por GABRIEL GONZÁLEZ Y GABRIEL ROJAS 25 febrero 2016
Durante el 2016, tres procesos marcarán la pauta política. En primer lugar, la ya larga decadencia del duopolio, acentuada con los casos de corrupción que han puesto de manifiesto la compleja articulación entre el mundo empresarial y los partidos políticos tradicionales, su coludido andamiaje que ha sido el sostén de la hegemonía neoliberal desde el fin de la dictadura hasta hoy.
Por otra parte, el proceso constituyente, en el mejor de los casos, puede abrir la posibilidad de discutir las bases institucionales del régimen actual, reconstituyendo el vínculo entre Estado y sociedad civil, garantizar derechos sociales y abrir la democratización del país, rompiendo los estrechos márgenes de la semidemocracia inaugurada en 1990. Por supuesto, la otra posibilidad latente es enfrentar un proceso burocrático que exclusivamente intente reoxigenar el discurso neoliberal y a los guardianes viejos del régimen, fortaleciendo –principalmente– a la Nueva Mayoría.
Por último, las elecciones municipales de fin de año mostrarán cuál es el alcance y vigencia que mantienen las redes clientelares desarrolladas por los partidos políticos tradicionales, reflejado en los niveles de participación que tengan y la votación que obtengan los partidos del duopolio del orden. Igualmente, se verá cuál es la fuerza que tienen las nuevas formaciones políticas y su posibilidad de constituirse como alternativas en el espacio político más próximo a la vida cotidiana de las personas, sus formas de organización, etc.
No ha existido un referente capaz ni de recoger el malestar ni de liderar políticamente las transformaciones. No obstante, surgidas desde la movilización, principalmente del mundo universitario, distintas sensibilidades de izquierda han fortalecido sus organizaciones en pos de constituirse como referentes políticos.
Sin agotar el margen de las posibilidades, es evidente que estos tres procesos serán centrales en la agenda política del año, sumado lo que tengamos que decir desde los movimientos sociales respecto a ello y la forma en que dichos procesos se enfrentarán desde dicho campo. Ahora bien, aunque de naturaleza distinta, los tres puntos no dejan de estar entrelazados con un proceso mayor: los asedios a la hegemonía neoliberal, su manifiesta fragilidad y la urgencia de una rearticulación social con expresión y disputa en lo político, proceso en que tanto el duopolio como las izquierdas se encuentran inmersos.
Dicho proceso encuentra en 2011 su punto de anclaje, esto es, el momento en que se torna manifiesto un descontento generalizado donde encuentran expresión demandas heterogéneas pero capaces de abrir la cancha del orden actual. Las movilizaciones de ese año, marcadas por las demandas de derechos sociales, recuperación de la soberanía sobre los territorios, derechos medioambientales, entre otros, son los encargados de una apertura tan importante como laxa. Y que sigue, como sabemos, abierta hasta hoy, pese a los intentos de cierre de conflicto formulado desde la Nueva Mayoría.
Aunque desde 2011 se ha venido pregonando “el derrumbe del modelo” o “el cambio de ciclo”, hasta ahora el duopolio ha logrado desplazar las demandas, rearticulando un discurso que, con tensiones y fuertes cuestionamientos por la corrupción, continúa sustentando el orden actual, sin cambiar las relaciones de poder en el campo social. Frente a esto, no ha existido un referente capaz ni de recoger el malestar ni de liderar políticamente las transformaciones. No obstante, surgidas desde la movilización, principalmente del mundo universitario, distintas sensibilidades de izquierda han fortalecido sus organizaciones en pos de constituirse como referentes políticos. Pero ello al costo de atomizarnos, lo que se expresa en la emergencia de un sinnúmero de organizaciones incapaces aún de establecer programas comunes más allá de lo electoral o contingente.
Frente a esto, resulta urgente recoger los llamados a la unidad y la convergencia, y no por capricho ni simple pegoteo, sino por urgencia categórica de los oprimidos, a fin de ser instrumentos que golpeen lo que no termina de morir y aceleren lo que no acaba de nacer.
