Carol Inostroza Aguirre llevaba una hora durmiendo cuando alguien llegó hasta su habitación con una orden.
Hacía siete meses que la delgada joven de nariz fina y rasgos atractivos, había llegado hasta la Brigada Motorizada N°1 de Calama para cumplir con su servicio militar, designada allí junto a otras cincuenta postulantes que habían cumplido las pruebas en la Escuela de Telecomunicaciones de Peñalolén, en Santiago.
A pesar de la dureza de las campañas en el desierto y de la primera reticencia de sus padres, la joven disfrutaba de la vida militar. Pero, con las semanas, Carol comenzó a sentir las miradas de sus compañeras: la buena relación que tenía con sus superiores y su atractivo la hicieron blanco de burlas, hostigamiento, y hasta golpes. “Me decían que era una chupa pico, o una María Elsa”, relata. Pronto, Carol comenzó a aislarse del resto de su compañía.
—¡Inostroza!, el teniente Castillo quiere que te presentes en su oficina—, escuchó la conscripta. Fue la noche del 5 de noviembre de 2017.
Aun somnolienta por los efectos del clonazepam que había tomado esa tarde, la soldado conscripta se presentó en la oficina que el teniente Pablo Castillo Wood, oficial del Ejército y comandante de su compañía, tenía en el regimiento.
El despacho no era amplio, pero tenía el espacio suficiente para algunos muebles y una ventana que, de noche, dejaba ver las luces de los camiones que trabajaban en la mina de Chuquicamata.
De pie frente a su escritorio, la joven intentó responder las preguntas de su superior. Luego –y según consta en las declaraciones que Inostroza haría ante la PDI de Calama-, el oficial se levantó, llevando un pequeño llavero azul en la mano.
Cerró la puerta con llave.
LA VENTANA
Carol Inostroza llegó a cumplir su servicio militar al regimiento de Av. Chorrillos 716, Calama, en abril de 2017. Anteriormente, había postulado sin éxito a la Escuela de Suboficiales en Santiago, pero un retraso en la entrega de documentos la dejó fuera de plazo. Tras pasar las pruebas en la Escuela de Telecomunicaciones de Peñalolén, fue asignada a la compañía antiblindaje de Calama. “Entré porque me apasionaba el Ejército”, apunta.
La compañía antiblindaje del regimiento de Calama. Carol a la derecha, en segunda fila.
Al poco tiempo de su llegada, el comandante de su compañía fue remplazado por el teniente Pablo Castillo Wood. En su primera instrucción en terreno, cuenta Carol, su compañía pasó cinco días en el desierto, disparando armas, y estudiando técnicas para marchar de noche sin que el enemigo las viese. “Aprendimos que no se puede usar perfume, por ejemplo, o encender cigarros, ya que se divisan a un kilómetro. También nos arrastramos por zanjas con gas lacrimógeno. En el momento no se disfruta, pero después se vuelve gratificante”, recuerda con entusiasmo.
Durante las instrucciones, la compañía de Carol estaba a cargo de Castillo. “Con él hablaba poco. Una vez se me acercó, y me comentó que me parecía mucho a una ex suya”, relata.
A esa altura, asegura, el hostigamiento de sus compañeras era prácticamente insoportable. “Me gustaba arreglarme, verme bonita, pero a mis compañeras eso les empezó a caer mal. Me hacían bullyng, llegaron a golpearme, todo delante de los instructores. Pero decidí ignorarlas. Además, lo último que quería era ser una desertora”, resume.
Con los meses, Carol comenzó a recibir mensajes del teniente. “Deberíamos hacer un cambio, de una foto realmente buena por la guardia del sábado (…) 100% desnuda”, se lee en uno de los textos que el teniente le envió vía Whatsapp.
“Castillo tenía arrastre entre las conscriptas. Cuando se destapó la denuncia, una compañera me dijo, enojada, que cómo se me ocurría, que si no lo había pasado rico con él”, recuerda Carol. Pero no era la única: en los dormitorios de mujeres era común que conscriptas recibieran propuestas de parte de oficiales del regimiento.
El domingo 5 de noviembre, Carol y una colega salieron de franco. Ambas se dirigieron al skate park de Calama, donde se sentaron a hablar con otros dos jóvenes. “Les conté que andaba con problemas en el regimiento, que a veces no podía dormir bien y que ya no me gustaba estar ahí”, relata.
