Cuando supe de la detención de Juan Emilio Cheyre, recordé el encuentro que tuve con el Papa Francisco, el 30 de marzo pasado. Ahí él me preguntó: “¿Y cómo va el caso de tus padres?”. Cuando le dije que andaba medio lento todo, me agarró bien fuerte del brazo y me dijo, “tú tranquilo, de a poco la justicia irá llegando”.
Tenía 14 años cuando encontré los recortes periodísticos con el caso de mis padres. Estaban guardados en una cajita de zapatos, en uno de los muebles de mi abuela. Los diarios chilenos hablaban de que se habían dinamitado ellos mismos, que se habían suicidado. Tuve que hablar con mis abuelos.
Ahí entendí un poco el miedo que yo tenía, el terror y la paranoia con la que vivía hasta entonces: tenía problemas para dormir de noche y me costaba confiar en las personas. Ahora con la distancia veo que llevaba una vida muy tormentosa.
Esa sensación me acompañó hasta los 30 años. A esa edad interpuse mi primera querella ante el juez Juan Guzmán, acusando a seis militares chilenos por la muerte de mis padres. Entre ellos estaban Augusto Pinochet, Ariosto Lapostol (excomandante del Regimiento Arica de La Serena), Mario Larenas Carmona (exsubteniente del Arica y acusado de dar el “tiro de gracia” a 15 prisioneros en el paso de la Caravana de la Muerte por esa ciudad) y Guido Paci Díaz, médico que falsificó las defunciones en el regimiento. En ese momento yo desconocía quién era Juan Emilio Cheyre.
En los 90 hice varios viajes a Chile para reconstruir la historia de mis padres. Quería reunirme con sus amigos, saber con quiénes habían compartido, tratar de conocerlos en algo. Entre los años 2000 al 2016, viajé a Chile en promedio unas cuatro veces al año. Ahí me enteré quién era Juan Emilio Cheyre. Hasta nuestro encuentro en televisión del año 2013, Cheyre gozaba de una muy buena imagen, los casos de denuncias a los Derechos Humanos no llegaban a salpicarlo, y menos a los medios de comunicación. Desde sus distintos cargos, tuvo mucho poder en el espectro político.
Cuando recibí el llamado de TVN, el año 2013, me causó un poco de desconfianza. Yo sabía la influencia que puede generar una personalidad como Cheyre.
El canal me llamó tres días antes de la entrevista. Si aceptaba, había un avión esperándome para volar a Santiago. Lo consulté con algunos amigos, abogados en Derechos Humanos, y finalmente les planteé a los productores del canal que sólo iba a aceptar si me aseguraban que el programa se transmitiría en vivo y que sólo estuviéramos los dos.
Recuerdo que cuando él pronunció su célebre frase “para que nunca más”, por ahí por el año 2004, le envié una carta felicitándolo por sus palabras. Además le solicité una reunión, a ver si podía colaborarme con información sobre qué le ocurrió a mis padres, pero nunca hubo respuesta.
Cuando tuve la oportunidad de volver a encontrármelo en el set de televisión, se lo manifesté de vuelta. “¿Por qué cuando fue jefe del ejército no brindó información que los familiares necesitábamos saber?”, le dije. Lo insté a que rompiera los pactos de silencio. Y cuando él me respondió que no tenía conocimiento de la existencia de esos pactos… nada, es algo muy fuerte. Yo sé que Cheyre esconde algo más.
El que haya sido detenido a pesar del poder y el lobby que pueden generar personajes como él, me parece un gran avance en materia de Derechos Humanos. Si bien no se trata del caso judicial de mis padres, me pone muy contento. Siempre he dicho que no pido justicia sólo por mi mamá y mi papá, sino por todos los familiares y víctimas.
Algunos, como Ricardo Lagos, lo defienden aduciendo a que en ese entonces él era un jovencito, que sólo recibía órdenes. Yo no voy a poner en duda eso, pero sí creo que ahora Cheyre tiene la oportunidad de hablar. Él y otros militares tienen que hacerlo. Los familiares necesitamos que el Ejército de Chile haga una revisión y una autocrítica. Que se pongan a disposición de la justicia.
Él habló muchas veces sobre la reconciliación, pero ¿cómo se va a reconciliar él con las víctimas? Si llegase a pedir perdón por sus actos o los del ejército estaría bien, lo podría perdonar. ¡Pero primero que me diga dónde está mi familia!
No tengo dudas de que Cheyre es un cómplice activo de algunos de los crímenes cometidos en la dictadura chilena. ¡Si él estaba detrás de Ariosto Lapostol, comandante en el Regimiento Arica! En ese lugar se secuestró, se torturó y se asesinó. ¿Cómo no va a conocer lo que pasó allí dentro?
Ya me parece increíble que Cheyre haya pertenecido al Servel, que es un organismo de un poder enorme: básicamente organiza la máxima expresión democrática de un país, que es el voto. A mí me parece raro. Demuestra el poder e influencia que tiene –o tuvo, a estas alturas- este militar en el mundo político, tanto de izquierda como de derecha. Con eso en mente, me parece lógico y razonable que renuncie a sus cargos en el servicio público y como académico.
Actualmente sigo esperando que Cancillería dé una respuesta al requerimiento que la Comisión Interamericana de los Derechos Humanos hizo al Estado de Chile por el crimen de mis padres. Ha sido un proceso largo, pero pienso que el procesamiento de Cheyre es un mensaje muy sano para la sociedad entera y marca un precedente para la justicia chilena.
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