(No solo) Piñera y Mañalich están haciendo patochadas. En otro sitios también se miente, o se dicen estupideces a propósito del coronavirus. Y se toman medidas propias del medioevo... Como dice el autor de la siguiente nota: con las medidas tomadas actualmente contra la epidemia estamos locos. Nuestros países renunciaron (contrariamente a los chinos y a los coreanos) a la detección sistemática, favoreciendo un confinamiento del cual el Pr. Raoult subraya que nunca ha sido una respuesta eficaz contra las epidemias. Piñera sacó a los militares a la calle, e impuso un toque de queda... Queda por saber si eso asustará al coronavirus, y si el bicho se abstendrá de salir a la calle por la noche. El interés por la salud pública nos hizo traducir esta importante nota científica que, esperamos, será útil a muchos ciudadanos y al personal hospitalario. |
Confinar al conjunto de la población sin detectar y sin tratar, es digno del tratamiento de las epidemias en los siglos pasados. La única estrategia que tiene sentido es la de detectar masivamente, luego confinar a los positivos y/o tratarlos, como a los casos más riesgosos, puesto que es posible, como lo vimos en China y en Corea: los tests masivos y la prescripción de cloroquina en tratamiento.
Traducción del francés al español de Luis Casado
“GRACIAS CORAZÓN” (en español en el original)
Tal fue la atronadora afirmación proferida el 26 de febrero pasado por el mejor infecciólogo del mundo (según la clasificación de expertscape), recibida sin embargo con escepticismo e incluso sarcasmos por la comunidad científica. Tres semanas más tarde la realidad le está dando la razón. Revelando de paso que nos equivocamos en todo frente al virus. ¡Lo que es una excelente noticia!
Henos aquí pues, en “estado de guerra”.
Novedad para nuestras generaciones que (salvo para las más antiguas) no han conocido sino tiempos de paz.
Europa está en un casi toque de queda, con una restricción masiva de las libertades individuales y un desastre económico que promete ser dramático. Los discursos de los jefes de Estado se inflaman, a quien más: ¡“estamos siendo atacados”, el enemigo es “invisible”, “malicioso”, “temible”, pero lo venceremos!
Este tipo de vocabulario parece de otra época. La realidad es más prosaica: sufrimos la contaminación en amplia escala por un virus que es un puro producto de la imbecilidad humana (el amontonamiento en jaulas de animales salvajes de diferentes especies, en mercados insalubres) y de la creatividad de lo vivo.
El bicho franqueó pues la barrera inter-especies y se propagó a partir de ahí entre los humanos. No es una guerra, no podremos jamás vencer o erradicar esta criatura. Protegernos contra sus daños sí, y luego tendremos que aprender a vivir con ella. Lo que reclama otra inteligencia que la de los eslóganes marciales-sanitarios…
Precaución liminar
Lo digo y lo repito: en estos tiempos de movilización colectiva todos tenemos que respetar escrupulosamente las medidas impuestas. Incluso si se duda de ellas o que las estimamos inadaptadas, ninguno de nosotros puede arrogarse el derecho de seguir su propia idea. Esta obediencia –que no he cesado de preconizar– me habita incondicionalmente.
Por el contrario, esta obediencia civil no debe en ningún caso conducir a una prohibición de pensar o de hablar.
Vivimos tiempos altamente traumáticos, con daños a la población que serán considerables. Darle sentido a lo que vivimos, informarnos, osar plantear las preguntas que se imponen ¡no es solo un derecho inalienable sino una necesidad vital!
Ya leí bastantes comentarios irónicos sobre la repentina cantidad de virólogos o epidemiólogos aficionados que se manifiestan en las redes sociales, lo que puedo comprender. Pero pienso, por el contrario, que mientras más se interesen los ciudadanos a lo que nos ocurre, más se informen e incluso documenten, mejor nos ayudarán a dialogar sobre lo que nos sucede, lo que es esencial para nuestra salud psíquica individual y nuestra resiliencia colectiva.
A veces me objetan que tengo una responsabilidad en tanto científico, que los análisis que puedo hacer (por pertinentes que sean) corren el riesgo de ser mal interpretados o llevar a la gente a hacer cualquier cosa. Por eso recuerdo lo ya dicho: todos tenemos que seguir las instrucciones de las autoridades. Y debemos abstenernos estrictamente de toda auto medicación, en particular en lo que concierne las sustancias que mencionaré más adelante. Utilizadas fuera de un estricto seguimiento médico ellas pueden, en efecto, ser peligrosas. Dicho esto… ¡vamos allí!
