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lunes, 8 de diciembre de 2025

La cultura en dictadura y un eventual gobierno de José Antonio Kast

 

La cultura en dictadura y un eventual gobierno de José Antonio KastCULTURA|OPINIÓNCrédito: Cedida


Óscar Plandiura Viera
Por : Óscar Plandiura VieraEscultor, licenciado en Artes de la U. de Chile y maestro en piedra de la Escuela Nacional de Artesanos. Creador de la escultura de Víctor Jara.
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El artista pierde su potencia vital cuando la mesa está servida y los artistas ya domesticados yacen cómodamente reclinados en la placidez que da la mensualidad garantizada.


Un fantasma recorre el mundo del arte y la cultura: el fantasma de un eventual gobierno de José Antonio Kast, tiene en ascuas a buena parte de la llamada “industria cultural”. Ésta, promovida por un Estado que financia a cineastas, documentalistas, productoras truchas, actores insaciables, creadores woke y una variopinta fauna de artistas visuales acostumbrados a pasar el platillo, pareciera llegar a su fin.

Sin embargo, conviene recordarles a estos creadores, hoy angustiados y sumidos en el pánico colectivo ante la inminente llegada del rubio candidato de la ultraderecha al gobierno, que el arte, nos advierte la historia, es demasiado importante para que lo gestionen los gobiernos de turno.

Estimado lector, habría que hacer memoria y reconocer que en Chile a partir del mismo día del golpe militar de 1973 muchos artistas fueron torturados, encarcelados, forzados al exilio, hechos desaparecer o exterminados como el caso del cantautor Víctor Jara (asesinado en el Estadio Chile) o envenenados como el caso del Premio Nobel de Literatura Pablo Neruda. Algunos sellos discográficos como DICAP, también fueron cerrados con la clara intención de silenciar a las nuevas generaciones de músicos.

Todas estas acciones advertían desde los primeros días de esa fría mañana de septiembre de 1973 que lo que vendría sería una represión feroz. La derecha golpista quería borrar de la memoria los sueños de que un mundo más justo y mejor era posible.

El régimen de Augusto Pinochet, se esmeró en dar de baja los triunfos de los movimientos populares. La música, los murales coloridos, la danza, la literatura, el cine y la pintura, habían transformado la sociedad en pocos años, sin que existiera un ministerio de las culturas detrás de todo esto.

Las bibliotecas fueron devastadas, los libros considerados subversivos fueron quemados en los patios de las universidades en presencia de profesores y alumnos como medida intimidatoria.

El día 23 de septiembre, 12 días después del golpe de Estado, “el infierno de Dante” palidece comparado con las imágenes de militares en tenida de combate empeñados en hacer ostentación de una vergonzosa acción de quema masiva de libros a cielo abierto y a plena luz del día en varios puntos del centro de Santiago, acto de barbarie miserable que fue cubierto con entusiasmo por la prensa oficial.

Sin embargo, y a pesar de toda esta tragedia y represión feroz, para muchos artistas y creadores que permanecieron en Chile, nunca fue una opción el resignarse a no levantar la voz ni abdicar al compromiso social. Tampoco lo fue el renunciar a su vocación de ruptura a través del arte.

Así las cosas, fueron principalmente los músicos y cantautores quienes en los primeros años de la dictadura, con su canto sutil y metafórico, llevaron la delantera y en un esfuerzo por crear, resistir y rebelarse a fines de los años 70 de la mano de Ricardo García y leyendas como Barroco Andino, Ortiga, Transporte Urbano, Santiago del Nuevo Extremo, Schwenke y Nilo, Nano Acevedo, Isabel Aldunate Eduardo Peralta, Sol y Lluvia y Congreso, solo por nombrar a algunos, deciden bautizar a este nuevo movimiento musical llamándolo “Canto nuevo”.

“Algo grande está naciendo/en la década de los ochenta”, era el atronador mensaje que a partir del año 1983, alentaba las primeras protestas nacionales convocadas por la Confederación de Trabajadores del Cobre. Los responsables de esta consigna fueron un trío de jóvenes humildes de San Miguel que sin la ayuda de fondos concursables ni asignaciones directas, enviaban un mensaje de optimismo y energía a una generación que estuvo vetada culturalmente.

Estamos hablando de Los Prisioneros, cantautores que de la mano de Jorge González, buscaban una identidad no solo cultural o musical, sino también una forma de ser, discutir, pensar, protestar, pero también ahora, “carretear”.

La insurrección popular que amenazaba con poner fin a la dictadura, obliga al régimen militar a dialogar y abrir mayores espacios de libertad. Condiciones favorables que permitieron que a mediados de los 80”, apareciera una especie de nuevo rock pop “Made in Chile”. Moda que buscó validarse en el estrellato de forma rápida, haciendo concesiones vergonzosas para el momento que se vivía, con la aparición de Upa, Aparato Raro, Viena, Electrodomesticos, Emociones Clandestinas y un joven hiperventilado Álvaro Scaramelli, liderando el grupo Cinema.

Más tarde, ya cerca del plebiscito del Sí y el No de 1988, el Canto Nuevo desaparece de los medios de comunicación y toda la atención se centra este nuevo “Rock pop”, un movimiento que no tenía memoria ni opinión y tampoco relación musical con el pasado.

