Escrito por Ismael Llona M.
Estaba yo en La Patilla, secuestrado por gente del COVEMA, en septiembre de 1985, cuando Zaldívar pidió verme. A mí y, por cierto, a mis compañeros de ese infortunio. Era una especie de abogado democrático de los derechos políticos. No lo dejaron pasar.
Guardo por ese gesto suyo, sin cámaras, un reconocimiento permanente.
Yo lo había conocido
(creo que él no se acordaba en 1985 ni se acordará hoy) a principios de
los años 60 en la Municipalidad de La Cisterna en la que el joven Andrés
Zaldívar, de poco más de veinte, era Juez de Policía Local, y mi padre
Jefe del Departamento de Patentes Comerciales.
Después lo vi en el
gobierno de Frei Montalva y fui testigo de su campaña del terror en el
período previo al triunfo de Salvador Allende. El diario izquierdista
“Puro Chile” lo bautizó y caricaturizó como “El Enano Maldito”.
Después, mucha agua bajo los puentes.
El golpe y el exilio,
la vuelta, la lucha por la democracia, los avances políticos, los
problemas, los autoflagelantes y los autocomplacientes, el primer
gobierno de Bachelet en el que él fue, por corto tiempo, Ministro del
Interior, su militancia autocomplaciente en la Concertación, su
trabajado triunfo senatorial, su presencia en el staff de Orrego en sus
primarias derrotadas y su actual rol de senador integrante de la Nueva
Mayoría.
Zaldívar tuvo, en su
juventud, una fuerte influencia del líder conservador Horacio Walker
Larraín, y, en su madurez, de Eduardo Frei Montalva. El “Chico” entró a
la Democracia Cristiana no desde la Falange sino desde el Partido
Conservador Socialcristiano, del anterior Walker. En la DC fue cercano
siempre a Patricio Aylwin y a Juan de Dios Carmona, del que se separó
cuando éste siguió apoyando a Pinochet y su dictadura.
Don Andrés ha sido, en
estos días, el teórico, llamémoslo así, del acuerdo en el Senado de la
Nueva Mayoría con los grandes empresarios y la Derecha por la Reforma
Tributaria.
Le ha puesto teoría
política a la negociación y a lo que él llamó, con desparpajo, la
cocina. No se trataría de una obligada negociación entre la mayoría
reformista, que esta vez no lo fue tanto, y los grandes empresarios (que
tienen sus mandatados en el Congreso) sino una sensata negociación
forzosa entre los representantes de “la mitad” del país con los de “la
otra mitad”.
Para él, aquél que
representa, en democracia, a los triunfadores electorales, está en la
obligación, para hacer un buen gobierno, de entenderse, en sus
propuestas reformistas, con los derrotados electorales.
“Fifty y fifty”, como diría Pinochet.
Esto es, precisamente,
lo que no hizo el gobierno con el que más se identificó Zaldívar en sus
cerca de 60 años en política: el de Eduardo Frei Montalva (1964-1069),
elegido con alrededor del 50 por ciento, que “no cambió su Programa ni
por un millón de votos”, como lo declaró solemnemente su líder
histórico.
Ese programa sí que fue “dogma” para Zaldívar.
Llevó adelante su
Reforma Agraria en contra de la opinión de la derecha (que se opuso
activamente a ella aún a costa de enfrentamientos) y de la izquierda
(que perdió la elección de 1964 con alrededor del 40 por ciento de los
votos, y que se impuso en la de 1970), que la criticó por moderada.
Llevó adelante, además, sólo apoyado por su partido (la DC) la
Sindicalización Campesina y la Promoción Popular. Y la chilenización del
cobre, que fue aprobada en el Congreso por “la aplanadora demócrata
cristiana” (así llamada en la época), especialmente fuerte en la Cámara
de Diputados.
El gobierno de
Frei-Zaldívar tuvo sólo ministros de la DC e independientes pro-DC en
los seis años que estuvo en el poder. Nadie más gobernó así en el siglo
XX y en el XXI.
Antes del gobierno
Frei-Zaldívar, que gobernó con su mayoría, por mayoría alcanzó el
gobierno el Frente Popular en 1938, y sentó las bases de la
industrialización del país. Aguirre Cerda ganó su elección con el 51 por
ciento de los votos contra el 49 del candidato derechista.
Y antes del gobierno
del Frente Popular, en 1920, el liberal Arturo Alessandri Palma impuso
por mayoría la separación de la Iglesia y el Estado y la Constitución de
1925.
Y antes de antes, la
Independencia de Chile se conquistó en contra de la lucha y la opinión
de más de la mitad de los chilenos. Por cierto no hubo acuerdo ni
consenso.
La Revolución Francesa – y toda su herencia- se impuso en Francia.
La Independencia de los EEUU se impuso en América.
La libertad de los esclavos se impuso a los esclavistas.
Los avances sociales rara vez fueron fruto del consenso.
La teoría de don Andrés
Zaldívar no se ajusta ni a la historia universal ni a la historia de
Chile, ni a su propia práctica política reformista.
Sólo ahora, que su
autor se mezcló evidentemente con el bloque en el poder de la economía,
quiere tener vigencia para frenar al movimiento social de 2011 y a los
sectores de la Nueva Mayoría resueltos a realizar los cambios aprobados
en 2013 por la ciudadanía, con el 63 por ciento de los votos.
Zaldívar: un buen samaritano pero cocinero arcaico, inventor de pomadas y poco representativo de la nueva cocina.
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