Parece fácil dividir al mundo entre “buenos” y “malos”. Es intuitivo, de sentido común, al parecer. Los “malos” son quienes nos ponen en peligro, quienes ponen en duda lo que damos por seguro. Los “buenos”, son - obviamente - quienes son como una, quienes piensan como una, quienes actúan como una. Los “buenos” debemos defendernos de los “malos”, a costa de cualquier cosa.
Todas las personas caemos de alguna forma en esto. Tenemos ciertas categorías en nuestras cabezas acerca de lo que es conocido y seguro, y cuando algo no cae en ninguna de estas categorías, reaccionamos con miedo, nos sentimos inseguras. Nos puede inquietar que haya pueblos como el mapuche, con un color, una vestimenta, un idioma y un discurso distinto, que huele vagamente a “peligroso”. Nos puede conflictuar que haya jóvenes en las calles protestando, jóvenes que se comportan y se visten tan diferente a lo que fuimos nosotros, que cortan el tránsito y no nos dejan llegar al trabajo.
No sólo es innecesario, sino que es peligroso plantear que tenemos que elegir entre seguridad y derechos humanos, porque, como he repetido en tantos foros diferentes, no puede haber seguridad para nadie sin respeto a los derechos humanos. Y desacreditar, amedrentar o atacar a quienes defienden esos derechos argumentando que favorecen la violencia o la delincuencia, implica negar los derechos humanos todavía más.
Esto podría ser considerado normal. Hoy parece normal que no sepamos reaccionar, que nos dé miedo. Más aún cuando, en ocasiones, estas personas generan o parecen generar delincuencia o violencia, como los ataques incendiarios en la Araucanía o los actos de violencia por encapuchados en manifestaciones.
Pero el miedo nos puede tender muchas trampas.
La primera trampa es la de protegerse a sí mismo ante un peligro no comprobado, con medidas casi siempre arbitrarias. “Mejor no contrato a personas mapuche, porque nunca se sabe”. “Si vivo en la Araucanía, me compro un arma para defenderme en caso que un mapuche pase por ahí, porque nunca se sabe y mejor prevenir”. “Estamos organizados con los vecinos para hacer una ‘detención ciudadana’ si vemos a alguien haciendo destrozos, y si lo dejamos desnudo y herido en la calle al hacerlo bueno… merecido lo tenía”.
Luego viene la trampa en que le pedimos al gobierno que tome medidas. Le exigimos que tenga mano dura con ellos, los “malos”. Asumiendo que nada de eso tiene que ver con nosotros, los “buenos”. "Que se endurezcan las penas, que se mantengan presos durante todo el juicio, aunque se presuman inocentes, que los juicios se hagan más rápido porque “total ya sabemos que son culpables” y es sólo una formalidad. Que las policías hagan lo necesario para detenerlos y obtener pruebas, y si en ese proceso hacen uso excesivo de la fuerza u obtienen pruebas ilegales, es parte de los costos y la ley debiera cambiarse para que eso no sea un problema.
Y generalizamos. “Las manifestaciones en la calle son malas porque generan violencia”. “Los mapuche son terroristas”. “Los jóvenes están cada día más violentos”. Quienes alzan la voz para decir que estas generalizaciones son peligrosas y alertan que el respeto a los derechos humanos debe estar al centro de todo, también son clasificados como parte de los “malos”, parte del problema, se dice que incitan a que dicho problema se siga generando por hablar de los derechos de los “malos”.
Y ahí caemos en la trampa final: renunciamos a nuestros propios derechos, felices, para estar más seguros. “No importa” que nos vigilen con cámaras y drones en todas partes, porque “el que nada hace nada teme”. “No importa” que se restrinja el derecho a reunión en lugares públicos, que nos controlen lo que decimos en redes sociales, porque “así evitamos que los malos se aprovechen”. “No importa” que los juicios no cumplan con los estándares de un debido proceso, porque “así los “malos” quedan en la cárcel más rápido y por más tiempo”.
Esto una trampa porque todas las personas, todas, podemos en algún momento, enfrentar estas restricciones, pero usadas en nuestra contra.
En este mundo de “buenos” y “malos”, quienes intentamos no caer en estas trampas, alertar de esto y hablar de derechos humanos, corremos aún más riesgo. Ya lo sabe Amnistía Internacional, que cuando alzó la voz a través de redes sociales para pedir que el caso de secuestro y torturas sufridas por el lonko no se cerrase, fue acusada de incitar a la violencia en un tribunal de la Araucanía. Instantáneamente nos ponen en el lado de los “malos”.
Decir que quienes cometen hechos de violencia deben tener un juicio justo, y que nuestra legislación antiterrorista no cumple con los estándares propios de un debido proceso, no implica decir que los hechos de violencia estuvieron bien. Condenar los hechos de violencia no es contradictorio con decir que quienes sean imputados deben presumirse inocentes y tener un juicio con las debidas garantías. Decir que Carabineros hace uso excesivo de la fuerza en contra de personas mapuche o de manifestantes no implica decir que no deban hacer nada ante presuntos ataques incendiarios u otros hechos de violencia, o que éstos no sean graves. Condenar los ataques incendiarios u otras formas de violencia no es contradictorio con decir que las policías deben actuar en base a los estándares internacionales de uso de la fuerza en base a derechos humanos.
Significa decir que seguimos siendo todos/as humanos con derechos que deben estar al centro de cualquier medida de seguridad. Personas que tenemos derecho a exigir nuestros derechos. No sólo es innecesario, sino que es peligroso plantear que tenemos que elegir entre seguridad y derechos humanos, porque, como he repetido en tantos foros diferentes, no puede haber seguridad para nadie sin respeto a los derechos humanos. Y desacreditar, amedrentar o atacar a quienes defienden esos derechos argumentando que favorecen la violencia o la delincuencia, implica negar los derechos humanos todavía más.
Porque si empezamos a relativizar los derechos, primero para “los malos” y después para nosotros mismos, estamos finalmente deshumanizándonos todos. Y entonces, ¿quiénes serían los “malos”?
- El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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