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sábado, 24 de julio de 2021

Demasiado pronto para pronunciarse…

 

Dac
 

La cuestión de saber ¿Para dónde va la lancha? sigue de actualidad. Un par de iluminados, José Joaquín Brunner y Carlos Cantero, hacen de augures, practican la oniromancia, la mantiké y la enteknos, estudian la semeia. Luis Casado se deleita...


D-2

Foto: cortesía de Nelson Moya




Escribe Luis Casado


Cuando Richard Nixon –aconsejado por Henry Kissinger, su gónada derecha– concluyó en que no tenía sentido seguir ignorando a China como si no existiese, inventó la diplomacia del ping-pong.

En abril de 1971 envió a Beijing al equipo nacional de pimpón, primera delegación deportiva yanqui que pisaba China desde 1949. Atrás quedaba la Guerra de Corea, una de tantas aun no terminadas visto que nunca se firmó un Acuerdo de Paz (del mismo modo, Rusia y Japón aun no terminan la II Guerra Mundial…). Nixon no se detuvo en tan buen camino: en 1972 fue a Beijing a reunirse con Mao, quien hasta entonces trataba a los EEUU como “el tigre de papel” y otras calificaciones amenas.

Durante contactos preliminares sostenidos en 1971 entre Chou-En-Lai y Kissinger, este último le preguntó al primero su opinión sobre la Revolución Francesa. Después de un largo silencio, Chou-En-Lai respondió: “Aún es demasiado pronto para pronunciarse.”

Viniendo de tan reputado intelectual y diplomático, la frase fue considerada una muestra de la paciente y visionaria naturaleza de los líderes chinos, acostumbrados a razonar en milenios, contrariamente a sus congéneres ‘occidentales’ que solo piensan en las próximas elecciones. Luego se tejieron variadas hipótesis: Chou pensó que le preguntaban por la Comuna de París de 1871, no por la Revolución de 1789, dijo uno. Otro arguyó que el líder chino había pensado en Mayo del 68. Como quiera que sea la frase de Chou-En-Lai quedó para la posteridad como uno de los juicios más profundos del siglo XX.

De ahí que las opiniones vertidas por algunas ‘personalidades’ aborígenes a propósito de la situación política chilensis hagan sonreír.

José Joaquín Brunner afirma con un toupet digno de mejor causa: “En la superficie se manifiesta, sobre todo, un recambio generalizado del personal que compone las elites políticas…”

Mi cerebelo, –órgano que procesa las informaciones provenientes de la médula espinal y del cerebro para darle una organización cronológica y espacial a los programas motores del movimiento–, activó mis zigomáticos al tiempo que de alguna sinapsis neuronal surgió la conocida pregunta: “¿Y cómo andamos por casa?”

Tal parece que un miembro de la costra política parasitaria está por detrás de los chimpancés, capaces ellos, frente a un espejo, de reconocer su propia imagen.

Brunner no se contenta con describir lo que todo dios ve en la ‘superficie’: también se aventura a exponer su visión de lo que ocurre ‘en el fondo’, tal vez porque a tales profundidades sigue operando la mítica herramienta forjada por el genio nacional: la ‘cocina’, de la que Brunner entiende un puñao.

Aunque sus conclusiones llevan a pensar que ‘en el fondo’ Brunner no pispa sino lo elemental de la mecánica clásica: la composición de fuerzas de la estática.

¿Cómo comprender si no que -después de evocar uno por uno todos los componentes de la costra política parasitaria, convenientemente engalanados con los perendengues de una supuesta reflexión de la que no hay noticias, asociada a la impotencia y el desgano que siempre les caracterizó como no fuese para meter la mano en la caja–, Brunner concluya como concluye?

“El progresismo llega tarde y carece de relato propio. Por su lado, la derecha comienza recién su lucha contra los fantasmas del pasado y las telarañas que nublan el futuro. En consecuencia, el cuadro continúa plenamente abierto e incierto.”

Solo le faltó la consigna de los naufragios: ¡Sálvese quien pueda y a la mierda el resto!

Otro súper dotado, Carlos Cantero, decidió que todo lo malo que ocurre urbi et orbi hay que achacárselo a la ‘crisis ÉTICA’, así, con mayúsculas.

Hace unos años el senador Cantero superó la altitud alcanzada ayer por Richard Branson y Jeff Bezos cuando encontró –solito– la solución definitiva para un mal endémico: la escasez de viviendas para los pringaos.

