El PDC asumiendo cada vez más un rol de centroderecha en un gobierno, y con un Presidente que proviene de una familia falangista, donde una parte del partido de la flecha roja cree sentirse cómoda; con un PPD que cada día se derechiza más y con un Girardi que así lo asume; un PR y un PS absolutamente clientelizados e irrelevantes para articular cualquier configuración política novedosa y audaz, se hace difícil que del mundo concertacionista histórico provenga una salida que sitúe a la oposición en un escenario expectante.
En lo que fue la antigua Concertación no hay nada nuevo bajo el sol y el intento de ruptura del que varios de nosotros participamos en 2009 con ME-O, por diversos motivos, fracasó y junto con ello sus protagonistas.
Aquí no ocurrió lo que hizo el 2017 Pedro Sánchez y los suyos en el Psoe en que, contra viento y marea, con una militancia más ciudadana y menos clientelar que la chilena, jubilaron a una generación de dirigentes políticos históricos de la organización, que durante décadas controlaron la colectividad.
El Frente Amplio, por su parte, pareciera recién estar saliendo de su etapa narcisista para construir política en serio y el PC, junto al Frente Regionalista Verde Social (FREVS) y el PRO -desechados como socios por la oposición tradicional- inician la construcción de una opción política novedosa.
El PS, partido clave para la rearticulación de la centroizquierda, prefirió la continuidad, la mantención del status quo, antes que provocar la ruptura con la generación de la transición que habría posibilitado oxigenar el alicaído panorama político en el progresismo chileno y vislumbrar nuevas alianzas para los desafíos políticos del nuevo ciclo.
La renuncia del PS a su rol histórico, puede tener consecuencias insospechadas sobre la configuración de un escenario político distinto del ya conocido.
De una rica historia a la administración de una marca
Desde que Salvador Allende fue elegido secretario general de la colectividad, en el IX Congreso celebrado en la ciudad de Rancagua en 1943, el carismático líder de la organización, junto a otros dirigentes como Raúl Ampuero, Aniceto Rodríguez o Salomón Corbalán, jugaron un rol trascendente en el perfilamiento de la colectividad que asumió de una manera original su adscripción al marxismo – partido de obreros manuales e intelectuales - y que a través del programa de 1947 con Eugenio González, definió el carácter democrático de la revolución – la república democrática de trabajadores – , el latinoamericanismo y la independencia de los bloques que lo caracterizaron durante mucho tiempo.
La república socialista de los 12 días, en la que participaron algunos de sus fundadores, y que daría luego existencia a la colectividad marcaron su impronta, así como las luchas antifascistas de la década de los 30’ y su ingreso al frente popular para ser partido de gobierno, apenas con cinco años de vida.
La construcción de un camino propio y popular a lo largo de tres décadas rindió finalmente fruto en septiembre de 1970 cuando la Unidad Popular, con su eterno candidato, alcanzaron la primera mayoría relativa y no sin incidentes previos, como el asesinato del general Schneider, fueron ratificados por el Congreso pleno, iniciando con ello el primer intento mundial por construir el socialismo de manera democrática en lo que se llamó “la revolución con empanadas y vino tinto” o “la vía chilena al socialismo”, lo que fue seguido de cerca por observadores internacionales interesados en el inédito experimento.
La utopía socialista chilena duró apenas tres años y fue asfixiada por la presión norteamericana y también por los errores propios del proceso.
La imagen de Allende inmolado en Palacio, así como La Moneda en llamas, fueron la gráfica visual que representó muy bien la tragedia chilena. La desaparición de directivas sucesivas en el PS, así como el casi exterminio de la izquierda local fueron los estandartes que permitieron mantener viva la ilusión de ese proyecto político.
Con una rica historia política, dos veces sacados a balazos de La Moneda, y con una impronta autonomista, los socialistas chilenos construyeron una historia de resistencia que mantuvo la frente en alto en los momentos más difíciles de su historia, cuando la fragmentación y el inicio del proceso de renovación que encabezó Carlos Altamirano eran la consecuencia del necesario proceso de reflexión, luego de una derrota estrepitosa.
La imagen del Presidente Allende encabezando las marchas de protestas contra la dictadura, junto a una rica historia y una frontal resistencia al régimen, les dieron a los socialistas una legitimidad moral que fue clave para validarlos como interlocutores válidos al momento de iniciarse la transición.
Eso más un fértil proceso de renovación política y de unidad, que no se logró en 10 años, pero que el inminente ingreso al gobierno facilitó, hicieron que los socialistas fueran protagonistas de la transición que se iniciaba.
