y podrida, que ya predominaba en el Parlamento y demás Instituciones del Estado, y aseguraban que en sus cargos en el Congreso no se corromperían y actuarían en forma muy distinta que la de los políticos tradicionales, (Hay que reconocer que intentaron cumplir su promesa, al menos en algunos aspectos, (la rebaja de la dieta parlamentaria…), sin embargo, al verlos en la televisión hoy, cuesta distinguirlos de los parlamentarios tradicionales.
El clivaje es un tema clásico en los partidos que pretenden diferenciarse de la izquierda tradicional entre un partido identitario y testimonial con una militancia limitada a los buenos y coherentes, que practican una ética de la convicción, es decir, los puros y duros, frente a aquellos que, por medio de alianzas y negociaciones permitan formar una mayoría y tomar el poder que, todos sabemos, siempre supone el pactar con el diablo. Estas viejas historias han marcado los quiebres que hacen muy difícil la unidad de la izquierda, pues lo clásico de la izquierda es la división.
El desafío ahora se centra en responder si el Frente Amplio, más allá del conjunto de siglas, es capaz de tener un proyecto país, lo cual no se vislumbra a corto plazo.
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
08/12/2020
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