Soda cáustica o democracia
por Christian Jorquera y Gerardo Felipe Herrera 22 noviembre, 2020
La larga lista de problematizaciones políticas en curso —escaños reservados para pueblos indígenas, el populismo, la cuestión de qué es ser independiente, la incapacidad del ejecutivo y una intensa actividad legislativa, por mencionar algunos—, no eran “trending topic” antes del 18 de Octubre. La fecha marcó el cambio radical en la exigencia política. Algo que tras el 80% del Apruebo y la Convención Constitucional se amplificó: la ciudadanía firmó su mandato. Y en consecuencia, desde hace un par de semanas se iniciaron carreras —algo frenéticas— para ser convencional.
Pero esa realidad política no da cuenta de ciertas tensiones subyacentes que es necesario atender para canalizar un proceso político con la legitimidad y los resultados deseados.
En primer lugar, la sostenida desconfianza hacia cualquier tipo de élite y de los partidos. La mayoría aplastante de la opción “Convención Constitucional” en el Plebiscito fue leída como una crítica a los partidos, pero hoy también debemos decir que, hay una desconfianza hacia las élites en general. Y no solo hacia empresarios con aspiraciones a cooptar el debate. El levantamiento de candidaturas a Convencionales incluso está dejando ver, en los territorios, en las agrupaciones, una evidente desconexión o desconocimiento entre las innumerables iniciativas en el espectro del 80% que votó Apruebo. Al desfile diario de nombres de figuras populares, políticos pseudo retirados y figuras de la televisión, se opone una paralela y desconocida organización de bases populares que están organizándose para juntar firmas. Hay desconfianza o desconocimiento entre los distintos sectores. Se teme que alguien quiera apropiarse del proceso. Y sobretodo, se teme, y con razón, a los egos.
En segundo lugar, la ingenua suposición de que el Apruebo “no tiene contenido”. La frase es del empresario Bernardo Larraín Matte, presidente de la Sofofa. Y recuerda el “no lo vimos venir”, pero esta vez en una versión hipócrita conveniente a una estrategia no refundacional, opuesta a lo que a todas luces propone este momento radical. Porque en una mirada inicial a las voces alzadas en la calles, a los cabildos, al debate público, el contenido en cuestión no es poco. Acá nos aventuramos con al menos 30 cargas que aparecen como problemáticas del régimen y que duelen en la vida de las personas. Una lista para Larraín:
El origen ilegítimo de la Constitución; el Estado atado a un rol subsidiario; el mercado impuesto a todo; un Estado policial-militar; el Ejército con privilegios y corrupción; las violaciones a los derechos humanos como política histórica; la sociedad individualista, desconfiada y despolitizada; la prensa servil al mercado y al poder; la riqueza extrema y concentrada; la política corrupta; los abusos empresariales como agenda permanente; la impunidad para los poderosos; el clasismo y la cárcel para los pobres; el trabajo desprotegido; el presidencialismo extremo; el centralismo estatal; la democracia protegida; un pueblo hacinado o sin techo; la educación como bien de consumo; un pueblo deprimido, enfermo mental y suicida; la buena salud solo si puedes pagar; la previsión social con objetivos financieros; las zonas de sacrificio y agua para los paltos; el machismo institucionalizado; el Estado religioso travestido de laico; los pueblos indígenas violados e ignorados; las libertades individuales coartadas; la cultura mercantilizada al mejor postor; la economía extractivista y la ausencia de desarrollo científico tecnológico; y, por supuesto, los niños, siempre al final.
