Hasta 1924, los parlamentarios no recibían dieta, sin embargo, se compraban los cargos, y el sillón de senador valía un $1.000.000 de la época; el de diputado, $500.000; el de regidor, $200.000, dinero que salía del bolsillo de los oligarcas. Hoy puede decirse que también se paga por ocupar los sillones en el Congreso, pero la diferencia es reciben una dieta estratosférica: $8.198.000 como sueldo bruto mensual para cada congresista, suma a la cual sólo hay que descontar ISAPRES y AFPs. A este sueldo hay que agregar una serie de canonjía, como gastos en transporte, viáticos de representación, asesoría parlamentaria, secretarias y otros ítems que me niego a recordar pues me da vergüenza ante tal indignidad. Se ha dado el caso de parientes de congresales, pagados con estos sobresueldos, lo que entra a engrosar el capital del parlamentario y su familia.
Pensemos que el
conjunto de gastos –incluido el sueldo base del parlamentario – suma
$25.000.000 mensuales, y hay congresales, como el diputado Sergio
Aguiló, y otros, que ya completan 25 años an el cargo. Junte usted
$96.000.000 anuales y multiplíquelo por 25, es decir $2400.000.000,
cifra que jamás ha podido obtener ni el más afortunado ganador de
premios de azar acumulados. No hay que ser muy mal pensado para darse
cuenta de que la mejor manera de devenir de pobre a millonario es
comprarse un sillón parlamentario, bien siendo parte de la mafia de los
partidos políticos, lograr apoyo de los empresarios o grandes grupos
económicos, o simplemente, comprar a los electores – para acceder a un
sillón basta con tener buena publicidad en los Diarios de derecha, pues
la potencia de un candidato se mide por los centímetros que ocupan en
esos Diarios -.
Si un ciudadano ha sido
elegido una vez, tiene prácticamente asegurada la posesión del escaño
parlamentario por 25 años. Y si es un diputado ambicioso, puede escalar
al senado. Sabemos que el 80% de los diputados que se presentan son
reelegidos por obra y gracia del sistema binominal.
En la pseudo democracia
chilena, el parlamento es la institución más desprestigiada ante la
opinión pública, pues casi el 90% de los ciudadanos consideran a los
parlamentarios ignorantes, abusadores, flojos e inútiles y, se da el
caso de que algunos de ellos, con sueldos millonarios, se dan el lujo de
concurrir a las comisiones y, al momento de votar, ni siquiera saben lo
que votan sio es que están presentes.
Alguien me dirá que son
los representantes del pueblo, pero muchos de ellos apenas sí
representan al 5% de los electores habilitados para sufragar – ver el
estudio de CIPER-Chile sobre el tema -.
Dos diputados honestos y
claro, jóvenes, han tenido el valor y la dignidad de proponer la
reducción en un 40% de los parlamentarios que, de todas maneras, el
sueldo sólo se bajaría a $4.500.000, nada para morirse de hambre – al
menos podrían comprar varios kilos de pan y algunas cajas de té para
alimentar a sus desnutridas familias -.
Bastó que estos jóvenes
diputados plantearan este proyecto para que los fariseos de siempre
pusieran el grito en el cielo, aduciendo su inconstitucionalidad. Para
colmo de la hipocresía, los Presidentes de la república, ministros,
parlamentarios e intendentes no se van rebajar los impuestos que, según
la proyecto de reforma tributaria, está destinada a 1% que pagaba el 40%
y que según este proyecto, se rebajaría al 35%. Con razón, se dice que
la hipocresía es el homenaje que la virtud hace al vicio.
El desprestigio del
Parlamento no es nuevo en Chile: el historiador Alberto Edwards decía:
“El que estas líneas escribe fue aliancista durante el corto tiempo en
que figuró en política activa (1909-1912), sin que con ello creyera
servir una idea doctrinaria o social específicamente diversa a la de los
coalicionistas. Nadie puede imaginar entonces que la coalición
representaba la conservación del orden existente, ni la Alianza su
reforma revolucionaria o no. Por otra parte, yo estimaba que aquello no
podía durar; pero no tenía la noción fija del modo como se derrumbaría:
´me voy del Congreso, dije a mi amigo Carlos Balmaceda: en materia de
palizas, prefiero no estar entre los que los reciben´”. (Edwards, Vives,
La fronda aristocrática: 1918:197
Rafael Luis Gumucio Rivas
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