Vistas de página en total

viernes, 6 de septiembre de 2024

¿Qué es la ideología?

 

La ideología siempre está asociada a la voluntad de cambiar una realidad insoportable, o de conservar privilegios injustificables... El profesor Neira Cisternas nos ofrece una histórica visión que nos hace más lúcidos. Es muy saludable tomar este tipo de "caldo de cabeza".


Karl Marx y Friedrich Engels


¿Qué es la ideología, quiénes la reconocen y quiénes la asignan a otros ocultando la propia?


A la memoria de Hugo Villela quien, hace ya cinco décadas, me ayudó a sistematizar las dudas para el ejercicio dialéctico de una autocrítica valiente, y me introdujo en el conocimiento de Gramsci y Georgy Lukács, portadores de nuevos horizontes para el socialismo.


por José Miguel Neira Cisternas


Para comenzar deberíamos, me parece, intentar una primera definición conceptual de ideología, es decir, una síntesis de la que, ulteriormente, puedan extraerse ejemplos que enriquezcan su comprensión y aplicación.

Así, básicamente, podemos sostener que reconocemos con esa denominación al conjunto de ideas o propósitos fundamentales que orientan y caracterizan el pensamiento y comportamiento de una persona, de una colectividad o comunidad, e incluso, modos e ideas predominantes de toda una época.

En este último caso, la ideología caracteriza los discursos, modos, acciones y creaciones mayoritarios de un conglomerado humano en un espacio y tiempo histórico determinado, lo que podría comprender entonces, todo el quehacer de movimientos sociales, políticos, religiosos, tendencias artísticas o transformaciones económicas.

Así, la ideología es el conjunto de ideas complementarias que marcan tendencia, otorgándole a dichas acciones un importante nivel de identidad y coherencia. Esas características principales, mayoritarias o más visibles en un momento y en una sociedad ¿serán por ello las únicas? La respuesta es, por cierto, negativa.

La sociedad, como expresión de una asociación de seres desiguales, pero sometidos funcionalmente al poder y control de un sector hegemónico dueño de la ley y de la fuerza, queda sometida al status de ese imperio que impone y difunde las ideas favorables a ese dominio, ideas que, lógicamente, estarán en contradicción con las ideas antagónicas de los insatisfechos que deben soportar aquel poder. En conclusión: las ideas dominantes serán -en cada época- las de las clases dominantes.

Lo anterior, observable a lo largo de milenios civilizatorios, no se convierte sin embargo en un concepto sino hasta finales del siglo XVIII. Será la ilustración, como un movimiento científico con base racionalista, la causante de una revolución en todos los campos del quehacer humano, la que abriendo las mentes al pensamiento lógico y al entendimiento, dará origen a nuevos campos de investigación.

Así es como esta nueva ideología, identificada simbólicamente con la luz (por eso también llamada filosofía del iluminismo), dará origen al concepto del que tratamos y que etimológicamente significa conocimiento (logos) de las ideas. Este estudio comparado de los diferentes cuerpos de ideas, emana de variadas fuentes.

Ya en el siglo XVII, el gran racionalista y empirista inglés Francis Bacon, inductor del método científico, había sostenido desde un punto de vista materialista, que los sentidos suministran al hombre todos los conocimientos, idea a la cual, tras el análisis de las sensaciones llegara en el siglo siguiente también Condillac, para concluir finalmente en las reflexiones filosóficas de Destutt de Tracy, que acuña y difunde el término ideología a partir de 1796.

Ellos, al igual que Pedro Juan Cabanis, académico en el estudio comparado de las ciencias, consideran a la gnoseología o Teoría del Conocimiento, como el proceder que permite descomponer las ideas en sus elementos originales, pudiendo presentar sus derivaciones de una manera coherente.

Retornando a la caracterización que hicimos acerca del concepto de sociedad, como una asociación forzosa de grupos humanos desiguales, sometidos estructuralmente para asegurar su funcionalidad complementaria mediante el imperio de la ley, cabe preguntarse si aquello que a lo largo de los siglos caracteriza a las diferentes sociedades o modos de producción es la desigualdad, ¿puede garantizarse una satisfacción tal, que todos sus integrantes piensen igual y deseen lo mismo?