Desde dónde hablo
Soy antropólogo de la salud y experto en salud pública. Mi oficio consiste desde hace más de 30 años en estudiar las prácticas de los cuidados médicos y de los dispositivos sanitarios.
Llego a una edad en la que se sabe (ojalá) que no somos el ombligo del mundo y (salvo excepción) que no inventamos el hilo negro. Tengo algunas referencias en mi campo de actividad, como la de ser (a pesar de la inmodestia de estas palabras) uno de los mejores conocedores actuales de los procesos de salutogénesis y restablecimiento así como de los determinantes de la salud.
Lo que me vale ser invitado a enseñar en una quincena de programas universitarios y de Altas Escuelas de Salud (Facultades de Medicina de la UNIGE y de la UNIL, EPFL, IHEID, Universidades de Montréal, Fribourg, Neuchâtel, etc,).
He ejercido mi oficio fuera de los medios académicos, y he preferido actuar en el seno de las políticas de Salud así como en el terreno. He creado diferentes dispositivos socio-sanitarios innovadores, en particular en salud mental, algunos de los cuales son una referencia aun hoy en día. Pido excusas por esta pequeña vitrina. Es el precio que hay que pagar para prevalerme de una (modesta) competencia en cuanto a lo que ahora expondré.
¿Banal o no?
Desde el inicio de la emergencia del coronavirus he compartido mi análisis que dice que se trata de una epidemia banal. El término puede chocar cuando hay muertos, y con mayor razón en medio de la crisis sanitaria y la dramaturgia colectiva alucinada que vivimos.
No obstante los datos están ahí: las afecciones respiratorias habituales que vivimos anualmente hacen 2.600.000 muertos cada año en todo el mundo.
Con el Covid-19, estamos, en el cuarto mes de la epidemia, a 7 mil decesos, lo que es estadísticamente insignificante.
Lo dije y lo repito: el mismo tratamiento político o periodístico aplicado a cualquier episodio de gripe anual nos aterraría tanto como la epidemia actual. ¡Como la puesta en escena (cuentan los muertos en live minuto a minuto…) de cualquier problema sanitario de envergadura, que se trate de enfermedades cardiovasculares, de cánceres o de los efectos de la contaminación atmosférica, nos haría temblar de horror igual o infinitamente más!
Sabemos hoy que el Covid-19 es benigno en la ausencia de una patología pre-existente. Los datos más recientes provenientes de Italia confirman que 99% de las personas fallecidas sufrían de una a tres patologías crónicas (hipertensión, diabetes, enfermedades cardiovasculares, cáncer, etc.) con una edad promedio de las víctimas de 79,5 años (mediana de 80,5 años) y muy pocos casos por debajo de los 65 años.
Hay otro problema: las tasas en particular de complicaciones y de mortalidad que nos ponen ante los ojos día tras día no quieren decir nada. En ausencia de un testeo sistemático de la población no tenemos ningún dato confiable al cual referir los datos disponibles (casos declarados y de muertes).
Es un clásico en epidemiología: si no le hacemos el test del coronavirus sino a los muertos, ¡llegamos a un 100% de tasa de mortalidad!
Si le hacemos el test solo a los casos críticos, tendremos una tasa menor pero aun mucho más alta que la de la realidad. Si hacemos muchos tests tendremos muchos casos y si hacemos pocos… el número de casos será bajo. La cacofonía actual no permite tener la menor idea de la progresión real del virus y de su difusión.
Las estimaciones más creíbles hacen pensar que el número de personas declaradas es ampliamente inferior (en un factor de 1/5, 1/10, o incluso según las estimaciones de 1/40) al número de personas realmente infectadas, de los cuales más o menos la mitad ni siquiera se dará cuenta que contrajo el virus.
Para ser un temible asesino, a veces es simpático…
En este momento no tenemos ni una idea de la amplitud real de la propagación del virus. La buena noticia es que los datos reales (en particular en términos de complicaciones y mortalidad) no pueden ser sino ampliamente inferiores a lo que se informa.
La mortalidad real, como lo anuncie en un artículo precedente, debe estar a lo más en un 0,3% y probablemente aun menos. O sea menos de un décimo de las primeras cifras de la OMS.
