Por Mario López M.
Un simple hecho delictual, el robo de 2 renoletas, derivó en una seria crisis de Estado que enfrentó en armas a la DINA y a Carabineros. La confesión de Leyton, agente de la DINA ante Carabineros que delató el destino de los detenidos desaparecidos, gatilló el conflicto. Lo asesinaron con gas Sarín por orden de Manuel Contreras. La sentencia dictada 38 años después. deja al descubierto el macabro crimen. Uno de los condenados, el médico Pedro Valdivia Soto, también está involucrado en la muerte del Presidente Eduardo Frei Montalva.
“Tengo órdenes precisas que se me entreguen los detenidos” vociferó el teniente coronel Vianel Valdivieso al jefe del cuartel de Carabineros de la Sección de Investigación de Accidentes en el Tránsito (SIAT) ubicado en calle Rodrigo de Araya, en Ñuñoa el 24 de marzo de 1977. Afuera del recinto policial, unos 80 agentes de la DINA estaban parapetados, fuertemente armados y a la espera de tomarse el cuartel y recuperar a sus compañeros detenidos. Valdivieso fue enviado allí por expresas órdenes de Manuel Contreras.
La misión era perentoria, rescatar, a como diera lugar y con los medios que fuera necesario, a los dos agentes, el carabinero Heriberto Acevedo y Manuel Leyton Robles, este último cabo de Ejército, que se encontraban en poder de la policía. Habían sido arrestados por el robo de dos renoletas, una de las cuales pertenecía a Marcel Duhalde, un ciudadano francés, quien había efectuado la denuncia y la otra a un profesor, Daniel Palma, que aparecía como detenido desaparecido.
Secreto de Estado
Apenas la SIAT comunicó al Ejército que se encontraban en su poder los funcionarios de la DINA, se dispararon las alarmas. Más cuando el teniente coronel Valdivieso se enteró por boca de Acevedo, uno de los detenidos, que su compañero “había cantado”. El expediente da cuenta que Manuel Contreras llamó al ministro de Defensa, General (r) Herman Brady y al Jefe del Estado Mayor. No solo ello, se comunicó con el Prefecto de Carabineros de Santiago General German Campos y hasta con César Mendoza. Pinochet dio la orden de la entrega de los agentes a la DINA y el conflicto no pasó a mayores. Más tarde Campos sería dado de baja.
El incidente, que parecía un delito común de robo de vehículos, había escalado a las más altas esferas de la dictadura y amenazaba con transformarse en un enfrentamiento de proporciones. Lo que generó el conflicto, eran las declaraciones que Leyton había prestado a carabineros y que dejaban en evidencia a qué unidad pertenecían, revelaba la existencia del desconocido cuartel de exterminio de Simón Bolívar y quiénes eran los jefes que ordenaron los robos. Además develaban turbios secretos acerca de los detenidos desaparecidos y su destino, lo que era negado por el régimen.
Los carabineros, sin saberlo, habían destapado uno de los secretos mejor guardados por la DINA y que de conocerse, traería graves consecuencias. El sargento Grimaldo Sánchez Herrera, de la dotación de Encargo y Búsqueda de Vehículos, y su jefe, el teniente Alfonso Denecken, al escuchar las declaraciones de Leyton optaron por grabarlas, eran graves. Sánchez llevó desde su casa una grabadora y allí las guardó. Esa grabación se encuentra desaparecida y jamás llegó a las manos del Ministro en Visita Alejandro Madrid, quien acaba de dictar sentencia en contra de los responsables del crimen del cabo Leyton.
El poder de la DINA
En el proceso, Manuel Contreras declararía sobre los hechos que “conversó con el general Campos, quién no quiso entregar la renoleta, ante lo cual rodearon el cuartel de carabineros, procedimiento a cargo de Vianel Valdivieso y obtuvieron la devolución”. También Valdivieso recuerda esos momentos: “se produjo una situación bastante tensa, estaban los Carabineros armados con metralletas y afuera estaba la gente de DINA rodeando el cuartel de Carabineros, estos últimos estaban al mando de Barriga, porque era su gente la que estaba detenida y su preocupación fue conversar con los jefes de Carabineros y tratar de solucionar el problema sin que esto pasara a mayores, felizmente, así aconteció, devolvieron los funcionarios”, indicó.
Los “rescatados” tuvieron dispar suerte. Acevedo, quien dio cuenta a Valdivieso de la confesión de Leyton, estuvo retenido en Villa Grimaldi, para quedar en libertad. Fue condenado más tarde por el robo de vehículos y dado de baja. Distinta fue la suerte del cabo Leyton, quien era casado con Mireya Barra y padre de 6 hijos. Fue llevado a Simón Bolívar donde fue durante maltratado. Lo enviaron a su casa donde alcanzó a estar un par de días. Su mujer recuerda ese hecho: “Cuando me lo trajeron de vuelta sus compañeros de la DINA, lo noté nervioso, con miedo y recuerdo que me dijo “no permitas que me lleven a la clínica de la DINA””.