Definitivamente, si en toda sociedad destaca una ideología hegemónica, sustento de esa superestructura jurídico-político-ideológica que llamamos Estado, la que da forma y funcionalidad a distintos modos de producción, es fácil de comprender que esta ideología dominante subordina o combate a las ideologías que imaginen algo distinto a lo imperante; porque imaginar es desear algo que no está, algo distinto, alternativo o radicalmente contrario a lo predominante.

Así, la lucha de clases, la gran partera de los cambios históricos, se manifiesta de diferentes formas en el combate ideológico entre los poderosos y las ideologías redentoras de los sometidos e insatisfechos a lo largo de los siglos.

¿Qué es lo que activa las ideas e imágenes de un mundo alternativo al existente? Esta fuerza impulsora de los cambios deseables es la conciencia, es decir el conocimiento al que intencionalmente llega un ser humano respecto de su propia existencia, estado al que acceden los miembros de una sociedad a partir tanto de su satisfacción o bienestar, como de su insatisfacción o malestar.

No se piensa igual desde un palacio que desde una choza, afirmó con precisión sintética Ludwig Feuerbach, enfrentando desde un punto de vista materialista al secular predominio de aquella filosofía clásica e idealista que, en lo esencial, defendía la idea de que la conciencia es autónoma y correspondía al conocimiento de esencias eternas e inmutables, anteriores a las cosas.

En el polo opuesto, la idea de Feuerbach animó el desarrollo crítico del rol que habían ejercido a lo largo de esos mismos siglos las religiones, que explicaban también como naturales, es decir de origen divino, a sociedades caracterizadas por el absolutismo y la exclusión de las mayorías.

Al contrario de los idealistas, que creen que la idea es eterna y primera, asociándola a la fuerza creadora de lo divino como una revelación, considerando a la materia como algo inferior, cambiante y resultante de la voluntad de lo anterior, el materialismo histórico, de la mano del avance científico, afirma que las ideas todas no son otra cosa que un producto más de lo existente y, por tanto, resultados de lo observable, de modo que es la realidad material la que, como contexto, produce una conciencia que puede ser tan cambiante como la realidad misma.

Conocida es la sentencia de Karl Marx expresada en su Prólogo a la Contribución a la Crítica de la Economía Política, en la que expresa que “no es la conciencia la que determina al ser social, sino el ser social quien determina a la conciencia”.

Como complemento de la idea anterior, agreguemos que si la religión afirma que Dios creó al Hombre, la antropología, como ciencia social específica dedicada al estudio de la evolución, sostiene que el Hombre creó a los dioses como un primer intento de explicación a los fenómenos que lo afectaban, quedando luego prisionero de su propia y primera creación idealista.

En una paráfrasis gramsciana, agreguemos que la innovación fundamental que el marxismo aporta a la ciencia política y por tanto a una nueva visión de la historia, es que el concepto idealista – y por tanto religioso – de la naturaleza humana como algo abstracto, espiritual e inmutable resulta falso, afirmando, en sentido opuesto, que la naturaleza humana es un hecho histórico, es decir cambiante, observable y por tanto verificable dentro de contextos limitados.

Así, la ciencia política en su contenido concreto es un cuerpo analítico en constante adaptación y evolución, diferente al ámbito de la moral y de la religión. Insistamos en que la conciencia es el modo de percibir la realidad que nos circunda. Somos lo que hacemos, actuando y haciendo según como procesamos e ideamos, condicionados por esta realidad determinante tanto de lo que entendemos como de lo que deseamos.

De modo que las necesidades insatisfechas y los obstáculos que se oponen a su realización, son la base de todo programa político.

Por cierto, los satisfechos no tienen que desesperar ni sufrir agotamiento mental en la elaboración de ideologías transformadoras, su tarea más bien práctica, consiste en aplicarse en demonizar todo proyecto de cambio que pueda alterar, así sea mínimamente, su bienestar, descalificándolo en su viabilidad, calificándolo de populista o ideologizado, como si ellos no tuvieran una ideología y todo lo que administran lucrativamente les hubiera caído desde el alto cielo, y no fuera, como es en realidad, el resultado de un despojo abusivo hacia los que carecen de la posibilidad de legítima defensa.

