El día que la DINA quiso implicar a Kissinger en un escándalo sexual
por CARLOS BASSO 18 noviembre 2015
Detalles inéditos sobre las operaciones de la DINA surgieron a partir de los documentos desclasificados por el Departamento de Estado de Estados Unidos respecto del caso Letelier y la enigmática mujer –clave en el crimen contra el ex canciller– que usó la chapa de “Liliana Walker”, detrás de cuya historia aparece el retrato de una de las técnicas más perversas de la DINA: el uso de prostitutas de lujo como parte de sus métodos “antisubversivos”.
En medio de un inédito documento almacenado por años por Estados Unidos, y que contiene una supuesta confesión de “Liliana Walker”, incluso aparecen antecedentes acerca de un montaje orquestado por la policía secreta de Augusto Pinochet, y que buscaba implicar a Henry Kissinger, el poderosísimo secretario de Estado de EE.UU., en un escándalo sexual en Chile.
Al respecto, el periodista que finalmente dio con la identidad real de “Liliana Walker”, Manuel Salazar, y que además ha investigado exhaustivamente a la DINA, señala que “Contreras sabía perfectamente la importancia de las mujeres bonitas en el trabajo de inteligencia. La decisión de armar la brigada femenina la tomó por sí mismo”. Del mismo modo, explica que al inicio “eligió a Ingrid Olderock para que las seleccionara y adiestrara”, aunque luego “se sumaron al entrenamiento algunos oficiales de inteligencia de la Armada y del Ejército”, los cuales entrenaban a dichas mujeres en Rocas de Santo Domingo y posteriormente en la Escuela de Inteligencia que creó la DINA en Cajón del Maipo.
“Ya en servicio –agrega Salazar– operaban en diversos departamentos del centro y de Providencia. Varias de ellas vivían en las Torres San Borja. También trabajaban en los hoteles caros y frecuentaban algunos clubes nocturnos del barrio alto”.
El contexto
Para entender el contexto de toda la historia, es necesario ir a abril de 1990, fecha en que fue emitido el cable desclasificado C05883323, en el cual se relata que Arturo Román, en aquel entonces editor de La Tercera, dijo al agregado de prensa de la Embajada de EE.UU. en Santiago que un sujeto se le había aproximado el 04 de abril de ese año, ofreciendo dar a conocer la identidad de “Liliana Walker”, agregando que además poseía una “confesión” de esta, de 47 páginas de extensión.
“La información que Román dio a conocer es muy similar a la historia que Clemente Ponce dio a oficiales políticos en varias ocasiones (aunque el documento que Ponce dio a la embajada es de 26 páginas)”, señala el texto, sin dar más detalles acerca de quién era Ponce.
Dicho cable, además, señala que Ponce visitó la embajada en varias ocasiones, incluyendo el 30 de marzo de 1990, fecha en la cual preguntó acerca de la respuesta a una oferta de Walker para “cooperar” con la investigación por el crimen, “a cambio de pago y asilo”.
La confesión de Walker
El documento de 26 páginas entregado por Ponce a los norteamericanos, y al que se alude en el cable anterior, está fechado en marzo de 1988. Se trata de un texto escrito a máquina y en español, firmado por una tal “Mónica Lagos Ledesma” (nombre que difiere de “Mónica Luisa Lagos”, con el cual fue identificada Liliana Walker por parte del diario La Epoca, el 17 de abril de 1990), quien se describía a sí misma como de “altura mediana, peso 52 kg, pelo rubio, cara redonda, ojos azules, tez blanca, con esqueleto grande (espaldas) y medidas anatómicas aproximadas 92-58-90”. Respecto de su personalidad, decía que hacia los 1975 y 1976 era “de carácter variable, con accesos de alegría a pena con gran facilidad, vehemente, algo frívola, muy aspectada por mi signo del zodíaco, fácilmente apasionable”.
Del mismo modo, reconocía “siempre me ha gustado vivir con las mayores comodidades, superiores a las posibilidades reales que he tenido, sin importarme los medios para alcanzar los bienes que anhelo ardientemente”.
Fue en medio de todo ello que “en una fiesta de unas amigas conocí a un oficial de Ejército, quien planteó que me conseguiría un trabajo en la Pesquera Arauco, donde yo tendría que ser ‘acompañante’ (así se me dijo al inicio) y que por eso se me cancelarían honorarios como funcionaria de esa empresa”.
La promesa se concretó y, según su versión, en la pesquera quedó bajo el mando de alguien que ella identificaba como un ex militar llamado Huber Fuchs. “Cuando se me necesitaba, me llamaban por teléfono y debía concurrir a los más variados lugares públicos”, relataba, agregando que “junto con los honorarios por acompañante, si tenía alguna información de interés para el señor Fuchs, se me daba una ‘propina’ superior a mis honorarios”, agregando que “cada llamado me significaba sobre $3.500 como mínimo”, una pequeña fortuna para la época.
