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miércoles, 13 de septiembre de 2023

Cosas mías, de viejo...

 

Verdad-politica
 

Hemos recibido testimonios de compatriotas de muchos sitios del mundo. De aquellos que nunca tienen voz. Los iremos difundiendo en los días venideros. Para comenzar, un buen ejemplo de un "viejo" que quiere dar su opinión sobre el homenaje "oficial". Helo aquí.


RENACE LA VIDA

Affiche de Vicente "Vicho" Larrea



La conmemoración de los 50 años del golpe


por Jorge Lillo - 12 de septiembre 2023


Me parece que estuvo bueno el acto de conmemoración de los 50 años del Golpe. A ratos, palabras emotivas o el impresionante minuto de silencio me hicieron flaquear en mi capacidad de aguantar el lagrimeo.

No es fácil recordar al último Presidente sin volver a lamentar su ausencia, y reconocer que personas como aquellas son cada vez más escasas, inhabituales; perfectos bichos raros, en suma. En lo íntimo, albergo la sospecha de que ya no existen ni existirán.

Como soy un puntilloso incorregible –lo reconozco sin tapujos– eché en falta algunas cosillas que tras los años que he vivido, se me acumulan: hábitos tradicionales, modos de convivir, formalidades de buenas maneras; restos de conservadurismo que uno lleva metido a fuego en el subconsciente como simples gestos –si simples fueran– actitudes o malcrianzas que nos dejaron antiguos comportamientos sociales, viejos profesores, dignos maestros, residuos familiares o ejemplares amigos. Pretéritos quehaceres, rituales, qué sé yo. Rastros y restos que me formaron de alguna manera, no sé si buenos o malos, pero que todavía me parecen necesarios en algunas ocasiones como esta, y que tan extrañas parecen a las gentes modernas de relajadas maneras respecto de protocolos y otras menudencias.

De partida, sin menospreciar la emotiva presencia del maestro y compañero Valentín Trujillo, que siempre ha sido un artista y hombre digno, me faltó un corito que pusiera mayor solemnidad en el acto; ya fuera el Coro Filarmónico o el de la Universidad de Chile, interpretando el himno nacional a cuatro voces y con la orquesta Sinfónica en el acompañamiento.

Masas artísticas de nivel superior que te hacen erizar los pelos cuando eres sometido al efecto armónico de sus instrumentos y voces. No hay quién se les resista.

Acaso es mucho pedir, –¿será mucho?– pero cuando uno ha sido conmovido, por ejemplo, por la interpretación de la Marsellesa con el arreglo de Berlioz, sin poder contener lágrimas ante tal belleza, no puede dejar de pensar que acá, que somos mandados a hacer para imitar, podríamos intentar hacer lo mismo para elevar el nivel.

Como dijo el Compañero Presidente: “hay que elevar el nivel, compañeros, hay que elevar el nivel”.

Leseras anticuadas que se me ocurren. No soy ministro de las Culturas y las Artes. Habría sido un buen esfuerzo, insisto, una pieza de arte mayor, para contrastar y contrarresaltar el recuerdo insultante de bombardeos y violencia que aún resuenan en La Moneda aunque la hayan reparado y pintado de blanco para disimular el agravio.

Aunque no soy creyente, me faltó ver allí a los príncipes de la Iglesia, que hace tiempo no vemos en actos públicos, muy modosos y compuestitos, como niños de catequesis, ajenos a sus abluciones habituales y en papel de escuchas. Tal vez seamos demasiado terrenales para pedirlo. O habrán tenido muchas cosas que conversar con el Señor. Los dignos, los que sacaron la cara por la Iglesia en su momento, ya no están, pero su recuerdo sigue en nosotros.

Ignoro si había representantes de otros credos o si tampoco estaban disponibles como para actuar de público pasivo, siendo que ellos siempre tienen la última palabra y el diezmo, así sea.

Otros dogmáticos de misa dominical y comunión sin confesión, representantes de la oposición, tampoco estaban; no hay que extrañarse: su democrática actitud termina donde empiezan los derechos del soberano, es decir, de “nosotros, el pueblo”. Además, aún conservan malos-hábitos-mal-adquiridos de los que gozaron diecisiete años sin contrapeso ni remordimientos. Y quieren seguir gozando.

No se vió allí a condecorados generales o almirantes, ni siquiera a los edecanes del presidente.

¿Nadie los citó o se negaron a estar presentes?
¿Estarían en ceremonias paralelas en sus respectivas escuelas matrices homenajeando al Presidente mártir?
¿O estarían declarando en ciertos tribunales por ciertos dinerillos non sanctos?
¿O la presidencia ya no puede disponer de ellos cuando la ocasión lo amerite? ¿Estarían elevando arengas a sus tropas, para que nunca más, mamita linda, te prometo que nunca más?
¿O fue para evitar algún exabrupto del público, que habitualmente es grosero cuando está en patota?

El jefe carabinero estaba y –hasta donde yo supe– no fue ofendido ni corrió peligro de linchamiento por la chusma que rodeaba la plaza de la Constitución (de la Constitución del 25, aclaremos).

Un párrafo aparte se merecen los imbéciles que nunca faltan –pero que por falta de cultura y discernimiento, a menudo sobran en estos días en Chile– que el día anterior rayaron, dañaron y ofendieron el Palacio de La Moneda.

Aún, después de medio siglo, no entienden que hay símbolos que no se tocan, que no deben tocarse; que los traidores nunca debieron atacar, incendiar ni bombardear la casa de gobierno.

Hacerlo,hoy, es igualarse a la carroña que la mancilló en 1973, cuando, pese a todos los pesares, arrastrábamos una –frágil– tradición democrática.

Ahora, porque ninguna tumba debe ser profanada y porque La Moneda es la tumba del último Presidente de Chile: Dr. Salvador Allende Gossens.

 

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