En un escenario político conservador, la
campaña Marca tu Voto apareció como un gesto que limitaba al norte con
la desobediencia civil y al sur con la conquista de la institucionalidad
desde la ciudadanía. Si bien no se trata en sentido estricto de
desobediencia civil, pues no se pide vulnerar una norma legal y convocar
a su incumplimiento, sí se trató de un llamado a vulnerar una práctica
normalizada y cuya norma social imperaba sin contrapeso: esa norma se
basaba en la convicción de que un voto marcado era un voto nulo y, por
tanto, un voto perdido. Fue un llamado a incumplir entonces una norma
social. Pero, además, fue un esfuerzo de arribar a la construcción de la
institucionalidad desde la ciudadanía. Y ello fue en un sentido doble:
por el contenido de la propuesta (llamar a una Asamblea Constituyente) y
por su forma (conquistar la Asamblea ocupando caminos que no estaban
hechos para ello).
El espíritu de un acto político como
marcar el voto es de rebeldía y protesta. Y, en tanto tal, calzaba con
el espíritu de impugnación del Chile actual. Pero todo espíritu de
rebeldía supone un aparato que lo administre, un cuerpo de funcionarios
que haga operativa la acción. Los administradores de Marca tu Voto
fueron los impulsores para Chile de esta idea, pero también fueron sus
administradores. Y como suele ocurrir en estos casos, en algún momento
la protesta se torna astucia, maquinación y cálculo. Todo Cristo tiene
su Pablo. Y aunque esto no es un problema en sí mismo, lo es cuando los
cálculos son equivocados o cuando vulneran el espíritu del acto que se
está promoviendo. Si marcar el voto con las letras AC para estimular la
convocatoria a una Asamblea Constituyente nacía de la rebeldía a un
orden institucional y político que niega ese camino o, al menos, lo
objeta significativamente, no se puede pretender caminar por la
institucionalidad ni menos jugar a la seducción de los poderosos. De lo
que se trata es de irritarlos. Y nada de eso ocurrió. Cuando mucho,
molestó a la derecha, cosa nada difícil y a estas alturas irrelevante.
Marca tu Voto tuvo numerosas
oportunidades para radicalizar su postura e irritar a la
institucionalidad. La tuvo cuando Juan Emilio Cheyre demostró desconocer
la diferencia entre voto impugnado y nulo. Debió apostar a su salida
del Servicio Electoral. No lo intentó siquiera. Luego los
administradores de Marca tu Voto tuvieron reuniones con el Servel y
señalaron que el camino estaba abierto para la iniciativa. Pero el
Servel contestaba en todos los medios de comunicación que “el único voto
válido es el que marca una preferencia y no tiene otras anotaciones”,
para luego dar una serie de referencias sobre posibles excepciones. El
Servel no era la solución, era el problema. No había que darle la
pelota, había que quitársela.
La ruta de Marca tu Voto fue errática.
Cuando la encuesta CEP reveló que el 45% de los chilenos deseaban
Asamblea Constituyente, no hubo celebración. Los convencieron de que era
un problema, que ahora la expectativa era mayor. El mundo político, que
siempre entendió que esta convocatoria era agua para otro molino,
insistió en que, de ahí en más, un resultado muy inferior a 40% de AC
era un fracaso para la iniciativa. Y parte de este discurso penetró las
propias filas de Marca tu Voto. Habían perdido el foco: su objetivo era
marcar el voto, no conquistar la realización de la Asamblea
Constituyente. Mientras tanto, la mayor parte del país todavía no
comprendía la posibilidad de marcar el voto sin anularlo, es decir, el
mensaje fundamental no había sido comunicado eficazmente. La campaña
llegaba a la elite informada, estaba orientada a la oligarquía buena
onda.
El momento de mayor confusión de la
iniciativa Marca tu Voto fue con el paso a segunda vuelta de las
candidatas Bachelet y Matthei. Habiendo logrado en primera vuelta un
éxito razonable, con un conteo alrededor del 10% de los votos y sin
impugnaciones relevantes (sólo la Fundación Jaime Guzmán), la iniciativa
decidió proyectar la acción para la segunda vuelta. Era evidentemente
un error. Mientras en primera vuelta había candidatos que llamaban a
marcar el voto, en segunda no los había. Matthei era opositora a la
Asamblea. Y lo más cercano a la AC que Bachelet había dicho era: “No
está descartado ningún procedimiento institucional para cambiar la
Constitución”. Ni siquiera había dicho: “La Asamblea Constituyente no
está descartada”. Ni siquiera había dicho: “La Asamblea es un
procedimiento institucional”.
Con esa confusión, la ruta electoral
hacia la transformación radical del orden político en Chile ha dejado de
ser un camino (si alguna vez lo fue), incluso para ejecutar
impugnaciones de alcance medio. No vale la pena prestar el voto, aunque
sea marcándolo. Es imprescindible avanzar por nuevos caminos.
Marcar AC nació para liberar al voto de
sus ataduras lógicas (se vota por candidatos, no por conceptos). Su
carácter conceptualmente subversivo –esto es, su movimiento de subtexto–
quedó en nada al pretenderse que en segunda vuelta siguiera operando la
campaña. Era un llamado explícito a votar, en primer lugar; y a votar
por Bachelet, en segundo. Por lo demás, en el Chile actual sólo la
protesta y la abstención han servido para generar transformaciones. Y
marcar AC ya no era protesta. E indudablemente ya nunca fue abstención.
