Quienes hablan son una teóloga que durante décadas enseñó catequesis en colegios del obispado de Morón, el ex superior de una fraternidad sacerdotal que fue diezmada por las desapariciones forzadas, un seglar de la misma fraternidad que denunció los casos al Vaticano, un sacerdote y un laico que fueron secuestrados y torturados.
Teóloga con minifalda
Dos meses después del
golpe militar de 1976, el obispo de Morón, Miguel Raspanti, intentó
proteger a los sacerdotes Orlando Yorio y Francisco Jalics porque temía
que fueran secuestrados, pero Bergoglio se opuso. Así lo indica la ex
profesora de catequesis en colegios de la diócesis de Morón, Marina
Rubino, quien en esa época estudiaba teología en el Colegio Máximo de
San Miguel, donde vivía Bergoglio. Por esa circunstancia conocía a
ambos. Además había sido alumna de Yorio y Jalics y sabía del riesgo que
corrían. Marina decidió dar su testimonio luego de leer la nota sobre
el libro de descargo de Bergoglio.
Marina Rubino vive en
Morón desde siempre. En el Colegio del Sagrado Corazón de Castelar daba
catequesis a los chicos y formaba a los padres, que le parecía lo más
importante. Una vez por mes nos reuníamos con ellos. Era un trabajo
hermoso. Esta experiencia duró quince años. También dio cursos de
iniciación bíblica en todos los lugares no turísticos de la Argentina.
Teníamos una publicación, con comentarios a los textos de los domingos,
queríamos que las comunidades tuvieran elementos para pensar. Desde que
se jubiló da clases de telar, en centros culturales, sociedades de
fomento o casas.
No quiso ingresar al
seminario de Villa Devoto porque no le interesaba la formación tomista,
sino la Biblia. En 1972 comenzó a estudiar teología en la Universidad de
El Salvador. La carrera se cursaba en el Colegio Máximo de San Miguel.
En primer año tuvo como profesor a Francisco Jalics y en segundo a
Orlando Yorio. Mientras estudiaba, coordinaba la catequesis en el
Colegio del Sagrado Corazón de Castelar, donde también estaba la
religiosa francesa Léonie Duquet. Eran tiempos difíciles. Por hacer en
el colegio una opción por los pobres tomándonos en serio el Concilio
Vaticano II y la reunión del Celam en Medellín perdimos la mitad del
alumnado. Pero mantuvimos esa opción y seguimos formando personas más
abiertas a la realidad y al compromiso con los más necesitados,
sosteniendo que la fe tiene que fortalecer estas actitudes y no las
contrarias. El obispo era Miguel Raspanti, quien entonces tenía 68 años y
había sido ordenado en 1957, en los últimos años del reinado de Pío
XII. Era un hombre bien intencionado que hizo todos los esfuerzos por
adaptarse a los cambios del Concilio, en el que participó. Después del cordobazo
de 1969 repudió las estructuras injustas del capitalismo e instó al
compromiso con la liberación de nuestros hermanos necesitados. Pero el
problema más grave que pudo identificar en Morón fue el aumento de los
impuestos al pequeño comerciante y al propietario de la clase media.
Muchas veces hubo que discutir y sostener estas opciones en el obispado,
y monseñor Raspanti solía terminar las entrevistas diciéndonos que si
creíamos que había que hacer tal o cual cosa, si estábamos convencidos,
él nos apoyaba, recuerda Marina. Sus palabras son seguidas con atención
por su esposo, Pepe Godino, un ex cura de Santa María, Córdoba, que
integró el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo.
Marina cursaba
teología en San Miguel de 8:30 a 12:30. No le habían dado la beca porque
era mujer, pero como era la coordinadora de catequesis en un colegio
del obispado, Raspanti intercedió y obtuvo que una entidad alemana se
hiciera cargo del costo de sus estudios. Tampoco le quisieron dar el
título cuando se recibió, en 1977. El director del teologado, José Luis
Lazzarini, le dijo que había un problema, que no se habían dado cuenta
de que era mujer. Marina partió en busca de quien la había recibido al
ingresar, el jesuita Víctor Marangoni:
–Cuando me viste por primera vez, ¿te diste cuenta o no de que soy mujer?
–Sí, claro, ¿por qué? –respondió azorado el vicerrector ante esa tromba en minifalda.
–Porque Lazzarini no me quiere dar el título.
Marangoni se encargó de reparar ese absurdo. Marina tiene su título, pero nunca se realizó la entrega oficial.
La desprotección
Un mediodía, al salir de sus cursos, “encuentro a monseñor Raspanti parado en el hall
de entrada, solo. No sé por qué lo tenían allí esperando. Estaba muy
silencioso; le pregunté si esperaba a alguien y me dijo que sí, que al
padre provincial Bergoglio. Tenía el rostro demudado, pálido, creí que
estaba descompuesto. Lo saludé, le pregunté si se sentía bien, y lo
invité a pasar a un saloncito de los que había junto al hall”.
