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miércoles, 19 de junio de 2019

De Blair a Mette Frederiksen

Izquierda-derecha
 

La lenta pero sistemática desaparición de la socialdemocracia plantea cuestiones de fondo. No solo saber cuales son la razones de su progresiva extinción, sino también la de saber qué fuerzas podrían oponerse al neofascismo rampante de ahora en adelante. Roberto Savio entrega un muy interesante análisis.

Mette-F

De Blair a Mette Frederiksen


Escribe Roberto Savio


Los socialdemócratas, que habían estado desapareciendo a consecuencia de la crisis de 2008, han ido recuperando un poco de terreno este último año. Ahora están en el poder en España, Portugal, Suecia, Finlandia y, muy recientemente, en Dinamarca.
Pero las estadísticas son desalentadoras. Las recientes elecciones Europeas dieron a los miembros del grupo socialista el 20 % de los votos, contra el 25 en 2014, y la erosión del 34% alcanzado en 1989 y 1994 es clara. El más reciente éxito, en Dinamarca, con 25.9% de los sufragios, fue más bajo que en 2015. En Finlandia, recibieron el 17.7%, apenas dos décimas más que la ultraderecha. Y en Suecia, Stefan Löfven ganó su mandato con la más baja votación en décadas. En países como el Reino Unido, Alemania, Francia e Italia están siendo reducidos a la irrelevancia.
Es interesante notar que los votos que los socialdemócratas perdieron no se fueron a la izquierda radical. Los dos grupos europeos que unen a Syriza (Grecia), Podemos (España), La France Insumisa (Francia) y Die Linke (Alemania) recibieron apenas un 5% del sufragio, contra el 7% en 2014. Los votos perdidos se fueron básicamente a la ultraderecha. Hoy, los socialdemócratas tienen apoyo popular solamente en España (PSOE, 33%) y en Portugal (PS, 33.4%). Desde la cuna escandinava de los socialdemócratas, ha habido un vuelco hacia la Península Ibérica. Hoy día Portugal es lo que Suecia era veinte años atrás, un modelo de valores cívicos, tolerancia e inclusión.
Hay un debate ahora sobre el modelo danés. Mette Frederiksen, la líder del Partido Socialdemócrata ha adoptado una postura frontal contra los inmigrantes, prácticamente idéntica a la visión de la extrema derecha: deportación de los inmigrantes a una isla desierta (a la manera australiana); confiscación de joyas y otros objetos de valor que traen consigo; la prohibición del uso de burkas y niqabs en los espacios públicos. En 2015, llegaron a Dinamarca cerca de 60.000 migrantes, pero solamente les dieron asilo a 21.000; y en 2017, sólo un cuarto de quienes pidieron asilo lo recibieron Al mismo tiempo, Frederiksen prometió, entre otras cosas, aumentar el seguro social, dar subsidios a los más pobres de la población e incentivos a los jóvenes (su agenda incluye que estos dejen de fumar: ha prometido aumentar fuertemente el costo de los cigarrillos).
El modelo danés está basado en un simple hecho. Hoy día los europeos se gobiernan por el miedo. Miedo sobre el futuro, a la llegada de la inteligencia artificial y de los robots, lo que podría llevar a la desaparición del 10% de los trabajos actuales: Por sí sola, la automatización de vehículos podría dejar sin trabajo a millones de conductores de taxis, buses, camiones y otros. (De algo que los inmigrantes no podrían ser responsables nunca). La llamada “nueva economía” declara abiertamente que el trabajo asalariado es una pequeña parte en la producción industrial. El exceso de trabajadores significa que los días de los trabajos permanentes se han acabado. Esto, por su puesto, contradice el hecho de que la población europea se encuentra en pronunciado declive demográfico. De acuerdo a la Organización Internacional del Trabajo, Europa necesitará, a lo menos, 10 millones de personas más para permanecer competitiva en 2030.
Cuando las emociones, y no las ideas, llegan a ser los fundamentos de la política, y es “el estómago” y no el cerebro lo que decide, entramos en el reino de las mitologías y dejamos la realidad fuera del cuadro.
Tomemos Italia. La gran mayoría de los trabajadores italianos ahora votan por Matteo Salvini, el líder de la Liga Norte y vice primer ministro de Italia y ministro del Interior. Salvini ha hecho del miedo el tema central de su permanente campaña electoral. Como ministro de Interior, ha pasado apenas 17 días en su oficina ministerial y el resto en viajes de campaña. Ha definido a los inmigrantes como el mayor peligro a la seguridad de los italianos. Habla ante audiencias masivas, besando el rosario o la Biblia, y explicando que Italia es esclava de la Unión Europea. Ha introducido nuevas leyes de seguridad, lo que hace más fácil la posesión de un arma. Y ha lanzado una abierta campaña contra el Papa y sus llamados por la solidaridad y la