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domingo, 19 de enero de 2014

La muerte de Allende: El origen de la leyenda que los tribunales determinaron definitivamente que se suicidó

Por Mario López M.
La Corte Suprema acaba de ratificar lo que la familia y los hechos sostenían desde hacía tiempo, pero que aún hoy hay quienes ponen en duda: el presidente se suicidó.
"El día 11 de septiembre de 1973, a las 11:50 horas, se produjo un ataque aéreo y terrestre contra el Palacio de La Moneda, a cargo del Grupo N° 7 de la Fuerza Aérea de Chile, acción que provoca el incendio inmediato del recinto y la destrucción parcial de las instalaciones del segundo piso. El Presidente Salvador Allende, quien portaba para su defensa un casco y una metralleta, sube al segundo piso de La Moneda con todos los que lo acompañaban y atendida la situación de peligro que se vivía y con la finalidad de evitar la pérdida innecesaria de vidas, les ordena su rendición y la salida inmediata del Palacio, acordando que el grupo formara una columna que iría avanzando desde el pasillo del segundo piso hasta la puerta de calle Morandé 80, donde los esperaban los efectivos militares.

El Mandatario, luego de ordenar el abandono del lugar, se retira hasta el final de esa fila y se dirige al "Salón Independencia", cerrando la puerta. Una vez en su interior, se sienta en un sofá, coloca el fusil que portaba entre sus piernas y apoyándolo en su mentón, lo acciona, falleciendo en forma instantánea producto del disparo recibido".

La Corte Suprema de Chile acaba de fijar, con esas palabras, una verdad jurídica indiscutible: Salvador Allende murió producto de un disparo voluntario efectuado por él. Suicidio, es el veredicto. Termina así, cuarenta años después, una discusión bizantina que tejió mitos y sembró oscuridad acerca del origen de su muerte, no sólo en Chile sino que en el mundo entero.

Miles de páginas han relatado de manera pormenorizada los últimos instantes del Presidente. De manera cronológica han ido entrelazando distintos y contradictorios testimonios de los cerca de 60 defensores de La Moneda ese día 11 de septiembre de 1973. Sin embargo, la causa de su muerte fue una nebulosa para mucha gente, confusión fundada en dichos, entre otros, del doctor Danilo Bartulín, médico que estuvo aquel día trágico junto a Allende y que además era su amigo personal: "Cualquier versión es defendible, también la del asesinato. No hay testigos presenciales", subraya Bartulín.


El médico, que se declara el primer preso de La Moneda, continúa: "Allende disparó hasta el final, murió con el cargador vacío. Después se propagó la versión de su suicidio. Hay una foto en la que aparece sentado en un sillón en una posición inverosímil. La autopsia reveló doble dirección de los disparos mortales. Es ridículo creer que se pudiera disparar dos veces con un fusil desde tan cerca. Lo prepararon para que pareciera una foto de suicida. La autopsia se hizo en el Hospital Militar. A nadie le dejaron ver el cadáver, aunque algunos médicos dijeron que tenía más de 50 balazos". La duda ya estaba sembrada por algunos partícipes de los hechos del 73.


A pesar del concluyente fallo de mayoría, el ministro de la misma Corte Suprema Hugo Dolmestch, estuvo solo por sobreseer temporalmente la causa en espera de mejores antecedentes, pues, en su parecer, "a la luz de los antecedentes, la incertidumbre de la intervención de terceros... no ha cesado...".


Para su familia, por el contrario, cómo y por qué se suicidó está claro. Su hija, la senadora (PS) Isabel Allende, apenas abierta la investigación judicial acerca del caso, vaticinó con certeza que los resultados sólo vendrían a ratificar lo que era aceptado por su círculo más íntimo, que su padre "murió por propia decisión y voluntad" agregando que ello aconteció "como un gesto de dignidad".
Entre quienes estuvieron en la Moneda aquel día y que al escuchar el tiro se abalanzaron al Salón Independencia, se encontraba el ex miembro del selecto Grupo de Amigos Personales (GAP) Reinaldo Hernández, quien asegura que la situación ya se volvía insostenible para todos los hombres que se encontraban dentro de palacio.


