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jueves, 30 de noviembre de 2017

Opinión


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A cien años de la revolución bolchevique

por  30 noviembre, 2017

El proceso revolucionario que culminó con el ascenso de los bolcheviques al poder (1917), llenó de esperanzas a millones de trabajadores en todo el mundo, a la par que infundió terror entre  la burguesía y sus aliados. Los sucesivos sistemas de dominación de clase (esclavista, feudal y burgués), terminaban por desmoronarse frente al avance incontenible de la clase obrera y de sus vanguardias revolucionarias. Transcurridos 100 años de aquel épico episodio y 26 de su estrepitoso derrumbe ¿qué nos queda?
En la otrora “patria de los soviets” un gobierno autoritario y corrupto, liderado por un ex agente del KGB (Vladimir Putin), ha concluido la transición del comunismo al capitalismo, y hoy día se afana por reposicionar a Rusia como potencia imperial. En este nuevo proyecto la memoria del comunismo resulta ajena y por lo tanto incómoda. No es extraño, entonces, que el gobierno de Putín se haya restado de todo tipo de celebración y que el discurso oficial haya enfatizado la necesidad de convertir el Centenario en un acto de “reconciliación” entre “rojos y blancos”. Sin duda un gesto político espurio, pero muy propio de las tendencias políticas contemporáneas.
Pero tras el triunfo de los bolcheviques en 1917 y en especial después de su victoria sobre los nazis en la Gran Guerra Patria (1941-1945), el comunismo se extendió vertiginosamente a escala global. Europa del Este, China, Indochina, Cuba, Angola, entre muchas otras experiencias, pusieron de manifiesto que el comunismo era el principal fenómeno político y social del “siglo corto”, como señalo Eric Hobsbawm. No obstante, el derrumbe del “hermano mayor” (1991), precipitó aceleradas y radicales involuciones capitalistas (Polonia, Alemania del Este, Hungría y Rumania); articulación de capitalismo con régimen de partido único (China); desestructuraciones estatales (Checoeslovaquia y Yugoeslavia); y adaptaciones económicas y políticas a los requerimientos del capital (Vietnam y Angola). En este escenario sólo escapan a la tendencia global la versátil revolución cubana y el nepotismo comunista de Corea del Norte. Sin duda muy poco para un proyecto histórico, que amparado en las propuestas teóricas de Marx,  Engels y Lenin, vaticinaba el colapso del capitalismo en el siglo XX y la instalación del reino de la sociedad sin clases en el siglo XXI. Qué duda cabe, estamos muy lejos de esa utopía.
Las causas estructurales que explicaron el proceso revolucionario ruso de comienzos del siglo XX tenían que ver con la concentración de la riqueza, la desigualdad, la explotación y la discriminación. Muchas de esas condiciones, expresadas hoy día de forma diferente, siguen plenamente vigentes prácticamente en todo el planeta. En ese contexto el socialismo y en particular la revolución socialista a escala global, adquieren la misma vigencia.
Aunque parezca una cruel paradoja, los adversario de los revolucionarios son recurridos y homenajeados. Nicolás II Romanov, el déspota que gobernaba autocráticamente el Imperio Ruso en 1917, fue canonizado por la Iglesia Ortodoxa (2000), mientras que Tribunal Supremo de la Federación Rusa lo proclamó “víctima de la represión bolchevique” (2008). Se trata del mismo sujeto que arrojó a miles de campesinos rusos a la trituradora de la Primera Guerra Mundial; el que mantenía en la pobreza y el más brutal atraso social y cultural al grueso de la población; el que navegaba despreocupadamente en su yate imperial mientras los habitantes del Imperio sucumbían ante el hambre. Por su parte el líder de la revuelta contrarrevolucionaria entre 1918 y 1920, Alexsandr Kolchak, cuenta con decenas de estatuas, erigidas  en los mismos sitios en los cuales fueron derribadas las de Lenin. Es más, el año 2008 el cineasta ruso, Andrei Kravchuk, dirigió la película “Almirante”; toda una apología  a uno de los más sanguinarios dirigentes de la contrarrevolución.
