Por Guillermo Arellano
 
 
Para después de la visita del Papa Francisco (que será entre el 15 y el 18 de enero) se programó la entrega oficial de los nombres que compondrán el primer gabinete del segundo gobierno de Sebastián Piñera.
 
Con el recuerdo de lo que fue su debut en estas lides, lo que incluyó una publicitada ceremonia que se realizó el 9 de febrero de 2010 en el Museo Histórico Nacional de Santiago, el objetivo -admiten en Chile Vamos y en el piñerismo- es no repetir los elementos que a la larga dificultaron el accionar del hoy mandatario electo.
 
Primero: que Piñera no designe como ministros a amigos empresarios. Una cosa es la capacidad técnica en la administración de los negocios, que no se discute, y otra el manejo político y la cercanía que debe tener un secretario de Estado con los reales problemas y carencias de la ciudadanía.
 
Segundo: que tenga “manos derechas” o asistentes en vez de ministros de peso en carteras complejas. Pasó con Rodrigo Hinzpeter en Interior, que nunca tuvo el tonelaje político para liderar el gabinete y desenvolverse con los partidos y los parlamentarios del sector. Ojo que el fallido modelo se repitió con la llegada de Rodrigo Peñailillo en Interior en la segunda administración de Michelle Bachelet.
 
Tercero: no entregar pendrives en el acto de nombramiento de los ministros. Si bien en ese momento (2010) fue una buena idea mostrar la exigencia de metas y objetivos, tras el fracaso político que tuvo la primera parte de ese gobierno los famosos dispositivos informáticos pasaron a ser una mera anécdota.
 
Cuarto: que prescinda de los políticos. Como nunca antes en la derecha el trabajo de sus dirigentes partidarios (concejales, alcaldes, parlamentarios y demases) se notó a la hora del triunfo final de un candidato a La Moneda. Por lo mismo, la composición del gabinete debe ser acorde a ese espíritu, aunque el espacio para los independientes y las caras nuevas también debe ser promovido y apoyado.
 
Quinto: olvidarse de las frases campañeras para tiempos de gobierno. “En 20 días hemos avanzado más que otros en 20 años”, dijo Piñera al inicio de su primera gestión. “Gabinete de excelencia”, expresó tras dar a conocer a los nuevos ministros en 2010. “Mejor Censo de la historia”, proclamó después. “Estamos construyendo una nueva derecha”, acentuó a fines de ese mismo año. Y para terminar, los eslóganes con los que ganó ahora y hace ocho años: “Delincuentes, se les acabó la fiesta” y “Tiempos mejores”.
 
Sexto: no abusar del personalismo. Es imposible que un presidente se las sepa todas o que esté encima de todos los temas y de todos los ministros. Si bien sus bilaterales con cada uno de los secretarios de Estado fueron destacadas al final de su primer gobierno, su omnipresencia terminó jugándole malas pasadas.
 
Séptimo: cuidar la investidura del cargo. Sus piloteos en helicóptero y sus salidas de libreto, base de las denominadas “Piñericosas”, no se tomaron como gestos de humanidad por parte de la ciudadanía. Al revés, fueron castigadas por la gente en las encuestas de opinión.
 
Octavo y final: no explotar nuevos liderazgos. Piñera, en su anterior gobierno, accedió al ingreso de políticos a su gabinete a raíz de la deficiente gestión de los empresarios, no por una convicción personal. De hecho, gracias a eso Pablo Longueira y Andrés Allamand terminaron siendo los candidatos presidenciales para las primarias del sector en 2013. El criterio debería imponerse desde el comienzo si cumple lo que el mandatario electo les dijo a los timoneles de RN, la UDI y Evópoli, Cristián Monckeberg, Jacqueline van Rysselberghe y Francisco Undurraga: los candidatos a ministros e intendentes deben tener un “sello” político y estar disponibles para futuras elecciones.