Viejas costumbres oligárquicas que se renuevan para reproducir el modo de dominación. De eso va la nota de Arturo A. Muñoz. Ejemplos no faltan, comenzando por el campo de flores bordado... |
Autoridades y cofradías políticas: el regreso de las dinastías
Ellas protocolizan hechos tan graves como aceptar que haya un ministro de salud que no quiere reunirse ni discutir políticas del área con los equipos médicos, o una ministra de educación que durante meses se negó a reunirse con el profesorado, prefiriendo gobernar desde sus particulares burbujas
Escribe Arturo Alejandro Muñoz
Esa asignatura llamada Historia –que tanto molesta y asusta a los dueños de la férula– nos enseña que en tiempos ya muy remotos era una actitud normal (religiosa, política y social) no mirar a la cara a las autoridades que detentaban el poder. Quien osaba hacerlo exponía su vida. Así de claro.
Al faraón no se le debía mirar a los ojos, él era el representante de Amón-Ra en la tierra. Siglos después, los monarcas europeos utilizaron el ejemplo; incluso, era imprescindible retirarse retrocediendo y cabeza gacha, no dándole jamás la espalda al “divino jefe”. Los emperadores japoneses no fueron en zaga e instalaron un protocolo similar, el cual se vino abajo con la rendición nipona en la segunda guerra mundial.
Tuve en suerte compartir una jornada de análisis y conversación con Clotario Blest y Federico Mujica Canales el año 1985, en la sede de la CEPCH (Confederación de Empleados Particulares de Chile). En esa jornada, Mujica, que durante décadas había sido representante de los trabajadores chilenos en múltiples convenciones internacionales en América y Europa, nos relató su experiencia en Santo Domingo, capital de la República Dominicana, en la época en que Rafael Leónidas Trujillo era dictador absoluto y sanguinario, amo y señor del destino de los dominicanos.
“Salimos del hotel junto al cónsul de Chile para dirigirnos a los estudios de una emisora que deseaba entrevistarnos, cuando en pleno centro de la ciudad aparecieron vehículos militares apuntando con sus fusiles y obligando a la gente –nosotros incluidos– a detener su paso y volver sus cuerpos y caras contra las paredes… el dictador Trujillo pasaría por ese lugar y nadie debía estar mirándole porque los militares lo considerarían un potencial intento de asesinato”.
En Chile también han ocurrido situaciones que ameritan rechazo y repulsa. Durante décadas –siglos tal vez– imperó en nuestros campos el “inquilinaje”, sistema que patentaba el poder omnímodo del patrón, del terrateniente, individuo que incluso se permitía establecer sus propias leyes al interior de su hacienda o fundo. Era un semi dios cuya voluntad no debía ser cuestionada, y que además era quien permitía o rechazaba las uniones conyugales de hijas e hijos de sus trabajadores. Las leyes del país no existían dentro de esas propiedades, cuyos dueños establecieron un Estado dentro del Estado con sus veleidades y soberbias.
Por cierto, hubo avances en estas materias. Los gobiernos radicales de la década de 1940 impulsaron grandes reformas, así como las hubo también durante los gobiernos de Frei Montalva y Salvador Allende. Pero, al llegar la hora de las bayonetas todo volvió a fojas cero, y durante largos diecisiete años los chilenos hubieron de bajar la vista e inclinar la cabeza en sus lugares de trabajo cada vez que debían enfrentar a un uniformado que oficiaba de jefe (instalado allí por la dictadura cívico-militar, y no por sus méritos).
La vetusta derecha chilena, donde percolan individuos con ideas medievales basadas en un espurio fanatismo religioso, nunca ha podido internalizar que en un sistema democrático todos somos iguales ante la ley y el Estado. No lo acepta, no logra comprenderlo, ni quiere hacerlo tampoco. Pero… ¿sólo la derecha decimonónica es quien piensa y actúa de esa forma?
El intento de regreso a la democracia que comenzó el año 1990, y que no ha arribado todavía a buen puerto, no sólo trajo traiciones al electorado, al pueblo del NO y a las propias raíces de las tiendas otrora izquierdistas y socialcristianas, sino también arrastró ese ‘modus vivendi’ que apunta a delinear con absoluta claridad los lugares que cada cual debe ocupar en una escala social establecida por los poderosos, y bendecida por todas las iglesias de las religiones conocidas.
Hoy, las cofradías políticas hacen piel de aquellas ‘tradiciones’ y ubican a la gente en estratos que son dignos de respeto y consideración sólo en los períodos de campañas electorales. Después, cada bicho a su agujero y cada ave a su palo del gallinero administrado por especuladores y capitalistas. Para estas cáfilas de corruptos el ciudadano tiene derecho a dar sólo una opinión y nada más que una… en el momento del sufragio. Después, a callar y a aguantar, silente y sonriendo, aún a sabiendas que lo han traicionado y le pasan rutinariamente gato por liebre.
