La contracultura norteamericana marcó a esta rebelde de alma y pluma mientras vivió en Estados Unidos. Al regresar a Chile se topó con Pedro Lemebel y Francisco Casas, con quienes dieron vida a ese colectivo homosexual que refundó la Universidad de Chile a caballo y que bailó la “Cueca Fleta”.
En uno de los tres edificios Turri de Plaza Baquedano vive la “tercera Yegua del Apocalipsis”, nombre que usaron Pedro Lemebel y Francisco Casas, en los turbulentos años 80, para sacudir la mazmorra de la dictadura a través de sus atrevidas performances que Carmen Berenguer denomina distracciones culturales.
“Poníamos cajas en los parques para que llegaran los pacos o Pedro (Lemebel) se desnudaba y yo lo pintaba de azul. Participé con ellos, sugiriendo ideas y señalándoles que era importante que constituyeran el movimiento ‘Homosexuales por el cambio’. Ese fue un proceso que llevó tiempo y que finalmente dio vida a Las Yeguas del Apocalipsis”, recuerda Carmen.
Entre los libros de esta Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda destacan Bobby Sands desfallece en el muro, Naciste Pintada, Maravillas pulgares, Mi Lai. Textos que ha escrito en la biblioteca de su departamento, la que tiene una vista privilegiada y desde donde escruta y en algunos casos apoya incondicionalmente a aquellos movimientos que se toman la Plaza Italia para protestar por sus derechos. Carmen Berenguer es la testigo presencial de lo que ha pasado en Chile desde los 80 y en esta entrevista relata algunos pasajes desconocidos de aquella época gris de nuestra historia.
– ¿Cómo se conocieron con Pedro Lemebel y Francisco Casas?
– Con Pancho (Casas) nos conocimos en el ARCIS en 1987. Yo estudiaba filosofía y él coincidentemente estudiaba literatura. Con Pedro (Lemebel) nos hicimos amigos el año 81, en la Sociedad de Escritores de Chile, (SECH), un taller muy particular que dirigió Jaime Quezada.
– En el mismo taller de la Sech en que participaba Mariana Callejas.
– Claro. Ella iba todo el tiempo a la SECH. Y como al frente estaba la Casa de Cena, que era la guarida de la CNI, a veces ellos se metían en nuestros actos y echaban su olfateo de perros.
– ¿Los escritores sabían que ella y su esposo, Michael Townley, eran agentes y que vivían en Lo Curro en una casa, en cuyo subterráneo se torturaba y se hacían pruebas con el gas sarín?
– Yo sabía y la gente que estaba en los partidos también. Esas cosas siempre se traspasan.
– ¿Cómo entonces iban escritores a esa casa donde se torturaba? Hasta ahora siempre han dicho que no tenían idea de que allí se torturaba.
– Los de la SECH nunca fuimos a sus fiestas. No creo que Poli Délano haya ido, ni menos Pedro (Lemebel), aunque hay gente malvada que dice que anduvo por allá. Una vez Ramón Díaz Eterovic le publicó un cuento a Callejas en la revista La gota pura y yo lo interpelé diciéndole cómo publicaba a esa mujer. Él me respondió que era una buena escritora. Pero la literatura tiene que ver con la ética, le respondí. Siempre me quedé con la bala pasada. Seguramente él no sabía que Callejas era un agente. En ese tiempo, todos éramos sospechosos y teníamos desconfianza hasta del té que nos tomábamos.
– Tú siempre escribiste poesía y Lemebel, cuentos, ¿no? ¿O fue distinto antes?
– Siempre fue así. A Pedro le llamaba la atención esa especie de neobarroquismo sucio que yo trabajaba en mi poesía. Así comenzamos nuestro acercamiento literario y luego vino la performance.
– Tu siempre fuiste una rebelde de alma y pluma, y nunca te has marginado de lo que pasa a tu alrededor. Cuando escribes Bobby Sands desfallece en el muro, rindes un homenaje a la gesta realizada por este militante del IRA que muere en huelga de hambre en la era Thatcher reivindicando su derecho a ser preso político.
– A mí me pareció tan tremendo que una persona tomara esa determinación y de inmediato cuando lo leí pensé que debía escribir sobre él. Comencé a hacerlo en el mismo taller de la SECH en una ocasión en que nos fuimos a Punta de Tralca a hacer un encuentro de escritores.
– ¿Desde cuándo trabajas tu discurso feminista?
– Desde que comencé a escribir, aunque tomé mayor conciencia cuando acudí a un congreso de literatura femenina en 1987. Ahí hablamos mucho del lenguaje, de la diferencia entre el hombre y la mujer. Fue muy importante porque pude descubrir cómo en los códigos lingüísticos empleados en nuestra producción poética había una preeminencia de lo masculino. Y todo ese discurso tenía chato a Pedro. Fue así como en una de nuestras reuniones y en esta misma habitación le dije a él y a Pancho: ustedes deberían decir que son homosexuales y armar el primer colectivo, que tenga un condimento más político. Acciones de arte hay muchas, pero si no la rompes, no pasa nada. Esta es la historia real de Las Yeguas del Apocalipsis. A Pedro le habría encantado que escribiéramos un relato o un libro que se llamara Así fue. Invitamos al Pancho a escribirlo, pero él nunca quiso.
*Entrevista publicada originalmente en Revista La Noche.
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