Los skaters le ofrecieron a la soldado una pastilla de clonazapam. Ella aceptó. De regreso a la Brigada, algunas horas después, comenzó a percibir los efectos. “Empecé a sentirme rara. No tenía mucha noción del tiempo, y mi cuerpo no me respondía bien. No sé cómo crucé desde la entrada hasta el regimiento”.
Al ver su estado, los soldados que la esperaban en el recinto decidieron llevarla a la enfermería. Ella se colocó el buzo institucional, y se acostó, hasta que escuchó que el teniente la mandaba a buscar.
En el relato que haría a la PDI, Carol narró lo siguiente: “Yo estaba de pie, y no recuerdo bien pero aparecí al lado de él en su escritorio, y en ese momento me empieza a tocar el cuerpo por encima de la ropa y a besar, no decía nada, luego me da vuelta y yo quedé dándole la espalda a él, y en eso me baja el buzo y mi ropa interior y me penetra vaginalmente. Ese momento lo recuerdo perfectamente, recuerdo una ventana que estaba al frente mío y él estaba con las piernas semiflectadas. No recuerdo si me dolió ni haber opuesto resistencia ya que estaba con el cuerpo extraño, como un muñeco, sin fuerzas. No recuerdo cuánto duró el acto sexual”.
LA PASTILLA DEL DÍA DESPUÉS
Según el relató de la joven a la PDI, el teniente le ordenó que dejara su despacho. Afuera, un soldado de tropa la llevó hasta la enfermería. “Pasé la noche en observación, porque seguía muy débil a causa de la pastilla que había tomado”, dice.
A la mañana siguiente, el mismo soldado la condujo hasta su compañía. Tras tomar desayuno junto a sus compañeras, recibió una nueva orden para dirigirse al despacho de Castillo. “Entré, y sin decirle nada, me cuenta lo que había pasado la noche anterior. Me dijo, textual, que se había ‘aprovechado’ del estado en el que estaba”, asegura la joven.
La escena, descrita en las denuncias que investiga el Ministerio Público, continúa con el oficial tomando una pequeña bolsa de la farmacia Cruz Verde, de donde sacó una pastilla pequeña, envuelta en un sobre plateado con líneas rojas. “Me pidió insistentemente que la tomara”, apunta la joven.
Carol, aún en estado de sopor, aceptó.
—¿Te tomaste esa pastilla sin saber lo que era?
—Sí. No sé por qué lo hice. Aún no entendía. No sé, estaba en estado de shock. No sabía qué hacer, nada.
De vuelta en su dormitorio, la conscripta buscó referencias en internet y entendió que la pastilla suministrada por Castillo era la “píldora del día después”. Fue entonces cuando asimiló que lo sucedido no era simple oportunismo. “Me dijo que fue un aprovechamiento, pero él me violó”, señala.
“Al día siguiente entrábamos de guardia, y yo lloraba y lloraba. Me dejaron en el puesto uno, que es donde entran los vehículos al regimiento”. Ese día, Carol comenzó a sentir dolores al orinar, y solicitó una hora en enfermería. Tras una revisión con una matrona de turno del Hospital Carlos Cisternas de la ciudad, fue enviada de vuelta al regimiento.
La mañana del lunes 13 de noviembre, ocho días después del incidente, Carol fumaba un cigarro en su descanso cuando, nuevamente, rompió en llanto. Esta vez, un soldado que estaba cerca le preguntó qué le pasaba. “Le conté todo, por primera vez hablé en voz alta del tema”. El soldado insistió en que hiciera la denuncia. Ambos se dirigieron ante la Oficina de Asistencia al Soldado Conscripto (OASE) del regimiento.
Como consta en una minuta del Ejército, esa misma tarde la soldado fue trasladada con custodia a la enfermería de la unidad, donde dormiría hasta su graduación del servicio. Al día siguiente, el 14 de noviembre, se inició una Investigación Sumaria Administrativa (ISA) “para esclarecer los hechos”, quedando a cargo -como fiscal militar- el teniente coronel Raúl Duran Wehrhahn.
Para el abogado Cristian Cruz, uno de los querellantes en el Milico-Gate y defensor de la conscripta, “no es entendible que el Ejército no haya puesto esta denuncia en conocimiento de la justicia civil”. El abogado apunta a que los artículos 175 y 176 del Código Procesal Penal, especifican que tanto miembros de Carabineros, PDI, Gendarmería y de las Fuerzas Armadas están “obligados a denunciar los delitos que presencien o les llegue noticia (…) en el ejercicio de sus funciones”, y que el plazo para hacerlo es “dentro de las veinticuatro horas siguientes al momento de tomar conocimiento del hecho criminal”.
