Operaciones en la Suprema
- Jorge Escalante
- Periodista
-
- A 40 años de la asonada cívico-militar, el rubor de las mejillas aumenta
de tono ante el espectáculo al interior de la Corte Suprema respecto de
los eternizados juicios por los crímenes de lesa humanidad.
-
- En estas columnas saludé el arribo del ministro Sergio Muñoz a la
presidencia del más alto tribunal. Lo sigo celebrando. Un juez recto,
ético, ausente de las comunes maquinaciones en aquellas altísimas
esferas de la señora de la venda y la espada. Muñoz,
un juez sensible y dedicado a hacer justicia en los crímenes de la
dictadura. Sus investigaciones y resoluciones lo acreditan.
Cuando hace unos días el ministro Muñoz asumió como coordinador de
los jueces que instruyen estas causas, los familiares de los caídos y
sus organizaciones esbozaron una clara sonrisa. Se encendía una luz al
fondo del laberinto de legajos, que por su interminable camino va
dejando sembradas otras muertes: aquellas de los familiares que se van
sin conocer la justicia por los suyos, y las de los asesinos que mueren
de viejos o perturbados por sus oscuras conciencias.
Cuando en febrero pasado el ministro Muñoz llamó al ya retirado
magistrado Alejandro Solís para que colaborara en apurar estas causas
por su amplio conocimiento, capacidad investigativa y de trabajo, los
familiares volvieron a sonreír. El ex juez Solís también.
–Alejandro, hay que apurar todo esto, es demasiado tiempo, le gente
se está muriendo y nosotros, la justicia, estamos quedando muy mal.
Solís alcanzó a ayudar a avanzar algunas causas. Para eso lo llamó
Muñoz. Pero en marzo, al retorno al nuevo año judicial, aparecieron los
poderes fácticos. Un emisario del comandante en Jefe del Ejército
Humberto Oviedo, si no él mismo, porque el juez Dolmetsch prefirió
omitir el nombre del uniformado en sus comentarios, golpeó la puerta del
despacho de este ministro.
–¡Cómo puede ser que este juez Solís
esté de nuevo metido en estos asuntos de derechos humanos! ¡Estamos muy
preocupados en el Ejército!
Dolmetsch era entonces el juez coordinador para todas las causas de lesa humanidad y sus jueces investigadores.
Rápidamente se realinearon las filas y el juez Dolmetsch le hizo ver
al ministro Muñoz la gran preocupación del Ejército por la reaparición
de Solís.
Hasta ese momento, el nombramiento de Solís era desconocido
públicamente. Entonces, alguien dentro de la Corte Suprema se comunicó
con El Mercurio y el diario publicó que existía “inquietud”en
el pleno de ministros de la Suprema por la recontratación del ex juez
Solís decretada por el presidente Sergio Muñoz. La operación estaba
montada.
El ex juez Solís recibió temprano la llamada. Eran las 08.30.
–Alejandro, por favor, vente de inmediato a mi oficina… hay problemas –le dijo el ministro Muñoz, apesadumbrado.
Era raro, porque días antes el propio Dolmetsch le había manifestado a Solís:
–Alejandro, trabajaremos muy bien, yo creo que incluso hay que armar un Departamento Especial para apurar todas estas causas.
Eso alegró aún más al ex juez. Solís llegó puntual ese día al despacho del presidente de la Corte Suprema:
–Alejandro, te tengo que pedir la renuncia. Me han armado toda una
historia con tu nombramiento. Dolmetsch me dijo que el Ejército está
indignado y a mí varios ministros se me están echando encima por haberte
nombrado.
Así, con una verdadera operación de inteligencia, como en los tiempos más duros de la milicada, el
Poder Judicial y sobre todo los desgastados y envejecidos familiares de
los caídos, nuevamente perdían ante los poderes fácticos.
¿Alguna similitud entre el caso Solís y la actual renuncia del juez
Sergio Muñoz a coordinar las causas por estos crímenes? ¡Todas pues!
¡Absolutamente todas! Provocar su renuncia fue una nueva operación de
inteligencia montada por quienes al interior del pleno de la Corte
Suprema no quieren que las causas avancen porque hieren a los
criminales. Porque se mantienen sometidos a la milicada que todavía
golpea las puertas de los tribunales para reclamar contra la justicia,
porque toca a sus asesinos y torturadores por siempre amparados por el
Ejército.
El juez Muñoz recién había tomado la posta dejada por Dolmetsch en
esta coordinación. Dijo públicamente que había que revisar lo actuado
por los jueces que instruyen las causas. Era obvio que había que
hacerlo. ¿Por qué los juicios se eternizan? Claro, faltan jueces para
agregar a los poco más de 30 que en el país instruyen más de 1.500
procesos, y es hora de que el Poder Judicial disponga de recursos para
fortalecer este trágico escenario.
Pero la operación contra el presidente de la Suprema fue la misma que
reventó al ex juez Alejandro Solís. Nuevamente, una renuncia fue
provocada por una información filtrada interesadamente desde “alguien”
en la Corte Suprema, para provocar una nota de prensa que habló de
“nuevas inquietudes”y desavenencias entre un número de ministros en el
pleno de la Corte Suprema y los criterios del juez Muñoz para acelerar
los procesos.
Probablemente no son tan gatos de chalet quienes investigan estas
causas, sino que simplemente requieren más recursos y más jueces que se
repartan el difícil trabajo.
Nuevamente operaron los poderes fácticos al interior de la Corte
Suprema. Asustados porque Muñoz quería acelerar las cosas. Controlar
mejor el trabajo porque requiere control. Hay algunos de estos jueces
que se conforman con que los milicos les mientan sobre lo obvio, pero no
son capaces de meterlos cinco días incomunicados en un calabozo para
que refresquen la memoria, como la hacía el valiente y fallecido
ministro Víctor Montiglio.
Pero me atrevo a pensar que en el fondo de todas estas oscuras
historias, más allá de palabras más o palabras menos, de que entendimos
esto y no lo otro, hay un fin común, una estrategia común bien
urdida entre el Ejército y algunos integrantes de las Cortes: permitir
que estos procesos se eternicen, porque así los familiares que buscan
justicia y también los criminales van muriendo por el camino. Los unos
con la pesada tristeza en sus canosas sienes, y los otros en tránsito al
cielo o al infierno sin conocer condena, amortajados con las manitos
juntas y el alma negra.
Pero, como dice el Cielito lindo de los uruguayos, Olimareños:
Si no los despeina el viento, los va a despeinar la historia.
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