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viernes, 17 de octubre de 2025

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Parásitos

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Dicho de una persona que vive a costa ajena, el término parásito se ha puesto de moda por los dichos de un asesor del candidato ultraderechista José Antonio Kast, para referirse a los funcionarios públicos.

Disparando a la bandada con el convencimiento absoluto de su impunidad, el sujeto se hace eco de uno de los convencimientos ideológicos de mayor importancia en el pensamiento neoliberal: que todo lo que huele a Estado, incluido sus funcionarios, son una especie de pecado que debe ser sancionado con la excomunión o la cesantía.

La más frecuente amenaza de la cultura ultraderechista es disminuir al Estado a una expresión mínima. En la religión neoliberal la sacrosanta propiedad privada no puede tener límites en tanto es la fuente de toda riqueza y crecimiento, y todo aquello que huela a “res publica” es sospechoso de comunismo.

Sin embargo, el Estado chileno es uno de los más pequeños del vecindario si se considera que no alcanza a llegar a vastos sectores, coincidentemente donde vive la gente más pobre.


Más aún, en el proceso que va desde la entronización de la transición, la que en aspectos esenciales aun no es del todo, la aplicación del proyecto neoliberal ha mermado el alcance del Estado por medio de sucesivas olas privatizadoras que tuvieron su marca mayor en el gobierno de Eduardo Frei Ruiz-Tagle.

Hoy, en medio de la campaña presidencial asistimos a uno de los efectos más perniciosos de la fallida o, al menos, trunca transición democrática, que significó dejar a los responsables no solo de la asonada de aquel martes nublado, sino de todo lo que vino en términos de crímenes horrendos y la refundación del país, sin el justo castigo.

La ultraderecha es la expresión más aguda y extrema del capital. Es su brazo armado que actúa impunemente con un ropaje democrático solo cuando no son necesarios los secuestros, los asesinatos, las desapariciones y las torturas.

La falencia que se originó en la cobardía tanto como en la anuencia convencida de que solo los militares fueron los responsables de todas las atrocidades cometidas en esos diecisiete años, es lo que ahora pasa la cuenta: aquellos criminales de civil hoy utilizan y se sirven del sistema político para debilitar la enclenque democracia y cobrar al pueblo en cuotas diarias de explotación y abuso aquel intento del año setenta.

Para que nunca más.

No escatiman en las herramientas que la debilitada democracia les ofrece para mentir de la manera más descarada sabiendo que jamás les va a pasar nada. Tampoco se miden en lo que roban a manos llenas en las agencias del Estado, a la vez que satanizan precisamente ese Estado que los financia por decenios y generaciones.

Si se trata de parásitos, se debe hablar de quienes viven a costa del trabajo de otros, a quienes explotan, humillan y hacen vivir en condiciones límite. No hay parásito más inhumano que aquel que hace de la vida de millones de personas un vía crucis, un sufrimiento permanente, una vida al borde de lo existencial solo para satisfacer el egoísmo que le viene con la leche materna y los salmos de sus escrituras sagradas.

Sujetos que, cuando la cosa se les pone cuesta arriba, no trepiden en desplegar toda la maldad posible.

Los funcionarios públicos no son un dechado de virtudes y se requiere de mucho más que buena suerte o el buen contacto para ser un servidor púbico. Hace falta una precisa comprensión de lo que significa servir a la gente desde un puesto de trabajo.

El juego de cifras más o cifras menos, de aumentos en un gobierno y en otro, serán recursos recurrentes para intentar imponer medias verdades y medias mentiras.

Mientras la cultura dominante sea la que nos abruma, mientras haya políticos que se disfrazan de izquierda, pero escriben con la derecha, los Estados seguirán siendo los entes esencialmente represivos que buscarán perfeccionar y defender el sistema dominante mediante la fuerza.

Es cosa de ver la criminalización de los escasos momentos de protestas, en las leyes que contienen muy bien camuflados artículos contrainsurgentes, y sobre todo en las agencias de espionaje, represión y control policial, cuya mejor expresión es en el territorio mapuche que es tratado como una zona de guerra.

El Estado es el órgano represor de la clase dominante, así sea que, por razones bastardas y falsas, la ultraderecha lo ataque como arma política falaz y desvergonzada. Como se sabe, sus falencias se expresan en muchos lugares hasta donde no llega la política pública dejando a importantes sectores al arbitrio del azar o de avezados delincuentes.

La cultura parasitaria tiene su mejor versión en los poderosos que hacen fortuna con la necesidad del niño, con la urgencia de los pobres, con la depredación de los países y la manipulación y la mentira.

Y en aquellos que, contraviniendo virtudes teologales y juramentos patrióticos, han robado del Estado todo cuanto han podido, viviendo a costa ajena todas sus apacibles e inútiles vidas.

 

Ricardo Candia Cares

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