Las últimas estadísticas provenientes de China evalúan en 800 mil la cantidad de personas infectadas (y por lo tanto inmunizadas) para 3.118 muertes. O sea, efectivamente una tasa de mortalidad de 3 por mil personas infectadas.
¿Fin del mundo o no?
Igualmente, las proyecciones que se hacen para imaginar el número de muertes posibles es derechamente delirante. Ellas reposan “forzando” artificialmente al máximo todos los valores y coeficientes. Están hechas por gente que trabaja en oficinas, delante de un computador, y no tienen ninguna idea ni de las realidades del terreno, ni de infecciología clínica, llegando a ficciones absurdas. Se podría dejarles el beneficio de la creatividad y de la ciencia-ficción.
Desafortunadamente estas proyecciones, literalmente psicóticas, hacen un daño masivo. Mi experiencia en salud mental me hace evitar estrictamente el uso de expresiones como “esquizofrenia”, o “psicosis”, que suelen ser utilizadas abusivamente y de manera insultante hacia las personas contenidas.
Médicamente, la psicosis se caracteriza por distorsiones cognitivas, perceptivas y afectivas, que hacen perder el contacto con la realidad. Aquí, el término, infelizmente, está plenamente indicado.
Llamo a mis colegas de la Facultad de medicina y otros institutos universitarios para que paren de producir y difundir modelizaciones falsas y ansiógenas.
Estos expertos se protegen reconociendo por precaución de lenguaje el carácter desmesurado de sus formalizaciones, y los periodistas los mencionan escrupulosamente (hay que reconocérselo), lo que no deja de construir eficazmente un sentimiento de acabo de mundo que no solo no tiene razón de ser, sino que además es extremadamente nocivo.
Podemos, ciertamente, reconocerle a nuestras autoridades el considerar lo peor de lo peor sobre la base de esas elucubraciones, con el fin de no correr el menor riesgo de que se produzca.
Entretanto se construye una alucinación –colectiva– sobre la base de cifras que no quieren decir nada. La realidad, nuevamente, es que esta epidemia es mucho menos problemática y peligrosa de lo que se afirma, la visión del primer video referenciado al fin de este artículo le dará al lector los elementos necesarios para comprender la validez de esta afirmación.
Ya, ¿pero todos esos muertos y los servicios médicos saturados?
Este es, infelizmente, el verdadero punto negro: si no hubiese todos esos casos graves, la epidemia sería insignificante. Ocurre que acarrea complicaciones raras pero temibles. Como me escribió el Dr. Philippe Cottet, en primera línea en los Hospitales Universitarios de Ginebra: “Hay que decirlo, habitualmente las neumonías virales son rarísimas en Suiza. Ellas tienen un cuadro clínico tosco y de evolución a veces fulminante, cuyos signos anunciadores son difícilmente identificables frente a casos más benignos. Es un desafío clínico real, sin contar la cantidad de casos simultáneos…”
Es la existencia de esos casos graves (estimados de modo absurdo en 15% de los casos, probablemente en realidad 10 veces menos) lo que justifica que nos remitamos simplemente a la inmunidad del grupo. Se llama así el proceso por el cual cada persona que contrae el virus y no muere, se inmuniza, y la multiplicación de los inmunizados conduce a un efecto colectivo de protección inmunitaria…
En la ausencia –hasta hace poco– de tratamiento para proteger o sanar a las personas de alto riesgo, la decisión de dejar construirse la inmunidad dejando circular el virus se reveló demasiado peligrosa. El riesgo para las personas vulnerables es tal que sería éticamente indefendible tomar esta dirección, vista la gravedad de las posibles consecuencias.
Es en esta complicada paradoja, entre la muy gran inocuidad del virus y su extrema peligrosidad en ciertos casos, que nos encontramos arrinconados.
Entonces adoptamos medidas absolutamente contrarias a las buenas prácticas: renunciar a detectar las personas posiblemente enfermas y confinar la población en su conjunto para detener la difusión del virus. A decir verdad, medidas medioevales y problemáticas porque no ralentizan la epidemia, con el riesgo de fenómenos de rebote potencialmente peores. Y que encierran a todo el mundo cuando solo una pequeña minoría está concernida. Todas las recomendaciones en salud pública son por el contrario de detectar el máximo de casos posibles (hacer pasar el test. N del T), y de confinar únicamente los casos positivos durante el tiempo que se requiere para que ya no sean contagiosos.
