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Para el politólogo chileno Juan Carlos Gómez Leyton, lo que está en juego en la segunda vuelta presidencial entre Jeannette Jara y José Antonio Kast no es un cambio de modelo, sino una disputa entre formas distintas de administrar el mismo orden neoliberal que se instaló tras el golpe de 1973 y que, según él, ha sido extraordinariamente exitoso en sus propios términos.
Medio siglo de neoliberalismo triunfante
Gómez Leyton parte de una tesis de largo plazo: Chile es hoy una “sociedad neoliberal triunfante”. El golpe de Estado de 1973 y las reformas de los años 70 y 80 no solo desmontaron la experiencia de la Unidad Popular, sino que instauraron un nuevo patrón de acumulación capitalista que la transición democrática no revirtió.
Los gobiernos de la Concertación –Frei, Lagos, Bachelet–, lejos de desmontar el experimento de la dictadura, lo profundizaron y perfeccionaron: privatizaciones, Estado regulador acotado, autonomía sagrada del Banco Central, políticas sociales focalizadas y una democracia electoral que opera dentro de un marco de mercado.
El resultado es una sociedad donde la pobreza disminuyó, pero la desigualdad se mantuvo alta, y donde el acceso al consumo –a través de mercados estratificados y del crédito masivo– se volvió el eje de integración social. En palabras del académico, Chile se transformó en “un gran mall”, una sociedad de consumidores endeudados antes que de ciudadanos movilizados.

Juan Carlos Gómez Leyton
Un votante neoliberal en un país-mall
Esa transformación material y cultural produce, según Gómez Leyton, un “sujeto ciudadano neoliberal”: hombres y mujeres que han interiorizado la racionalidad de mercado y votan buscando maximizar beneficios individuales, no transformar el sistema.
Desde esa lógica se entiende por qué el estallido de 2019, que muchos leyeron como una revuelta antineoliberal, aparece para él como “revuelta de clientes”: sectores endeudados que protestan para mejorar condiciones dentro del mercado (tasas de interés, moras, acceso a servicios), no para salir de él. La posterior derrota de dos procesos constitucionales y el mantenimiento de la Constitución de 1980 refuerzan esa idea de continuidad estructural.
Para el politólogo, la estabilidad del modelo no se explica por la ausencia de malestar –que existe–, sino por la capacidad del sistema de ofrecer consumo, crédito y cierta movilidad a amplias capas sociales. El miedo a perder empleo, tarjetas, casa o auto disciplina a una mayoría que, aunque crítica, no está dispuesta a arriesgar su lugar en el mall.
Jara vs Kast: competencia entre neoliberales
En este marco, la segunda vuelta presidencial no aparece, en su lectura, como una confrontación entre proyecto neoliberal y proyecto antineoliberal, sino como una competencia interna del campo neoliberal.
Jeannette Jara, militante comunista, representaría lo que Gómez Leyton llama un “neoliberalismo socialdemócrata” o “neoliberalismo corregido”: un modelo que mantiene el núcleo del capitalismo chileno, pero intenta mezclarlo con reformas acotadas, derechos sociales limitados y cierto progresismo en valores.
José Antonio Kast encarna, en cambio, un “neoliberalismo pinochetista”: autoritario, reaccionario, con nostalgia explícita del orden dictatorial y una agenda de recorte de derechos liberales (aborto en tres causales, matrimonio igualitario, derechos laborales).
Pese a las diferencias, el diagnóstico es claro: ambos aceptan el marco del mercado como horizonte. “No se está discutiendo la transformación de la sociedad, sino la forma de administrarla”, viene a decir el académico.
La aritmética del balotaje y el problema de la izquierda
Desde el punto de vista electoral, Gómez Leyton ve la segunda vuelta en condiciones objetivamente difíciles para Jara. Ella llega con un 26–27% de los votos, Kast con un 24%, pero detrás del candidato de extrema derecha se alinea casi todo el resto del campo derechista: Evelyn Matthei, Johannes Kaiser y otros liderazgos pueden empujar al bloque hacia el 50% o más.
La gran bolsa en disputa es el 20% del Partido de la Gente y Franco Parisi, un neoliberalismo populista que, según él, puede convertirse en bisagra parlamentaria y electoral. Aunque Jara lograra atraer buena parte de ese voto, seguiría necesitando crecer en otros segmentos.
Aquí aparece otra crítica fuerte: la obsesión histórica del Partido Comunista chileno con el centro, especialmente con la Democracia Cristiana, a la que una y otra vez busca como aliado estratégico. En esta elección, dice, el PC apostó por recomponer a la DC –un partido en crisis, con pocos votos pero mucha visibilidad–, en vez de ir a buscar sistemáticamente votos en los sectores populares, trabajadores, campesinado, periferias urbanas.
El resultado: la DC se recompone, consigue diputados y peso en el pacto, pero muchos de sus votantes no apoyan a Jara en la presidencial. Para Gómez Leyton, es un ejemplo de mala lectura estratégica y de la dificultad de la izquierda institucional para reconectar con las clases subalternas.
Lo que realmente se juega: valores y derechos
Si el modelo económico no está en disputa, ¿qué sí se juega en esta segunda vuelta? El politólogo señala un eje decisivo: los derechos y las libertades democráticas.
Con Kast en La Moneda, anticipa, se intentarían retrocesos en derechos liberales: aborto en tres causales, educación sexual, matrimonio igualitario, reformas laborales, salario mínimo y 40 horas, entre otros. No se trataría de desmontar el neoliberalismo –que él mismo defiende–, sino de endurecerlo en clave conservadora y patriarcal.
Frente a eso, ve posible que el voto femenino y juvenil vuelva a ser un factor que incline la balanza, como ya ocurrió en la elección de Gabriel Boric contra el propio Kast. La polémica por el veto inicial del CNTV a la campaña contra la violencia de género refuerza, en su lectura, la imagen de una derecha dispuesta a bloquear incluso mensajes básicos de protección a las mujeres.
Futuro: continuidad del modelo y ausencia de izquierda anticapitalista
La conclusión de Gómez Leyton es tan pesimista como nítida: gane Jara o gane Kast, Chile seguirá siendo una sociedad neoliberal. No ve en el horizonte inmediato una fuerza política con capacidad real de disputa sistémica. La izquierda anticapitalista existe, pero está fragmentada, marginal y desconectada de las mayorías; sus candidatos no superan el 1% de los votos.
La herencia de la dictadura, la transición pactada, el éxito del consumo y del crédito, la disciplina social y la derrota cultural de la izquierda se combinan en un cuadro donde el neoliberalismo no solo domina la economía, sino también la imaginación política.
En ese contexto, las expectativas del politólogo sobre el futuro son moderadas: no espera una “noche fascista” –Chile ya es un país de derecha desde 1973, dice–, sino la continuación de un orden desigual, disciplinado y consumista, con riesgo de regresión en derechos y un desafío pendiente que él sintetiza en una tarea: reconstruir una izquierda capaz de hablarle a las mayorías y de volver a poner en la agenda la transformación, y no solo la administración, de la sociedad chilena.