inclusión. Ha sugerido que el Papa podría poner a todos los refugiados en el Vaticano, y ha hecho una alianza con el ala conservadora de la Iglesia, pidiéndole al Papa Benedicto que regrese. Ha doblado a sus votantes, y está en camino a llegar a ser el primer ministro de Italia. Ahora está desafiando a la Unión Europea con la declaración que no aceptará el límite del 3% para el déficit presupuestario, afirma que actúa en nombre del pueblo italiano, que los italianos vienen primero y que los eurócratas, segundos. Esta es una batalla que va a perder. Fueron los jefes de los gobiernos europeos, no la Comisión, quienes establecieron los límites para ese déficit. Y sus socios soberanistas, como Sebastian Kurz de Austria o Viktor Orban de Hungría, nunca van a aceptar ningún sacrificio para dejar que Italia tenga un déficit presupuestario mayor.
Italia es un buen ejemplo para entender cómo la realidad ya no es importante y no es la base para la política. Tito Boeri, un economista internacional y el saliente Director del Instituto Nacional de la Seguridad Social (una institución respetada), ha publicado recién, un artículo titulado “Los administradores del miedo”. Los italianos están convencidos que hay un inmigrante por cada cuatro italianos. En realidad, hay uno por cada doce. Las encuestas muestran que los italianos (y esto es válido en general para todos los europeos) están convencidos que hay cuatro problemas con los inmigrantes: 1) les quitarán sus trabajos; 2) Los italianos tendrán que financiar de sus propios bolsillos los servicios para los inmigrantes que no trabajen; 3) ellos hacen menos seguras las ciudades; 4) y los inmigrantes traen enfermedades infecciosas. Bueno, dice Boeri, cerca del 10 % de los inmigrantes ha creado compañías. Cada empresario inmigrante emplea 8 trabajadores, y el trabajo de los inmigrantes está altamente concentrado en actividades que los italianos han abandonado. Proveen el 90% del trabajo en los campos de arroz, el 85 % en la industria de la confección de ropa y son el 75% de los recolectores de frutas y verduras. Los salarios en estos sectores no han subido en los últimos 20 años: eran bajos y permanecen bajos. Pero el factor más importante (y esto es también verdadero para todos los países de Europa) es que hoy día un italiano en cuatro tiene más de 65 años de edad, comparado con un inmigrante en 50. En Italia hay 2 personas recibiendo pensión por 3 que trabajan. ¿Cómo podría el sistema de pensiones sobrevivir sin inmigrantes? Sin embargo, son esos mayores de 65 los que ahora votan por la extrema derecha. Este desequilibrio está destinado a crecer. Para mantener el sistema actual, el 83% de un salario va al sistema de pensiones. ¿En el futuro, cuánto costará a un número decreciente de trabajadores sostener a quienes estén jubilados? Ya 150.000 jóvenes, la mayoría altamente calificados, se van de Italia cada año.
¿Qué sucede con el crimen? Las estadísticas muestran que el crimen ha ido disminuyendo al mismo tiempo que el número de inmigrantes ha ido creciendo. ¿Y qué se sabe de las enfermedades contagiosas, ya que tenemos las estadísticas de la Organización Mundial de la Salud? Turquía es el país que ha recibido el mayor número de inmigrantes (sobre cuatro millones) en un corto periodo de tiempo. No hay datos que muestren un aumento en enfermedades contagiosas. En Europa, Alemania ha sido la nación que ha recibido más inmigrantes en un corto periodo de tiempo, sin embargo, no hay datos que muestren aumento en ese tipo de enfermedades.
El miedo, de acuerdo los historiadores, junto a la codicia, es una de las máquinas de cambios en el curso de la historia. ¿Cuándo empezó el miedo? Con la crisis de 2008, causada por la irresponsable actividad financiera, el único sector global del mundo sin controles. La crisis dejó claro que la globalización fue un fracaso. En vez de que (con la marea) se alzaran todos los barcos grandes y pequeños como sus propagandistas proclamaban, alzó a unos pocos y los hizo ricos sin precedente: Ahora, 80 individuos poseen la misma riqueza que 2.3 billones de personas. Es un hecho que la codicia precedió al miedo. Después de la caída del Muro de Berlín, el mundo se embarcó en una orgia de lo privado sobre lo público. Se consideró al Estado enemigo del crecimiento. Se recortaron todos los costos sociales, la seguridad social y la educación en particular, porque se las definió como no productivas. Jair Bolsonaro en Brasil todavía está haciendo lo mismo: ha cortado el presupuesto de universidades y ha anunciado que quiere “desincentivar” filosofía y sociología, en favor de “estudios prácticos” como negocios, ingeniería y medicina. La ganancia llegó a considerarse una virtud central al sistema. Se dejó que las compañías buscaran maximizar sus ganancias relocalizándose en países más baratos y que las grandes empresas sacaran del mercado a los negocios pequeños, causando la reducción de los salarios y la marginalización de los sindicatos. En su recorrido neoliberal, la globalización se consideraba imparable.