La hermana del cabo asesinado, Susana, lo visitó en su casa donde “al tocar la puerta atendió un joven alto de terno y corbata, quien me pidió carnet para poder ingresar, adentro había dos jóvenes de sport y en una meza habían tres metralletas. Al ingresar al dormitorio su hermano se encontraba acostado, tapado, asomando sólo su cabeza, demacrado, con su cara hinchada, asustado, consciente y lúcido y que al preguntarle que le pasaba no le respondió por lo que se acercó y le volvió a preguntar respondiéndole que no podía hablar, momento en el que el mismo sujeto que la había recibido, le dijo en forma prepotente que se fuera”. No volvió a ver a su hermano vivo.
“Hay que eliminarlo”
El capitán de Ejército y también miembro de la DINA, Juan Hernán Morales Salgado, declaró ante el juez que se enteró a través de Valdivieso, que “estaban muy molestos, porque el cabo Leyton había entregado información secreta de su unidad operativa en el interrogatorio a Carabineros, además de los robos de vehículos habló también de la eliminación y desaparición de personas, esto habría molestado bastante al Director de la DINA y por ello dio la orden de eliminar al cabo Leyton”, confesó.
Valdivieso, por orden de Manuel Contreras, llevó a Leyton a la Clínica London de la DINA, ubicada en calle Almirante Barroso. El capitán Morales Salgado también confesó que Valdivieso había decidido eliminar al cabo Leyton en la Clínica utilizando gas Sarín. “El asunto es que la orden de eliminarlo existió y me consta que se materializó, pero quién cumplió la orden de utilizar el arma letal, no lo recuerdo”, declaró. Ello es coincidente con lo afirmado por Michael Townley, uno de los creadores de la mortífera arma, según consta del parte policial N° 161 incautado por la Brigada de Homicidios de la PDI.
“Al Sargento de Ejército Manuel Leyton Robles, lo eliminó gente de la DINA, porque al ser detenido por el robo de un vehículo contó que era agente de ese organismo y dio antecedentes de sus misiones, siendo entregado por Carabineros a la gente de DINA, quienes por las lesiones que tenía lo llevaron a la clínica de ese servicio de inteligencia, falleciendo en el transcurso de la noche. Recibí la orden del Jefe de Dirección Nacional de Inteligencia, de proporcionar “Sarín” para eliminar al Cabo Leyton y el autor material que aplícalo fue un Teniente de Ejército”, confesó Townley.
De victimario a víctima
Manuel Leyton no era una “víctima” cualquiera, no de aquellas que sí fueron sus propias víctimas. Alguien que lo recuerda bien es otro agente, Jorgelino Vergara, el “mocito” de Manuel Contreras, quien relata a Cambio21 un detalle que demuestra la ferocidad del “cazador cazado”: “Algunos gozaban lo que hacían (…) llegaban de noche y por las suyas elegían detenidos y los pasaban a corvo, se ensañaban. Yo después debía limpiar lo que dejaban. A veces los gritos eran desgarradores, pero volvían y hacían lo mismo. También les quemaban con sopletes las huellas y el rostro para que no los identificaran y les arrancaban los dientes, con cortaplumas, para sacarles las tapaduras de oro, eso lo hacían el cabo Leyton, el “viejo” (Héctor) Valdebenito, a ellos yo los vi”.
Numerosas son las causas de Derechos Humanos donde las víctimas repiten con dolor, rabia y aún temor el nombre de Manuel Leyton. No solo era un experto torturador, también era uno de los más activos exterminadores de la DINA y partícipe en las acciones de lanzar al mar a aquellos que habían muerto en medio de torturas y que era necesario hacer desaparecer. De sus crímenes en Casa de Piedra en el Cajón del Maipo y el cuartel Simón Bolívar, da cuenta el proceso del ministro Madrid y el juicio por las víctimas del Partido Comunista de calle Conferencia a cargo del ministro Víctor Montiglio, entre otras.
La terrorífica Clínica London
No fue fácil el último paso de Leyton, esta vez como víctima, por Simón Bolívar. “Habló demás -recuerda El “mocito a Cambio21-, cuando Contreras se enteró, mandó tres buses repletos de funcionarios de seguridad y logró que le entregaran a Leyton. Contreras ordenó asesinarlo. Antes lo llevaron en muy malas condiciones al cuartel Simón Bolívar, lo arrastraban dos agentes. A Mario Segundo (la chapa de Leyton) lo tendieron en la que había sido mi cama de soltero, se veía mal, después no lo vi más, lo sacaron y se lo llevaron. Nadie dijo nada, solo nos mirábamos y pensábamos, este se debe haber mandado un condoro, este “piloto” metió solo la cabeza al wáter y va a tener que asumir las consecuencias”.
