Cuando escuché por primera vez que algunos presos de Punta Peuco iban a realizar una “misa del perdón” mi reacción no fue la indignación ni tampoco pensé en ese momento que la actividad era parte de una burda operación para debilitar a la justicia. Me contuve expresamente de reaccionar sin conocer antes todos los detalles y decidí esperar los acontecimientos para hacerme un juicio.
La solicitud de perdón que realizaron estos 10 personajes, entre ellos dos de los degolladores de mi padre, me obligan a reflexionar sobre el sentido de esta provocadora, violenta y natural solicitud. Escribo esta columna después de leer algunas de las cartas entregadas por los asesinos a la prensa.
Sobre el perdón de Dios no tengo mucho que decir. Fui educado en un ambiente de ateísmo tolerante y la relación con tal místico y misterioso ser me es absolutamente ajena e incomprensible.
El único perdón significativo definitivamente sería el de las víctimas directas, por ejemplo el hipotético perdón de mi padre. Pero el Jose, así sin tilde, como le gustaba decirle a mi madre, no los puede ya perdonar, su muerte es irremediable. A sus 35 años le quitaron su vida, le quitaron la posibilidad de seguir amando apasionadamente a su Estela, de ver crecer a su actriz favorita, la Javiera, de seguir jugando con su travieso Camilo, le quitaron la oportunidad de regalonear con su hijo más guapo, el Toño. Junto con quitarle la vida le quitaron parte importante de la esperanza a mi familia, a nuestra familia, nos demolieron.
Su asesinato en muchos sentidos nos destruyó, y a pesar de todas las reafirmaciones, los esfuerzos y las nuevas experiencias, no puedo verlo de otra forma. Nos destruyeron. Es tan profundo y devastador el dolor que estoy seguro que mi viejito, el Jose de corazón gigante, jamás los perdonaría.
El excarabinero que le enterró un corvo en el vientre a mi padre, desgarrando sus vísceras antes que lo degollaran, se atrevió a dedicarnos unas palabras y juzgarnos, se atrevió a escribir en su carta que tenemos corazón duro por no aceptar sus solicitudes de perdón, vaya sin sentido.
¿Podrán estos peculiares seres humanos tener algún día el perdón de mi familia? ¿De mis hermanos? No puedo responder por ellos. Solamente puedo responder por mí.
Para los que no han leído los testimonios de las víctimas, puedo decirles que los psicópatas de sus programas de TV favoritos, personajes como los que aparecen en The Killing, The Falls o True Detective, son niños de pecho comparados con cualquiera de los agentes de la represión. Los que hoy piden perdón, represores, agentes de la DINA y la CNI, fueron sádicos, crueles, fríos y sanguinarios hasta lo inimaginable. El nivel de los tormentos a los cuales sometieron a nuestros familiares y compañeros son sinceramente imperdonables. Yo sé que en el fondo no me cierro a la posibilidad de algún día perdonar, perdonarlos, lo creo de verdad, pero ese día aún no ha llegado, y hasta hoy no encuentro los motivos para hacerlo.
Las declaraciones que hicieron los asesinos durante la llamada “misa del perdón” provocan indignación. Las solicitudes de perdón que vi en la prensa explican mal lo inexplicable. Leí con atención. Algunos arguyen que cumplieron órdenes, otros solicitan misericordia y reducción de sus penas carcelarias, en ninguna se infiere que estos personajes le hayan tomado el verdadero peso a sus acciones. Pareciera que la frialdad, la falta de emociones, la absoluta ausencia de empatía sigue siendo lo que recorre sus venas. Al leer sus declaraciones uno se da cuenta de inmediato que intentan justificarse, generar dudas, buscar atenuantes.
A mí me enseñaron desde chiquitito que cuando se reconoce una culpa, se debe ser valiente, y estar dispuesto a asumir las consecuencias. Cuando estos personajes asuman con hidalguía sus condenas, cuando cooperen sin esperar nada a cambio, cuando dejen su indigna cobardía de lado, quizás, solo quizás, pueda comenzar a pensar seriamente en perdonarlos.
¿El perdón del Estado Chileno y la Justicia? Jamás. Los chilenos tenemos que asegurarnos con todos los medios a nuestra disposición que nunca más las Fuerzas Armadas y Carabineros atentarán contra los ciudadanos, contra nuestro pueblo. Ahí están nuestros hermanos mapuches conviviendo aún con uniformados que no entienden que su rol es defender a sus compatriotas, jamás agredirlos. Tenemos como sociedad la obligación de asegurarnos que nunca más un grupo de militares traicionará a la patria de la forma en que lo hicieron durante los oscuros 17 años de dictadura. La justicia sin duda no puede ser vengativa, pero ante violadores de Derechos Humanos, tampoco debe actuar con compasión. El futuro de Chile depende de la vehemencia con que defendamos nuestro espíritu democrático.
*Hijo de José Manuel Parada Maluenda, degollado el 30 de marzo de 1985.
No hay comentarios:
Publicar un comentario