Como lo señalé en mi libro El socialismo chileno de Allende a Bachelet (1973-2005), la colectividad aportó a la transición una agenda valórica – los derechos humanos – que logró que en el país se avanzase bastante, en relación a otras transiciones; contribuyeron con una agenda progresista que, con limitaciones, validó la perspectiva de género, el rol de los jóvenes, la equidad en las políticas públicas que posibilitó que cuando la transición empezó a agotarse como proyecto político dos figuras salidas de sus filas – Ricardo Lagos y Michelle Bachelet – se erigieran como Presidentes para el nuevo ciclo político.
Pero con ello también, se inició el agotamiento del modelo progresista de la transición. En primer lugar, Lagos, por diversos motivos, entre ellos la posibilidad de una destitución, no cumplió su programa y los aires de recambio de Michelle Bachelet se redujeron, en su primera versión, solo a una transformación cosmética y, en una segunda oportunidad, a un tibio y ambiguo proyecto de transformación.
El acomodamiento de la elite socialista de la transición al modelo neoliberal imperante, el reemplazo del debate sobre proyectos políticos a un mero ejercicio de administración del poder – el XXVII Congreso de enero de 2005 – y las nuevas realidades sociales – irrupción del mundo narco, las iglesias protestantes, los Ninis, etc., - en vez de producir un esfuerzo de ruptura con la dirigencia de la transición, para enarbolar un nuevo proyecto político, consolidó un modelo que transformó al socialismo chileno en la mera administración de una marca comercial donde “el quítate tú, pa’ ponerme yo”, refrendó el clietelismo. El corolario de este fue el reality show de su última elección interna, que concluyó de la peor manera y que tuvo como protagonista a la senadora Isabel Allende la que, por desidia o falta de vocación política, no fue capaz de usar su liderazgo, y el peso de su apellido para que las cosas no concluyeran como terminaron con un PS clientelizado al máximo, con renuncias, aires de quiebre interno y un clima de convivencia tóxico.
A diferencia del dúo Sánchez-Ábalos en el Psoe, la dirigencia de recambio chilena no fue capaz de provocar la ruptura con el orden de la transición, transformó al PS en una organización irrelevante – el propio Boric, crítico de la transición, se mostraba hace algunos días atrás preocupado por la crisis del PS y el efecto político de ello - y consolidó, con el corrimiento del PDC a la derecha, el rol del socialismo como un partido del status quo, es decir de centro junto al PPD y al PR.
El efecto mariposa de la crisis socialista puede tener consecuencias insospechadas sobre el mundo de la centro izquierda y de paso consolidar un segundo gobierno de derechas, sea en su versión populista (Lavín) o en su vertiente empresarial (Alfredo Moreno), como le gustaría al Presidente Píñera.
¿Y ahora, quién podrá defendernos?
En ese panorama donde el PS ha renunciado a su rol de articulación entre el centro y la izquierda, surge la duda sobre quién y cómo se articulará un esfuerzo progresista que ponga algo de ánimo y esperanza en el páramo, en que está sumergida la izquierda chilena de ayer y hoy.
En tal sentido el esfuerzo por constituir un bloque de esa naturaleza, que ha encabezado el FREVS de Jaime Mulet, el PC y el PRO y que suma cerca de un 15%, ha sido un primer aliciente para infundir ánimo en el alicaído paisaje opositor.
También, abren un aire esperanzador las declaraciones recientes de figuras del Frente Amplio, en torno a mirar con buenos ojos un posible pacto electoral municipal con el PC y el FREVS.
Lo anterior, es muy significativo dado que el 15% del bloque ya constituido, y el 10% del FA le otorgan a un eventual nuevo bloque político un piso mínimo de un 25% para iniciar una nueva aventura electoral con resultados que podrían ser sorprendentes, si hay una buena articulación política y prime el interés general por sobre los personalismos, cosa que no es siempre posible en un mundo donde los egos se han consolidado.
Hacia una nueva configuración política
Si lo anterior pudiese concretizarse, transitaríamos luego de un largo periodo hacia la configuración de un nuevo escenario político donde pugnarán en el oficialismo dos proyectos políticos, el que representa José Antonio Kast y su estilo Bolsonaro, y el de un gobierno que tenderá puentes con la DC, o con un sector de ella, con Lavín o Moreno compitiendo por representar al sector; un polo de centro que tendrá como eje al PS-PPD y PR, y una nueva configuración política que reunirá a Frenteamplistas, PC, regionalistas Verdes y al PRO que podrían aspirar a una buena representación municipal que sea la base para una futura alianza presidencial.
Después de años de escándalos, reproches, derrotas y triunfos, pareciera que se vienen tiempos mejores para la política chilena tan venida a menos.
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