No tienes derecho a ser pinochetista y gritarlo al público, no insistas. Estás bloqueado, no tienes cabida, porque tu fanatismo de barra brava armado no tiene nada que ver con la celebración de la diversidad, como dijo la ministra Cecilia Pérez, con el uso de la libertad de expresión, como te has autoconvencido, con la afirmación de una legítima identidad. Nadie en Chile ni en cualquier lugar del mundo, tampoco tú, tiene derecho a ser pinochetista y defenderlo, por moral, por verdad histórica, por mínima humanidad, por decencia política, por respeto al sentido de existencia, por las víctimas de su terrorismo de Estado, por todos nosotros. Eres un derrotado por la historia, y si decides asumirlo de todas formas y gritarlo, considérate fuera del circuito de la democracia que, con todos los pros y contras posibles, hemos construido.
No tienes derecho a ser pinochetista. No es una opción válida en la democracia en la que estás jugando y no es valiente que salgas a gritarlo, es vergonzoso, es cobarde y hasta un delito, como lo considera un proyecto de Ley que avanza en el Congreso. Quedas como un desquiciado, como un sujeto con problemas mentales, como un sicópata de la más baja calaña. Si lo sigues haciendo te podrás ir preso, como en Alemania van presos los declarados nazi, el país que tanto admiras, el país que te manda tras las rejas si proclamas la tragedia como opción política.
También caes en lo más bajo de los parámetros de la historia como vocera de gobierno al no desacreditar a la diputada Flores, al decir que el pinochetismo es parte del “respeto a la diferencia”. Ningún vocero se había atrevido a decir algo así, y tu caída al abismo de la delincuencia y la criminalidad, que es todo lo que rodea a la figura de Pinochet, es irreversible. Para siempre quedarás en la historia democrática como la ministra que validó el fanatismo por el principal criminal y ladrón que ha visto Chile, el que asesinó a dos presidentes de la República, el que impulsó la producción de armas químicas para asesinar personas, el que ordenó salir en gira por el país a matar jóvenes con la caravana de la muerte, el que se burló de la muerte de Rodrigo Rojas de Negri, el que robó millones de dólares de tus propios bolsillos, de las carteras de las mujeres más pobres del país, para llevárselos al extranjero con un nombre falso. El que le robó a tu abuela, a todas nuestras abuelas, que se morían de hambre en las crisis del 82. El que apaleó a los que leyeron un libro, el que mandó a quemar tus propios libros. Ni tú como ministra tienes derecho a defender al pinochetismo, ni tú como ciudadano común y corriente tienes derecho a levantar la bandera de Pinochet, porque no se tiene derecho a alabar al hombre que te robó y te mató al vecino, al compatriota, a las chiquillas embarazadas, a los niños inocentes, a los campesinos que nada tenían que ver con la política, al que te mantuvo por décadas encerrado en una celda.
Basta. Detente. Dejar de defender tu idea desquiciada, mercenaria, al borde de lo ilegal, poniendo como ejemplo lo malos que son los otros. Si tanto defiendes a Pinochet, el creador de las mayores pobrezas de la última mitad de siglo, el impulsor de una educación que te tiene condenado por ser pobre, de una salud que te mata de cáncer porque en el sistema público no te pueden operar, de una pensión que tiene a tu tata sin poder ducharse porque no le alcanza para el gas, no seas tan pobre de mente como para apuntar a los dictadores de izquierda como la contraparte que te valida. El mal identificable en otros no valida tu mal. Habla de política. Refuta, si puedes, los pronunciamientos de la justicia, en Chile y en Londres. La porfía por el empate que te dejará conforme a ti y a tus amigos pinochetistas no te libera de tu responsabilidad. Hazte cargo de tu fanatismo criminal. Si eres tan valiente como dices no culpes al resto, no digas que apoyas al terrorista porque los otros también son terroristas. No seas ordinario. Sal de tu celda, sácate la venda de los ojos y disputa con datos, con verdades. Deja de engañarte a ti mismo y a tu gente, porque haciéndote el personaje de Don Genaro de Los 80, reproduciéndote en memes posteados por bots, no vas a llegar mucho más lejos que los límites que tiene tu celda.
Nadie tiene derecho a ser pinochetista, y esa es la verdad que se debe salir a decir, en todos los espacios donde aparezca un pinochetista, con rostro o escondido detrás de una bandera. Debemos ser como Alejandro Goic: impedir la propagación del mal, de la mentira, de la Paty Maldonado de tu barrio; desacreditar al pinochetista como contraparte, porque no está en el juego de la democracia, porque es un virus que sólo requiere ser combatido como el virus que es. No puede salir gratis la proclamación del pinochetismo, ni en diputados ni en el gobierno: hay que apuntarlos como el dedo, hay que alumbrar la mancha ruin que han escogido llevar en sus ropas, hay que aislarlos para que queden encerrados en su celda, en la conformidad e inconsecuencia de tener hijos, niños de siete, de diez años, y no conmoverse con fotos que muestran a jóvenes que pueden ser sus hijos con los cráneos rotos, con rostros devenidos en calaveras enterradas en desiertos; tener hijos y no pensar que alentando al pinochetismo ellos pueden ser los futuros electrocutados por los genitales, los violados con animales, los que han quedado sin uñas tras el paso de un alicate.
No tienes derecho a ser pinochetista, porque no tienes derecho a no condenar al que en nuevos rostros y nombres podría violar a tus propios hijos o matar a toda tu familia con armas químicas. No tienes derecho, porque eres humano. Ni tú, ni el Ejército, ni el gobierno que es de todos.