En el 2007 una asociación de cosacos del Don levantó en Elanskaya (Rostov) un monumento a Piotr Krasnov, ataman del Don en 1917. Este sujeto fue el líder de la revuelta cosaca de 1918. Krasnov, exiliado en Alemania y luego en París, se unió a los invasores nazis en 1941 para combatir al comunismo. Capturado en 1945 fue ejecutado en Moscú en 1947. Uno de sus descendientes, su nieto Miguel Krassnoff Martchenko, es uno de los principales responsables de violaciones a los derechos humanos cometidas en nuestro país durante la dictadura.
Pero no son los únicos casos. En las Repúblicas Bálticas (Estonia, Letonia y Lituania), en Ucrania, en Hungría, en Rumania, en Croacia, las actuales administraciones, apoyadas por movimientos neofascistas, rinden homenaje y levantan monumentos a los combatientes anticomunistas. Es decir, a los militantes de las organizaciones fascistas (Hermanos del Bosque, Ejército Insurgente Ucraniano, Flechas Cruzadas, Guardia de Hierro, Movimiento Ustacha), que colaboraron con los nazis en la perpetración del genocidio (contra judíos, comunistas, gitanos, homosexuales y discapacitados), en la guerra de agresión contra la URSS y en la lucha antipartisana. En Rusia y en el este de Europa se está reescribiendo la historia; y en esta nueva versión de la misma los criminales y genocidas son reivindicados como mártires y héroes de la lucha contra el comunismo.
De esta manera se tiende a imponer, desde la academia, desde los circuitos editoriales y desde los medios de comunicación al servicio del capital, una mirada sesgada y falaz sobre la revolución bolchevique, sobre el comunismo y los comunistas. Pero esto no sólo conlleva un ejercicio de revisión histórica, también supone la invalidación del proyecto político emancipador del que ha sido históricamente portador el comunismo y los comunistas.
Y lo más sorprendente al respecto es el contexto epocal en el cual esto ocurre. De acuerdo con antecedentes publicados por Oxfam, de enero de 2017, los ocho sujetos milmillonarios; es decir, los más ricos del mundo, poseen la misma riqueza que la mitad más pobre del planeta (3.600 millones de personas). En esa misma línea y de acuerdo con los informes entregados por Credit Suisse para 2015, el 1% más rico del planeta (720.000 personas), concentra el 50% de la riqueza total. Es decir, nunca antes, como hoy día, se había experimentado tal nivel de concentración de la riqueza.
Mirado desde el otro lado de la frontera, de acuerdo con cifras del FMI (2015), 702 millones de personas viven en condiciones de extrema pobreza (10% del total de la población mundial). Mientras que el 33% lo hace en condiciones de pobreza. Por otro lado, de acuerdo con cifras entregadas por la ONU (2015), 795 millones de personas padecen condiciones de hambrunas y de ellas, cada año, 21 millones mueren por inanición; de éstos últimos cerca de 5 millones son niños menores de un año. No es extraño, entonces, que la esperanza de vida en Europa y en América del Norte se encuentre, en promedio, en los 78 años; mientras que en África ese mismo promedio no llega a los 50 años. De la misma manera, la mortalidad infantil en Europa y América del Norte se sitúa en la cifra de 5 x 1000, mientras que en África se empina a los 80 x 1.000.
Mientras en los países con más altos niveles de concentración de la pobreza se multiplican los problemas de acceso a los servicios, en especial a la salud, el bienestar social y la educación; en los países con más altos niveles de concentración de la riqueza se multiplican las ofertas de servicios, el acceso al crédito y el consumo. En esos mismos países la inseguridad y la exposición de la población a todo tipo de violencias (policiales y delictuales),  es un rasgo común; mientras que el negocio de la seguridad se convierte en uno de los más lucrativos en los países ricos y en los núcleos de poder de los países pobres.
Las causas estructurales que explicaron el proceso revolucionario ruso de comienzos del siglo XX tenían que ver con la concentración de la riqueza, la desigualdad, la explotación y la discriminación. Muchas de esas condiciones, expresadas hoy día de forma diferente, siguen plenamente vigentes prácticamente en todo el planeta. En ese contexto el socialismo y en particular la revolución socialista a escala global, adquieren la misma vigencia.
  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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