El confinamiento general constituye un lastimoso recurso frente a la epidemia habida cuenta que hace falta todo lo que permitiría luchar eficazmente contra ella…
¿Porqué llegamos a esta situación? Simplemente porque fracasamos en poner en marcha desde el principio las buenas respuestas. La falta de tests y de medidas de detección en particular es emblemática de este naufragio: mientras que Corea, Hong-Kong y China hicieron de eso su prioridad, nosotros fuimos de una pasividad inimaginable para organizar la puesta a disposición de algo técnicamente simple.
Los países mencionados aprovecharon la inteligencia artificial para identificar las cadenas de transmisión posibles para cada caso positivo (con los smartphones se puede hacer el inventario de los desplazamientos y por ende de los contactos que las personas infectadas tuvieron con otras personas en las 48 horas que precedieron la aparición de los síntomas).
En fin, redujimos de manera importante la capacidad de nuestros hospitales en el curso de la última década y nos encontramos con una falta de camas de cuidados intensivos y de material de reanimación. Las estadísticas muestran que los países más afectados son aquellos que redujeron masivamente las capacidades de sus servicios de cuidados intensivos.
Nada de todo esto fue pensado, mientras que –no obstante– el riesgo de pandemia es una evidencia sanitaria. La verdad es que fuimos completamente sobrepasados.
Es evidentemente más fácil jugar con las metáforas guerreras que reconocer nuestra trágica impreparación…
¿Fin de la fiesta? El primer experto mundial en materia de enfermedades transmisibles se llama Didier Raoult. Es francés, se parece según se prefiera a un Galo salido de Astérix o a un ZZ top que hubiese posado su guitarra al borde de la ruta (yo encuentro que se parece a Buffalo Bill… N del T).
Dirige el Instituto Hospitalario Universitario (IHU) Mediterráneo-Infección en Marsella, con más de 800 colaboradores. Esta institución posee la más aterradora colección de bacterias y virus “asesinos” que existe, y constituye uno de los mejores centros de competencias en infecciología y microbiología del mundo.
Por otra parte, el profesor Raoult está catalogado entre los primeros 10 investigadores franceses por la revista Nature, tanto por la cantidad de sus publicaciones (más de dos mil) como por la cantidad de citaciones de otros investigadores. Él siguió desde el principio del milenio las diferentes epidemias virales que han llamado la atención de los investigadores y ha anudado estrechos contactos científicos con sus mejores colegas chinos. Entre sus logros, ha encontrado tratamientos (en especial con la cloroquina…) que figuran hoy en todos los manuales de infecciología del mundo.
El 26 de febrero publicó un llamativo video en un canal en línea (YouTube) afirmando: “Coronavirus: ¡fin de la fiesta!”.
¿La razón de su entusiasmo? La publicación de un ensayo clínico chino sobre la prescripción de cloroquina, que en algunos días suprimió el virus en pacientes infectados con el SARS-CoV-2.
Algunos estudios ya habían mostrado la eficacia de esta molécula contra el virus en laboratorio (in vitro). El estudio chino confirmaba esta eficacia en un grupo de pacientes enfermos (in vivo). Luego de este estudio, la prescripción de cloroquina fue incorporado en las recomendaciones del tratamiento del coronavirus en China y en Corea, los dos países que mejor han yugulado la epidemia…
La cloroquina –con su derivado galénico la hidroxicloroquina– es una molécula puesta en el mercado en el año 1949, ampliamente utilizada como antipalúdico.
Todos los viajeros a los países tropicales deben recordar los comprimidos de Nivaquina (uno de los nombres comerciales) que les prescribieron a título preventivo contra la malaria. Este remedio fue remplazado enseguida por otros en ciertas zonas geográficas, y sigue siendo utilizado en ciertas destinaciones.
So what ?!
¿Porqué hablar de esto? Y bien… porque el profesor Raoult y sus equipos son los mejores especialistas actuales en el mundo de la utilización de la cloroquina. Él tuvo, entre otros, la idea genial de ensayarla contra las bacterias intracelulares (que penetran las células como el virus), en particular los Ricksettia.
El IHU de Marsella dispone pues de una experiencia clínica y farmacológica sin equivalente en cuanto al uso de esta molécula.
