Los debates abiertos con la presentación del proyecto de nueva Constitución el 4 de julio, no solo dan cuenta del apasionamiento con que los destinatarios políticos han recibo el texto; sino también de sus comprensiones y sus artimañas para ganar adeptos en la defensa-promoción de sus intereses, con miras al plebiscito de salida del 4 de septiembre próximo. En ese ambiente uno de los temas que más se ataca del texto es el asunto de la plurinacionalidad y las autonomías territoriales indígenas. De dichas propuestas se dicen cosas muy creativas pero que no están escritas en el documento, como que gracias a ellas “no vamos a tener un Estado, una república…” (Soledad Alvear) o que los indígenas “podrán reclamar cualquier parte de Chile como propiedad de ellos y el Estado tendrá el deber de garantizar que se les entregue” (Axel Kaiser). Pero ¿es son la plurinacionalidad y la autonomía territorial indígenas una mala propuesta? Yo pienso lo contrario. A continuación explico por qué.
Primero, son buenas propuestas porque de los 80 en adelante cientistas sociales preocupados del estudio de los llamados conflictos nacionales, étnicos o nacionalitarios, vienen diciendo que las políticas de rechazo-represión a las demandas etnonacionales, al final, alientan respuestas violentas. Y esto ocurre así porque el tipo de etnopolítica que se aplique desde el centro y las élites de una nación dominante contra otras dominadas-subordinadas, anticipa el tipo de respuesta que podría venir desde esas naciones en la periferia. Esto es, favorece liderazgos con discursos-estrategias de confrontación directa (ver trabajos de Raphael Zariski o Joseph Rodolph y Robert Thompson). Con lo dicho no estoy afirmando que hay una relación causal entre etnopolítica rechazo-represiva centro-élite y respuestas etnonacionales-periféricas violentas, sino que la respuesta tiende a ser circular. De este modo, los halcones de las élites del centro optan por el rechazo y la represión frente a las etnodemandas; y las etnonaciones periféricas responden con desobediencia civil y/o violencia. La exaltación termina arrastrando a las palomas del sistema político por ambos lados, unos condenando el terrorismo de la periferia y los otros solidarizándose con las víctimas de la violencia estatal (esto suena parecido al proceso político en curso en la Araucanía/Wallmapu, que poco a poco termina jalando al nuevo Gobierno contra el espíritu de su propio programa al mantener el Estado de Emergencia y las querellas contra líderes mapuche).
Lo que he descrito antes ha sido entendido por países occidentales más desarrollados y admirados por sectores que promueven el rechazo (aunque siempre hay tendencias a repetir), tan atrás como los años 60 por poner una fecha. Acordémonos que buena parte de la segunda mitad del siglo XX, el Reino Unido confrontaba al IRA, España a ETA, los franceses al FLB/ARB, por nombrar algunos países. Esos movimientos no fueron derrotados militarmente, sino por políticas de apertura-acomodación aún en progreso hoy, que terminaron potenciando otros tipos de liderazgos más proclives al compromiso dentro de las etnonaciones en la periferia. Se puede decir que, desde el comienzo del siglo XX –salvo excepciones como la España de Franco–, los países occidentales optaron por etnopolíticas que redujeron los costos del rechazo-represión. De ahí la proliferación de experiencias en descentralización en Europa, yendo desde administrativas a autonomías territoriales, en caso de resolución de conflictos etnonacionales. En razón de eso podemos hablar de una Europa de Estados multinacionales, léase plurinacionales, aunque la palabra no se use (no nos sea evidente). Por ejemplo, qué son Italia con Cerdeña, Sicilia, Trentino-Alto Adigio o España con Euskadi, Catalunya, Galiza, o El reino Unido con Escocia, Gales, Irlanda del norte; Finlandia con las Islas Älan, Dinamarca con Groenlandia (y podría seguir), sino Estados multinacionales o plurinacionales.
Segundo, son buenas propuestas porque se complementan con otra igualmente importante a la hora de crear condiciones de comunidad estatonacional integrada con tolerancia ciudadana. La propuesta de nueva Constitución abre la democracia limitada que generó la dictadura con su Constitución del 1980, originada en una dictadura que proyectó en ella su continuación-perpetuación, como bien lo resumió en una funesta frase uno de sus ideólogos: “La Constitución [del 1980] debe procurar que si llegan a gobernar los adversarios, se vean constreñidos a seguir una acción no tan distinta a la que uno mismo anhelaría” (Jaime Guzmán). De esa suerte la democracia quedó limitada al acto electoral para el ciudadano común, sin controles sobre sus representantes. Del mismo modo, la Constitución del 1980 y su entramado político puso dificultades insalvables para que en la periferia no existieran fuerzas organizadas políticamente, que le disputaran poder y representación a las élites del centro (verdaderas oligarquías políticas), lo que terminó cansando-ahuyentando a los representantes de las etnonaciones que buscaban transformaciones por vías institucionales, no dejándoles más opción que la marginalidad política o la rebelión. Nada más contrario al reconocimiento y empoderamiento político de las minorías etnonacionales que democracias limitadas. La democracia profunda o abierta con mucha libertad de asociación-expresión, a lo cual se acerca el proyecto de nueva Constitución, crea condiciones de estabilidad societal al ofrecer oportunidades nuevas para los antagonistas en términos de cuestionar-desafiar lo que les parece mal del sistema, antes de ir a buscar cauces de acción fuera de los institucionales. Y, además, ofrece más opciones políticas donde el etnociudadano puede alinearse, lo que debilita opciones todo o nada.