Los días siguientes, recuerda Carol, su condición en el regimiento pasó a ser “como la de un fantasma”. Estaba, en la práctica, “separada” de sus funciones, pero se topaba constantemente con sus excompañeras en los pasillos o espacios comunes. “Es que no existía una separación real”, recuerda.
El 15 de noviembre, sus padres llegaron hasta Calama. Fueron recibidos por el coronel Carlos Muñoz de la Puente, quien le extendió un permiso especial a la soldado para que alojara junto a su familia, por dos noches, en una residencial de la ciudad. Los tres llegaron el jueves 16 a estampar una denuncia en la Fiscalía Local de Calama.
En el transcurso de la investigación militar, Carol debió declarar repetidamente ante miembros del ejército. “Me hacían repetir mi versión, hasta tres veces al día. Creo que querían ver si me tropezaba en algo”, señala. Además de algunas citas con la sicóloga del Hospital Militar de Antofagasta, la institución llevó a la conscripta a realizarse un control al Servicio Médico Legal (SML) de Calama, el 5 de diciembre, es decir, tres semanas después de haber realizado la denuncia.
Durante el tiempo en que permaneció en el regimiento, Inostroza se cruzó en más de una ocasión con su presunto agresor. “La primera vez que lo vi me quedé paralizada, lo había denunciado hace poco, y nos cruzamos en un pasillo. Él me miró, bajó los ojos y se rió. Nunca voy a olvidar eso”, recuerda la joven.
“NUNCA LES INTERESÓ MI CASO”
En marzo de 2017, el Ejército reconoció –mediante una solicitud por Ley de Transparencia solicitada por Emol- haber investigado 26 denuncias por presuntos abusos sexuales cometidos al interior de sus filas desde el año 2012. Casi cinco por año.
Sentada en un café del centro de Santiago, Carol Inostroza reflexiona sobre su caso. “Pienso que a ellos nunca les interesó mi caso. Yo era una conscripta que iba a egresar en seis semanas, entonces me hicieron pasar por loca y trataron de taparlo con eso”, explica.
El Ejército de Chile, mediante su oficina de comunicaciones, respondió a The Clinic que la denuncia de Carol “se encuentra en proceso de revisión en la Asesoría Jurídica de la I División de Ejército”, y que “simultáneamente entregaron los antecedentes ante la Fiscalía Militar, para dar curso a una investigación judicial”.
“Se debe precisar que la unidad militar ha mantenido un contacto permanente con la familia de la soldado conscripto, al tiempo que se le han entregado los permisos y cuidados pertinentes, con apoyo sicológico y social, todo lo que ha sido oportunamente informado al padre de la soldado”, añadió el comunicado.
A pesar de la impaciencia de sus padres, Carol fue enviada a casa el 30 de diciembre, un día antes del término oficial de su servicio militar. No obstante, regresó con el diploma que certifica su “preparación y práctica” en la Ocupación Militar Especializada de sirviente de cañón 106 milímetros.
Entre los papeles que el coronel Muñoz de la Puente envió a sus padres, se encuentra el diagnóstico que la sicóloga Pamela Silva elaboró. “Carol Inostroza se encuentra cursando un cuadro reactivo a situación traumática, evidenciando signos de posible estrés post traumático (…) el estar en Calama gatilla más su sintomatología, se recomienda que la paciente sea licenciada o retornada a la brevedad a su lugar de origen”, detalla el informe.
Poco después de realizada la denuncia, Castillo Wood fue cambiado de compañía dentro de la misma unidad militar. Según señaló el Ejército, “se encuentra asignado a tareas administrativas, sin mando de tropa”.
El abogado Cristian Cruz apunta también a que el Estatuto de Personal de las Fuerzas Armadas, permite el retiro temporal a un funcionario cuando su permanencia sea perjudicial para el servicio. “Lo que hubiese permitido que el presunto responsable no compartiera en el mismo recinto castrense con la víctima”, dice.
Los padres de Carol ingresaron requerimientos para que el Ejército se pronuncie respecto al caso de su hija. “Queremos que esto se lleve a fondo, que se haga justicia. Imagínate, no es posible que lleguen soldados y les pase lo que le pasó a nuestra hija”, plantea su madre.