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jueves, 21 de septiembre de 2017

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Óscar Izurieta y los generales incompetentes en Chile

por  21 septiembre, 2017



El ex comandante en jefe del Ejército Óscar Izurieta ha declarado que “es un mito que el Ejército tenga información y no quiera entregarla” en relación a los crímenes cometidos por sus miembros durante la dictadura que sostuvieron por 17 años. Como “no hay archivos”, don Oscar piensa que el Ejército quiere colaborar, pero no puede porque carece de documentación.
Sobre la intención de su declaración se puede discutir, pero lo que se deriva por lógica de esta secuencia argumentativa es que sea un ex general y comandante en jefe del ejército el que sugiera voluntariamente que los crímenes habrían sido cometidos  sin el conocimiento de los altos mandos por una suerte de individuos desconocidos quienes habrían usado recursos públicos del ejército  sin dejar huellas ni archivos en la documentación de la inteligencia militar.
De ser esto verdad, quedaría al descubierto la total ineficacia e incompetencia de los altos mandos  y de la Dirección de Inteligencia del Ejército (DINE) para desempeñar sus funciones en el marco de la ley. Esta teoría “conspirativa” que levanta Izurieta, demostraría en último término que en el Ejército de Chile cualquier “persona individual” podía hacer lo que quería y tenía acceso a usar los recursos públicos de defensa como estimara conveniente fuera de cualquier línea de mando o fiscalización jerárquica al momento de enviar comandos militares a detener, matar, torturar, violar a presas  políticas y hacer desaparecer a miles de chilenos.
Esta  auto-victimización  resulta a lo menos tragicómica. Por un lado da cuenta de  esta nueva especie de ‘generales a la chilena’ no tienen ningún complejo en “dar fe” públicamente  que no mandaban ni controlaban a nada ni a nadie en  sus instituciones, y por otro lado indica que esta estrategia de blanqueo moral del ejército lo único que logra es hacer gala de la feroz incompetencia  profesional  de los altos mandos sin siquiera tener conciencia que lo están haciendo.
Izurieta insiste que el alto mando no sabía nada ni tenía documentación alguna sobre estos sucesos “naturalizando” así el hecho evidente que no cumplían con su deber de supervisión. Aquí abre el espacio para que cualquier chileno mínimamente educado se pregunte con justa razón: ¿Qué legitimación tienen estos uniformados  para seguir al mando del ejército luego que fueran incapaces de  controlar siquiera a  supuestas “personas individuales” que actuaban  en forma autónoma  dentro de la institución usando al ejército, su presupuesto  e infraestructura para cometer atrocidades  contra su propia población en forma sistemática?
Izurieta aconseja a más de cuarenta años del golpe que “no es bueno para el país” dudar de la buena fe de los militares  para colaborar en el esclarecimiento de los crímenes, porque en caso contrario ellos quedarían como mentirosos y eso sería “grave” y profundamente “molesto”.
Más adelante, Izurieta se lava las manos e invita con todo desparpajo a los parientes de las víctimas, a los medios, a los políticos y a la justicia a buscar los archivos por su cuenta exigiendo a las “personas individuales” que entreguen la información pertinente. Este absurdo llamado pondría una vez más de manifiesto entonces que en el ejército los que “cortaban el queque” no eran los altos mandos, sino que  una serie de sujetos aprovechadores que “usaban” a la institución pasándolos a llevar por casi dos décadas.
Esta  auto-victimización  resulta a lo menos tragicómica. Por un lado da cuenta de  esta nueva especie de ‘generales a la chilena’ no tienen ningún complejo en “dar fe” públicamente  que no mandaban ni controlaban a nada ni a nadie en  sus instituciones, y por otro lado indica que esta estrategia de blanqueo moral del ejército lo único que logra es hacer gala de la feroz incompetencia  profesional  de los altos mandos sin siquiera tener conciencia que lo están haciendo.
  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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