La cloroquina demostró igualmente una poderosa eficacia terapéutica contra la mayor parte de los coronavirus, entre los cuales el temido SRAS de siniestra memoria. Raoult encontró pues en el ensayo clínico chino la confirmación de que la cloroquina también estaba indicada contra el Covid-19.
Sin embargo fue recibido como un cabello en la sopa, y sus colegas denigraron su proposición. Los periodistas de Le Monde fueron hasta calificar su comunicado de “fake news”, acusación copiada en el sitio web del Ministerio de la Salud durante algunas horas, antes de ser retirada.
No obstante, el profesor Raoult obtuvo inmediatamente la autorización de conducir un ensayo clínico sobre 24 pacientes en su servicio, y fue llamado a formar parte del comité pluridisciplinario de 11 expertos creado en marzo por el ejecutivo francés, con el fin de “esclarecer la decisión pública en la gestión de la situación sanitaria ligada al coronavirus”.
Los resultados del ensayo clínico eran esperados con impaciencia, en primer lugar por este servidor. Sabemos de la prudencia requerida frente a sustancias prometedoras y a la importancia de no informar nada antes que la investigación confirme o no una hipótesis. La ciencia no es ni adivinación no magia, sino observación, test, y luego, eventualmente, validación.
Los resultados de su estudio clínico salieron ayer (martes 17 marzo 2020], y confirman la obtención de efectos terapéuticos espectaculares. La metodología es robusta, visto que el IHU de Marsella pudo comparar la eliminación de la presencia viral en los pacientes que siguieron el protocolo con pacientes de Avignon y de Niza que no recibieron el tratamiento.
“Los que no recibieron el Plaquenil (medicamento a base de hidroxicloroquina) aun son portadores del virus al cabo de seis días, mientras que solo el 25% de los que recibieron el tratamiento aun lo tienen” explica el profesor Raoult.
El tema no para ahí: el IHU Mediterráneo-Infección aconseja (como otros) desde hace tiempo la prescripción simultánea de un antibiótico en las infecciones virales respiratorias “porque ellas se complican sobre todo con pneumopatías. A todas las personas que presentaban signos clínicos que podían evolucionar hacia una complicación bacteriana de pneumopatía les dimos Azitromicina. Se demostró que eso disminuye los riesgos en las personas que tenían infecciones virales. La otra razón es que la Azitromicina mostró en laboratorio ser eficaz contra un gran número de virus, aunque fuese un antibiótico. Entonces, si había que elegir un antibiótico, preferimos elegir uno que es eficaz contra los virus. Y cuando comparamos el porcentaje de positivos con la asociación de hidroxicloroquina y Azitromicina, tenemos una disminución absolutamente espectacular del número de positivos” agregó.
¿Portar el virus?
Un estudio publicado en la revista Lancet el 11 de marzo reveló, entretanto, un dato nuevo pero esencial: el tiempo que se porta el virus (duración entre el principio y el fin de la infección – y por consiguiente de contagiosidad posible) mostró ser superior a lo que se creía, con una duración media de 20 días.
Con la asociación Hidroxicloroquina/
La reducción drástica del tiempo de portador de virus da no solo la esperanza de tratar los casos críticos, sino también de reducir el tiempo necesario a una persona infectada para no ser más contagiosa. Y presenta perspectivas enormes para el futuro de la propagación del virus. Esta noticia es la mejor que podía esperarse. Las autoridades y los científicos la acogieron con alegría… podría pensar Ud.
Y bien… ¡no!
Las primeras reacciones se disputaban la idiotez y la maldad.
Cierto, ni los estudios chinos ni el ensayo clínico marsellés tienen valor de prueba según los criterios de la investigación científica. Se requiere una réplica de los resultados por otros equipos, sin hablar de un estudio aleatorio en doble/ciego, el top del top de las metodologías de investigación.
¡Pero qué diablos! Estamos en una situación de urgencia. La cloroquina es uno de los medicamentos más conocidos y mejor dominados (en particular por el IHU de Marsella). Se puede contar con una muy sólida experiencia relativa a su prescripción. Refugiarse tras un integrismo procedural es éticamente indefendible cuando hablamos de un medicamento que conocemos de memoria, que ya demostró su eficacia contra otros coronavirus, eficacia confirmada sobre el de ahora por dos ensayos clínicos, ¡mientras hay vidas en juego día tras día!
