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martes, 8 de enero de 2019

OPINIÓN


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¿Saldrá el 2019 la oposición de su estado de hibernación perpetua?

por  8 enero, 2019
¿Saldrá el 2019 la oposición de su estado de hibernación perpetua?
La foto final que queda es una oposición confundida, dividida en cuatro grupos, intrascendente, sin protagonismo en la agenda, incapaz de capturar la baja del Gobierno en las encuestas, sin nuevos liderazgos, sin proyecto que ofrecerle al país. Con un Frente Amplio que cayó en su propia trampa, una DC ansiosa de ser más considerada por La Moneda. Una centroizquierda fraccionada gracias al PC, con dos candidatos presidenciales sin programa y con el fantasma de Bachelet rondando desde Nueva York. Veremos si la oposición logra despertar este año de la larga siesta de 2018. De lo contrario, seguiremos viendo cómo la disputa de ideas se da en la derecha. ¿Cuál será la versión 2019 de la Desconcertación?

“Estado de confusión o desorientación en que queda una persona a causa de algo inesperado o sorprendente. Falta de orden y disposición de las cosas”. Esa es la definición de “Desconcierto”, eso que en términos terapéuticos se traduce en conductas y pensamientos permanentes de inmovilidad, estancamiento, melancolía. Nada puede describir mejor lo que ha pasado con la oposición durante casi trece largos meses. Es decir, más de un año de ausencia, de repliegue, de hibernación. La gran diferencia con una persona que se anima a enfrentar una crisis y, por tanto, a elaborar sus causas y mirar al futuro, es que en el caso de la oposición –especialmente de la ex Nueva Mayoría– esta larga siesta no ha pasado de eso: un desconcierto irreflexivo, carente de autocrítica y, lo que es peor, a la deriva, como apostando solo a que los errores del Gobierno de Piñera le permitan resucitar. Penoso.
La ex Concertación, desconcertada. La ex Nueva Mayoría, hoy minoría. ¿Alguna vez alguien había gobernado con la cancha despejada, sin rival? No. Esta es la primera vez en la historia política chilena en que no hay una coalición o bloque rival al oficialismo, si hasta en la dictadura, cuando las condiciones eran de vida o muerte, había opositores, porque el concepto de “oposición” no es hacerle la vida imposible al otro o bloquearle su proyecto de Gobierno, significa contraponer ideas, proyectos, visiones de país. Y eso es lo que no ha existido. Tampoco ha tenido protagonismo en la agenda política. Salvo honrosas excepciones, como Carlos Montes o Maya Fernández, pero desde sus roles de presidentes de ambas cámaras.
De ahí que el discurso oficialista de crítica a las conductas de la izquierda por su obstruccionismo, sea más bien atemporal. Incluso se llegó a decir que la oposición había logrado sacar a Varela o al ministro exprés Mauricio Rojas, pero eso no es cierto. Fueron las redes sociales, los ciudadanos los que presionaron. Los partidos de oposición hoy no pesan nada.
Y con un Gobierno que, pese a jugar solo, ha bajado significativamente su apoyo. Si en diciembre de 2017 el Presidente Sebastián Piñera obtuvo un 54% de los votos en el balotaje, es decir, 17% más que los 37% que sacó en primera vuelta, hoy las cifras se han invertido. Todas las encuestas –Criteria, CEP, Adimark y Cadem– de fin de 2018 mostraron una tendencia clara, en la cual la desaprobación superó en 10 puntos a la aprobación, la que se sitúo en el orden de 37 a 39 por ciento. Sin embargo, esa caída en la percepción del Gobierno no es capitalizada por la oposición. Por el contrario, caen en la misma proporción.
Y si de balances se trata, hay un hecho claro: la discusión, el debate, la confrontación, han estado centrados en la propia derecha. Divididos entre ultras y cercanos al centro. El mejor evaluado en las encuestas fue Lavín y el que es nombrado de manera espontánea como opción presidencial –un 12% según Criteria– es José Antonio Kast. Paradójicamente, Michelle Bachelet ocupa la segunda posición en evaluación e incluso entra en el ranking de presidenciables. La única que califica entre los que suenan a tres años de la próxima elección es Beatriz Sánchez –10% según la misma medición–, aunque ese capital es completamente personal.