La marea era tan fuerte que se le llamó pensée unique. Al principio, la izquierda no tenía una respuesta. Hasta que el primer ministro británico, Tony Blair apareció en 2003 con una proposición alternativa. Dado que la globalización es imparable, subámonos a ella y tratemos de domarla: la Tercera Vía. Eso, de hecho, significó aceptar la globalización. El resultado fue que la socialdemocracia domó muy poco y los perdedores de la globalización ya no se sintieron defendidos por la izquierda. La globalización hizo todo lo remunerable movible: finanzas, comercio, transporte. Al Estado se le dejó solo con responsabilidades de lo que no se podía mover: educación, salud, pensiones y todos los gastos sociales.
Esto fue acompañado de una considerable reducción en las entradas económicas nacionales, ya que la globalización era capaz (y todavía lo es) de permitir que las ganancias se pudieran esconder de los sistemas de impuestos nacionales. De acuerdo a algunas estimaciones, hay 80 trillones de dólares en paraísos fiscales, una de las más importantes razones de la caída de entradas nacionales. La deuda pública empezó a acumularse. Mientras escribo, ahora llega a 58, 987, 551,309, 132 dólares (vea en The Economist cuanto han crecido las cifras en el reloj de la deuda global). Esto ha aumentado la parte de la deuda que se debe pagar en intereses y limitado los fondos para usar en el gasto nacional. Nadie habla de esta Espada de Damocles que pende sobre las cabezas de los países y de sus ciudadanos. No causa asombro que la Unión Europea haya presentado una propuesta para limitar los déficits nacionales. Italia ya debe pagar 30 billones de euros al año, por su déficit. Aumentarlo, como lo propone el Gobierno para ganar votos, es completamente irresponsable.
Vale la pena notar que antes de la crisis de 2008, no habían partidos de extrema derecha en Europa, excepto por Le Pen en Francia. Sin embargo, era solo un asunto de tiempo, hasta que alguien en cada país provocara el miedo y que, a su vez, los partidos tradicionales que no habían dado respuestas a la masiva ola de globalización neoliberal perdieran a sus miembros. Los inmigrantes sirvieron para producir el miedo, y todas las víctimas de la globalización se subieron al carro de los nuevos campeones.
En estos tiempos, es un lugar común decir que la derecha y la izquierda ya no existen. Que, de hecho, la lucha es entre soberanistas—lo que quiere decir nacionalistas teñidos con xenofobia y populismo—y globalistas. O esos que todavía creen que la cooperación y el comercio internacional son vitales para el crecimiento y la paz. .Este debate del presente ignora que la izquierda es un proceso histórico que comenzó con la primera revolución industrial a principios del siglo 19. Es incalculable el número de personas que dieron sus vidas por llegar a la justicia social, por limitar la explotación de los trabajadores, por inculcar los valores de una sociedad justa: igualitaria, una democracia participativa y transparente, de derechos humanos, de paz y desarrollo como valores en las relaciones internacionales.
La dialéctica de derecha-izquierda no ha desaparecido. Si no mire al creciente movimiento medioambiental que hoy se encuentra en esa disputa. Desde Trump a Bolsonaro, el cambio climático es una operación de izquierda, mientras que si Ud. lee la encíclica “Laudato Si” del Papa Francisco (lo cual hacen pocos, desafortunadamente), verá que la lucha contra el cambio climático es sobretodo un asunto de justicia social y dignidad humana. En ese sentido, los partidos Verdes se están haciendo cargo de parte de las batallas de la izquierda histórica.
Y esto nos lleva a un asunto central: ¿Es la solidaridad una parte integral del legado de la izquierda? Lo pregunto porque Frederiksen obtuvo la victoria en Dinamarca abandonando la solidaridad y usando el nacionalismo y la xenofobia. Por supuesto, ella les está asegurando ampliamente a sus votantes que les devolverá privilegios ciudadanos perdidos. Y está claro que esto es ahora una fórmula ganadora, como la Tercera Vía lo fue para Tony Blair en las elecciones británicas en 1997. Excepto que le hace la venia a la globalización, como lo hiciera la Tercera Vía. Le hace la venia al nacionalismo, al populismo y a la xenofobia, el nuevo pensée unique para tanta gente en el mundo. ¿Tendrá un efecto duradero en aquellos que se llaman de izquierda?
 
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