Cantero propuso en la Comisión de Vivienda del Senado “un programa que permita, en forma expedita y como política pública, el acceder a un ‘Programa Habitacional Escalable’, es decir que cada familia pueda ir cambiando su programa habitacional, a medida que cambian sus condiciones y realidades familiares” (sic).

En vez de construir viviendas, solución costosa y demorada, Cantero sugirió un PHE, Programa Habitacional Escalable, extensible si tienes hijos, retractable si los chicos se van, divisible en dos si hay divorcio y probablemente encogedorcita como la casa de Colin y Chloé en La Espuma de los Días, obra maestra del buen Boris Vian.

La ÉTICA, otro hallazgo de Un genio que nos envidia el mundo entero: Carlos Cantero (1).

Carlos adopta pretensiones intelectuales al culpar al prójimo de sus peores temores:

“Al vertiginoso proceso de deterioro valórico, se agrega la epidemia de idiotas (idiotés), del griego ‘idios’: de ‘ahí’, ‘lo propio’, o ‘particular’, concepto que originalmente refería a quienes se desentendían de los asuntos de la comunidad (públicos), bien porque no participan de la política o porque, desinteresados, velan sólo por sus propios intereses."

"Estos últimos cruzan transversalmente la sociedad, son los ausentes, las grandes mayorías ciudadanas que se ven tironeadas y polarizadas por minorías vociferantes, autorreferentes, sin legitimidad ni representatividad. En el caso de Chile está representada por el 80% de la ciudadanía (ponderada) que se restó del proceso cívico, dejando la decisión sólo en un universo minúsculo, que escasamente representa (en total) el 20 % del electorado, al definir la Asamblea Constituyente.”

Según Cantero las ‘minorías vociferantes, autorreferentes, sin legitimidad ni representatividad’ constituyen el 80% de los electores. ¿En qué escuela, perdón, en qué School cursó aritmética el tal Cantero?

Al referirse a los idiotés griegos, esos ciudadanos más preocupados de su propia fortuna que de los asuntos de la Polis, Cantero –o el cagatintas que le escribió la nota a precio de ganga– omite precisar dos o tres cosas.

a) En la Grecia Antigua nunca hubo políticos profesionales como los de su calaña. En la Atenas de Pericles no había ‘cargos’, sino ‘cargas’. Los designados por el pueblo –reunido en el Ágora en el ejercicio de sus derechos políticos– no cobraban: el breve periodo de designación les significaba un gasto;

b) nadie podía repetirse los espárragos: un ciudadano no podía postularse para un segundo periodo. Nunca hubo nada que se pareciese a políticos viviendo a costa del erario público durante décadas, como un tal Cantero;

c) en la Grecia que inventó la democracia, las elecciones nunca fueron el método de designación de los magistrados. Para decirlo más claramente, esa democracia careció de las sinecuras tan apreciadas por nuestros mangantes actuales y que les hacen ‘dedicarle a la cosa pública toda su vida’, y aun otra si dispusieran de ella.

Claramente, ni Carlos Cantero, ni ninguno de sus pares, es émulo de Lucius Quinctius Cincinnatus.

Si Brunner y Cantero escriben ahora, aportando sus luces, es porque ven con horror que la clase política parasitaria corre el riesgo de perder la teta. De paso disimulan la genealogía de los males actuales ‘ahogando el pescado’: nunca falta a quien culpar de la incuria propia.

Por mi parte tengo cierta inclinación a coincidir con Chou-En-Lai. Y con Winston Churchill, quien 20 años antes que Chou dijo más o menos lo mismo: “Es demasiado pronto para pronunciarse”. Considero, con Karl Marx, que el Hombre hace la Historia, pero no sabe la Historia que hace. Nunca pensé, como Fidel, que era posible escribir la Historia del futuro.

Si Alexis Tocqueville pudo afirmar que la Monarquía “consumió sus fuerzas y se deshilachó hacia la insignificancia” (2) mucho antes de 1789, lo hizo en el siglo XIX, cuando acometió un hercúleo trabajo de historiador y analista, leyendo la integralidad (es él quien lo afirma) de los numerosos Cuadernos de Quejas redactados en decenas de miles de aldeas y pueblos de Francia a pedido del propio Louis XVI. Su libro El Antiguo Régimen y la Revolución –a mis ojos infinitamente más útil y precioso que su De la Democracia en América–, fue publicado en 1856.

