
Las crisis pueden traer cambios traumáticos, y a veces, sus efectos pueden tener consecuencias por generaciones. El auge de gobiernos autoritarios están poniendo en riesgo derechos y libertades que antes se daban por sentados. Lo que hagamos hoy puede afectar el futuro de nuestro continente.
Estamos en un momento que para muchos, se siente como de profunda crisis, que puede traer dolor y miedo, debido a cambios significativos en las alianzas globales y estructuras de poder, dejando a muchas naciones y comunidades con una sensación de incertidumbre e incluso de abandono. Los amigos de antes tal vez ya no lo son. La pérdida de ayudas internacionales, el debilitamiento de compromisos globales y el auge de gobiernos autoritarios están poniendo en riesgo derechos y libertades que antes se daban por sentados. Los desafíos que ya teníamos pueden ahora parecer insuperables. Hay miedo e incertidumbre en muchos lugares. Es urgente entender qué es lo que sucede y qué podemos hacer al respecto.
La importancia de escuchar
Las crisis pueden traer cambios traumáticos, y a veces, sus efectos pueden tener consecuencias por generaciones. Lo que hagamos hoy puede afectar el futuro de nuestro continente. Hace treinta años, en los últimos días de la guerra de Bosnia, llegué a Sarajevo en un vuelo de la ONU y en los días siguientes pude escuchar historias de dolor y resiliencia, de esperanza y muerte. Esa fue mi primera misión internacional, y comprendí la importancia de tomarse el tiempo de escuchar atentamente, para entender el impacto de los problemas, pero también reconocer la resiliencia de las personas y sus posibilidades. Desde ese entonces, he trabajado en otras situaciones complejas, llevando conmigo esa primera lección: para creer que existe un futuro en el horizonte, las personas tienen que tener respuesta a las cosas urgentes.
Las fases de la crisis
Esta experiencia me llevó a comprender mejor el modelo de crisis de Johan Cullberg, que describe las crisis en cuatro fases: shock, reacción, procesamiento y reorientación. La primera fase es un shock, con todo el impacto y las ondas expansivas del dolor y cambio. Para muchos, puede ser un asunto donde se pone en juego su libertad, la democracia o la vida misma. La segunda fase es la reacción, que puede manifestarse como rabia, tristeza o apatía, pero también en acción, dependiendo de las opciones disponibles. Después viene la fase del procesamiento, donde reorganizamos nuestras emociones y comenzamos a ver las cosas con mayor perspectiva, encontrando la fuerza para reconocer otros caminos posibles. En algunos casos, esto puede llevar a la fase de la reorientación, en la que se crean nuevos lazos y se avanza hacia nuevos horizontes. Pero no todos llegan a esta parte, ni todos la alcanzan al mismo tiempo. Para algunas personas, el camino hasta ahí es increíblemente difícil porque el sufrimiento puede ser tan abrumador que se vive como una sensación de parálisis y desesperanza. ¿Qué hacemos en esos casos? ¿Ofrecemos soluciones rápidas o nos tomamos el tiempo de caminar junto a quienes sufren?
El diálogo como resistencia
Las crisis son profundamente humanas, no son solamente eventos políticos. Para quienes están en el lado más duro del sufrimiento, escuchar frases como “toda crisis es una oportunidad” puede sonar injusto y liviano. Para quienes sufren, el dolor tiene un color, un sonido, un impacto. Reconocer esto es esencial para crear espacios seguros, donde las personas puedan compartir sus experiencias y ser verdaderamente escuchadas.
Aunque parezca una paradoja, la tecnología nos permite conectarnos, pero no necesariamente conocernos. El contenido de nuestras comunicaciones muchas veces está diseñado para apagar la voz del otro, no para escuchar ni entender. Es por esto, que en tiempos de crisis, el diálogo no es un lujo intelectual, es una herramienta para transitar y salir de la zona de amenazas que tenemos por delante.
Tal vez no podamos resolverlo todo de inmediato, pero podemos demostrar que nos importa, al escuchar, compartir historias y conocer diferentes perspectivas. Al mismo tiempo, el diálogo es resistencia, porque nos ayuda a encontrar nuevos horizontes y evitar la polarización o el aislamiento. La resiliencia democrática permite mantenernos en pie con mayor firmeza cuando reconocemos que, incluso en medio de la incertidumbre, aún podemos encontrar mejores caminos.
El día después
Este es un buen momento para reforzar las amistades cívicas y políticas, entre quienes antes estaban más distantes, pero que ahora sienten en común el rugido de las nuevas realidades. Si entendemos que la crisis tiene fases y tiempos, podemos resistir los días de desesperanza. Habrá un día después de estos tiempos inciertos. Todos los días saldrá el sol y habrá atardeceres. No es necesario esperar a que las condiciones sean perfectas. Este es el momento para crear espacios para el diálogo y la solidaridad, en nuestro vecindario, y por qué no, también entre países amigos. Incluso cuando no conocemos todas las soluciones, podemos ser solidarios frente a las crisis que tenemos por delante.
- El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
No hay comentarios:
Publicar un comentario