Por otro lado, los intelectuales y artistas visuales con todo en contra, no se quedaron atrás y ante la imposibilidad de expresar un rechazo de forma abierta contra la dictadura, se organizan en torno a diversos colectivos artísticos. Uno de los precursores de esta nueva vanguardia poético-política en el espacio público fue el C.AD.A., grupo multidisciplinario compuesto por Diamela Eltit, Raúl Zurita, Juan Castillo y Lotty Rosenfeld.

Tampoco podemos dejar de mencionar al colectivo “Mujeres por la Vida”, organización fundada por Mónica González, Patricia Verdugo, María Olivia Monckeberg y Marcela Otero, quienes articularían a una multitud de mujeres a lo largo del territorio chileno, recurriendo a “actos relámpago” que consistían en acciones de desobediencia simbólica en las calles.

Capítulo aparte merece la irrupción, al inicio de los años 80, de las “Yeguas del Apocalipsis”, colectivo formado por Pedro Lemebel y Pancho Casas, dúo que desatando el caos y el escándalo en cada una de sus intervenciones, no dejaría indiferente “a moros ni a cristianos” con sus performances.

Junto a lo anterior, la llegada de los agitados años 80 vienen acompaña de la transvanguardia y la posmodernidad en todas sus expresiones que tienen su epicentro en la Facultad de Artes de la U. de Chile. La incapacidad del régimen para poner freno a todos estos “excesos”, obligan a la renuncia de su rector, el general de brigada del Ejército Roberto Soto Mackenney, siendo reemplazado por el recordado José Luis Federici, que impotente por no poder contener la marea de creatividad revolucionaría, también es obligado por los estudiantes a dar un paso al costado y renunciar.

Mientras esto ocurría en la U. de Chile y en la mayoría de las universidades del país, las performances under del “Trolley” y “El Garaje de Matucana 19”, convertidos en espacios de arte, disidencia y diversión, construyeron un estatus de mito. “Estaba todo pasando”, diría la poeta Carmen Berenguer, al recordar esos años y esos espacios autogestionados de creación artística alternativa, lugares donde se entrecruzaban la provocación punk, la fiesta como complicidad entre extraños, el look new wave junto a las performances de Vicente Ruiz que desafiaban las convenciones sociales y las normas de buen comportamiento de la institucionalidad del arte.

¿Y las artes visuales?

Durante la dictadura también se confirma que el llamado apagón cultural nunca existió, porque va a ser aquí cuando la actividad de las galerías de arte comienza como nunca antes a desarrollarse. Aparecen la Galería Bucci, La Fachada, El Cerro, La Casa Larga, Los Arcos de Bellavista, Galerías Sur y Plástica 3, que funcionaban en la Plaza del Mulato Gil, Arte Actual y Galería Praxis.  Son solo una pequeña muestra del auge del galerismo en Chile.

La incontinencia creadora de esos años, también se expresó en la irrupción de una generación de jóvenes pintores que más tarde serían llamados “la generación de los 80”. Los pintores de esta generación incluyen, entre otros, a Samy Benmayor, Carlos Maturana Bororo, Omar Gatica, Pablo Domínguez, Jorge Tacla, Ismael Frigerio, Matías Pinto D’Aguiar.

Estos artistas, a pesar de ser resistidos por un sector, que les enrostraba su hedonismo, neutralidad y la falta de compromiso social que transmitían en sus obras, se caracterizaron por reivindicar la pintura figurativa y revitalizar la pintura de caballete, lo cual fue en sí mismo, un gesto de afirmación vital y de libertad creativa frente al control cultural del régimen.

¿Pero qué pasó con el teatro en este periodo?

Habría que contarles a las nuevas generaciones de actores y actrices que hoy acusan al Presidente Gabriel Boric de entregar insuficientes fondos públicos para desarrollar sus talentos, que a pesar de las evidentes complejidades ya señaladas, hacia el año 1975 comenzó a articularse un incipiente movimiento de teatro independiente. Este movimiento, a pesar de no contar con ningún tipo de subvención del Estado, se multiplica en infinidad de compañías como Compañía Imagen, Teatro del Ángel, La Feria, Taller de Investigación Teatral, Teatro Universitario Independiente, solo por nombrar algunos.

A pesar de las inimaginables restricciones existentes, no había excusas para que directores, dramaturgos, actores y Escuelas de Teatro se las arreglaran para enfrentar con valentía, pero sobre todo con dignidad, la censura, la persecución política, la absoluta carencia de apoyo estatal y la escasa promoción que tenían en los medios de comunicación.

Más tarde, a mediados de los años 80, solo por mencionar algunos nombres, aparecieron Andrés Pérez y El Gran Circo Teatro, Ramón Griffero y El Troley, Mauricio Celedón y el Teatro Del Silencio, Alfredo Castro y el Teatro La Memoria, La Troppa. Estas leyendas de las artes escénicas entregarán una lección a todos nosotros: que a pesar de todas las dificultades, se puede crear e incluso trascender con independencia y libertad.

Como reflexión final, podemos afirmar que el artista pierde su potencia vital cuando la mesa está servida y los artistas ya domesticados yacen cómodamente reclinados en la placidez que da la mensualidad garantizada. Su valor, su ingenio y destreza desvaría por encontrar caminos nuevos, originales y respuesta a las siempre angustiosa incertidumbres del presente, incluso a costa de exponer sus vidas y enfrentar las peripecias de sobrevivir y además crear. Gran tarea eligió el creador para ellos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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