Raoult subrayó con ironía que no era imposible que el descubrimiento de una nueva utilidad terapéutica para un medicamento cuyas patentes vencieron hace ya tiempo, sea decepcionante para quienes esperan un Premio Nobel gracias al espectacular descubrimiento de una vacuna… sin olvidar la perspectiva de ganancia de decenas de miles de millones de dólares, allí donde la cloroquina no vale casi nada (menos de 700 pesos la caja. N del T).
¡Celebrando al personal médico!
Desde hace algunos días, la población confinada se expresa cotidianamente para rendirle homenaje al personal hospitalario y apoyarles en las difíciles circunstancias que están viviendo. Se trata de una bella expresión de solidaridad, merecida evidentemente, por profesionales de una admirable abnegación y compromiso, al frente de este pesado sufrimiento y este nuevo peligro.
En los círculos de las eminencias las cosas son, desafortunadamente, menos relucientes.
La investigación y la autoridad médicas suelen también estar hechas de mezquindad, manipulación, deshonestidad o abusos de todo tipo, así como de patéticos y violentos combates de ego.
En BFMTV (canal de TV, N. del T.), el Dr. Alain Ducardonnet criticó a Raoult recordando que una conclusión científica se publica en revistas científicas y no en videos. Esto, a pesar de que en su informe, el profesor Raoult (el investigador francés que más ha publicado en las revistas científicas de su campo de actividad) había precisado que el artículo que describe su ensayo clínico había sido enviado a una revista que dispone de un comité de lectura. Esta anécdota muestra el nivel… como las siguientes.
El 1º de marzo, mucho después de la publicación del ensayo chino, el director de la Asistencia Pública-Hospitales de París, el Pr. Martin Hirsch, decía en la radio Europe 1: “La cloroquina funciona bien en un tubito, pero nunca ha funcionado en un ser vivo”, lo que ya es de una falsedad absoluta.
En los artículos de la prensa nacional se insistía pesadamente en el riesgo de sobredosis con la cloroquina, efectivamente tóxica más allá de 2 gr/día en ausencia de co-morbidez somática. Los chinos privilegiaron dosis de 2 x 500 mg/día durante su ensayo. Raoult y su equipo encontraron esa dosis excesiva, y optaron por 600 mg/día. La objeción es por consiguiente de una consternante vacuidad – recordemos que ningún equipo clínico conoce mejor esta molécula que la de Mediterráneo-Infección. Esos equivaldría a decir, con relación al Dafalgan: “Oh là là, cuidado, puede ser tóxico si es mal utilizado, no es buena idea considerar un tratamiento de dolor de cabeza con ese medicamento”.
Invocaron (sí, sí, hay que leer la prensa) los riesgos ligados a una utilización prolongada, allí donde el tratamiento propuesto dura en promedio 6 días. El IHU dispone por lo demás de la experiencia de prescripciones excepcionalmente largas (¡hasta dos años!) en el marco del tratamiento de ciertas bacterias intracelulares. Uno sabe que es bueno ser caritativo con el prójimo, pero a veces la imbecilidad combinada con la deshonestidad hace que sea difícil…
Otros insistieron (y aun insisten) en el hecho de que no se puede sacar conclusiones definitivas sobre la base de ensayos clínicos. Lo que es muy justo en lo absoluto, pero se aplica mal al caso presente, habida cuenta que se trata de una molécula perfectamente conocida.
Situación absurda resumida así por Raoult: “Hay una urgencia sanitaria y sabemos sanar la enfermedad con un medicamente que conocemos perfectamente. Hay que saber cuales son las prioridades”.
Frente a la realidad de la epidemia, el Pr Raoult preconiza dejar de volverse loco y detectar los enfermos sin esperar que su caso se agrave para ofrecer un mejor tratamiento.
El problema va más lejos…
¿La soledad de la competencia extrema? Raoult explica como Emmanuel Macron vino a buscarle después de su primer anuncio público del 26 de febrero y la extraña experiencia que ha sido la suya desde entonces en el círculo de expertos que aconseja al marcial presidente. A la pregunta planteada por un periodista de Marianne: “¿Le escuchan allí?”, Raoult responde: “Digo lo que pienso pero eso no se traduce en actos. A eso le llaman Consejos Científicos, pero son políticos. Allí yo soy como un extra-terrestre”.
