La violenta represión a las
comunidades mapuches es pan de cada día en la Araucanía. Durante 24
horas estuvimos en Angol y Temucuicui, donde conocimos la situación de
los presos políticos encarcelados y vivimos de cerca la violencia que
ejerce el Estado contra este pueblo originario del sur de Chile.
Son casi las 6 de la tarde y nos
desplazamos por la ruta 5 Sur, en plena Araucanía. Por el costado
derecho, somos sobrepasados repentinamente por uno de los nuevos
zorrillos que Carabineros trajo para “mejorar” su labor represiva en la
zona, y luego nos sobrepasa otro, y otro más, todos a más de 130
kilómetros por hora, como si persiguieran a un peligroso delincuente que
acaba de robar un banco o asesinar a alguien. Pero no es el caso.
La escena que nos toma sorpresa tiene
como objetivo un minibus con familias mapuches de Temucuicui, que
regresan a sus tierras tras asistir a una ceremonia con sus familiares
encarcelados en Angol. Estamos hablando de un vehículo en que, lejos de
haber delincuente alguno, se trasladaban niños, mujeres, madres y padres
familia. Minutos antes, a menos de un kilómetro de la cárcel de Angol
cuando el grupo recién se retiraba, habíamos sido testigos del nivel de
violencia y amedrentamiento que afecta a los mapuches en su propio
territorio ancestral. Un grupo de Carabineros al mando de un Capitán que
ni siquiera portaba identificación en su traje -cuando le consultamos
dijo llamarse Iván Flores- y que era escoltado por un equipo de Fuerzas
Especiales (FFEE) ostentando armas de grueso calibre y trajes parecidos a
esos que se usan para desactivar bombas, detenía con gran parafernalia
al grupo de mapuches.
No era un control rutinario. Seguíamos
al grupo para entrevistar al Lonco Juan Catrillanca en su casa de
Temucuicui, pero Carabineros no hizo el más mínimo intento por
detenernos, nos dejó pasar, impidiendo el paso solo a los mapuches. De
hecho según ellos mismos nos habían relatado momentos antes, habían
vivido una situación similar en la mañana cuando se dirigían a la cárcel
para participar en la ceremonia del Lleipull, una festividad ceremonial
que habían organizado para dar fuerza a sus familiares.
Se trata de presos políticos
encarcelados por el Estado bajo acusaciones de violencia, quemas de
predios y atentados que los mapuches aseguran no son de su autoría sino
“autoatentados”, especialmente organizados para desligitimar la causa
mapuche y encarcelar a los peñis que se atreven a luchar por recuperar
su territorio ancestral. El mismo que intentaron arrebatar sin éxito los
españoles, el mismo que el Estado chileno finalmente les quitó durante
el infame proceso de “pacificación de la Araucanía”.
Tradiciones tras las rejas
Al visitarlos y compartir con ellos,
cuesta creer que estamos ante peligrosos delincuentes acusados por ley
antiterrorista como pretende hacernos creer el Estado. Cerca de las 11
de la mañana y tras desplazarnos durante toda la noche con un grupo de
tuiteros, fotógrafos y periodistas independientes para reportear en
terreno lo que estaba sucediendo en el país mapuche -solo días atrás y
luego de diversos episodios de violencia, el gobierno había llegado a
acusar a los mapuche de usar a sus hijos de “escudos humanos”- habíamos
llegado hasta la cárcel del Angol para participar en la mencionada
ceremonia del Llellipul. Por otros colegas que trabajan en la zona nos
habíamos enterado que los mapuche habían sido ya reprimidos durante la
mañana antes de llegar a la cárcel, así que nos preparábamos para
enfrentar una situación cuando menos “hostil” al llegar a nuestro
destino.
Allí, hombres niños y mujeres vestidos
con sus trajes ancestrales y llevando alimentos para sus familiares
encarcelados, formaban largas colas esperando su turno para ingresar al
recinto penitenciario y someterse a la que, según nos relatan, es una
revisión demasiado exhaustiva y humillante. “No revisan así a los
familiares del resto de la población penal, esto es para amedrentar a
los mapuches”, comenta una madre con su hija mientras ingresan a la
cárcel.
Nos encontramos con Víctor Ankalaf,
werkén de la comunidad mapuche Choin Lafkenche, el primer condenado
mapuche por la Ley antiterrorista de Pinochet en el año 2002 (recibió
una condena de 10 años que posteriormente fue rebajada a cinco años y
que cumplió en la cárcel El Manzano de Concepción). “Para nadie es fácil
enfrentar una situación de cárcel, sobre todo cuando no se ha cometido
ni un delito”, relata el dirigente, que llega hasta el recinto
carcelario de Angol acompañado por dos familiares y portando una bandera
de su comunidad. Con el rostro endurecido y la expresión que refleja la
tristeza de un pueblo oprimido que lucha por recuperar su dignidad.
Ankalaf cuenta que su pueblo vive sentimientos de angustia e
incertidumbre: “Queremos demostrar que el pueblo mapuche está
organizado, que nuestra causa es legítima”, asegura.
Para ingresar a la cárcel somos también
fichados. Nos toman los datos, nos toman una foto y nos impiden ingresar
con cámaras, grabadoras e incluso lápiz y papel. “No pueden ingresar
nada. Y Los vamos a estar observando”, nos dice el gendarme con un tono
entre medio en broma, medio en serio, mientras nos conduce a la sala de
revisión por la que debemos pasar antes de entrar a la ceremonia. Los
mapuches nos relatan que esas mismas fichas que se toman en las cárceles
son usadas por Carabineros en sus procedimientos para identificarlos e
intentar detenerlos posteriormente en sus casas.
Tras pasar por un patio llegamos al
pequeño gimnasio de la cárcel donde ya se congregan diversas comunidades
que habitan las zonas rurales de la Araucanía. Alrededor del árbol
sagrado mapuche, el canelo, cerca de un centenar de mapuches danzan
cantan en su lengua madre, portando palos de chueca que golpean unos con
otros en señal de fuerza. Lo cierto es que desde que desde que los
gobiernos “democráticos” comienzan a aplicar la Ley antiterrorista de
Pinochet a los mapuches, la mayoría de los casos contra los peñis han
sido absueltos luego de que los fiscales han sido incapaces de acreditar
con pruebas la culpabilidad de los acusados.
Lonco Víctor Queipul y su familia. “Acá
en mi comunidad el año 2009 no quedó ningún peñi que sea hombre en
libertad. Los encarcelaron a todos”, nos relata Víctor Queipul, Lonco de
la comunidad autónoma de Temucuicui, hasta donde llegamos para visitar a
los mapuche tras el termino de la ceremonia en la cárcel de Angol. La
intención original era entrevistar a Juan Catrillanca, pero tras los
intentos de Carabineros por detener a uno de sus familiares y la
posterior persecución de la que fuimos testigos en la carretera en medio
de zorrillos y carros policiales desplazándose a toda velocidad, los
habíamos perdido. Toda la situación fue de máxima tensión. Con teléfono
celular en mano mientras explicaba la situación a un abogado al otro
lado de la línea, Catrillanca se negaba a entregar al joven mapuche a
las fuerzas de seguridad. “No han mostrado ningún papel, ninguna orden
de detención, pero insisten en detener al peñi”, decía el Lonko,
mientras el resto del grupo impedía que Carabineros ingresara al bus
para detenerlo. “Si usted no lo entrega, nosotros nos vamos a retirar y
van a actuar ellos. Y yo no respondo por ellos, usted sabe como son”,
dice el Capitán al Lonco mientras apunta al piquete de FFEE, parapetado
metros más allá y armados hasta los dientes.
En la zona de conflicto Cuesta no
impresionarse al presenciar los niveles de represión en la zona. Las
FFEE fuertemente armadas y la prepotencia de Carabineros amedrentando a
familias completas con niños, parece una escena sacada de una dictadura.
Nos cuestionarnos el hecho de que realmente estemos en una democracia.
Lo cierto es que para los mapuches, sistemáticamente reprimidos desde el
término de la dictadura, la Democracia nunca llegó. Solo durante el
primer año del gobierno de Bachelet, quien prometió hacerse cargo de las
causas de los pueblos originarios en su campaña apelando incluso a su
condición de hija de una víctima de la dictadura, se realizaron 20
allanamientos a las comunidades mapuche en Araucanía. “Tampoco dudó en
aplicarnos la ley antiterrorista”, dice Queipul.
El lonco de Temucuicui nos acoge con
hospitalidad. Nos sirve café, pan, ají con merquen, y bebidas
tradicionales mapuches. Mientras conversamos, la luz se corta de manera
intermitente. Pasan cinco minutos y regresa. A veces un minuto. A veces
10 minutos. Y así durante toda la noche.
“Esto comenzó hace cuatro días, luego de
la Cumbre de Seguridad, no estaba pasando antes”, dice Queipul, quien
agrega que muchas veces realizan esto como una forma de atemorizarlos
previo a los allanamientos que realiza la policía en sus comunidades. La
mencionada cumbre se realizó en Santiago a fines de julio, los mapuches
no tuvieron participación y básicamente se discutió aumentar los
recursos para Carabineros, o dicho de otra forma, aumentar la represión
policial en la zona.
Y no solo cortes de luz están afectando
por estos días a las comunidades. Los mapuches relatan que durante las
noches sobrevuelan helicópteros a baja altura, iluminando todo con sus
focos y remeciendo las casas de madera donde habitan con sus hijos. “No
podemos dormir por las noches y debemos turnarnos para estar alertas.
Los que más sufren son los niños”, dice el lonko. Los mismos niños que
según el gobierno los mapuches usan como escudos humanos contra las
“fuerzas del orden”, una tesis absurda para los mapuches. “Durante los
allanamientos es obvio que estamos con nuestros hijos, vivimos con
ellos, los protegemos”, dicen. Acusaciones tan absurdas como las que los
acusan de quemar tierras o estarse armando para utilizar la violencia.
“Eso es una mentira. Los mapuches amamos la vida. Nosotros jamás
destruiríamos la casa de alguien a quien le ha costado años de
sacrificio levantarla. No hacemos daño a la gente y los lonkos jamás
vamos a autorizar una cosa como esa”, asegura Queipul. El camino,
relata, es la recuperación productiva de terrenos. En una de ellas, nos
cuentan, ya tienen sembradas 30 hectáreas de trigo. “Ellos no quieren
entender lo que significa la tierra para nuestro pueblo, solo quieren
que llegue un forestal, se instale y explote comercialmente todo eso.
¿Nosotros que convivimos con la tierra en armonía? Eso les molesta
profundamente”, concluye Queipul.
Nos retiramos ya caída la noche, el frió
cala los huesos en Araucanía, en medio de un paisaje natural
sobrecogedor, pero el temor de ser interceptados por Carabineros nos
lleva desplazarnos con cautela. Los mapuches nos advierten que controlan
accesos, detienen a todos e intentan provocaciones para generar
conflictos y detenerlos por agresión a Carabineros. Es el pan de cada
día del conflicto del Estado de Chile con los mapuches, un pueblo que
lucha por recuperar sus tierras en la Araucanía, tierras que para ellos
no son un bien transable en el mercado forestal, sino un ser vivo con el
que durante cientos de años han coexistido en perfecta simbiosis.
Por Ricardo Acevedo
Fotografía: Fernando Lavoz
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