En primer lugar, porque muchas de las organizaciones referidas comparten lineamientos generales, más allá de diferencias puntuales o identitarias, junto a una trayectoria común, fortalecida por las experiencias de movilización. En segundo lugar, porque es urgente construir un referente democrático y abierto donde encuentre cabida el descontento, que pueda ofrecer conducción política, que logre articular y producir horizontes de transformación. En tercer lugar, porque para garantizar transformaciones que aborden y apunten a las mayorías, es necesario enfrentar los distintos dispositivos en que se mueve el poder y, para ello, se deben subvertir sus distintos mecanismos. Entendiendo que el espacio político cumple un rol privilegiado para ello, en tanto, por una parte, es uno de los pocos espacios clave a los que podemos optar y, por otra, al permitir la proliferación activa de nuevos actores incidentes, la urgencia se hace evidente.
En el caso puntual de las elecciones municipales de este año, ellas se abren como una buena opción para medir la fuerza que pueden llegar a tener los nuevos discursos, de abierta alternativa al modelo. A la vez, un triunfo en dichas elecciones permite comenzar a desarticular las redes clientelares que han contribuido a la formación de cacicazgos locales y han sido sostén de los partidos políticos tradicionales. Desarticular, por lo tanto, parte de los valores del orden: aquel estoico control central municipal de las Juntas de Vecinos, el descontrolado ofrecimiento de trabajo municipal en las campañas locales, asistencialismo con fines retroactivos, “cuñas”, etc.
También permite contribuir a fortalecer la organización social y vecinal, entendiendo que los municipios pueden convertirse en germen de nuevas formas de afrontar la organización local, de alternativa a lo ya hecho por las maquetas de lo permitido, tensionar y exceder precisamente esos límites. Por último, permite ampliar los campos de disputa, en tanto faculta para construir soluciones a los problemas que constituyen las injusticias, humillaciones y marginaciones actuales, donde los supermercados y farmacias populares son un claro ejemplo, pero además un enorme desafío para las izquierdas en pos de dar los primeros saltos en virtud de regenerar un orden productivo que termina e inicia en la ganancia abusiva de la colusión privada.
Ante el proceso constituyente, la urgencia de articulación vuelve a ser evidente, sobre todo si se consideran las dos alternativas antes expuestas. Para el primer resultado, se requiere un despliegue general en todos los espacios de participación, voceros públicos capaces de comunicar posiciones al conjunto del país, acompañados de organización local y movilización. Tensionar y, en caso de ser necesario, romper y quebrar, no eludir.
Creemos, pues, que para superar el duopolio y avanzar en la desarticulación de la hegemonía neoliberal (rearticulándose desde cambios de nombre hasta discursos), es necesario existir como alternativa real. Mostrarse, erigirse, disputar. Para ello, no basta la lucidez de los análisis y las vocerías que, aunque útiles, se desgastan frente a la dilución de las transformaciones. Hay que atreverse a hacer política y formular instrumentos que se instalen como alternativas, como dice certeramente Cristián Cuevas. Hablar de cara a la gente levantando los conflictos en que se encarnan las distintas experiencias de injusticia. Hay que enfrentar creativamente, tensionando con propuestas y soluciones, los distintos dispositivos de poder que someten a las personas diariamente. Hay que enfrentarse a las farmacéuticas, a los grandes medios de comunicación, las AFP, al duopolio en los municipios o el Parlamento, a los grandes empresarios y a todos quienes producen y se aprovechan de los problemas reales de la gente.
Cuando algunos se preguntan “¿unidad para qué?”, como haciendo suya la dirección de los cambios, asumiéndose herederos únicos del sueño e itinerario de Allende, de González Rojas o de las lúcidas ideas y categorías gramscianas (hace tiempo enterradas en el patio trasero de la sede del PS), como esperando que las condiciones se den solo por medio de conquistas parceladas, como si la lucha por la transformación social no implicara la planificación táctica y programática de la disputa política que, ¡no nos mintamos!, nadie podrá ganarla en el camino único, a menos que esté en la posición de hacer correr los años hasta que las condiciones se den. Pero nosotros, los despojados, ya no estamos en posición de andar esperando a la exclusiva luz de certeros análisis.
En el fondo, hay tres infinitivos clave, que esperemos en lo pronto se conviertan en praxis y horizonte: articular, apostar, arriesgar, asumiendo que la lucha política es parte fundamental de la lucha social, imposibles de disociar. No tenemos vocación de mártires, ni mucho menos somos Atlas para seguir cargando un mundo hecho de injusticias. Por ello, la urgencia de la unidad es la misma de siempre: la urgencia de la transformación social.
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