Y tercero, son buenas propuestas porque se complementa con la voluntad de privilegiar la educación pública gratuita, vital para la vida en comunidad política. Lo que propone el proyecto de nueva Constitución en materia de educación abre una puerta para soñar con un futuro ciudadano/etnociudadano informado (información es poder). Recordemos que gracias a la Constitución del 80 y la consagración del lucro en la educación, se crearon guetos para ricos con educación de primer mundo (M. Waissbluth, hoy uno de los adalides del Rechazo, escribía hace una década sobre cómo la élite del país en su mayoría provenía de 5 colegios del barrio alto), mientras que para la mayoría solo descuido-abandono. En los años pasados se han eliminado temas importantes para la formación de futuros ciudadanos o bien disminuido-diluido su peso frente a otras disciplinas, como pasó con Historia-Educación cívica y Filosofía. Mientras menos sabe la gente, mientras menos formada está, mientras menos desarrollado su pensamiento crítico, es más fácil ser cautivados por discursos apasionados, reverenciados, canonizados. La buena educación y masiva permite al ciudadano/etnociudadano comprender mejor su medio o entorno político y tomar mejores decisiones. Puede ponderar mejor las emociones etnonacionales con las ventajas de vivir en sociedades mayores multinacionales/plurinacionales. ¿Cómo explicar de otra manera los resultados de plebiscitos-consultas vinculantes sobre separación en Quebec (Canadá), Escocia (Reino Unido) o Catalunya (España) que han favorecido permanecer en uniones multinacionales sobre la idea de divorcio?
Cierro. Las autonomías, lejos de destruir Estados como parecen creer y fomentar algunos partidarios del Rechazo, se han mostrado como buenas etnopolíticas de apertura-acomodación de la diversidad nacional dentro de un Estado. Véase el caso referencial Islas Åland. Pero requieren de democracias desarrolladas y ciudadanos educados y empoderados, que es hacia donde conduciría la propuesta de nueva Constitución.Allí donde las autonomías parecen salir mal, se debe a que esos ingredientes no se encuentran desarrollados a plenitud, como en el caso de Karakalpakstan (en Uzbekistán). Ese territorio autónomo goza incluso del derecho a la secesión (si quisiera), pero en realidad no pasa de ser solo una “casi” autonomía, por encontrarse inserta en un régimen con tufillo totalitario, devenido de la herencia política soviética que condiciona su desarrollo político presente. Las autonomías propuestas por los convencionales no deberían quitarles el sueño a los nacionalistas de la nación estatal chilena, porque carecen de un elemento vital para una autonomía verdadera. A saber, “soberanía legislativa” válida en los territorios en que se afinca. Pero es un buen comienzo para transitar a un cambio de escenario político, en un país/Estado con subdesarrollo democrático y dirigido por las élites de la nación estatal-dominante desde el centro como un fundo.
Por todo lo anterior, y por mucho más, la opción Apruebo en el plebiscito que se viene es la mejor opción pensando en cambios. No porque resuelva todos los problemas de una convivencia etnonacional cada día más difícil en Chile, como se aprecia en la agresividad en desarrollo en La Araucanía/Wallmapu, sino porque cambia el escenario político a uno de apertura-acomodo con sus propuestas de plurinacionalidad y autonomías. Y lo avanza hacia un mejor futuro de convivencia democrática y ciudadanos empoderados. Lo demás y complementario se irá construyendo en los años venideros, como resultado de nuevas luchas que den origen a avances más sustantivos. Por el contrario, la integración nacional de los pueblos o (etno)naciones de Chile que propone el Rechazo, es un camino civilizatorio unidireccional ya conocido, anacrónico y anclado en estrategias de rechazo (negaron el reconocimiento constitucional a los PP.II. los últimos 30 años) y represión (militarización de La Araucanía/Wallmapu y encarcelamiento de sus liderazgos). Su fin último es la vieja aspiración y derrotero del supremacismo colonial decimonónico: la asimilación-etnocidio.
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