"Dejamos todas las armas en el suelo del pasillo, porque ya estaban adentro los militares. El Presidente Allende dice: yo bajo al último. Pero de repente abre la puerta, entra a la oficina y la cierra y sentimos un balazo. Entramos inmediatamente y lo encontramos en el sofá con la pistola, la cara caída y restos de su cráneo en el techo y restos de carne en las paredes. Recuerdo que cuando vi esa escena salí altiro. Él se suicidó, estaba solo, nunca estuvo con el médico que dicen", afirma.

El médico aludido, Patricio Guijón, relató lo sucedido en esos momentos, según consta en los Archivos Salvador Allende: "Ya habían salido prácticamente todos y justo frente a la puerta yo vi como Allende se pegó el balazo... fue desconcertante para mí, porque se estaba sentando en el momento de dispararse..."


A pesar de tales testimonios, por años, con más voluntad que razón, seguidores del ex presidente sostuvieron que habría sido asesinado. Sus palabras finales denunciando que moriría acribillado antes de rendirse o afirmando: ¡Yo no voy a renunciar! ¡Colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad del pueblo!, sumados a su testimonio de vida combativa, las imágenes rescatadas de ese momento, metralleta en mano y de casco, desafiante ante la arremetida golpista, permitían soñar con una muerte homérica, heroica, legendaria, a manos del "enemigo".


El suicidio, una opción resistida

Los detractores de Allende no han dejado, a pesar de los años, de enrostrar la presunta "cobardía" del suicidio. El Diputado UDI Ignacio Urrutia así lo vociferó en la Cámara cuando se cumplían los 39 años del Golpe de Estado y se pedía en su nombre un minuto de silencio: "¿Al cobarde que se suicidó ese día también? No puedo creerlo, presidente", gritó Urrutia increpando al presidente de la Cámara de Diputados.

Concluir que el presidente se suicidó no resulta del todo grato para algunos, tanto por los cuestionamientos morales de quienes repudian el suicidio, cuanto porque otros grandes hombres puestos en similares situaciones extremas optaron por seguir viviendo para continuar la lucha, como Gandhi o el mismo Mandela, que prefirieron el terror de la cárcel o la tortura antes de disponer de sus vidas, pues entendían que valían más vivos que muertos. No pocos del mismo sector al que pertenecía el presidente Allende hubieran preferido que muriera en combate.


Mientras se sucedían contradictorias versiones acerca de la muerte de Salvador Allende, el propio Fidel Castro señalaba el 28 de septiembre de 1973: "Los fascistas han tratado de ocultar al pueblo de Chile y al mundo este comportamiento extraordinariamente heroico del presidente Allende. Para ello han tratado de enfatizar la versión del suicidio. Pero incluso si Allende, herido grave, para no caer prisionero del enemigo hubiese disparado contra sí mismo, ése no sería un demérito sino que habría constituido un gesto de extraordinario valor. ¡Qué pretenden negarle al presidente Allende! ¡Qué puede negársele en esa hora suprema de sacrificio y de heroísmo!"


Para reafirmar sus dichos, Fidel citaba un ejemplo: "Calixto García, una de las figuras más gloriosas de nuestra historia, cayó prisionero del enemigo y cuando a la madre le informaban que su hijo estaba prisionero, ella dijo: ¡ése no puede ser mi hijo! Pero cuando le dijeron: antes de caer prisionero se disparó un tiro para privarse la vida, ella dijo: ¡ah, entonces sí: ése es mi hijo!"
El mismo Neruda describiría, a tres días del Golpe, que el presidente habría muerto "como una "gloriosa figura... acribillada y despedazada por las balas de las ametralladoras de los soldados de Chile".


El legado histórico

El suicidio es hoy una realidad indiscutida, establecida como verdad formal y sólo cabe preguntarse qué sentido tiene saber cómo ocurrió su muerte. ¿Habría sido la misma historia que hoy conocemos si se hubiera rendido y aceptado exiliarse rodeado de honores formales y solidaridades internacionales carentes de respaldo real? ¿Y si hubiera caído combatiendo, habría hecho más grande su recuerdo y legado?

