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lunes, 30 de marzo de 2020

OPINIÓN


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35 años ya...

por  30 marzo, 2020
35 años ya...
Por primera no podré abrazar a mis hijos, a mis nietos, a mi familia y amigos. No cantarán los niños, adolescentes, los exalumnos del Latino, el tío Leo y esa bella comunidad que hace memoria a diario en sus aulas, porque así se construye el "Nunca Más" y la democracia, con la historia, con la memoria. La Humanidad enfrenta una pandemia que nos obliga a ser responsables, permanecer en nuestras casas para cuidar a los otros. Mi obstinada esperanza es que –cuando pase este momento– seamos capaces de mirarnos y concluir que la sociedad que hemos construido fracasó.

Hoy se cumplen 35 años, la mitad de mi vida, desde que secuestraron y degollaron a mi compañero de vida, José Manuel junto a Manuel y Santiago. Un año menos que los que tiene Antonio, mi hijo menor en esa época. Durante estos días de encierro, he sentido que el dolor es el mismo: ganas de gritar, de golpear las murallas de impotencia.
Pero también han sido días de aprendizajes, de darse cuenta de que vale la pena vivir la vida si se hace plenamente, si luchas a diario para evitar que no sea el odio el que guíe tu actuar y pensamiento, ni el mío ni el de mis hijos, y que lo fundamental es ser coherente con los principios de igualdad para todes, solo por hecho de ser personas. Sí, para todes sin excepción.
Que reír, cantar, bailar y gozar con lo simple, es clave para continuar viva después de tanto dolor y vivir tanto horror durante esos 17 años de dictadura: la persecución, los 4 allanamientos de nuestra casa, los compañeros asesinados, el exilio de muchos y de parte de mi familia, la búsqueda de nuestro padre y su desaparición. El caminar junto a mujeres y hombres diciendo ¡¡¡es verdad, no presuntos!!!
Pero la verdad aflora, porque hay algunos que hablan, otros que vivieron situaciones en el entramado de esos días y cuentan pedazos de esa historia. Pequeñas cosas que confirman la lealtad inquebrantable entre civiles y Carabineros para no hablar, lo que permite que el ocultamiento e impunidad duren hasta hoy. No dudo que esto ocurre en todas las ramas de las Fuerzas Armadas.
La esperanza y la desesperanza, luego el desgarro, el degollamiento, palabra de la que mi hija Javiera aprendió su significado también hace 35 años; el reaprender a ser madre sola, de 4 niños, de 10, 9, 6 y 1 año (gracias, familia y amig@s), las detenciones y la angustia de mis hijos cuando llegaban al Latino, su colegio, y les avisaban que había una bomba. La impotencia de observar por la ventana de mi casa los autos de la CNI, aprender a manejar el miedo de que entrarían a la casa y nos matarían o me llevarían, dejando solos a mis hijos.
Eso fue parte de mi vida cotidiana. Pero también lo fue ese maravilloso mundo de solidaridad, contención y cariño vivido en la Vicaria. La solidaridad y fuerza entre quienes decidimos rebelarnos desde el primer minuto a la dictadura, de diferentes formas, sí, precisamente de diferentes formas. La calidez en las miradas y en los abrazos.
Podría nombrar a tantos que decidimos seguir, que no nos vencerían, que acá estábamos porque amábamos y amamos la vida de todos, no de una parte de la sociedad. ¿Eso quita el dolor? No. Ahí está y no nos deja.
El tiempo pasa, pero no cejamos para continuar conociendo poco a poco la verdad, sí, la verdad, porque efectivamente Carabineros jamás dijo ni ha dicho todo lo que hizo ni ha roto su pacto de silencio que existe hasta hoy. ¿Cómo los siguieron? ¿Dónde y quiénes lo planificaron hasta empuñar el corvo y asesinarlos?
Pero la verdad aflora, porque hay algunos que hablan, otros que vivieron situaciones en el entramado de esos días y cuentan pedazos de esa historia. Pequeñas cosas que confirman la lealtad inquebrantable entre civiles y Carabineros para no hablar, lo que permite que el ocultamiento e impunidad duren hasta hoy. No dudo que esto ocurre en todas las ramas de las Fuerzas Armadas.
Hoy, por primera vez en estos 35 años, no podré abrazar a mis hijos, a mis nietos, a mi familia y amigos. No cantarán los niños, adolescentes, los exalumnos del Latino, el tío Leo y esa bella comunidad que hace memoria a diario en sus aulas, porque así se construye el "Nunca Más" y la democracia, con la historia, con la memoria. No estaremos presentes con los compañeros del PC, los alcaldes de Quilicura y de Renca, los trabajadores de Derechos Humanos de ayer y hoy, entre otros.
La Humanidad enfrenta una pandemia que nos obliga a ser responsables, permanecer en nuestras casas para cuidar a los otros. Mi obstinada esperanza es que –cuando pase este momento– seamos capaces de mirarnos y concluir que la sociedad que hemos construido fracasó. Fracasó, porque esta peste nos ha hecho palpar, minuto a minuto, la profunda desigualdad que existe en el mundo y especialmente en Chile.
La vida no vale lo mismo para quienes tenemos más recursos –ni hablar del 5% más rico– y el resto. No es ético, no es digno, no es humano. Si somos capaces de ponernos de acuerdo en esta cruda verdad y luchamos para modificarla, podremos construir entre todos una sociedad con equidad social y ambiental para todas, todos y todes.
José Manuel... Tú muerte y la de  Manuel y Santiago están llenas de futuro. Te llevo conmigo ayer, hoy y siempre.
  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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