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lunes, 14 de septiembre de 2020

Opinión


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Recordar es despertar

por  14 septiembre, 2020

Recordar es despertar

El presente nos invita a descubrir en los archivos una explicación sobre el pasado y el estado presente de las cosas. También nos invita a construir futuro a propósito de las causas y los efectos de las decisiones que tomamos en tiempos cruciales y críticos de la historia.

La unidad política para abordar desafíos importantes, exige activar aquellos archivos que pudieron cambiar el curso de la historia en un sentido u otro y cómo las decisiones políticas nos evidencian que los anhelos y las frustraciones en torno a la unidad política están preñados de creencias contradictorias y dilemáticas al divagar entre estrategia y objetivo, es decir, una incongruencia como expresión de un conflicto interior cuando se pregona la unidad política y se ejercen estrategias unilaterales contrarias al objetivo de la unidad política para sostener y consolidar la democracia que se dice defender.

Un archivo trascendental para explorar y releer ad portas de este proceso constituyente 2020 fue el pleno de la Democracia Cristiana en agosto de 1969, que tomó el acuerdo político de convocar a la más amplia “unidad política y social del pueblo”. Algo de esto le había sugerido el Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) a su homólogo chileno durante los años 60, para poner el foco en la unidad de todas las fuerzas políticas que estaban por las transformaciones en Chile.

En la elección presidencial del 4 de septiembre de 1970, Allende no es electo Presidente de Chile. Solo pudo acceder a la primera magistratura mediante la votación del Congreso Nacional, luego de un pacto de garantías constitucionales para recién recibir el apoyo y los votos de la DC el mes de octubre, en la histórica ceremonia que lo inviste como Presidente de Chile.

Otro archivo crucial para revisitar este 2020, fue la reforma constitucional Hamilton-Fuentealba, que en 1971 le ofrecía al gobierno de la Unidad Popular realizar los cambios en el marco de la legalidad y, con ello, poner la democracia y la Constitución como marco para un avance de las transformaciones en curso. Por más que la izquierda viera esta iniciativa como un freno a su revolución exclusiva y excluyente, una mirada estratégica constituía un pie de apoyo para resituar la oferta del Pleno DC de agosto de 1969, es decir, un camino más amplio que la política de un tercio contra dos tercios para gobernar en contextos de Guerra Fría y golpes de Estado.

A dos años del Pleno de la DC y su “unidad política y social del pueblo” y a dos años del golpe de Estado de 1973, la respuesta de Allende y de la UP no fue afirmativa a esa invitación y, aunque hubo un preacuerdo de nueve puntos, este fue desbaratado por los halcones de la DC, a esa fecha comandados por el ex-Presidente Frei Montalva y la incapacidad de insistir con la negociación por parte de Allende en un momento tan dilemático. En el mejor de los casos, nos encontramos con un Allende vacilante y con la pretensión absurda de seguir moviendo la muñeca, cuando los dados ya se agitaban entre las manos de la cofradía náutica para un golpe de Estado.

¿A qué le temía Allende? ¿A desmarcarse de una retórica revolucionaria? Al parecer, entrar en la historia con el supuesto mote de traidor de la causa revolucionaria no era una opción para Allende y pesó en sus vacilaciones para un acuerdo temprano UP-DC. Eso lo llevó a encajonarse en la tragedia de convertirse en mártir, cuando su deber como líder político, como Presidente de la Nación, era dialogar y negociar mejores condiciones para llevar adelante su Gobierno. Ya sabemos por el informe Rettig y Valech que no todos tuvieron la opción de elegir el martirio, sino que derechamente sufrieron la más brutal y sistemática violación a sus Derechos Humanos y fueron encarcelados, desaparecidos, torturados, fusilados, degollados, quemados y exiliados.

Vacilación, falta de visión política, comprensión de la dimensión de la propuesta en cuanto a legalidad y legitimidad para llevar a cabo una revolución en libertad y en democracia, además de su impacto en la política de alianzas, son cuestiones que quedan para el aprendizaje de un país que se encuentra ad portas del proceso constituyente más importante de su historia y, con ello, de la necesaria unidad política para ese propósito mayúsculo expresado en la capacidad de elegir a los delegados constituyentes necesarios a favor de las transformaciones que requiere Chile con una nueva Constitución democrática para navegar en este turbulento siglo XXI.

Cabe recordar que Allende tuvo que lidiar con los otros dos tercios en la oposición política que acentuaban el carácter de su Gobierno minoritario y también con la oposición de su propio partido, alineado con una política rupturista desentendida de la responsabilidad de gobernar y dar gobernalidad, cuyo lema era “avanzar sin transar” desde los pasillos del poder y en las calles.

“Pasó la vieja”, pasó la vieja forma de entender la política como “el arte de lo posible”, pero, como algo más importante, al país y a su debilitada democracia se le fue la oportunidad de comprender la política como un ejercicio de voluntades preñado de diálogos y negociaciones para abordar crisis y conflictos. Allende y la Unidad Popular abandonaron tempranamente el necesario ejercicio de diálogos mínimos posibles, como demuestran los archivos, al despreciar y depreciar la negociación y el diálogo en un contexto de marcada sobreideologización.

Hoy ya es parte del inventario que el pacto de transición entre la Concertación, el régimen dictatorial y los herederos de la dictadura se orientó hacia el fortalecimiento de un modelo económico que solo necesitaba pasar a una segunda fase exportadora, promesa que nunca se cumplió y se transformó en un objetivo vacío y estrategias estériles para dicho propósito. Así lo demuestran las inversiones y políticas en ciencia, tecnología e innovación de los últimos 30 años.

No son pocos los que hoy vacilan sobre la importancia de la unidad en escenarios de crisis, complejidad e incertidumbre. Los poderes que digitan los instrumentos mediáticos han inventado un Chile entre Lavín y Jadue. La dirigencia comunista ha comprado íntegro este paquete, tal vez explicado por un siglo de ser apuntados como el más impopular del barrio y no son pocos los socialdemócratas, democratacristianos y frenteamplistas que caen en este juego digitado y alimentado por la energía de los egos de cada uno, mientras “los dueños de Chile” impulsan su estrategia más frívola, sacando a pasear a sus cartas más sucias y marcadas.

Una ciudadanía movilizada, pacífica, creativa y empoderada en sus capacidades de diálogo y negociación es la base fundamental para una mejor práctica de la política, como lo demostró el acuerdo político del 15 de noviembre de 2019. De ello dependen las elecciones de abril del 2021. Esa elección está tan abierta como la trampa mediática en curso. La historia también se escribe desde los algoritmos que digitan las élites de siempre mediante viejas y nuevas tecnologías. Organizar peleas de gallos es tan antiguo como el gastado truco de “dividir para gobernar”.

Antiguamente “recordar” era sinónimo de “despertar”. Puede ser que el sol entre antes por los ventanales de Santiago Oriente. El tema es quién se levanta más temprano.

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