En la confesión, decía que a fines de 1975 se había dado cuenta “del sincero amor que sentía por Pato Walker”, aludiendo a un supuesto músico de ese nombre (que no es el actual parlamentario), cuyo apellido usaría posteriormente para crear el personaje de “Liliana Walker” y viajar a Estados Unidos junto al oficial de la DINA Arturo Fernández Larios, previo al crimen del ex canciller de Allende.
Asimismo, relata que en las mismas fechas se enteró de que ocurriría algo muy importante: “La conferencia de la OEA en Santiago, aquella en que me parece que vino el señor Kissinger. Lo último repercutió en el acceso definitorio mío a la prostitución y a la acción operacional en DINA”.
De acuerdo a su relato, “es muy importante para la comprensión del acceso a lo operativo de la DINA, describir el mundo de prostitución que viví, antesala de todo, repito, de absolutamente todo”.
Los departamentos de lujo
Según el texto, junto con el trabajo formal que tenía como escort pagada por la pesquera Arauco, comenzó a trabajar en otros locales, de algún modo manejados por la DINA. Según describe, “la mayor ‘casa de putas’ que ha existido en la historia de Chile estaba en calle Marcoleta, al cabrón le decían Memo”, local que según ella era frecuentado por oficiales de Ejército.
Asimismo, detalló que “los departamentos en que nos juntábamos eran tres. El primero está o estaba ubicado en Mosqueto casi al lado del restaurante Maistral; allí cumplimos nuestro trabajo y muchas de las veces obteníamos información interesante”.
El segundo departamento estaba en San Antonio con Merced, en los altos del café Dante, y era dirigido por una mujer llamada Carmen, que según “Liliana Walker” frecuentaba también las oficinas de la pesquera Arauco, así como las oficinas del coronel Jerónimo Pantoja (oficial de la DINA). La mujer afirmó que en el departamento de San Antonio “se ganaba doble, ya que la dueña aseveraba la existencia de informaciones interesantes; aun cuando estas no existieran, se inventaban y salía la ‘propina’ DINA”.
El tercer departamento al que acudía frecuentemente quedaba en Tenderini con Moneda, en un noveno piso, frente a las antiguas oficinas de La Tercera, lugar en el cual “me acredité como una excelente trabajadora y permanentemente eran pedidos mis servicios por oficiales adjuntos a DINA”. De acuerdo a la confesión, varias de las prostitutas que frecuentaban ese departamento eran de la policía secreta, pero “la mayor de las curiosidades de este ambiente, era que una de las pocas mujeres que iba y no era DINA, decía a su vez ser la mujer de un conocido traficante de cocaína, expulsado del país, que odiaba al gobierno”. Frente a ello, expresó que pudo tratarse de “una doble agente o lo que en DINA sabíamos que existía, una agente de control, de contrainteligencia”.
La OEA y Kissinger
En junio de 1976, se realizó en Santiago la Asamblea General de la Organización de Estados Americanos (OEA), cuyo organizador fue un hombre muy cercano al régimen: el fallecido empresario Ricardo Claro, quien se preocupó de preparar un encuentro privado entre el dictador Augusto Pinochet y el entonces secretario de Estado de Estados Unidos, el todopoderoso Henry Kissinger, quien asistiría a la asamblea de la OEA.
Dicho encuentro era más que clave para Pinochet, que desde el año anterior venía sintiendo con mucha fuerza la presión de Naciones Unidas y Estados Unidos en materia de Derechos Humanos, lo que en 1975 había llevado al régimen a cometer la chambonada de enviar a Washington, a defender a la dictadura y su política de Derechos Humanos, a Manuel Contreras.
La reunión entre Pinochet y Kissinger finalmente se efectuó el 8 de junio de 1976 y de ella quedó una transcripción, que fue desclasificada años más tarde. Ambos compartieron sus impresiones respecto del comunismo y Kissinger alabó al entonces mandatario, señalándole que “en Estados Unidos, como usted sabe, sentimos simpatía por lo que usted está tratando de hacer aquí. Yo pienso que el gobierno anterior iba en la dirección del comunismo. Nosotros deseamos que a su gobierno le vaya bien”. Pese a esa declaratoria de amor, Kissinger no obvió lo que estaba sucediendo en el Congreso de su país, “acerca del tema de los Derechos Humanos. Como usted sabe, el Congreso está ahora debatiendo posibles restricciones a la ayuda a Chile. Nosotros nos oponemos”, luego de lo cual le dijo que esa tarde hablaría sobre Derechos Humanos ante la asamblea y que no atacaría directamente a Chile.