–No, no me siento mal, pero estoy muy preocupado –le respondió Raspanti.
Marina dice que tiene
una memoria fotográfica de aquel día. Habla con voz calma, pero se
advierte el apasionamiento en sus ojos grandes y expresivos. Pepe la
mira con ternura.
Me impresionó ver solo
a Raspanti, que siempre iba con su secretario, dice. Marina sabía que
sus profesores Jalics y Yorio y un tercer jesuita que trabajaba con ella
en el colegio de Castelar, Luis Dourron, habían pedido pasar a la
diócesis de Morón. Yorio, Jalics, Dourron y Enrique Rastellini, que
también era jesuita, vivían en comunidad desde 1970, primero en
Ituzaingó y luego en el Barrio Rivadavia, junto a la Gran Villa del Bajo
Flores, con conocimiento y aprobación de los sucesivos provinciales de
la Compañía de Jesús, Ricardo Dick O’Farrell y Bergoglio. Le dije que
Orlando y Francisco habían sido profesores míos y que Luis trabajaba con
nosotros en la diócesis, que eran intachables, que no dudara en
recibirlos. Todos estábamos pendientes de que pudieran venir a Morón.
Ninguno de los que conocíamos la situación nos oponíamos. Raspanti me
dijo que de eso venía a hablar con Bergoglio. A Luis ya lo había
recibido, pero necesitaba una carta en la que Bergoglio autorizara el
pase de Yorio y Jalics.
Marina entendió que
era una simple formalidad, pero Raspanti le aclaró que la situación era
más complicada. “Con las malas referencias que Bergoglio le había
mandado él no podía recibirlos en la diócesis. Estaba muy angustiado
porque en ese momento Orlando y Francisco no dependían de ninguna
autoridad eclesiástica, y me dijo:
–No puedo dejar a dos
sacerdotes en esa situación ni puedo recibirlos con el informe que me
mandó. Vengo a pedirle que simplemente los autorice y que retire ese
informe que decía cosas muy graves.
Cualquiera que ayudara
a pensar era guerrillero, comenta Marina. Acompañó a su obispo hasta
que Bergoglio lo recibió y luego se fue. Al salir vio que tampoco estaba
en el estacionamiento el auto de Raspanti. Debe haber venido en
colectivo, para que nadie lo siguiera. Quería que la cosa quedara entre
ellos dos. Estaba haciendo lo imposible por darles resguardo.
La teóloga agrega que
le impresionó la angustia de Raspanti, que si bien no podía ser
calificado de obispo progresista, siempre nos defendió, defendió a los
curas cuestionados de la diócesis, se llevaba a dormir a la casa
episcopal a los que corrían más riesgo y nunca nos prohibió hacer o
decir algo que consideráramos fruto de nuestro compromiso cristiano.
Como buen salesiano, se portaba como una gallina clueca con sus curas y
sus laicos; cobijaba, cuidaba aunque no estuviera de acuerdo. Eran
puntos de vista distintos, pero él sabía escuchar y aceptaba muchas
cosas. Uno de esos curas es Luis Piguillem, quien había sido amenazado.
Regresaba en bicicleta cuando se topó con un cordón policial que impedía
el paso. Insistió en que quería pasar, porque su casa estaba en el
barrio, y un policía le dijo:
–Vas a tener que esperar, porque estamos haciendo un operativo en la casa del cura.
Piguillem dio vuelta
con su bicicleta y se alejó sin mirar hacia atrás. De allí fue al
obispado de Morón, donde Raspanti le dio refugio. Los militares dijeron
que se había escondido bajo las polleras del obispo. Pero no se
atrevieron a buscarlo allí.
–¿Raspanti era consciente del riesgo que corrían Yorio y Jalics?
–Sí. Dijo que tenía
miedo de que desaparecieran. No pueden quedar dos sacerdotes en el aire,
sin un responsable jerárquico. Pocos días después supimos que se los
habían llevado.
De Córdoba a Cleveland
Otro testimonio
recogido a raíz de la publicación del domingo es el del sacerdote
Alejandro Dausa, quien el martes 3 de agosto de 1976 fue secuestrado en
Córdoba, cuando era seminarista de la Orden de los Misioneros de Nuestra
Señora de La Salette. Luego de seis meses, en los que fue torturado por
la policía cordobesa en el Departamento de Inteligencia D2, pudo viajar
a Estados Unidos, adonde ya había llegado el responsable del seminario,
el sacerdote estadunidense James Weeks, por quien se interesó el
gobierno de su país. Este año se realizará en Córdoba el juicio por
aquel episodio, cuyo principal responsable es el general Luciano
Menéndez. Ahora Dausa vive en Bolivia y cuenta que tanto Yorio como
Jalics le dijeron que Bergoglio los había entregado.
