En tiempos en que la política le anda buscando el “corazón” a las reformas, al mismo tiempo que descubrirle el ADN a los distintos actores, también convendría reiterar que en toda nuestra institucionalidad sigue palpitando regularmente el corazón del pinochetismo. Desde luego en la Constitución de 1980 que todavía nos rige, en el binominalismo electoral y, por supuesto, en el modelo económico apadrinado por la Dictadura y que, pese a los estragos sociales y culturales que ha provocado, hoy parece tener más feligreses que antes en las cúpulas gobernantes de la posdictadura.
La
ominosa opinión del senador Andrés Zaldívar, en cuanto a la necesidad
de que sean solo los “cocineros” de la política los que definan y
acuerden los cambios, expresa con claridad que el espíritu democrático
no ha logrado posicionarse en los dirigentes ni en los partidos
políticos que, según a veces manifiestan, buscan mayor participación y
equidad social. Pero la desafortunada expresión del parlamentario
falangista solo sinceran los procedimientos habituales de la llamada
política cupular, al mismo tiempo que advierte que de ésta ya no es
posible esperar que las cosas cambien efectivamente, más allá de
algunos cambios superficiales que en ningún caso puedan desfigurar el
trazado político del Dictador. Ni menos ponerle retroexcavadora , como
lo señalara un cándido presidente de partido
Se
trata, por sobre todo, de hacer las cosas a espaldas del pueblo y
mantenerlo interdicto. Por lo mismo que hay quienes no parecen
preocupados por los altísimos índices de abstención ciudadana, ni porque
sus referentes, ayer ideológicos, hayan devenido en meros maquinarias
electorales. De esta forma es que el disenso, que en nuestro pasado
republicano alimentaba el debate político, trazaba idearios y ofrecía
programas de gobierno, hoy donde se expresa con más fuerza es al
interior de los partidos y sus propios pactos. La pulverización de la
derecha, como las distintas “almas” que también se le reconocen a la
Democracia Cristiana, al socialismo y la izquierda extraparlamentaria es
prueba cabal de lo que señalamos, como del hecho de que el gran
consenso entre unos y otros radica, justamente, en el rampante legado
de Pinochet después de 25 años. “Hay que dejar que las instituciones
funcionen”, proclamaba un revenido ex presidente, aludiendo a las
normativas heredadas del Dictador. Pero en estos días, incluso
respecto de la Ley Antiterrorista se ve la disposición del Ejecutivo y
otros políticos la necesidad de invocarla a propósito de una bomba de
bajo poder explosivo en un carro del metro sin pasajeros. Un artefacto
al que habrá que reconocerle haber dejado al descubierto, otra vez, la
vigencia represiva de nuestro ordenamiento jurídico policial. De cuánto
siguen vigente aquellas prácticas del “terrorismo de estado” en
nuestras leyes y el carácter o ADN de quienes dicen velar por la
seguridad pública.
Así
como en nuestras relaciones internacionales se convoca a los
cancilleres de Pinochet, de Sebastián Piñera y de los gobiernos de la
Concertación para “consensuar una política de estado”, no sería de
extrañarse que las autoridades del ministerio del Interior y de la
secretísima ANI, pudieran visitar a Manuel Contreras y a sus secuaces
para ilustrarse de lo que habría que hacer para “bajarle el moño” a los
mapuche o hacer frente a una posible escalada de violencia. Ganas deben
tener algunos de ellos en quienes descubrimos las mismas palabras y
actitudes de los más virulentos represores de entonces y cuyos oficiales
en actual ejercicio discurren regalarle un corbo a uno de nuestros
seleccionados del fútbol, a fin de reconocerle su coraje deportivo. Es
decir, aquella arma dilecta de los valientes soldados chilenos con la
cual acostumbraban vaciarle las vísceras a sus enemigos.
Lo
que no nos causa tanta sorpresa, en cambio, es que las enmiendas
consensuadas por el duopolio senatorial en relación a la Reforma
Tributaria se hayan pactado en el living de la casa de un
renombrado empresario y no dentro del recinto del Poder Legislativo. Un
detalle que también nos señala con claridad dónde y quiénes toman las
decisiones económicas en nuestro país, aunque enseguida nuestros
diputados y senadores sellen con sus votos la lealtad que le deben a
quienes los financian para ganar las elecciones, darle cobertura en los
grandes medios de comunicación y reiterarlos hasta por seis o siete
períodos en sus cargos.
Cuando
la presión social exige una Carta Fundamental democrática no es de
extrañarse, tampoco, que otro senador oficialista o, más exactamente,
un connotado cenador de la República” discurra mofarse de la
posibilidad de una Asamblea Constituyente advirtiéndonos que también
ésta sería “cupular” , puesto que no podría estar integrada por los 17
millones de chilenos… Claro, nada puede parecerles más amenazante a
muchos políticos que una instancia democrática desahucie la
representatividad que se arrogan gracias al sistema electoral acotado y
excluyente en que se encuentran tanto tiempo arrellenados. Sin duda que
una Constituyente sería en enorme forado a su sistema de repartijas y
correlaciones de fuerza para administrar y profitar del Estado.
Aunque
ya se asume que tendremos una discreta Reforma Tributaria, en que la
distancia entre pobres y ricos seguirá pronunciándose, muchos temen que
las demandas educacionales terminen también en un estofado cuyos
ingredientes y adobos sean pactados por la misma cocinería política.
Tal parece, asimismo, que tampoco la actual administración nos
conducirá a una reforma en serio a los sistemas de isapres y de AFP
donde, al igual que en la lucrativa realidad de la educación, las
“inversiones” y cotos de caza de quienes financian la política cupular
los llevará a defenderse con dientes y uñas además de emprender una
nueva campaña del terror.
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