El carpintero, casi sin hacer ruido, instala los últimos listones de la cuna.
Al lado izquierdo los animales tradicionales: vacas, mulas, corderos, y aves de corral. Quizás una huerta como las que promueve Fao.
No hay Reyes Magos: deben venir en camino. Para quienes esperan mañana siempre será tarde.
Campesinos hay muchos, mineros del norte, calafateadores de bote, mapuches sin tierras, pescadores artesanales ahora sin mar, músicos. Parece que suena un acordeón chilote.
Junto a la cuna instalan las ofrendas traídas por los lugareños: maqui, calzones de lana, calafate, torta de mil hojas, huevos duros, jugos de zanahorias, naranjas, chacolí, pan amasado, queso fresco, charqui, presas de pollo.
No distingo a ese señor de terno, pero por el brillo de sus ojos, parece ser Francisco León, el dirigente sindical. Deposita en el sector de la ofrenda: flores rojas, manuales de cooperativismo, palomas.
La noticia del nacimiento de este niño, no ha aparecido en los diarios. Ni aparecerá. Ninguna cámara de televisión registra este momento.
Un viejo payador de Campanario, canta décimas. Su voz parece un tren de ferrocarriles.
Las mujeres bondadosas improvisan la llegada del niño.
El establo huele a heno y bosta de caballo. Escasas medidas sanitarias. La prudencia le presta su hombro a la espera.
La persona encargada de traer los pañales se ha tardado más de la cuenta.
Y la esperanza se agita. Es todo lo que veo: la esperanza que se agita.
¡Feliz Navidad!
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