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viernes, 4 de abril de 2025

La política en la encrucijada: presiones y la búsqueda de resultados

 

La política en la encrucijada: presiones y la búsqueda de resultadosOPINIÓNArchivo


Guido Romo Costamaillère
Por : Guido Romo CostamaillèreDirector de Encuestas y Opinión Pública Gemines Consultores
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Solo a través de un compromiso genuino con la transformación social y un enfoque en el bienestar a largo plazo se podrán romper los ciclos de presiones que distorsionan la esencia misma de la política.


Conducir un país desde la política se caracteriza por un ecosistema de presiones constantes que afectan la toma de decisiones de los gobiernos. Esto se traduce en un fenómeno donde la imagen pública y la percepción del poder juegan un rol crucial. Es fundamental entender cómo las demandas de los ciudadanos, la presión mediática y las expectativas de los aliados pueden desvirtuar el propósito inicial de una administración, convirtiendo la política en un juego de apariencias, más que en uno de sustancia.

El sistema político chileno, que se ha visto envuelto en un proceso de transformación desde el estallido social de 2019, es un claro ejemplo de cómo las demandas de la ciudadanía chocan con las restricciones impuestas por un entorno cargado de expectativas. Las promesas de cambio, por un lado, y la incapacidad para materializarlas, por otro, generan un ciclo de frustración que repercute directamente en la percepción pública de un gobierno.

El desafío reside, entonces, en equilibrar la imagen que se proyecta ante la ciudadanía y los resultados tangibles que se logran en el corto tiempo. Durante décadas, las elites políticas han priorizado la estabilidad sobre el cambio real.

Esto ha llevado a que los gobiernos se vean atrapados en la necesidad de mantener su imagen, a menudo en detrimento de políticas audaces o reformas que realmente aborden las desigualdades y problemas que enfrenta la población. La preocupación por el posicionamiento en encuestas puede llevar a decisiones que apuesten más por la superficie que por la profundidad de los problemas.

De esto deriva que la búsqueda de resultados tangibles para su consolidación en el poder puede chocar con las urgencias sociales que exigen acciones más radicales. El papel de los medios de comunicación en este entorno no puede subestimarse. Su capacidad de moldear la opinión pública puede convertir ciertos fracasos en crisis de gobierno. La presión mediática para lograr resultados inmediatos convierte a los gobernantes en prisioneros de la inmediatez informativa.

Esto se convierte en un escenario donde las decisiones se toman no necesariamente por su validez política o social, sino por el temor a un escándalo o la necesidad de salir airosos en una portada de un diario. La imagen se convierte en una forma de capital político que puede llevar a tratar de cumplir con resultados que no siempre son los más necesarios para el país.

Las bases sociales piden cambios, pero los representantes y autoridades se encuentran atrapados en la maraña de la política de la imagen. Un Gobierno que negocia constantemente con las demandas de su base y las expectativas del mercado termina comprometido en su capacidad de transformar la realidad. La visión de un poder transformador se ve apagada por una gestión que prioriza lo superficial, lo que puede llevar a un deterioro de la confianza pública en las instituciones políticas.

Un camino posible hacia adelante es una revalorización del liderazgo basado en la autenticidad y la transparencia. La política debería buscar ser un espacio donde los representantes puedan comunicar de manera honesta las limitaciones y desafíos enfrentados en su gestión, en vez de jugar un juego constante de influencia y posición.

La construcción de una nueva narrativa donde la gobernanza se enfoque en resultados a largo plazo, más allá de las pautas del corto plazo, podría ayudar a restaurar la confianza en las instituciones y el sistema político.

Es fundamental examinar cómo se puede fomentar una cultura de evaluación que valore los resultados a largo plazo sobre el éxito inmediato. Esto implica generar un vínculo más fuerte entre gobernantes y ciudadanos, donde la participación y la creación integrada de políticas sean pilares clave.

Esto podría facilitar que un gobierno que respete y valore la voz de su base social, pueda encontrar el equilibrio entre necesidad de resultado y la urgencia de cambiar.

La política no debería ser solo un juego de percepciones, sino una plataforma para el cambio auténtico. Solo a través de un compromiso genuino con la transformación social y un enfoque en el bienestar a largo plazo se podrán romper los ciclos de presiones que distorsionan la esencia misma de la política. La visión de poder debe renovarse, centrándose en los valores y en la justicia social por encima de las exigencias de la imagen y la apariencia.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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