Leyton sabía del terror que se vivía al interior de ese “centro de salud” que operaba la DINA. Diversas causas de DDHH investigan los crueles tormentos y experimentos que allí se aplicaban en víctimas de la dictadura. Por eso Leyton no quería ser enviado allí. Durante su permanencia se acreditó que estuvo en un solitario tercer piso, aislado del resto de los detenidos y bajo fuerte guardia. Ni siquiera los demás agentes de ese recinto lo podían ver, les tenían vedado el paso.
Tenían acceso a él los directivos de la clínica, los médicos Pedro Valdivia, Osvaldo Leyton, Horacio Taricco Lavín, y Vittorio Orvieto Teplinsky, la enfermera Eliana Bolumburu, todos de la DINA, además de Valdivieso y los otros agentes que participaron en sus torturas y asesinato. Cerca de treinta ex agentes y funcionarios policiales, del Ejército, guardias y funcionarios que trabajaron en esa clínica, debieron declarar frente al juez. Muchos reconocieron los hechos, otros negaron toda implicancia, los de mayor grado, simplemente dijeron no recordar los hechos.
Ni en el funeral
Luego de entregar el cuerpo de Leyton en un ataúd sellado, los agentes de la DINA volvieron en varias oportunidades para llevarse el féretro. Las excusas fueron distintas, cuando las hubo. Una falsa autopsia, arreglada por el entonces director del Instituto Médico Legal doctor Alfredo Vargas, certificó una causa de muerte que no afectara a la DINA, a petición de Ricardo Lawrence, enviado de Manuel Contreras, según consta del expediente. Con un cinismo impactante, presidió las exequias el propio director de la DINA, quien circunspecto declaró que “Leyton había sido un buen soldado”.
La hermana del cabo Leyton declaró en el proceso: “durante el velatorio la urna en la que se encontraba mi hermano fue cambiada en cuatro oportunidades, tres en la noche y una como a las 15:00 de la tarde poco rato antes del funeral y que los motivos que nos señalaron es que tenían que hacerle una autopsia a mi hermano”. No fue lo único que recuerda de esos días: “en un momento llegó al velatorio el Director de la DINA, acompañado de unas siete personas de civil y mi mamá le reclamo que el cuerpo que estaba en la urna no correspondía al de su hijo, a lo que él le respondió que se acordara que tenía otro hijo en el Ejercito, Julio”. No hubo más reclamos.
“Los verdaderos resultados de los exámenes químicos y toxicológicos a los restos de Leyton, correspondían a una anatomía patológica, distinta a la consignada en los informes emitidos. Los documentos que explican la muerte extendidos por los médicos de la DINA y por otros funcionarios del Estado, no son verdaderos. No es fidedigna la causa de muerte que se consigna en ellos y tampoco lo son los certificados e inscripciones practicadas en el Registro Civil. Tampoco son fidedignos ni verdaderos los documentos: historia clínica de atención médica, ni la hoja de enfermería, que médicos que trabajaban para la DINA en dicho recinto clandestino confeccionaron y firmaron para justificar la estadía y luego la muerte del cabo primero Manuel Leyton Robles”, señala la sentencia.
Por el crimen de Leyton fueron condenados los DINA Vianel Valdivieso Cervantes, Juan Morales Salgado y Ricardo Lawrence Mires a 15 años como como autores del homicidio, 3 años y un día por secuestro y 541 días por asociación ilícita. Hernán Sovino Maturana 10 años y un día como cómplice del homicidio, 3 años y un día por secuestro y 541 días por asociación ilícita. Vittorio Orvietto Tiplitzky, 5 años y un día como autor de asociación ilícita. Pedro Valdivia Soto y Gladys Calderón Carreño 5 años como encubridores del homicidio; Hernán Taricco Durán y Carlotta Bolumburu Tabaoda 3 años y un día de presidio como encubridores.
Las otras “aristas” del gas Sarín
Michael Townley en declaración que consta del proceso, agrega que “a principios de 1976 se formó la brigada Mulchen, cuya finalidad era cumplir misiones secretas de eliminación de personas bajo la orden del Director de la DINA y que después del desarrollo y producción del Sarín, esta brigada fue instruida en su uso y la utilizó en al menos dos oportunidades, con un Conservador de Bienes Raíces de Santiago (Renato León Zenteno) y, con un funcionario de la DINA, vinculado en un robo de vehículo (Leyton)”.
No fueron las únicas víctimas de estos procesos químicos. También se asesinó por esta vía al Presidente Eduardo Frei Montalva y en cuyo crimen también aparece el nombre del médico Pedro Valdivia Soto. Dos ciudadanos peruanos fueron el conejillo de indias en que se probó su efectividad, siendo asesinados en el cuartel de Simón Bolívar. Prisioneros políticos en la Cárcel Pública fueron objeto de un atentado previo a la muerte de Frei. El ciudadano español Carmelo Soria fue otra de las personas asesinadas por este medio. Hay muchos más.
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