Atribuyen exceso de ideologismo a sus antagonistas como si ellos, carentes de una ideología que en los hechos esconden, actuaran simplemente improvisando. Nosotros, los que deseamos transformar la realidad existente, entendemos ideología como lo que falta por hacer, y al programa político como la hoja de ruta para esa navegación, con sus etapas y el puerto final, remate de nuestros esfuerzos.

La ausencia de ideología, por el contrario, equivale al inmovilismo, a quedarse donde mismo reforzando el beneficio hegemónico de las derechas que, recibiendo este calificativo desde la inauguración de la etapa constitucional de la Revolución Francesa en 1791, se identifican a su vez con los sectores conservadores, contrarios a todo cambio y por ello mismo reaccionarios pues, en la política, al carecer de propuestas, actúan como una reacción a las propuestas de cambios intentadas por otros.

A esta altura del texto, podrá comprenderse cómo el lucro y la colusión, como vehículo de la usura, acompañan a la corrupción del sistema político y judicial de un Chile marcado por una desigualdad multiplicadora de abusos e injusticias, constituyéndose en el país con la peor distribución del ingreso de toda América Latina y con el agregado político de tener una derecha retardataria que se ubica a la derecha de las derechas del mundo.

Ante este panorama cabe preguntarse ¿hay algún sector social o político que carezca de ideología?

En Chile los bribones, esos delincuentes de cuello y corbata, se presentan como desideologizados; ofrecen soluciones técnicas y no politizadas, pero defienden la libertad del mercado; niegan poner fin al secreto bancario, mas, cuando son descubiertos practicando coimas, cohechos, colusión, tráfico de influencias, fraude al fisco o el financiamiento ilegal de la política, que es comprarse por anticipado a los futuros legisladores asumiendo el alto costo publicitario de sus campañas, son castigados con multas que pagan sin grave perjuicio a su abundante peculio, con arrestos domiciliarios que burlan fácilmente, o con clases de ética

¿Es posible después de estos hechos recurrentes, creer en la ”igualdad ante la ley” que proclaman nuestras constituciones?

La ideología debemos entenderla como algo que no siendo físico sino teórico, aspira a transformarse en una realidad observable y perfectible para cambiar la vida de las personas. En el caso del socialismo, ideas que sustenten un programa que modifique las actuales condiciones materiales, para que sea posible pasar de la mera sobrevivencia a la existencia; es decir, de una vida expropiada y sin sentido a una vida con sentido.

Una vida en que el trabajo creativo libere al ser humano de la alienación, de la explotación y de la esclavitud del salario.

Las ideologías que han caracterizado a las izquierdas desde la revolución francesa en adelante -y el socialismo es una de ellas- no son un pasatiempo de holgazanes ni un hobby para intelectuales clásicos, una pura fantasía imaginaria de idealistas o creyentes. Todo lo contrario, las ideas socialistas han actuado como instrumento para la comprensión de los orígenes de la desigualdad y para la organización consciente de los propios trabajadores; tanto para resistir, como para luchar y transformar democráticamente a las sociedades, las que no habrían experimentado ninguna legislación social favorable, de no ser por la organización misma de los necesitados de esas reformas.

Sin las luchas conscientes de los trabajadores, orientados por sus propias ideologías y demandas, el capitalismo se mantendría aún más salvaje y despiadado que como se manifiesta aún en muchas regiones del mundo.

El socialismo es un cuerpo teórico, un instrumento filosófico crítico y propositivo al servicio de un cambio radical de la realidad imperante, con el que los trabajadores, reconociéndose como protagonistas de su propia historia, se apartan de la pasividad o de la resignación, logrando transformarse en sujetos activos para ese cambio necesario, alcanzando la educación y opinión que los explotadores les niegan.

El socialismo, libera a los seres humanos de la mediocridad que, esencialmente, consiste en la ausencia de ideales. Como ideología al servicio de la transformación revolucionaria de la sociedad, libera a la humanidad de ser empleada por los grandes capitalistas como energía básica, un simple combustible, un recurso barato al servicio del enriquecimiento ilícito y siempre inmoral de unos pocos y que trata a los pensionados como restos, unas basuritas descartables.

