Rebeka Pierre, llegaste a Chile porque te contaron de sus maravillas, un país tranquilo, con oportunidades laborales y donde podías realizar tus sueños. Con tus estudios de medicina querías servir, para eso habías estudiado tantos años y, al no poder hacerlo en Haití, migraste a nuestra tierra y voluntariamente, te entregaste por intermedio de la Cruz Roja –como voluntaria– a aquellos más abandonados, a las personas mayores, con tu cariño y profesionalismo.
No se pudo. Quedaste en el camino. La vida se hizo más difícil y los obstáculos abundaron. Somos todavía un país donde nos tratamos y los tratamos mal (PNUD, Desiguales 2017). Me duele, indigna y avergüenza, tenemos más estudios y conocimientos que hace 100 años y estamos más soberbios, vanidosos y narcisistas. Es una pobreza mayor, más profunda, aquella que nos horada en todos los ámbitos sociales, es la miseria de los vínculos que nos hacen discriminarnos y maltratarnos, encerrados en la codicia y en la obsesión por nuestro propio bienestar.
Te cuento, Rebeka, que esa misma semana en que tú fallecías sola en la calle, comenzamos la caminata por los niños ‘0 % violencia 100% de ternura’ en Chile. Esta comenzó hace un año en la frontera de EE.UU. y México y concluirá en junio en la Patagonia argentina. Se inició en Santiago en la población Los Nogales (Estación Central), en el colegio San Alberto Hurtado, las banderas de varios de nuestros países flameaban, por lo menos la mitad de los niños y niñas eran inmigrantes, y un grupo mayoritario haitianos.
Estaban allí aprendiendo a vivir juntos, a respetarse y reconocer la dignidad de cada uno, a enriquecerse con esa diversidad admirable. El hijo que esperabas no podrá llegar allí, sin embargo, experimenté en ese espacio que sí podemos cambiar la realidad, que nuevamente los niños y niñas nos darán una lección, como lo han hecho en estos años los niños y jóvenes de Chile al presionarnos para hacer reformas que los adultos fuimos incapaces de realizar en el pasado.
Hay esperanza de un trato igualitario y digno, esa esperanza está en esos más pequeños, en tu hijo de 5 años que te echará mucho de menos, pero que –si somos justos– será testigo de una profunda transformación en la manera de vincularnos.
Seguramente nos equivocamos, nuevamente actuamos en modo aporofóbico y te ignoramos. Perdona, Rebeka, por no considerarte un ser humano igual a nosotros, por no movilizarnos para recibirte e incluirte con alegría y respeto, por no hacerte sentir plenamente digna y por no tratarte con justicia.
La esperanza está en los niños y las niñas, pero también en los jóvenes y adultos que experimentamos este dolor, indignación y vergüenza, y que lo transformamos en compromiso y resistencia activa, demostrando en nuestro estilo de vida, en los actos cotidianos, que es posible construir vínculos de dignidad relacionándonos de manera igualitaria.
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