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sábado, 18 de octubre de 2025

“Octubrismo”, una simplificación arriesgada

 

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A pesar de la enorme energía invertida en estos últimos seis años por la derecha económica y política para crear una narrativa de desprestigio del “estallido social” y la poca capacidad de amplios sectores de la izquierda para conceptualizar su verdadera estatura, este continúa siendo un acontecimiento a tener en cuenta, valorar y tratar de entender, a la hora de pensar en nuestra historia pasada, actual y futura.

El seudo insulto “octubrismo” que sintetiza el menosprecio de este movimiento asociándolo fundamentalmente con actos de violencia, delictuales y caprichos revolucionarios, es una lectura estrecha, acomodaticia y sobre todo una simplificación arriesgada, puesto que no permite vislumbrar lo que realmente sucedió. Esto no sería un problema si el “estallido” fuese solo una figura retorica. En ese caso dejaría contento a un sector y los otros entrarían al debate con sus propias visiones y motes más optimistas o pesimistas.

El problema es que el “estallido social” no es una ficción literaria ni un hito local aislado, sino una instancia disruptiva que los sociólogos han identificado y definido con mucha precisión como Nuevos Movimientos Sociales (NMS), que en el año 2019 sucedían al unísono en más de 60 países del mundo y continúan en instancias llamadas protestas de la Generación Z, en Sri Lanka (2022), Bangladesh y Kenia (2024), Nepal, Marruecos, Perú (2025).

Pueden gustar o no, pero estos NMS vienen a fortalecer a las democracias, al operar desde una agitación rizomática. Es decir, desde una organización que no sigue las líneas de subordinación jerárquica propias del patriarcado y de la modernidad. Aquí son los participantes quienes gestan sus llamados desde múltiples problemáticas y plataformas, sin intentar ni desear constituirse en la voz de una clase social específica, como tampoco son liderados por un gremio o partido político en particular.


Esto genera un escenario en que se evidencia la multiplicidad de las grandes demandas sociales e incluso los hastíos minoritarios, material riquísimo para los líderes de nuestro país que no están llamados a categorizarlos y menos a generar síntesis simplistas tipo slogan de campaña, sino a resolverlos. Ese es su rol en la vida democrática, para eso son elegidos los gobernantes, para ello están las instituciones que canalizan las energías de la sociedad y velan por cualquier colapso civilizatorio.

Los NMS demuestran igualmente tener la capacidad de transformar los espacios físicos y electrónicos en escenarios narrativos de sus imaginarios. Y en las calles facilitan que cuerpos, identidades, intereses y artes, se entrelacen generando muchas veces expresiones visuales, musicales y performáticas a las cuales les son inherentes “el esplendor de la eternidad y el valor de culto” (Nietzsche). En otras palabras, generan instancias que como los rituales son capaces de unir a la sociedad en torno a nuevos ideales.

Desde el punto de vista de la construcción simbólica de nuestra cultura, el “estallido social” fue una de esas escasas instancias colectivas en las que se manifiesta el “horizonte utópico de lo venidero”, como lo expuso Carlos Satizabal, académico colombiano en un conversatorio en el Teatro La Candelaria de Bogotá, en meses en que parte del mundo miraba con atención nuestro derrotero. Esto implica que debiéramos estar más atentos y poner mayor esfuerzo en preservar y digerir la extraordinaria cristalización de poderosos deseos colectivos, que fueron acogidos en diferentes lenguajes del arte. Discutir sobre ellos ampliamente, no repintar los muros para que ingresen a un silencio estético como si lo vivido hubiese sido solo la señalización de una utópica anomalía, o una explosión sectorial que como un volcán estalla, baja su presión, evita el terremoto y ya…. a olvidar.

Fotografía Andrés Cruz M

Desde el punto de vista de las corrientes de opinión que tanto valoran las encuestas a la hora de proponer una figura/país, fue el momento en que nuestro cuerpo social que se creía en su mayoría modelado sin filtraciones en el crisol individualista de la economía neoliberal, optó por transformar colectivamente las ciudades en escenarios de protestas, que propiciaron muchísimos ambientes efervescentes bastante lejos del rol que le podemos asignar a conductas que puedan avergonzarnos como sociedad.

Se abrieron espacios comunitarios no solo en universidades y establecimientos de enseñanza, sino que también en medios de comunicación social, plazas, calles y parques. Muchos de estos se transformaron en marcos de diálogo, donde descubríamos a colegas o vecinos con los cuales jamás habíamos compartido ideas. Se hablaba allí sobre tópicos importantes en un ejercicio democrático, civilizatorio y no jerarquizado, abordando temas como el estado actual de los derechos humanos, el fin de la desigualdad social, la posibilidad de un estado plurinacional que diera cuenta de los diferentes pueblos que somos, la identidad de género y el respeto por las diferencias. El fin del lucro del sistema educativo, el cambio de las AFP por un sistema de pensiones solidario, la manera en que podríamos gestionar colectivamente problemáticas sectoriales, y muchas veces, el cómo aportar desde nuestros territorios para generar una nueva constitución.