Pinochet respiró aliviado. En ese momento faltaban solo cuatro meses para el crimen del ex canciller Letelier en Sheridan Circle, muy cerca de la Casa Blanca, y el dictador respondió a Kissinger con un mensaje que, visto a la luz del tiempo y de los hechos, es incriminatorio respecto de ello: “Estamos regresando a la institucionalidad paso a paso, pero estamos siendo atacados constantemente por los Demócratas Cristianos. Ellos tienen una voz fuerte en Washington, no en el Pentágono, pero sí tienen acceso al Congreso. Gabriel Valdés tiene acceso. Letelier también”. Luego de ello recalcó nuevamente que, junto a Radomiro Tomic, “Letelier tiene acceso al Congreso. Sabemos que están entregando información falsa”.
Pese a que Kissinger evidentemente respaldaba a Pinochet, en paralelo se planificaba una operación de inteligencia que tenía por objetivo desacreditarlo, de acuerdo al relato de “Liliana Walker”, quien señaló que “se me ofreció que, con motivo de la conferencia de OEA, organizara un grupo de amigas-agentes para intimar con los principales delegados y obtener de ellos la mayor información posible en lo que respectaba a Chile. Debíamos, también, con el mayor tino y discreción, dejar la idea de que el coronel Contreras era una excelente persona, de gran capacidad y con un poder superior al que tuviera el Presidente”.
Siempre de acuerdo a ese documento, “en esta operación, la de mayor importancia que se me había encargado, traté de aplicar todos los conocimientos que había adquirido; seleccioné a las amigas, de preferencia aquellas más libres, e incluí a mi hermana”, señaló.
No obstante, las cosas no salieron como se planeaban, ni el principal objetivo cayó en la jugarreta de la DINA: “Como operativo de inteligencia lo de la OEA fue horrendo. Lo único trascendente fue una gran fiesta y tomatera escandalosa en un club de Gran Avenida, en la cual participaron delegados, funcionarios del ministerio, fuerzas de seguridad y nosotras. Todo lo anterior se hizo premeditadamente para vincular al señor Kissinger con actitudes escandalosas. Informado de lo que podría ocurrir, o al menos instruido, el señor Kissinger y Sra. no asistieron a la fiesta de Gran Avenida”.
El coronel Espinoza
Luego de un tiempo, “Liliana Walker” relató que comenzó a estrechar su relación con el segundo hombre de la DINA, el brigadier en retiro Pedro Espinoza, “al cual logré atraer bastante, generándose ciertas obligaciones mías de mujer hacia él”. Siempre de acuerdo al documento entregado a EE.UU., cuando Espinoza le encargó viajar a Estados Unidos junto a Fernández Larios, el primero advirtió al segundo que aunque deberían hacerse pasar por una pareja normal y dormir juntos, “estaré informado de todo lo que pasa, y si le tocas un dedo te mato”.
Ya en el avión con Fernández, este le preguntó qué sabía de Orlando Letelier y “comenzó a contarme antecedentes de la vida política de Letelier. En resumen, era un comunista con buenos contactos en Estados Unidos, que estaba perjudicando al gobierno chileno. Era tan canalla, que pronto se le quitaría de por vida su nacionalidad chilena. En definitiva, era un traidor a Chile”.
Pese a ello, cuando logró conocerlo en Washington se llevó una impresión muy distinta, pues lo recordó como “un hombre atrayente, varonil y (que) daba la sensación de un gran señor”. Por cierto, el objetivo inicial era seducirlo, con el fin de obtener información de inteligencia respecto de sus hábitos y costumbres, pero no lo consiguió.
Por el contrario, quien sí intentó intimar con ella en Estados Unidos fue Fernández Larios, a pesar de la advertencia que le había realizado su superior: “Me dijo que no comprendía a un hombre como Espinoza, que enviaba a participar en un crimen a la mujer que ama. Allí supe que de lo que se trataba era de asesinar a Orlando Letelier”.
Tras el atentado, relata que “tuve un periodo de vacaciones rentado por la DINA” y que el organismo la había retirado de sus “antiguas tareas”, a las que solo regresaba “cuando el bolsillo estaba débil”.