La ex Concertación, desconcertada. La ex Nueva Mayoría, hoy minoría. ¿Alguna vez alguien había gobernado con la cancha despejada, sin rival? No. Esta es la primera vez en la historia política chilena en que no hay una coalición o bloque rival al oficialismo, si hasta en la dictadura, cuando las condiciones eran de vida o muerte, había opositores, porque el concepto de “oposición” no es hacerle la vida imposible al otro o bloquearle su proyecto de Gobierno, significa contraponer ideas, proyectos, visiones de país. Y eso es lo que no ha existido. Tampoco ha tenido protagonismo en la agenda política. Salvo honrosas excepciones, como Carlos Montes o Maya Fernández, pero desde sus roles de presidentes de ambas cámaras.
El Frente Amplio –del que se tenían muchas expectativas debido a la alta votación de Bea Sánchez y sus 21 parlamentarios– fue el gran fiasco de 2018. No pudimos ver nada de ese conglomerado que prometía cambiar la política chilena. Peleas internas e inmadurez. Florcita Motuda como protagonista por sus arrebatos, cantos desafinados en el hemiciclo y tuits de niño de colegio. Un Jackson desinflado y evidentemente molesto porque le han querido disputar el liderazgo. Y, por supuesto, el ultramediático Boric, que terminó siendo prisionero de su propia autoimagen de rockstar. Por suerte para el FA, al menos tuvo a Sharp y Latorre, los que pusieron una cuota de discusión política y altura de miras. El conglomerado de izquierda no ha tenido un proyecto claro, no fue relevante a la hora dirimir iniciativas legislativas y le sobró farándula.
La Democracia Cristiana, por su parte, indecisa entre pasarse al oficialismo o ser oposición. Nada más simbólico que el apoyo de Frei hijo al Ejecutivo en el tema del Pacto Migratorio o los permanentes llamados al Gobierno de parte de Fuad Chahin para ser considerados en cualquier comisión de trabajo. Sin discurso, sin líderes claros y, por sobre todo, irrelevante. Poco queda de esa DC de los grandes como Aylwin, Frei padre o Gabriel Valdés. Pareciera que la falange quedó a la deriva cuando partieron Martínez, Alvear y Mariana. Por lo visto, su peso era más fuerte del que pensaban los otrora “chascones”.
La centroizquierda terminó por dividirse en dos bloques. Vimos el nacimiento de la Convergencia Progresista, integrada por el PPD, PR y PS. Además del intento de ponerle un nombre a la oposición, quedó claro que falta aún conocer el proyecto que los sustenta. El PC logró por fin que alguien los acogiera y se alineó con dos socios que parecieran tener muy poco en común: el PRO del desaparecido ME-O –angustiado por sus múltiples procesos judiciales– y los Regionalistas Verdes, un pequeño grupo en el Parlamento, con mucho potencial para levantar temas ambientales y ciudadanos. De hecho, en el documento de lanzamiento ni siquiera pudieron consensuar un nombre y se autocalificaron como “progresistas”. Es decir, tenemos dos alianzas con el mismo apellido.
En materia de liderazgos, la centroizquierda ha navegado, reitero, con Montes y Maya a la cabeza. También con la imagen siempre presente de Ricardo Lagos –cuántos en el PS se arrepienten de haberle dado la espalda en las primarias de ese partido– y la tibia irrupción de Heraldo Muñoz y Máximo Pacheco, quien tiene su cuento aparte y anda recorriendo el país hablando de energías renovables como plataforma para levantar una eventual candidatura presidencial. El que se convirtió en un zombie fue Alejandro Guillier. El ex candidato presidencial parece haber dado por terminada su carrera luego de la estrepitosa derrota en 2017. Parece que la resiliencia política no es el fuerte en Guillier, comparado con personajes como Lavín, que se ha reinventado 20 veces en estos últimos 30 años.
La foto final que queda es una oposición confundida, dividida en cuatro grupos, intrascendente, sin protagonismo en la agenda, incapaz de capturar la baja del Gobierno en las encuestas, sin nuevos liderazgos, sin proyecto que ofrecerle al país. Con un Frente Amplio que cayó en su propia trampa, una DC ansiosa de ser más considerada por La Moneda. Una centroizquierda fraccionada gracias al PC, con dos candidatos presidenciales sin programa y con el fantasma de Bachelet rondando desde Nueva York. Veremos si la oposición logra despertar este año de la larga siesta de 2018. De lo contrario, seguiremos viendo cómo la disputa de ideas se da en la derecha. ¿Cuál será la versión 2019 de la Desconcertación?
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