Si Emmanuel de Waresquiel postula –con muy buenos argumentos e incomparable erudición– que la Revolución Francesa se hizo en solo siete días, muy precisamente del 17 al 23 de junio de 1789, lo hace en su libro Siete Días, publicado el 24 de septiembre del 2020, o sea más de dos siglos más tarde.

La crónica contemporánea de hechos de los que el redactor es a la vez actor y testigo es un ejercicio aleatorio y peligroso.

Si Prosper-Olivier Lissagaray escribió una pieza clásica de la literatura política con su Historia de la Comuna de 1871, –los 72 días que iluminaron el futuro de la Humanidad–, no lo hizo mientas luchaba contra los versalleses, sino después de la masacre, en el exilio, en Bruselas primero y Londres más tarde: su gran obra fue publicada el año 1876.

Émile Zola, célebre autor de Yo Acuso, de las 20 novelas agrupadas en Los Rougon-Macquart - Historia natural y social de una familia bajo el segundo imperio, y de ese desgarrador testimonio de la explotación capitalista que es Germinal, contemporáneo como fue del intento de tomar el cielo por asalto, redactó dos crónicas cotidianas sobre la Comuna de París para los diarios La Cloche y Le Sémaphore de Marsella.

Con títulos de los que Brunner y Cantero no pueden ni soñar, con una calidad literaria infinitamente más digna de encomio y admiración, Émile Zola se extravió en sus razonamientos: comenzó alabando el sobrehumano esfuerzo de la población parisina para liberar a los miserables, y terminó justificando la traición del gobierno de Adolphe Thiers que pactó con Prusia el aniquilamiento de los comuneros.

Todo lo que precede es el zócalo sobre el que edifiqué mi más (auto) apreciada observación relativa a la insurrección popular de Octubre 2019: la cuestión de fondo es la cuestión del poder.

Nadie puede predecir la evolución del incierto desequilibrio político que vive Chile. “De mañana –no sabemos nada, y a mediano plazo estaremos todos muertos”, decía Keynes.

Tomar conocimiento de los trabajos de la Convención Constitucional en largas y prolijas descripciones de cada albur y de cada maniobra pequeña e inconsistente es como asistir a las reuniones de la asamblea de copropietarios del condominio en que está mi casa. Reuniones laboriosas y no necesariamente apasionantes: como en Chile los juristas hacen nata, hay un grupo de abogados “por”, un grupo de abogados “contra”, un grupo de abogados “no estoy ni ahí”, y un grupo de abogados “me chupa un huevo”.

A ratos me da la impresión de que la Convención Constitucional se está yendo por los cerros de Úbeda.

No es hacer predicciones, ni comparar lo incomparable, constatar que los Estados Generales se constituyeron el 5 de mayo de 1789. Después del discurso del rey, Necker –ministro de Finanzas– habló para hacerle tomar conciencia a los diputados de la desastrosa situación del reino, destacando que el gobierno estaba completamente desorientado.

El 17 de junio el Tercer Orden se auto-declaró Asamblea Nacional. Tres días más tarde, el 20 de junio, con refuerzos del clero y la nobleza los diputados de los tres órdenes se constituyeron en Asamblea Constituyente. Tras la sesión del 23 de junio Louis XVI ordenó la disolución de la Asamblea Constituyente, instruyéndole al marqués de Dreux-Brézé hacer cumplir su orden. Bailly, decano del Tercer Orden, le espetó al desdichado marqués la célebre frase: “La Nación reunida no recibe órdenes”. Siete días...

El 5 de octubre Louis XVI aceptó la Declaración de los Derechos del Hombre aprobada por la Asamblea Constituyente y la Constitución por ella redactada. En exactamente cinco meses desapareció todo vestigio del poder monárquico.

Nada de lo que precede se asemeja a nada de lo sucedido en Chile hasta ahora. ¿Qué pensar pues de la insurrección de Octubre 2019?

Me temo que es demasiado pronto para pronunciarse…



Notas
(1) Cantero no podrá usar la consigna: la inscribí en el Registro de la Propiedad Intelectual...
(2) La frase es de Brunner, aplicada al grupo DC, PR, PPD, PS y asociados

 

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