Sin embargo, a inicios de 1978 la presión de la justicia norteamericana por lograr la extradición de Contreras y de Michael Townley (el autor material del atentado) ya estaba a punto de reventar. En ese contexto, Espinoza citó a la mujer cierto día y le dijo: “Te tengo una excelente noticia, que dará gran tranquilidad. ¿Te acuerdas que tu pasaporte fue hecho en acuerdo con el Ministerio de RR.EE.? Pues bien, el encargado del ministerio me consta que ya no vive”, precisa el texto, en alusión al funcionario de la cancillería Carlos Guillermo Osorio, que Michael Townley confesaría había sido asesinado por saber demasiado. Lamentablemente, no fue el único, pues como diría la misma “Liliana Walker”: “No me consta, pero se hablaba de más de 10 asesinatos directos”.
El declive
Pese a que durante varios años siguió siendo funcionaria de la CNI, “Liliana Walker” afirmaba en su relato que al final “la CNI ya no me cancelaba nada” y que “incluso en los departamentos del centro, que se habían enterado de mis anteriores actividades, me empezaron a negar la posibilidad de trabajar, hasta que de frentón me echaron”. Ante ello, señalaba que “me incorporé al mundo sórdido de la prostitución, en otro nivel, donde era indispensable consumir alcohol, drogas y realizar todo tipo de locuras”, para lo cual comenzó a trabajar en un cabaret de calle Miraflores.
“Hoy pienso lo arriesgado que era esa actividad para mí, ya que no puedo garantizar si en medio de los efectos de los tragos o de las drogas, habría dicho cosas que me comprometieran. Al parecer, lo anterior aconteció, porque aproximadamente en el invierno de 1984 llegó al local un cliente que me buscaba. Compartimos varios tragos, indagó sobre mi real identidad, en forma absolutamente indiferente, y cuando ya era tarde me invitó a pasar la noche juntos. Acepté. De esa aceptación a septiembre de 1985 es muy poco lo que recuerdo. Puedo informar con absoluta seriedad que estuve en el psiquiátrico, en estado vegetal”, aseveraba.
Respecto de su confesión escrita, decía que “tengo la absoluta certeza que para los servicios de seguridad (FBI) y las agencias de inteligencia (CIA) poseo una importante información, la cual colaboraría con el esclarecimiento del crimen de Orlando”, agregando que para ello “sería fundamental establecer ciertos convenios con la autoridades norteamericanas, que me otorguen algunas inmunidades y por sobre todo una nueva identidad”.
Por cierto, ello nunca sucedió. “Liliana Walker” solo salió de su anonimato en abril de 1990, cuando Manuel Salazar, entonces editor nacional del diario La Epoca, la entrevistó y publicó un histórico titular que rezaba “Yo soy Liliana Walker”.
El doble agente
Antes de ello, sin embargo, un hombre que se identificó como Marco A. Linares Baseden, llegó el 10 de junio de 1988 a la embajada de EE.UU., diciendo saber quién era y dónde estaba “Liliana Walker”. Además, entregó una foto de ella, en la cual se la identificaba como “Mónica”.
Según la versión que Linares entregó en dicho momento, contenida en el cable desclasificado C05883350, su única motivación era ayudar a un amigo llamado “Raúl”, vinculado al Partido Radical, quien en esas fechas tenía una casa en Melipilla, donde habría estado viviendo “Liliana Walker”.
No obstante, el único “Raúl” que figura en la información recientemente desclasificada figura en el cable C05883473, en el cual se relata una conversación sostenida el 9 de noviembre de 1976 por el oficial político de la Embajada de EE.UU., Félix Vargas, con Pablo Keller, “líder juvenil” del Partido de Izquierda Radical (PIR) y una secretaria identificada como María Inés Ramírez, quien fue llevada ante Vargas por Keller.
Según el relato de Ramírez, su esposo, que en aquel tiempo trabajaba en la financiera “Solución”, era “muy buen amigo del agente de la DINA Raúl Baden”, el cual supuestamente había viajado a Vancouver (Canadá) una semana antes del atentado en contra del ex canciller. Desde allí, según Baden, debería viajar en auto a Washington, junto a un “superior” del gobierno y al igual que Townley, Fernández y “Walker”, “Baden mencionó que viajaría con un pasaporte con un nombre falso”.
Según ella, a fines de octubre se lo encontró de nuevo, pero Baden cambió la versión. Le dijo que había estado viajando, pero entre México y Argentina. Ella describió al sujeto como “alto, musculoso, con pelo levemente rojizo. Es de ascendencia alemana”.
Quizá lo más singular, sin embargo, es que “ella declaró que Baden perteneció al GAP (Grupo de Amigos Personales), los guardaespaldas de Allende”. Fue arrestado brevemente después del golpe, pero liberado pronto con un nuevo trabajo. Baden está obsesionado con las cosas materiales y el dinero. María Inés dijo de él que es un hombre sin principio y moral, un mercenario que se vende a sí mismo al mejor postor”.
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