El socialismo, como expresión activa de las aspiraciones más sentidas de los trabajadores a lo largo de un siglo y medio, ha presionado para hacer posibles aquellas transformaciones que, como dijo Charles Chaplin, a la humanidad alguna vez le parecieron “sueños imposibles”.

El socialismo, como instrumento ideológico de los trabajadores, reunió primero a los indefensos y creó las primeras cooperativas, los falansterios para el auto sustento; las mutuales, las asociaciones gremiales de artesanos, los sindicatos y federaciones obreras para resistir a los abusos y solucionar solidaria y organizadamente necesidades comunes; desde el acceso a los alimentos, hasta conquistar como un derecho el acceso a la vivienda, al descanso dominical; a la jubilación por años de servicio, a la ley que protege e indemniza por accidentes del trabajo; al fuero maternal pre y post natal.

Así, el socialismo y el anarquismo a pesar de sus legítimas diferencias respecto del destino final de la lucha política, conquistaron unidos en una fuerza creciente, derechos que antes parecían utopías: es decir, sueños inalcanzables que hoy son entendidos como patrimonio civilizatorio de la humanidad a nivel planetario.

Nos declaramos internacionalistas no porque no amemos a nuestros países de origen, sino porque deseamos el bienestar de todo el género humano, sin fronteras, Si la necesidad crea el organismo, fue de esta manera como surgieron las diversas organizaciones y los partidos destinados a representar las aspiraciones más sentidas de los pobres del campo y la ciudad.

Estos instrumentos fueron, con el apoyo creciente de la movilización social, expresando la voz de los sin voz para exigir y, paulatinamente, conquistar representación legislativa, exponiendo sus demandas más sentidas hasta iniciar una legislación laboral hasta entonces inexistente y hacer del acceso a la educación un derecho respaldado por la ley, lo que a su vez multiplicó el número de ciudadanos y su base de apoyo electoral, haciendo posible la democratización de muchas de las repúblicas oligárquicas que predominaron hasta las primeras dos décadas del siglo XX.

Así fue como, mediante la presión social consciente ejercida desde los sectores populares en apoyo a los partidos de clase que les representaban, en Chile, tras la Ley de Instrucción Primaria Obligatoria de 1920 que establecía tres años iniciales de educación primaria, se avanzó paulatinamente hasta reconocer ocho años de educación General Básica a partir de 1967.

La igualdad de trato hacia hombres y mujeres, por tanto los fundamentos del feminismo y el derecho a sufragio para ellas, así como el respeto hacia las diferentes identidades sexuales; la igualdad ante la ley; las luchas anticolonialistas por la abolición de la esclavitud, el antirracismo y el reconocimiento jurídico a los pueblos originarios; la lucha por la paz y el antimilitarismo, así como la defensa ecológica del medio ambiente destruido por una explotación voraz e irracional de un empresariado insaciable, son, también, banderas históricas del socialismo, por tanto, conquistas de una ideología humanista contraria a la explotación del hombre por el hombre, destinada a superar aquello que Hobbes -gran filósofo defensor del absolutismo- en el siglo XVII y en pleno ascenso del pensamiento materialista, caracterizó como “el hombre, lobo del hombre”.

A riesgo de parecer excesivamente redundante para quienes conocen el itinerario histórico de la lucha contra las desigualdades, pienso que podría resultar pedagógico para quien se inicia en el estudio reflexivo de estos temas, recalcar que todas aquellas banderas de lucha que han caracterizado a los ideales del socialismo en el decurso de casi dos siglos (1) se encuentran contenidas en la Declaración Universal de Derechos Humanos de Naciones Unidas desde 1948, cuerpo de orientación jurídica internacional que, a su vez, recoge como legado lo esencial de la doctrina política proclamada por el naciente liberalismo al iniciarse la gloriosa revolución inglesa de 1688; un conjunto de principios que serán reproducidos por instituciones secretas, defensoras y promotoras del libre pensamiento como la masonería, fundada en 1717, y con mayor precisión y alcances un siglo después, en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789, postulado valórico esencial de la Revolución Francesa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores