SÓLO UNAS PALABRAS PARA LOS MIRISTAS DE VERDAD.
SÓLO UNAS
PALABRAS PARA LOS MIRISTAS DE VERDAD.
Uno podría hacer un exhaustivo y multidimensional
análisis de todo lo que implica y lo que no implica esta suerte de inesperada,
brutal y hasta un poco perversa “metaforización” de una parte no irrelevante de
nuestra historia como colectivo, partido, cultura, “familia”, parada ante la
vida. memoria, emoción o lo que sea que alguna vez nos hizo o nos sigue
haciendo sentir que hay por lo menos una cosa en el mundo más importante que
uno mismo.
No tengo las palabras precisas, pero lo que quiero
decir es que, por lo menos para mí, no fue una ridiculez, ni una más entre
tanta aventura de adolescencias precoces y/o tardías, esto de haber entendido y
asumido la vida con la actitud del que no pide descuentos al precio de soñar,
de soñar alto.
Hasta el momento, todo indica que al interior del MIR
hubo efectivamente dos cuadros (entiendo que uno de ellos de nivel fundacional
y en funciones que lo situaban en una posición de toma de decisiones)
presentaban un trastorno psiquiátrico incompatible con la generación de
instancias sociales donde exista siquiera una remota probabilidad de acercarse
a un niño o niña. Es lo que generalmente se menciona como pedofilia,
pederastia, en sus distintos tipos y fijaciones.
Enfrentadas a una situación de esta naturaleza y
envergadura, las personas tendemos, natural u ortopédicamente, a reaccionar
desde una cierta histeria que no es otra cosa que instalar un enorme cartel en
que nos proclame buenos, en contraste con aquellos que, producto de una muy
desafortunada patología, incurren en acciones y presentan compulsiones sexuales
que implican una ruptura profunda e irreversible de esos mínimos equilibrios
universales que hacen posible que exista y se exprese eso que llamamos “vida”.
Entonces surgen las "profundas
indignaciones", los asombros y esos casi infinitos acordeones de correos
electrónicos atestados de dimes y diretes; de matices; de teorías y
explicaciones que me atrevería sin ningún temor ni soberbia a calificar como
rudimentarias y, en los más excepcionales casos, una que otra autocrítica de
cuneta.
Pero este no es el juego de quién es más bueno y quién
es más malo.
No.
Aquí la pelea de fondo es y sigue siendo entre lo que
respira y lo que nos respira; entre la justicia y la impunidad; entre el
cumplimiento y el abandono de la una obligación tan básica como es poner a
salvo de la locura ajena a los más frágiles de entre los frágiles.
Es, en definitiva, la eterna pugna entre el falopoder,
faloprestigio, falocarguito falopartido o faloloquesea y la fantasía lactante
de recuperar la “completitud” a la mala; el perpetuo y excluyente romance de
Narciso con sus siempre complacientes pero tiránicos espejos; la victoria del
ego sobre el desapego.
Así como no me interesa compartir ni debatir
absolutamente nada con quienes han tenido y ocultado por cuarenta años
información relevante para determinar dónde están y qué les hicieron a nuestros
compañeros desaparecidos, siento que tampoco tengo absolutamente nada qué
compartir con esos ex militantes y, sobre todo ex dirigentes del MIR, que ya
hacia 1986, hace 27 años, tomaron conocimiento de la naturaleza, recurrencia y
potencial agresivo de estos miembros de la organización y no hicieron nada, o a
lo menos nada razonablemente significativo y eficaz como para haber tomado
medidas ahora, aquí, ya.
Encubrieron y callaron estos hechos en aras de algo que
ellos, en el marco de una subjetividad que en algunos casos combina muy bien
con lo que al final terminó por revelarse como su más auténtico sentido de vida
o destino. Se consideró que había un “bien superior” que era el “prestigio” de
la organización o qué sé yo qué pasó por sus mentes y corazones en esos
momentos.
Personas, equipos y al parecer también partes
significativas de sucesivas direcciones y niveles de responsabilidad del MIR
estimaron que no era conveniente ni oportuno abordar el “asunto” de una manera
drástica y definitiva. En otras palabras, esto nos convierte de manera
automática en la única religión del mundo que hacia finales de los ochenta
sacrificaba niños como ofrenda a los dioses de turno.
Por favor, no salgan con argumentos del tipo "hay
que considerar el contexto histórico", o los temas de seguridad tan
relevantes en esos años.
Ya estoy algo viejo para permitir que me lo metan o me
lo traten de meter en el ojo, en el pabellón del oído, debajo de los párpados y
por las fosas nasales. O, por lo menos, si pretenden que uno innove en la
materia a estas alturas de la vida, tengan al menos la cortesía de pedir
consentimiento.
Me retiro de la Red Charquicán y
toda instancia de convivencia social hasta que esta gente se vaya de nuestro
mundo y de nuestra historia, o tenga la mínima decencia de intentar una mirada
desde esa humilde pero infinita osadía de reconocer que a veces uno no es culo
para algo; que a veces hay cosas (que generalmente son uno mismo) que nos ganan
por goleada; que también podemos ser miserables y pusilánimes cuando no somos
capaces de trascender a nosotros mismos; que no siempre nos funciona el
ajustador automático de escalas de prioridades y que debajo de esos los
tatuajes siempre hay una cicatriz del mismo tamaño y profundidad que su propio
abismo.
Puedo entender, a partir de una lógica meramente
estadística, que el MIR haya tenido a sus propios Karadimas. Lo que no entiendo
ni acepto es que hayamos tenido y sigamos teniendo Woytilas, Ezzatis,
Errázuriz, como ha quedado tan grotescamente en evidencia en estos últimos
días.
En fin, no sé si me explico bien. No tengo ganas ni
tengo ganas de tener ganas de escuchar explicaciones.
.
Es así de simple
Mauricio Feller
Poeta y
Periodista
Militante del
MIR desde los 16 años
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