Después del Terrorismo de Estado que azotó a sociedades, la lucha por la reparación del horror siempre es odiosa.
Habrá siempre una franja no angosta de la sociedad, y diría mayoritaria, que mostrará su aversión y fastidio en contra de esta lucha. O al menos actuará indiferente.
Al igual que en las revoluciones sociopolíticas en las que siempre será un puñado de revolucionarios el que las inicie, en esta lucha siempre estarán los imprescindibles de Berthold Brecht. Los que luchan toda la vida. Los que no traicionan ni venden sus valores al son de la cumbiamba y el modelo de moda.
Lo mismo ocurre con la construcción de la Memoria Histórica contra el olvido. Las masas olvidan pronto, sostenía Hitler, y aquello es una gran verdad.
Las masas de Hitler y las mayorías en las sociedades donde azotó el terrorismo de Estado, siempre miraron al lado queriendo olvidar pronto. Porque el horror perturba sus mentes y prefieren no saber, o hacer que no saben, que fueron seres humanos de su misma especie los autores, cómplices o encubridores… O los delatores, especie muy frecuente en estas circunstancias de la vida.
Estas mayorías se resisten a que la sangre y el olor de la carne humana quemada en los Hornos de Auschwitz o Buchenwald, o con los sopletes del cuartel Simón Bolívar en Chile, perturbe o altere la cotidianeidad de sus vidas.
Por eso la reconciliación de las almas es tan difícil y mezquina. Especialmente cuando los criminales aún están vivos, en prisión o en libertad.
Alemania demoró 40 años en que los padres contaran a sus hijos que bajo el nazismo asesinaron, de mano propia o ajena, o simplemente ocultaron y mintieron.
Los imprescindibles de Brecht son los que construyen Memoria Histórica, como el autor de este libro A la sombra de los Cuervos.
Los que cuentan al mundo y a su gente, no lo que ya se conoce, aunque seguramente también fueron los mismos quienes antes contaron lo que entonces no se sabía.
Estos son los imprescindibles. Los que siguen en la amarga pero hermosa senda de buscar y buscar las verdades escondidas. Estén ocultas en archivos castrenses o en cajas fuerte de magistrados, como es el caso en esta investigación de la actual ministra de la Corte Suprema, Rosa María Egnem, acerca de 19 cadáveres descompuestos en una fosa de Laja.
Podemos comprender y respetar a quienes les perturba saber del horror y seguir conociendo sus historias. Pero no nos vengan a amarrar las manos ni a poner puntos finales en lo que hacemos, con todo el derecho de la humanidad.
En esta nueva obra del periodista Javier Rebolledo, se entrecruzan criminales de uniforme que vivieron de un sueldo del Estado, y poderosos señorones que pavimentaron su fortuna sobre los cadáveres sembrados por todo Chile.
También están quienes hoy ocupan altos cargos en empresas privadas y universidades tan solo de banco y pizarrón, pagados con suculentos honorarios por sus dueños, aquellos mismos señorones.
Incursionar en estas investigaciones tiene un abismal costo emocional y sicológico para su autor, como es el caso de Javier.
Por ello estas investigaciones poseen un doble o triple valor: porque quien las hace, quienes de adentran en los laberintos del drama y la tragedia humanas, no solo entregan un legado a la Memoria Histórica, sino también a todos quienes no forman parte de esa franja que quiere olvidar, a los que sufrieron, y tal vez a los que abriendo sus páginas, por primera vez se atrevan a abrir su corazón para conocer el horror, y así tener una visión más amplia y equilibrada de la tierra que habitan.
El gran filósofo alemán Friedrich Nietzsche decía: Para descender a lo más profundo del abismo, hay que tener alas para volar… porque lo que no me destruye, me hace más fuerte…
De ese hierro estamos forjados quienes levantamos las banderas de esta pasión por la verdad y la justicia por los crímenes cometidos bajo el terrorismo de Estado. Crímenes cometidos por las Fuerzas Armadas, pero también por civiles.
Esos civiles que, o limpiaron la sangre de sus manos con la ropa de los que asesinaron, o desde sus cargos en ministerios fueron piezas claves en la mentira y montajes, o los billetes malhabidos en el saqueo del Estado, les mancharon de rojo vivo sus bolsillos y sus arcas.
En toda esta larga historia de la noche más negra de Chile, ha llegado el momento en que las Fuerzas Armadas, Carabineros y la Policía de Investigaciones, admitan que los crímenes contra la humanidad que cometieron, ocurrieron no porque algunos subalternos se arrancaron de los mandos superiores.
Estos crímenes fueron posibles porque las Fuerzas Armadas y las dos policías los cometieron como instituciones. Como una política de exterminio de Estado, utilizando todos sus recursos económicos, materiales y humanos para ello.
En este marco, también ha llegado el momento en que Las Fuerzas Armadas y ambas policías, pidan el perdón a Chile y a la humanidad. Pero sobre todo ofrezcan ese perdón de manera honesta, a los familiares de los caídos y sobrevivientes.
Sin estas actitudes, jamás será posible la reconciliación entre los chilenos.
En este libro no sólo están aquellos ricachones que prestaron las bandejas para que los asesinos de uniforme se sirvieran el plato frío del espanto, sino también los que conspiraron desde la oscuridad en contra del gobierno del querido compañero Salvador Allende y la Unidad Popular, pagados por el dinero del gobierno de Estados Unidos y su fatídica Central de Inteligencia.
Es una gran mentira de la derecha sostener que los delitos de lesa humanidad ocurridos bajo la tiranía de Pinochet hay que entenderlos en su contexto histórico, aludiendo mañosamente con ello a lo que fue aquella revolución que hicimos y que quisimos tanto: esa experiencia noble e imborrable hacia el Socialismo con Allende, sus partidos y los trabajadores.
Sostener aquello es ser un cómplice pasivo del terrorismo de Estado.
¿Cuántos campos de concentración existieron bajo la Unidad Popular? ¿Cuántos centros clandestinos de tortura y exterminio hubo? ¿Cuántos desaparecidos y ejecutados, desterrados y torturados? ¿Cuántos periodistas asesinados? ¿Cuáles fueron con Allende las DINA y las CNI y con sus brigadas?
Podemos comprender y respetar a quienes les perturba saber del horror y seguir conociendo sus historias. Pero no nos vengan a amarrar las manos ni a poner puntos finales en lo que hacemos, con todo el derecho de la humanidad.
Lo hacemos por los caídos. Por sus familiares y amigos. Por los sobrevivientes. Incluso por aquellos jóvenes uniformados que asesinaron engañados en un montaje de guerra contra del marxismo, y que hoy están arrepentidos y olvidados por los superiores que les impartieron las órdenes.
Pero sobre todo, sobre todo, por las nuevas generaciones. Por lo nuevos hijos e hijas de Chile.
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