No hay tiempo ni posibilidad para error, no hay margen para peleas ni pequeñeces. Es hora de que cada uno haga su parte. Desde su valorada trinchera, para la construcción de Chile. Y es deber de la política generar la mayor cantidad de espacios de discusión crítica como sea posible, a nivel distrital o comunal, en una asamblea, cabildo o reunión. Este proceso no tiene dueño, pero ciertamente hay quienes quieren simplificarlo
La forma es el contenido
Pero no se trata de responder con una lista cerrada de posibilidades que cualquiera puede hacer en un ejercicio intelectual más o menos honesto. Porque el diagnóstico nos recuerda que estamos frente a un problema múltiple, no es solo el contenido, es también un problema de confianza. Una buena hipótesis es que estos problemas se solucionan juntos: en eso estaban los procesos ciudadanos generados en organizaciones territoriales "espontáneas" o más bien, sin un orden previo ni un fin político distinto más que estructurar el tejido social venido a menos en los 30 años. Las ollas comunes, los cabildos autoconvocados y las diferentes asambleas abiertas hoy son los salvavidas de la democracia. Desde donde también las demandas encuentran su síntesis.
Si esto fuera una cañería, la larga lista de problemáticas halladas, dice que ya sería hora de destaparla. La cuestión es si la clase política en ejercicio se va a dedicar a contener la putrefacción de una democracia laberíntica, dañada en sus orígenes, o va a dejar que corra el agua nueva y hacer nuevas vías allí donde es necesario eliminar las trabas de una estructura conveniente que termina “regando paltos”.
La oposición, como la potencialmente principal depositaria del 80% del Apruebo, tiene como deber no sólo concretar una unidad —que corre el riesgo de ser espúrea y sin identidad—, sino propiciar resolver estas dos problemáticas diferenciando al nuevo proceso chileno de sus procesos políticos-electorales anteriores: hacerlo de forma radical.
Es hora de generar nuevas vías como la inclusión lógica de actores que por distintos motivos no han estado presentes en los procesos estructurales del país como es deseado; desde las mujeres hasta los pueblos indígenas. Y también del movimiento de personas antes reacias a participar, hoy extra partidos, y también los dirigentes sociales en las agrupaciones más pequeñas de la sociedad. En igualdad de condiciones con los partidos ¿Por qué hacerlo? Porque serán ellos los encargados de articular nuevas agrupaciones políticas. Y ya lo están haciendo. En esa línea, los cabildos y la alta participación a todo nivel no solo de Convencionales elegidos, son una posible garantía para evitar los caudillismos, el personalismo, los egos políticos y un sin fin de debates pre-establecidos.
Es tiempo de oír, de generar procesos permanentes de escucha activa entre la ciudadanía. El inicio para que estas mismas instancias mantengan un diálogo social durante la misma redacción de la Nueva Constitución, y que más allá de los acuerdos o pactos entre convencionales, sea primordial atender a la voluntad directa del pueblo, por ejemplo bajo mandatos y rendiciones de cuentas periódicas hacia las asambleas. Un remedio para la creación de nuevas élites.
Desde agrupaciones como Ciudadanxs Constituyentes, la Comunidad por la Dignidad y tantas otras instancias, sabemos que es un trabajo aún inconcluso. Lo dicen también las experiencias de los diálogos constituyentes de Bachelet: no hablaron todas las comunas, faltan voces. Hay un trabajo pendiente e incesante de escuchar, de reactivar cabildos y de crear los espacios que no solo encenderán la llama de la discusión constitucional en sí misma, sino también reivindicarán la política —evitando de paso el independentismo corporativista—, para hacer una nueva. Desde el punto de vista más práctico, es la búsqueda de soluciones e ideas de Estado y de Gobierno, legitimadas en su origen, evitando la frustración sostenida de los chilenos.
No hay tiempo ni posibilidad para error, no hay margen para peleas ni pequeñeces. Es hora de que cada uno haga su parte. Desde su valorada trinchera, para la construcción de Chile. Y es deber de la política generar la mayor cantidad de espacios de discusión crítica como sea posible, a nivel distrital o comunal, en una asamblea, cabildo o reunión. Este proceso no tiene dueño, pero ciertamente hay quienes quieren simplificarlo.
¿Hay más opciones para destrabar la democracia chilena? Sí, la soda cáustica. Pero dudamos que sea una opción preferente para la mayoría que creyó en el Plebiscito.
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