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martes, 16 de febrero de 2010

Vueltas de chaqueta y de carnero


escrito por Ricardo Candia Cares

Jaime Ravinet asume el Ministerio de Defensa. Francisco Vidal le da besitos y abrazos a su amigo, deseándole la mejor de las gestiones por ser tan él. Marcelo Schilling encuentra en Lavín un estupendo Ministro de Educación e Insulza, otrora esbelto revolucionario, rodilla en tierra, le hace cariño y quizás qué otra cosa a Piñera con tal de mantenerse en la OEA.

Algunos se escandalizan por estas espectaculares y pedagógicas muestras de sinceridad, pero se olvidan que los primeros en darse vuelta la chaqueta fueron centenares de miles de votantes que antes apoyaban a la Concertación y ahora lo hicieron por la derecha.Es muy temprano para saber cómo va a venir la cosas, pero se puede especular, sobre la base de estos arrumacos propios de los bueyes, que la cosa seguirá en los buenos términos en que ha venido siendo desde hace veinte años. Más aún, administrado el modelo por sus inventores, se puede esperar mejoría en su funcionamiento en breve. La Concertación deja la casa ordenada. Nada queda al azar y los esfuerzos por una entrega de mando impecable obsesiona a los Ministros a cargo de la ceremonia. Se esmeran en hacer un buen papel.Los próximos nombramientos, se especula, traerían más nombres de la Concertación en cargos importantes de la tercera fila. Más o menos como en los comienzos de la dictadura cuando muchos democratacristianos fueron parte del régimen en sus primeros terroríficos días. El sistema, ideado por quienes se aprestan a tomar, innecesariamente, el poder ejecutivo, tiene una envidiable capacidad de autoregeneración. Es el caso de un organismo complejo que es capaz, no sólo de curar sus heridas, sino que prevenirlas. Un sentido muy sensible de equilibrio, lo dota de la capacidad de prever cambios diferenciales que pueden derivar en desastrosas transformaciones. Cuando esto ocurre, el sistema muta su geometría integrando figuras que inicialmente no se consideraban. Cambios, transformaciones, maquillajes, faramallas y trucos, logran hacer como que la cosa va para un lado cuando en realidad o está estancada donde mismo, o va en un sentido contrario. Con un ilusionismo que acholaría a David Blaine, estos constructores de realidades tiene la genial virtud de la transmutación inadvertida que el gilerío compra fácilmente.A menos que, y alguno lo recordará, por razones misteriosas este gilerío se disponga a no creer, ponga en duda las maromas y, en un claro e incomprendido afán rebelde, le de por tomar las sartén y las cacerolas por sus respectivos mangos. En esos casos, para el efecto pacificador requerido, el sistema que de tonto no tiene un pelo, usa aviones, tanques y traidores.Las vueltas de chaqueta y de carnero no son nuevas en esta angosta faja de propiedad privada. El que haya nacido en esta tierra, se habrá criado escuchando, lo mismo. Mal vista la traición desde los tiempos del monte del Calvario, ha criado una fama que no le hace justicia. Más allá de los principios y la consecuencia, esta malparida gimnasia del alma, cumple con la noble labor de las alzaprima de los tinglados endebles. Así, no hay peligro de derrumbe inmediato. Falta mucho por ver. Hay que tomar asiento en una buena ubicación. Se ha inaugurado el tiempo de los reacomodos, fenómenos que siempre son movidos. Como la placa de Nazca y la Sudamericana. Una se incrusta en la otra de vez en cuando. Viene el terremoto, los daños, las víctimas y luego todo sigue más o menos igual.Alguna vez Jaime Ravinet será honrado como un adelantado a su tiempo, un explorador que abrió camino, que enseño la ruta. Cuando eso suceda, habrá muchos haciendo el mismo camino. Lo demás, será silencio.

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