Es su certidumbre, evidentemente inconfortable para las autoridades: con las medidas tomadas actualmente contra la epidemia estamos locos. Nuestros países renunciaron (contrariamente a los chinos y a los coreanos) a la detección sistemática, favoreciendo un confinamiento del cual el Pr. Raoult subraya que nunca ha sido una respuesta eficaz contra las epidemias.
Es un reflejo ancestral de enclaustramiento (como en la época del cólera y el Hussard sur le toit de Giono. Obra literaria de Giono, situada en el año 1832, en medio de una epidemia de cólera. N del T). Confinar en sus casas a la gente no portadora del virus es infecciológicamente absurdo, y el único efecto de tal medida es destruir la economía y la vida social. Algo así como bombardear una ciudad para alejar los mosquitos portadores de la malaria…
El único camino que tiene sentido según él, es confinar solo a los portadores del virus, y tratarlos para evitar terribles complicaciones como las que vemos, o bien para reducir el tiempo durante el cual son contagiosos.
En Suiza como en Francia (y en todos lados en occidente), la decisión fue confinar la gente en sus casas, enfermas o no. Cuando están enfermas, se espera que estén mejor ¡y luego (en virtud de la duración de la presencia viral) se les deja salir cuando aun son contagiosos!
Las personas de alto riesgo desarrollan a veces complicaciones, en particular una insuficiencia respiratoria aguda que los conduce a las Urgencias. Entonces vienen a saturar los servicios de cuidados intensivos y, para algunos enfermos, ¡a morir en circunstancias que se les hubiese podido tratar antes!
Confinar el conjunto de la población sin detectar y sin tratar, es digno del tratamiento de las epidemias hace ya siglos.
La única estrategia que tiene sentido es la de detectar masivamente, luego confinar a los casos positivos y/o tratarlos, como a los casos de alto riesgo, habida cuenta que es posible como vemos en China y en Corea, que integraron la asociación de detecciones masivas con la prescripción de cloroquina en sus protocolos de tratamiento (treatment guidelines).
Ni Hong Kong ni Corea, dos territorios que han conocido las más bajas tasas de mortalidad frente al Covid-19, impusieron el confinamiento de personas sanas. Simplemente se organizaron en modo diferente.
La decadencia de Occidente
Ella es, desafortunadamente, alarmante y se revela aquí en toda su crudeza… Disponemos de una medicina de calidad, pero de una sanidad pública medioeval. El liderazgo tecnológico y científico se pasó al Extremo Oriente desde hace largo tiempo, y nuestro ombliguismo intelectual nos hace agarrarnos frecuentemente a las linternas del pasado más que a la ciencia de hoy.
Los tests sistemáticos serían fáciles de instaurar si hacemos de ellos una prioridad sanitaria y nos organizamos, lo que los coreanos hicieron en tiempo record. En Europa nos vimos totalmente sobrepasados, como si viviésemos en el pasado.
Las autoridades comprenden ahora que se trata de una prioridad absoluta, siguiendo en ello las recomendaciones de la OMS.
Producir los tests para la detección no presenta ninguna dificultad:
“Se trata de la PCR (reacción en cadena por polimerásis banal que todos pueden hacer, la cuestión es la organización, no la técnica. No se trata de la capacidad de diagnosis, la tenemos, comenta Raoult. Es una decisión estratégica que no es la de la mayor parte de los países tecnológicos, en particular de los coreanos que junto a los chinos forman parte de quienes controlaron la epidemia practicando la detección y el tratamiento. Somos capaces en este país, como en cualquier sitio, de hacer miles de tests y de examinar a todo el mundo”
Cierto, los regímenes políticos más disciplinados o incluso autoritarios tienen una ventaja de obediencia social, pero la cuestión no es esa. El problema somos nosotros.
Francia se hunde en polémicas sin fin incluso antes de que nadie haya abierto la boca, mientras su jupiteriano presidente se vuela en peroratas antiguas sobre “el Estado de guerra”, mirándose en el espejo…
En nuestro país (Suiza) el Consejo federal reaccionó sin agitación ni malicia, pero dando –como siempre– la impresión de que lo estaban despertando de su siesta.
En resumen, para nuestro país que se jacta de su calidad de innovación y de biotecnología, sigue siendo un pic-nic campestre…
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