Tales cofradías son conscientes que el problema no es una funa más o una funa menos, sino simplemente les aterra que ahora los ciudadanos puedan encararlos en lugares públicos enrostrándoles sus pecadillos e ilícitos. Eso (las cofradías políticas) no lo soportan; se sienten sobrepasadas en la ‘dignidad’ de sus cargos, cuestión que les resulta inaceptable dado que lo consideran como un acto de violencia y una especie de alzamiento insurreccional.
Ya hemos sabido de comportamientos clasistas y de abierto menoscabo por parte de algunos parlamentarios, ministros y dirigentes políticos, en relación al sagrado derecho a opinión –y a consolidar la soberanía popular– que es inherente a toda sociedad civil en un sistema democrático. Es tan acentuado el clasismo de muchas autoridades que el propio presidente de la república, Sebastián Piñera, desde el podio del alto cargo que ocupa se permite hacer payasadas que serían la vergüenza de una nación (de otra nación, no de la nuestra que acepta y calla, e incluso aplaude), confiado en que ninguna institución le saldrá al paso, ya que todas ellas, de un modo u otro, le santiguan sus llagas e idioteces.
Un mandatario-bufón, amén de corrupto y nepotista, que ha metido al país en delicados berenjenales a nivel internacional con sus intentos –vanos y fracasados– por convertirse en ‘líder continental’. Su viaje a Cúcuta y su estrepitoso fracaso en los actos sediciosos llevados a cabo para derribar el gobierno venezolano actual, dan fe de lo dicho.
El asunto no es como lo ocurrido en la década del 50 en República Dominicana, ni con lo que sucedía en nuestros campos en el siglo pasado, pero hay un aire de similitud en muchas acciones y declaraciones de los actuales dirigentes políticos, de las autoridades, e incluso de aquella prensa oficialista que hemos tildado como ‘prensa canalla’, siempre dispuesta a rasgar vestiduras –montajes, mentiras y omisiones de por medio– para justificar lo injustificable en beneficio de los dueños del capital y de las armas.
Ahora, y he aquí lo doloroso, muchos sectores de la “izquierda oficial” (Nueva Mayoría y Frente Amplio, comunistas incluidos) se han alineado junto a las huestes derechistas en procura de salvaguardar a como dé lugar sus privilegios y triquiñuelas económicas.
Ninguno de los mencionados acepta que el ciudadano común le salga al paso en cualquier lugar para interpelarlo por su actuar deleznable en detrimento de las grandes mayorías.
Estas cofradías políticas parlamentarias protocolizan hechos tan graves como, por ejemplo, aceptar que haya un ministro de salud que no quiere reunirse ni discutir políticas del área con los equipos médicos, o una ministra de educación que durante meses se negó a reunirse con el profesorado, prefiriendo gobernar desde sus particulares burbujas.
Con el ya hiper mediático asunto del Cementerio General, donde una profesora encaró a la ministra Cubillos, quedó demostrado que la verdadera izquierda (la izquierda en serio, histórica y auténtica) es aquella que no está en la Nueva Mayoría, ni en el FA ni en el Parlamento. Desperdigada y fragmentada, sigue esperando su momento a partir de algún liderazgo efectivo.
En estos últimos años hemos identificado el verdadero continente del alma de muchos políticos y autoridades, sean del bando que sean, descubriendo que no han trabajado ni legislado en beneficio de las mayorías, pues privilegian el hartazgo de los ya obesos capitalistas transnacionales, permitiéndoles sobrepasar la ley y la moral sin recibir sanciones severas.
También, en estos últimos meses, hemos descubierto los graves delitos cometidos por la policía uniformada y el ejército, lo que se traduce en un robo total superior a los setenta mil millones de pesos. Además, tan grave como ello ha sido confirmar que esa misma policía se ha convertido en guardaespaldas de la oligarquía.
Y ahora, cual colofón ignominioso, autoridades, prensa canalla y cofradías políticas exigen que los ciudadanos no les encaren en lugares públicos, que no les saquen sus trapitos al sol, sus incompetencias, sus banalidades y su clasismo. Para desgracia de estos individuos, la gente ya se hartó, y al parecer hay muchos ciudadanos dispuestos a enfrentarlos y encararlos sea donde sea… en la Capilla Sixtina, en la tumba de Jesús, en el muro de los lamentos, en la Kaaba, en el Valle de los Reyes, en algún cementerio o en la plaza de cualquier pueblo.
La época del inquilinaje se supone superada…es el momento de estructurar una democracia real. Eso duele y asusta a las cofradías que hoy gobiernan y todavía explotan a su amaño los poderes del Estado.
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