A cuarenta años, el conocer cómo murió Allende pareciera que no es tema. La noticia se publica en Chile en momentos en que "las grandes alamedas" del histórico discurso del Allende ya han comenzado a abrirse por otros hombres y mujeres que lo llevan en su ideal, la llamada generación sin miedo. El mito del Allende combativo que ha sido asesinado, se desvanece, pero el personaje ha comenzado a convertirse en leyenda.


Para la diputada electa y su nieta, Maya Fernández, cómo aconteció su muerte es irrelevante, pues para ella y la inmensa mayoría de los jóvenes "la figura de Allende es la de un ser humano, digno, democrático y sobre todo leal". Aseguró a Cambio21 que "el legado del ex presidente en nada se altera con el saber la causa de su muerte, su legado es lo jugado que fue con su pueblo", afirma. Y continúa asegurando que "hoy muchas de las medidas que realizó el presidente Allende como nunca han sido rescatadas como banderas de lucha por la juventud. Allende está más vigente que nunca".


El mandatario es más que un final épico a manos de las circunstancias miserables de la historia, traiciones y abandonos por parte de quienes, a su tiempo, le juraron lealtad. Es un ideal de consecuencia para muchos que le siguen, aún sin haberle conocido en vida, sin importarles ni la calidad de su gobierno ni la soledad en que fuera dejado por su propio partido, ni el abandono de aquellas fuerzas populares que hasta el último instante esperó en La Moneda y que jamás llegaron, y ni siquiera importa si al final se rindió o si terminó con su vida de manera gloriosa antes de ver mancillada la institucionalidad que él representaba, pero a la que cuestionaba con fuerza.


El ex ministro y ex parlamentario socialista Carlos Ominami comentaba que el presidente "fue un mártir, un héroe, un visionario, pero fue un mal político".


Allende, junto al Che Guevara y tantos otros que rindieron su vida por un ideal o la patria, se ha instalado en el inconsciente colectivo de Chile, América y aún más allá. Más que un mito, ha llegado a constituir una verdadera leyenda, de aquellas en que cuesta distinguir entre lo real de la historia y aquello sobrenatural que se asigna y que se transmite de generación en generación.


La historia oficial

Texto extraído del libro "El día en que murió Allende" del periodista Ignacio González Camus:
Frente a la puerta del Salón Independencia, había un grupo de cuatro personas: los últimos. Se encontraban allí el intendente de palacio, Enrique Huerta, el detective David Garrido y otros dos policías.


Habían estado alternativamente de pie y en cuclillas, para escapar un poco del humo, pasándose una máscara antigás.
El Presidente les dio la mano, lo mismo que a los demás.


En ese momento, el doctor Guijón, próximo ya a la escalera y a la intensidad de la luz de las ventanas, se dijo: "Esta es la primera vez que he estado en una guerra. Cómo no voy a llevar un recuerdo a los chiquillos". Decidió recuperar la máscara que había dejado en el suelo. Se devolvió.


Allende ingresó en el Salón Independencia

Todas las puertas del corredor estaban cerradas. Guijón, cuando se acercaba al lugar en que suponía que estaba el artefacto antigás, observó el hueco iluminado de una puerta que, hasta pocos momentos antes, había estado cerrada.
El grupo que estaba frente a la puerta creyó escuchar un grito:


- ¡Allende no se rinde, milicos...! y el Presidente agregó un insulto.
Después imaginarían que lo había dicho mirando por la ventana hacia Morandé. Guijón se asomó.


Vio a Allende. Escuchó las detonaciones. Creyó que el Presidente se disparaba en el momento de sentarse. Pero lo que en realidad había visto lo pensó después era el alzamiento del cuerpo provocado por los proyectiles.
Allende estaba sin casco. El cráneo le voló. Se hallaba sentado frente a la puerta desde la que Guijón le observaba.
El médico se acercó e hizo un gesto absurdo: le tomó el pulso.


El Presidente carecía de cráneo de las cejas hacia arriba. La masa encefálica había volado.
Le pareció, vagamente, escuchar que alguien gritaba desde la puerta:
- ¡Murió el Presidente!
.

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