Foto: El Cardenal Silva arrodillado pidiéndole al Papa Juan Pablo I que interceda para detener la guerra entre Chile y Argentina
 
Por   Reinaldo  Sapag Chain
En estos días se cumplieron 40 años del inicio de la casi guerra que tuvimos con Argentina por las islas del Beagle. Pero no se ha considerado del importantisímo rol en la paz, que jugó el Cardenal Raúl Silva Henríquez, en plena dictadura.
En agosto de 1978 el cardenal Raúl Silva Henríquez partió a Roma, donde participaría en la elección del nuevo Papa que reemplazaría al fallecido Paulo VI. En esos momentos la posibilidad de un conflicto bélico entre Chile y Argentina estaba muy cercano. El gobierno militar argentino se estaba preparando para la guerra, después que Argentina rechazara el laudo arbitral que ambos países habían acordado encargar a Inglaterra, a fin de dirimir los límites territoriales en el canal Beagle, instancia que acogió la tesis chilena, lo que significó que las islas Nueva, Picton y Lenox pertenecían al territorio nacional.
 
La dictadura militar argentina había declarado unilateralmente nulo el laudo arbitral. A partir de ese momento comenzó a surgir el tema de un conflicto armado entre los dos países. En el hecho, poco después de declarar nulo el laudo, se pudo advertir una gran movilización de unidades militares argentinos hacia la zona del conflicto.
 
Ante esta situación los obispos chilenos se pusieron en alerta intercambiado antecedentes acerca de lo que estaba ocurriendo en laS diversas zonas del país, especialmente en la región del conflicto, cuyo obispo era el salesiano Tomás González, gran amigo del Cardenal Raúl Silva. De esas conversaciones entre los obispos y vislumbrándose como inminente un conflicto armado entre Chile y Argentina, nace la idea de solicitar la intervención de la Santa Sede en un desesperado intento de impedir  lo que muchos creían a esa altura como inevitable. Cuando ocurrían estos hechos, la nunciatura Apostólica en Santiago se encontraba acéfala, ya que poco tiempo antes, en enero, había fallecido el nuncio Sótero Sanz de Villalba; y solo en marzo llegaría el nuevo nuncio, monseñor Angelo Sodano, nombrado por el papa Paulo VI.
 
Discrepancias con Nuncio
 
A pesar que el cardenal Silva había discrepado en varias oportunidades con monseñor Sótero Sanz, existía entre ellos un gran aprecio y amistad, en cambio la relación con el nuevo Nuncio fue difícil desde el comienzo pues él no estaba de acuerdo que se inmiscuyera al Santo Padre en el conflicto entre Chile y Argentina y que solicitar la intervención de la Santa Sede, le parecía una pretensión inadmisible.
 
El año 1978 fue un año muy difícil. El cardenal Raúl Silva Henriquez, a pesar de la posición del Nuncio, decidió asumir un rol de liderazgo en la búsqueda de una solución pacífica entre Chile y Argentina. Advertía que difícilmente la diplomacia podría llegar a acuerdos, en especial por la actitud de los militares argentinos. Entonces decidió jugarse por entero en la búsqueda de una intervención papal, puesto que intuía que esta era la única instancia posible, ya que ambas dictaduras, que se confesaban públicamente como católicas, difícilmente podrían rechazar la medición de una autoridad moral de tanta envergadura. Sin  embargo, esta pretensión del Cardenal no era fácil de lograr y menos con un Nuncio que no estaba de acuerdo con aquello.
 
Por otra parte el Cardenal pensaba que para lograr lo anterior necesitaría del respaldo de la  Iglesia argentina y también la del Perú y Bolivia, en consideración a la permanente reivindicación, en especial de Bolivia, por  los territorios perdidos en la guerra del Pacífico. El Cardenal pensaba que una guerra con Argentina   abriría también frentes bélicos en las fronteras con Perú y Bolivia. El panorama no podía ser más desolador, más aún si se consideraba que los Estados Unidos había decidido no vender armas a Chile mediante la denominada enmienda Kennedy, como represalia a la violación permanente  de los derechos humanos  llevada a cabo por la dictadura militar, en momentos que el potencial bélico argentino era muy superior al chileno.
 
 Pero don Raúl nunca se achicaba en los momentos de dificultad y así,  estando convencido que no había otra alternativa para la paz que una intervención papal, decide poner en juego toda su influencia a fin de lograr el difícil objetivo, a pesar de tantas dificultades.
Padre Renato Poblete emisario
Decide entonces enviar de emisarios al padre Renato Poblete a Bolivia y a su secretario privado el padre Luis Eugenio Silva a Perú a fin de auscultar la posibilidad de emitir un documento conjunto de los Episcopados, abogando por la paz en el cono sur de América y apoyando la petición de una mediación papal. Pero esta tarea no era fácil de realizar ya que evidentemente existían posiciones divergentes al interior de los Episcopados de esos países, a pesar de la amistad personal que unía a don Raúl con monseñor Jorge Manrique arzobispo de La Paz y con el cardenal peruano Juan Landázuri. Estos dos últimos tenían una posición de acercamiento a las posturas de don Raúl y así manifestaron su intención  de suscribir un documento conjunto, pero  la posición de ellos no era totalmente compartida por el resto de los obispos de sus respectivos países.
 
