30/11/2016 |
Por Guillermo Arellano
¿Queremos cerrar las fronteras, levantar muros y aspirar a ser una nueva Corea del Norte con sabor a vino tinto y empanadas o aprovechamos de la mezcla para desarrollarnos mejor fisiológica e intelectualmente? Ustedes deciden.
En buena hora llegó el debate sobre los inmigrantes en Chile. No porque sea tema de campaña electoral y una derivada del triunfo de Donald Trump en los comicios de los Estados Unidos o porque nuestro país se haya transformado -entre gallos y medianoche- en la tierra de las oportunidades para los ciudadanos de naciones que están caídas en desgracia.
Lo que ocurre es que poco a poco comenzó a encubarse un pequeño halo de racismo y xenofobia de parte de una porción de chilenos hacia los extranjeros, sobre todo haitianos, a los que se les encara en los buses del Transantiago por no pagar su pasaje y, para peor, son explotados laboralmente con sueldos miserables y en condiciones muchas veces infrahumanas. Mejor ni saber dónde y cómo viven.
El asunto es que resulta irónico y hasta gracioso que existan compatriotas que miren desde arriba y con ínfulas de superioridad étnica a peruanos, bolivianos, colombianos, ecuatorianos y recientemente argentinos. Ni hablar de los refugiados sirios o los mismos haitianos.
A ellos, a los que discriminan, habría que preguntarles qué es ser chileno y que los hace distintos a los demás. De verdad, no sabrían la respuesta. Dirían que la cueca, la Tirana, la chicha, el terremoto, todo lo que comen para las Fiestas Patrias y la peculiar forma de hablar que hasta se ganó bromas en el canal internacional de cable HBO.
Más allá del maldito doble estándar y el arribismo que nos define, es claro que no existe una identidad cultural y de pueblo que nos defina como chilenos. Si fuera por el origen racial, lo más cercano proviene de los mapuches y demás etnias. Sin embargo, es un hecho de la causa que para la gente no hay nada menos glamoroso que tildarse como descendiente de indígenas.
No es chiste, lo ideal para varios es que no existieran.
Al revés, desde la llegada de los españoles al continente a la fecha, lo que más ha proliferado es la llegada de colonias extranjeras: árabes, israelitas, chinos, italianos, alemanes, gitanos y últimamente coreanos y estadounidenses que vienen a instalar negocios, a trabajar en las multinacionales y a estudiar en programas de intercambio.
Y ante esa influencia, sumado a los efectos de la globalización que se palpa en tendencias provenientes de Norteamérica, Europa y Asia, a los pobres chilenos sin identidad no les ha quedado otra que adquirir o imitar pedacitos de estas culturas.
De esta manera, somos buenos para regatear precios y el "matute" (herencia palestina y gitana), nos gusta comprar barato, vender caro y ser avaros, nos pusimos trabajólicos (chinos), celebramos Halloween y vegetamos por los malls (EE.UU), vamos al Oktoberfest y para la once pedimos küchen (Alemania), cenamos sushi (Japón), probamos la comida thai (Tailandia) y a todo le ponemos arroz, papas fritas y ketchup y lo saboreamos con bebidas cola.
La lista podría seguir con el vestuario y los deportes.
Para qué hacernos los tontos y engañarnos. No existe ser chileno. Solo marcamos el calendario en septiembre y cuando juega la selección chilena en mundiales, copas América y clasificatorias o al momento de destacar, ni siquiera celebrar, las peripecias de futbolistas en el viejo mundo, tenistas de la ATP y a veces algún motoquero o experto en alguna especialidad aislada.
El jockey en patines o sobre césped, por practicarse con chueca, debería ser un ícono representativo de nuestra cultura ancestral, pero ya se dijo párrafos más arriba que no es cool adjudicarse expresiones que son propias de las minorías étnicas a este lado del globo.
Raya para la suma: en vez de hablar de xenofobia y racismo, en medio del debate sobre los inmigrantes que entran a Chile con o sin papeles quemados y sanos o enfermos, la mirada debiese ir hacia otra dirección.
¿Queremos cerrar las fronteras, levantar muros y aspirar a ser una nueva Corea del Norte con sabor a vino tinto y empanadas o aprovechamos de la mezcla para desarrollarnos mejor fisiológica e intelectualmente? La soberbia de creerse superiores solo porque sí, nos aleja de ese crecimiento. Peor todavía, instalar ese eslogan nos hace ingresar directamente y sin escalas en el salón de la fama de la vergüenza.
Ustedes deciden qué quieren ser, menos chilenos eso sí.
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