Se produjeron convergencias masivas de carácter etario y socio cultural, en diálogos ciudadanos, sucesivas marchas, la inédita celebración del año nuevo 2020 en la Plaza de la Dignidad y a lo largo de Chile, se fue generando la sensación de que los movilizados éramos mayoría.

Es claro eso sí que una parte del país que plausiblemente se sentía como una minoría, levantaba sus reclamos. No estaba de acuerdo con varios de los horizontes a los cuales las protestas apuntaban. Se veía directamente perjudicada por perder dinero con sus oficinas y comercios cerrados. Veía cuestionado su concepto de orden, fragilizada su sensación de seguridad y amenazados sus privilegios.

Es importante no olvidar que en ese momento no solo esa minoría, sino la mayoría de los chilenos y chilenas estábamos en desacuerdo con la violencia delictual que aprovechó para saquear al comercio y romper infraestructura pública.

Es posible sí constatar el apoyo y entusiasmo entre los partidarios del estallido con esos grupos que se denominaron “la primera línea”, los cuales surgieron en diferentes puntos y actuaban en forma violenta, generando barricadas efímeras, simbólicas y estratégicas, que en el caso de la Plaza de la Dignidad la policía teniendo todos los medios para neutralizarla, parecía más bien preservarla en una zona que quedó devastada.

La violencia que se le asigna al “estallido social” no se condice con los cientos de eventos en los que participamos millones de manifestantes a nivel nacional, sin causar heridos, ni menos pérdidas.

Fotografía Andrés Cruz M

Sí se constataron 2.300 carabineros lesionados de diferente consideración, todos en escaramuzas con minorías como continúa sucediendo en muchas marchas a nivel mundial. Afortunadamente ninguno de esos policías estaba consignado con secuelas graves y menos muerto.

Sin embargo, entre los manifestantes se sumaron 34 muertos. Alrededor de mil personas fueron torturadas, 309 mujeres jóvenes denunciaron el haber sido abusadas sexualmente, incluso algunas violadas por policías o PDI. Los lesionados fueron 13 mil, 3.300 de ellos heridos de consideración, 460 con trauma ocular producidos por balines antidisturbios, 29 de ellos con pérdida total de la visión en uno o sus dos ojos. En esta última materia la policía chilena superó con creces en cinco meses a la más brutal de las represiones que se conocía con este procedimiento, la de su propulsor, el ejercito israelita que causó trauma ocular en 154 palestinos durante los seis años de la primera intifada.

Esta violencia excesiva era denunciada en tanto ocurría, pero nuestros gobernantes no la frenaron, aunque tenían las facultades jurídicas y políticas para hacerlo, lo cual es a todas luces grave y peligroso. No saber, no querer, o no poder ocupar la institucionalidad democrática para enfrentar los reclamos sociales que son parte integral de toda república, es un signo inequívoco de debilitamiento sistémico del espíritu de la vida política en su más amplia acepción. La estrechez de un análisis al respecto no podrá aportar a la tarea más importante: fortalecer la democracia para responder siempre y en toda circunstancia a sus naturales desafíos.

Si hacemos el ejercicio de liberarnos, aunque sea momentáneamente de las mezquindades intelectuales y partidistas, podremos apreciar que los NMS no son quienes construyen las condiciones para que los pueblos vivan en agitación sus descontentos. Solo indican lo que está sucediendo. Pero la ceguera puede llevar a responder ante ellos como esos reyezuelos que mataban al mensajero, por el hecho de traer un mensaje negativo.

En el horizonte utópico del s XXI se debiera responder siempre, incluso en las indeseables ocasiones de una guerra, con más humanidad, conmiseración y democracia. La represión y la impiedad, aunque todavía se practique, son actos que a nivel planetario comienzan a asquear.

Estoy seguro que en este aniversario crecerá el número de reflexiones que coincidan en que el “estallido social”, no es un espacio al que se le pueda colgar un neologismo, intentar causar vergüenza entre sus participantes y luego dar vuelta la página. Resulta más conveniente que nos enfoquemos los diferentes sectores a observar hasta qué punto los reclamos sociales, tanto materiales como los posmateriales, han sido atendidos.

 

Pedro Celedón Bañados

Fotografías. Andrés Cruz Miralles

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