Al partir el cardenal Silva rumbo a Roma, al funeral de Paulo VI y a la elección de un nuevo Papa, su mayor preocupación era el tema de la paz  con Argentina y se hizo el propósito de poder lograr alguna intervención ahora del nuevo Papa que se eligiera. El 26 de  agosto de ese año 1978 fue elegido Papa el cardenal Albino Luciani y decidió llamarse Juan Pablo I.
 
Don Raúl quería volver a Chile a la brevedad en consideración a la compleja situación que vivía el país en aquel entonces. Además se acercaba el 11 de septiembre, fecha dramática para los chilenos debido al golpe militar en 1973 y también porque deseaba preparar el mensaje que le correspondía decir en la catedral, con motivo del solemne Te Deum de acción de gracias al cumplirse un aniversario más de la independencia nacional.
 
Sin embargo, don Raúl no quería retornar a Chile sin haber hablado previamente con el nuevo Papa. Quería implorarle su personal intervención para hacer posible le mediación ante el inminente conflicto bélico. La fecha fijada para la solemne  entronización del nuevo Papa quedo fijada para el 3 de septiembre.
Carta con Cardenales argentinos
El Cardenal había viajado a Roma acompañado de su secretario, el padre Luis Eugenio Silva, quien conocía al cardenal argentino Raúl Primatesta con quien mantenía una muy buena relación desde los tiempos que era alumno del Colegio Pío Latino.  Esta providencial circunstancia permitió que en la semana que mediara entre la elección y la entronización se produjeran varias reuniones con los cardenales argentinos Aramburu y Primatesta, quienes finalmente estuvieron de acuerdo en suscribir una carta conjunta en término muy directos, solicitándole al Papa su personal intervención a fin de evitar un conflicto bélico que cada vez se veía más inevitable.
 
Con esa carta en su mano el cardenal Silva solicitó una entrevista con el nuevo Papa a fin de, no tan solo hacerle entrega de ella, sino que además tener la oportunidad de conversar con él. Sus esfuerzos fueron infructuosos ya que en la Casa Pontificia, donde había que solicitar la audiencia, le señalaron que eso solo sería posible en la segunda quincena de septiembre.
 
El Cardenal estimaba imprescindible que Juan Pablo I supiese directamente la urgencia de su petición y entonces toma una decisión  muy arriesgada: le hablaría al Papa en la solemne ceremonia  de entronización fijada para el 3 de septiembre,  donde los cardenales arrodillados delante del Sumo Pontífice le prometen obediencia.
Habla con el nuevo Papa arrodillado
La ceremonia sería trasmitida por TV a todo el mundo. Se estimaba que en no más de 10 segundos cada cardenal debía hacer su voto de promesa y fidelidad. Esta decisión de sostener una conversación con el nuevo papa en momentos tan solemnes, le acarrearía al Cardenal fuertes críticas de parte de los encargados de protocolo del Vaticano y las molestias de la curia por esta  impertinencia.
 
Pero la paz estaba primero y ante la inminencia de la guerra, de nefastas consecuencias, con miles de víctimas inocentes, con el dolor de las familias al constatar a sus hijos caídos o mutilados y, en fin, frente a la inmensa angustia que provoca un conflicto bélico, no lo dudó un instante y decidió hablarle por el tiempo que fuera necesario en esa solemne ceremonia de obediencia. Y allí,  a los pies del papa Juan Pablo I, don Raúl le hablaba sin cesar como se ve en la foto principal de esta crónica.
 
El papa lo escuchaba con un rostro serio, el tiempo pasaba y pasaba, don Raúl arrodillado  imploraba  por Chile y por la paz, en un gesto de amor que la historia aún no ha recogido en su real dimensión. Ese gesto audaz pero lleno de amor, fue el que en definitiva permitió la mediación papal, la que desembocó en la designación del cardenal Antonio Samoré como mediador, por el papa Juan Pablo Segundo en diciembre de 1978, cuando las escuadras navales de ambos países habían zarpado al lugar del conflicto. El papa Juan Pablo I falleció el 28 de septiembre de 1978 a los 33 días de electo, cuando ya había decidido acceder a la petición de don Raúl y los cardenales argentinos, situación que el nuevo papa la asumió con decisión.
El cardenal Samoré con prudencia e inteligencia logró finalmente la paz; pero ese gesto y esa actitud de don Raúl, de rodillas ante el papa, fue el paso imprescindible que permitió lograr una salida que parecía imposible