Cuando era evidente que el fenómeno
central de la segunda vuelta era la abstención, la convocatoria de
marcar el voto dejó de ser subversiva e irritante para el sistema. Pasó a
ser una forma de llamar a votar. Y la estrategia de Marca tu Voto en
segunda vuelta pasó de la ingenuidad a la astucia. Ignacio Iriarte dijo
en diversos medios de comunicación que el llamado era a marcar AC, pero
que también era preferible que marcaran una preferencia. Este discurso
nunca fue escrito en ningún sitio, pero fue dicho en diversos medios de
comunicación. Habiendo ya sólo dos candidatas, el llamado era funcional a
Bachelet. Por supuesto, hubo una serie de sofisticadas argumentaciones
para explicar cómo las excepciones son más importantes que las
regularidades y que, dado que hubo algunos votos de Matthei marcados con
AC, entonces habría también un camino por esa ruta. Y aunque lo hay, es
un camino que debe ser construido, que no consiste en esperar que los
votantes de derecha voten por sus candidatos al tiempo que los impugnen.
No es una ruta sencilla. De momento se parece más a la irrupción de la
cantante calva.
Las reglas del método de la campaña
Marca tu Voto fueron erráticas. Su relación con la Nueva Mayoría fue
oblicua. Nació como una forma de presionar a Bachelet para avanzar por
la ruta de la Asamblea Constituyente, pero terminó siendo otra forma más
(de las tantas) que se usaron para evitar la abstención (sin éxito). La
iniciativa Marca tu Voto no supo asumir el principal rasgo de la Nueva
Mayoría: la posibilidad de influir sobre ella es ser un peligro para
ella (el movimiento estudiantil, por ejemplo) o ser una solución (el
Partido Comunista, por ejemplo, como forma de maquillar una aproximación
al movimiento estudiantil). No hay otra ruta. Si la campaña Marca tu
Voto hubiese ayudado a vencer la abstención de un modo detectable,
existiría para la Nueva Mayoría. Si hubiese llamado a no votar en
segunda vuelta, existiría para la Nueva Mayoría. Pero el camino
intermedio, la rebelión timorata de las elites sin masas, no sirve.
El colmo de la “confusión” fue terminada la segunda vuelta, cuando en carta a La Tercera
Ignacio Iriarte comienza diciendo: “A propósito de una nota publicada
el domingo en su diario, nos parece necesario precisar que la campaña
ciudadana ‘Marca tu voto’ no emplazó junto al Partido Progresista a la
presidenta electa a convocar a una asamblea constituyente, ya que la
campaña y la estructura que le dio vida cerró una etapa el 15 de
diciembre”. Es decir, se consumó así el error: el instrumento destruyó
el objetivo. El objetivo era marcar el voto, no llamar a una Asamblea
Constituyente. Y, por tanto, acabada la elección, no se llama a convocar
una Asamblea, sino a esperar novedades del cuadro burocrático de Marca
tu Voto (novedades que no llegan). Más aún, se hace un gesto político
para marcar distancias con un partido que apoya la Asamblea y para
generar proximidad con los partidos que la rechazan en silencio. Parece
incomprensible. Y lo es.
Estoy seguro que somos muchos, de entre
quienes apoyamos en primera vuelta la iniciativa, los que hemos
percibido con cierto estupor las señales que conducen a conductas
dóciles y amables con la Nueva Mayoría por parte de Marca tu Voto. Y el
estupor es doble: primero, porque es una iniciativa ciudadana y no
partidista y, segundo, porque la proximidad a Bachelet no ha servido de
nada, ni servirá. Por mi parte, estuve dispuesto a salir del
abstencionismo por una vez el 17 de noviembre, por el solo hecho de
apoyar esta iniciativa que, aunque errática, era lo que había para
expresar la ruta de la Asamblea. Sin embargo, hace ya un par de semanas
que las palabras de Francisco Zúñiga, jefe del equipo comunicacional,
dieron cuenta de algo que era evidente para todo aquel que lo hubiese
escuchado desde hace meses: no está en los planes de Bachelet hacer una
Asamblea Constituyente. Si el camino elegido por la campaña era el
“monárquico”, esto es, sensibilizar a Bachelet (y eso era, por
desgracia) ha fracasado. Y quienes apoyamos la acción, simplemente
prestamos el voto.
Irónicamente la confusión y consecuente
derrota de la Iniciativa Marca tu Voto es irrelevante. El proceso
constituyente en Chile se ha abierto. La fractura entre lo social y lo
político es tan grande que el mero vínculo jurídico de una nueva norma
no alcanzará a producir un espacio de representación legítimo. Será
imprescindible la Asamblea. Si la idea es que la institución más
criticada, como es el Congreso Nacional, se haga cargo de la nueva
Constitución, no cabe duda que dicho camino será pedregoso y lleno de
retrocesos. Si la idea es revitalizar las 54 reformas de 1989 con la
forma de una nueva Constitución de la elite política, no funcionará. La
democracia de los acuerdos está muerta (que no esté enterrada es por
culpa de sus familiares). La crisis de representación en que habitamos
es un síntoma de un problema más profundo, que es la incapacidad del
sistema político para contener en su seno los procesos sociales y
políticos. Estos procesos no requieren del acuerdo de sus líderes. No
necesitamos la visión monárquica que espera que Bachelet se convenza de
hacer una Asamblea. La sociedad se basta a sí misma, los procesos
históricos pasan por encima de los individuos. En Chile habrá una
Asamblea Constituyente, a pesar de la derecha, a pesar de la Democracia
Cristiana, a pesar del Partido Socialista, a pesar de Bachelet, e
irónicamente a pesar de iniciativas como Marca tu Voto, cuyo exceso de
ingenuidad (esperemos, porque también puede ser de astucia) les impide
caminar en línea recta al objetivo de la Asamblea Constituyente.
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