Al llegar a Estados
Unidos supo por organismos de derechos humanos que Jalics se encontraba
en Cleveland, en casa de una hermana. Dausa y los otros seminaristas,
que estaban iniciando el noviciado, lo invitaron a dirigir dos retiros
espirituales. Ambos se realizaron en 1977: uno en Altamont (estado de
Nueva York) y otro en Ipswich (Massachusetts). Recuerda Dausa: Como es
natural, conversamos sobre los secuestros respectivos; detalles,
características, antecedentes, señales previas, personas involucradas,
etcétera. En esas conversaciones nos indicó que los había entregado o
denunciado Bergoglio.
En la década
siguiente, Dausa trabajaba como cura en Bolivia y participaba de los
retiros anuales de La Salette en Argentina. En uno de ellos los
organizadores invitaron a Orlando Yorio, que para esa época trabajaba en
Quilmes. El retiro fue en Carlos Paz, Córdoba, y también en ese caso
conversamos sobre la experiencia del secuestro. Orlando indicó lo mismo
que Jalics sobre la responsabilidad de Bergoglio.
Los asuncionistas
Yorio y Jalics fueron
secuestrados el 23 de mayo de 1976 y conducidos a la Esma (Escuela de
Mecánica de la Armada), donde los interrogó un especialista en asuntos
eclesiásticos que conocía la obra teológica de Yorio. En uno de los
interrogatorios le preguntó por los seminaristas asuncionistas Carlos
Antonio Di Pietro y Raúl Eduardo Rodríguez. Ambos eran compañeros de
Marina Rubino en el Teologado de San Miguel y desarrollaban trabajo
social en el barrio popular La Manuelita, de San Miguel, donde vivían y
atendían la capilla Jesús Obrero. De allí fueron secuestrados 10 días
después que los dos jesuitas, el 4 de junio de 1976, y llevados a la
misma casa operativa que Yorio y Jalics. A media mañana Di Pietro llamó
por teléfono al superior asuncionista Roberto Favre y le preguntó por el
sacerdote Jorge Adur, que vivía con ellos en La Manuelita.
–Recibimos un telegrama para él y se lo tenemos que entregar –dijo.
De ese modo, consiguió
que la orden se pusiera en movimiento. El superior Roberto Favre
presentó un recurso de hábeas corpus, que no obtuvo respuesta. Adur
logró salir del país, con ayuda del nuncio Pio Laghi, y se exilió en
Francia. Volvió en forma clandestina en 1980, convertido en capellán del
autodenominado Ejército Montonero, y fue detenido-desaparecido en el
trayecto a Brasil, donde procuraba entrevistarse con el papa Juan Pablo
II. El mismo camino del exilio siguió uno de los detenidos en la razzia
del barrio La Manuelita, el entonces estudiante de medicina y hoy médico
Lorenzo Riquelme. Cuando recuperó su libertad la Fraternidad de los
Hermanitos del Evangelio le dio hospitalidad en su casa porteña de la
calle Malabia. En comunicaciones desde Francia con quien era entonces el
superior de los Hermanitos del Evangelio, Patrick Rice, Riquelme dijo
que quien lo denunció fue un jesuita del Colegio de San Miguel, quien
era a la vez capellán del Ejército. Está convencido de que ese sacerdote
presenció las torturas que le aplicaron; cree que en Campo de Mayo.
El ablande
También como
consecuencia de la nota del domingo aceptó narrar su conocimiento del
caso un fundador de la fraternidad seglar de los Hermanitos del
Evangelio Charles de Foucauld, Roberto Scordato. Entre finales de
octubre y principios de noviembre de 1976, Scordato se reunió en Roma
con el cardenal Eduardo Pironio, quien era prefecto de la Congregación
vaticana para los religiosos, y le comunicó el nombre y apellido de un
sacerdote de la comunidad jesuita de San Miguel que participaba en las
sesiones de tortura en Campo de Mayo, con el rol de ablandar
espiritualmente a los detenidos. Scordato le pidió que lo transmitiera
al superior general Pedro Arrupe, pero ignora el resultado de su
gestión, si tuvo alguno. Consultado para esta nota, Rice, quien también
fue secuestrado y torturado ese año, dijo que eso no hubiera sido
posible sin la aprobación del padre provincial. Rice y Scordato creen
que ese jesuita se apellidaba González, pero a 34 años de distancia no
lo recuerdan con certeza.
Iracundia
Como cada vez que su
pasado lo alcanza, Bergoglio atribuye la divulgación de sus actos al
gobierno nacional. Esta semana reaccionó con furia durante la homilía
que pronunció en una misa para estudiantes. En lo que su vocero
describió como un mensaje al poder político, dijo que no tenemos derecho
a cambiarle la identidad y la orientación a la patria, sino proyectarla
hacia el futuro, en una utopía que sea continuidad con lo que nos fue
dado, que los chicos no tienen otro horizonte que comprar un papelito de
merca en la esquina de la escuela y que los dirigentes procuran trepar,
abultar la caja y promover a los amigos. Con este ánimo iracundo
inaugurará mañana en San Miguel la primera asamblea plenaria del
episcopado de 2010.
* Periodista del diario Página12, de Argentina.
Texto publicado el 18 de abril de 2010
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