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miércoles, 23 de enero de 2019

Terminemos de una vez por todas con el tema del asesinato de Jaime Guzmán

Terminemos de una vez por todas con el tema del asesinato de Jaime Guzmán

"Se convirtió al líder del gremialismo en algo así como un santito al que un sector que aún no asume ninguna responsabilidad, y en donde gran parte de sus integrantes ejercieron funciones en la dictadura, recurre para hacer reprimendas morales a jóvenes que no habían ni nacido o eran muy chicos para 1990".

Francisco Méndez

Por 


Columnista.
En días en que Admisión Justa, impulsada por el gobierno para seleccionar a niños chicos en “liceos de excelencia” públicos, ha reabierto el debate ideológico sobre cómo se establecen certezas para que todos, sin importar su proveniencia o sus aptitudes, puedan tener seguridades mínimas, en otro ámbito, en la “pelea moral” que cubren los grandes medios, continúa la discusión sobre la muerte de Jaime Guzmán. En esta ocasión, quien abrió los fuegos fue la diputada de Revolución Democrática, Maite Orsini, quien puso en duda que Ricardo Palma Salamanca, exfrentista, haya estado involucrado en el asesinato de quien ideó la institucionalización de la dictadura.
Como era de esperar, la derecha salió nuevamente a poner en marcha lo que se ha transformado en un juego bastante lucrativo, más aún en tiempos en que las afirmaciones indocumentadas y falaces tienen mayor eficacia cuando se dicen con un tono fuerte y juzgador. Obviamente, atacaron a Orsini y, una vez más, usaron a Guzmán como una muy buena herramienta para victimizarse y llorar un empate inexistente; la discusión llegó a niveles tan desquiciados, que incluso uno de los opinólogos de la plaza, inspirado en este juego de “todo es lo mismo”, salió a comparar a Miguel Krassnoff con quienes mataron Guzmán, sin siquiera sonrojarse con tamaña distorsión histórica.
¿Acaso no se entiende en la izquierda o en el progresismo, o como se quieran llamar hoy, que el tema de la muerte del ideólogo de la dictadura ya no debería discutirse? ¿Acaso no comprenden que, en un contexto político en el que todas las condiciones institucionales fueron hechas para que existieran empates en todo ámbito, es de suma importancia no caer en el relato democrático que ha convertido a los victimarios en víctimas? Cabe preguntárselo, porque si se continúa centrándose en el asesinato de Guzmán y no en cómo desarticular su legado, lo cierto es que seguiremos entrampados.
¿A qué me refiero? Bueno, a que la labor de la izquierda es debatir las trancas institucionales legadas por quien fue el principal asesor de Pinochet. Pero para hacerlo, lo primero es dejar zanjado que la forma en que murió, fue un delito y no debería haber ningún matiz al respecto. Esto, tomando en cuenta que, a diferencia de lo que pasó con la derecha, quienes mataron al senador no eran parte de un aparato organizado desde el Estado, sino una organización desligada del Partido Comunista, que una vez que comenzó la tímida y poco democrática democracia, empezó a actuar por su parte, motivada por esos sentimientos “justicieros” que solo traen desastres. ¿Cuál fue el desastre en este caso? Que se convirtió al líder del gremialismo en algo así como un santito al que un sector que aún no asume ninguna responsabilidad, y en donde gran parte de sus integrantes ejercieron funciones en la dictadura, recurre para hacer reprimendas morales a jóvenes que no habían ni nacido o eran muy chicos para 1990.
Se sigue cayendo en este interminable jueguito, el que ha cobrado mayor fuerza por estos meses, debido a que en la izquierda, luego de la derrota presidencial, aún no se sabe qué hacer, incluso en momentos en que, con Admisión Justa, el gobierno lanzó una ofensiva ideológica que puede ser una oportunidad para construir algo para ser antagonistas de los “valores” demostrados por esta administración. Pero no se ve nada, solo divisamos a lo lejos discusiones estériles o iniciativas reactivas como la “Ley Machuca”, la que intenta, al igual que sucedió a comienzos de los setenta, integrar a jóvenes de escasos recursos a colegios de elite. Si bien la idea no es mala-y es bastante interesante porque evidencia los antagonismos sociales que intentan esconderse-solo es una forma de reaccionar. Y ahí está el problema principal: no hay iniciativa. Solo dichos altisonantes y las ganas de muchos de seguir empantanados en algo que los haga creer que están haciendo algo, mientras no hacen nada.

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