Hace algunos días la vocera de la ACES, Sara Robles, dijo que “Bachelet pague lo que su hijo ladrón se robó” y llamó a que la institución de Carabineros “devuelva la plata que han robado a los chilenos y chilenas”. Esto, como respuesta a la política del alcalde Alessandri del “rompe, paga”, que obliga a los estudiantes a pagar los daños ocasionados al mobiliario y a la infraestructura de colegios tomados. Más allá de mis dudas sobre la forma en la que se individualizará a los culpables de los destrozos apegándose al Estado de Derecho, más allá de mi oposición a la política de la municipalidad de ordenar desalojos en la madrugada, cuando los estudiantes no tienen acceso a la debida protección que merecen en su calidad de menores de edad, a la protección de sus derechos; es necesario analizar estas declaraciones como un indicio de algo que está mal con la democracia en Chile.
Daniel Levine y José Molina, en un artículo de 2007, hacen hincapié en la importancia de “la distribución de los recursos cognitivos en la población” para la calidad de la democracia. La forma en la que propusieron medirla, el porcentaje de jóvenes inscritos en la educación secundaria, sin embargo, no es la mejor. En Chile, según datos de la OCDE, la inscripción en la Educación Media es cercana el 92%. Un buen nivel en comparación con otros países latinoamericanos. No obstante, ya sabemos que hay problemas serios en cuanto a la desigualdad en la calidad de esta educación. Según el Centro de Microdatos de la Universidad de Chile, el analfabetismo funcional alcanza el 44% en personas de entre 16 y 65 años. Hasta un 84% de los chilenos no tiene competencias mínimas de lectura. Solo un 3% de la población puede abordar críticamente los textos, evaluarlos y generar hipótesis respecto a ellos. Estas diferencias están íntimamente vinculadas al estrato socioeconómico de las familias. Es decir, la llamada “distribución de recursos cognitivos”, en nuestro país, depende también del estrato socioeconómico.
La educación de calidad es importante, también, porque da herramientas a los ciudadanos y ciudadanas para que evalúen críticamente a sus representantes y sus propias acciones, para que ejerzan de manera efectiva su derecho a fiscalizar a sus autoridades, para que se organicen y demanden correctamente mejoras en su calidad de vida. Un caso excepcional de organización estudiantil para generar cambios en el sistema político es el de Hong Kong, liderado por Joshua Wong (hoy de 20 años), que logró poner en agenda las demandas de mayor democratización de los jóvenes, y que hoy dirige su propio movimiento político.
El argumento de la vocera de la ACES, estudiante del Liceo 7 de Providencia, es sintomático de un problema de distribución de recursos cognitivos. Con esto no quiero desautorizar su calidad de representante de un grupo de personas cuyas demandas son válidas, comparta o no sus métodos. Tanto el año pasado, en las elecciones municipales, como este año, para las primarias que se avecinan, la ACES ha buscado boicotear el proceso de votación con la toma de los establecimientos donde se realizarán las elecciones. En la misma declaración donde insinúa que existe un vínculo entre el hijo de la Presidenta y el daño material a los colegios tomados, Sara Robles también ha dicho que los colegios desalojados se retomarían independientemente de la existencia de elecciones
¿Cómo se podría explicar una conducta así? Fundamentalmente, que están ausentes ciertas competencias que facilitan la interacción y la agencia en un contexto global y democrático. Específicamente, las herramientas que de la educación de calidad derivan: el análisis crítico de la información que reciban, de los acuerdos que tomen, de las insinuaciones que perciban en su entorno; la comprensión efectiva de las medidas propuestas por el alcalde y sus implicancias; un conocimiento mínimo de las estructuras políticas a las que se enfrentan; del espacio democrático donde están insertos y los mínimos que deberían resguardárseles; la capacidad de pensar estratégicamente y a largo plazo, que les permita estructurar mejor una agenda que comunicaría más efectivamente, todo en orden de conseguir los propósitos de su organización.
La educación de calidad es importante, también, porque da herramientas a los ciudadanos y ciudadanas para que evalúen críticamente a sus representantes y sus propias acciones, para que ejerzan de manera efectiva su derecho a fiscalizar a sus autoridades, para que se organicen y demanden correctamente mejoras en su calidad de vida. Un caso excepcional de organización estudiantil para generar cambios en el sistema político es el de Hong Kong, liderado por Joshua Wong (hoy de 20 años), que logró poner en agenda las demandas de mayor democratización de los jóvenes, y que hoy dirige su propio movimiento político.
Cuando no se da el caso, cuando las personas no tienen acceso a herramientas de formación cívica, comprensión lectora, pensamiento crítico, pensamiento lógico, la organización ciudadana también se ve afectada. La calidad de la democracia se ve afectada. La capacidad de actuar efectiva y estratégicamente de los actores, con demandas legítimas, se ve afectada. La demanda por más igualdad en la educación, mejor calidad y un sistema educativo al servicio de lo público no solo es legítima, sería necesaria para que Chile crezca económicamente. No es el fruto de una ideología engañosa, sino una necesidad para un país que pretende compararse con los grandes del mundo.
Incluso ahora, en sus bemoles, el movimiento estudiantil prueba que el camino por delante es muy largo, y que lo que se ha hecho hasta ahora en materia educativa es insuficiente. En este periodo de movilización, los jóvenes no solo son víctimas de la violencia policial desmedida, de autoridades que se niegan a escuchar sus reclamos, de medios de comunicación más interesados en grabar una barricada que de transmitir sus petitorios. Son víctimas de un sistema político que sistemáticamente niega a sus jóvenes los recursos inmateriales que necesitan para ser ciudadanos plenos, para participar de la vida republicana a la que tienen derecho, y que, por cierto, nos beneficia a todos y todas. La desigualdad en la educación también daña, profundamente y a largo plazo, nuestra democracia.
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