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martes, 17 de junio de 2025

REPORTAJE.

 

El polémico culto a Pinochet: negocios con el Ejército, merchandising y la última maniobra para inmortalizar su imagen

La venta de souvenirs con la imagen de Augusto Pinochet en la Escuela Militar durante el último Día de los Patrimonios desató una polémica que involucró no solo al Ejército –que se desmarcó del hecho–, sino que evidenció algo más profundo: el fanatismo por el dictador no ha muerto. Más bien, lo ha convertido en un apetecido fetiche de mercado: tazones, relojes, monedas, bordados a crochet y otros objetos con su rostro circulan en ferias, plataformas digitales y tiendas como Dagoway, propiedad del hermano del exalcalde de Providencia, Cristián Labbé, la misma que detonó el escándalo semanas atrás y que mantiene vínculos comerciales con el Ejército desde hace años. Este reportaje sigue la pista de ese comercio oculto y revisita los esfuerzos de la dictadura por levantar la imagen de Pinochet como prócer. Incluso hasta el final: en 1989, el régimen pagó miles de dólares a un artista estadounidense por dos retratos al óleo. Desconocidos hasta ahora, iban a ser parte de su “legado”, y hoy su paradero es un misterio.

Por Pedro Bahamondes Chaud y Matías Sánchez JUNIO DE 2025
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Parte ILos souvenirs de Pinochet en la Escuela Militar

La pieza mide unos ocho centímetros, pesa 65 gramos y está hecha de una aleación de zinc con oro antiguo. A simple vista, luce como una típica moneda de colección que se puede comprar por internet. Excepto por un detalle: en el centro, con un diseño en relieve, aparece la figura del dictador Augusto Pinochet junto a la frase: “Por la razón o la fuerza”. Es la réplica de una postal oficial de 1983, tomada en el décimo aniversario del Golpe de Estado.

Pero el objeto no solo destaca por su peso y manufactura, sino también por su carga simbólica y el personaje que lo protagoniza. Precisamente, una fotografía de esa moneda a la venta y otros artículos de merchandising militar, se apoderó de las redes sociales el pasado 24 de mayo, durante el Día de los Patrimonios.

La imagen de los souvenirs se viralizó gracias a una publicación del diputado Matías Ramírez (PC), quien la recibió de un cercano que ese mismo día asistió a una actividad al interior de la Escuela Militar. Tras corroborar la información, el parlamentario compartió la imagen en su cuenta de X y anunció en un post que oficiaría al Ministerio de Defensa “para que informe quién autorizó el ingreso de esta tienda y se inicien los sumarios respectivos. No hay espacio para relativizar los crímenes de la dictadura militar en Chile”.

“Al principio me costó creerlo. Lo grave de la situación es que la Escuela Militar autorizó a un proveedor a comercializar este tipo de productos. No es la venta entre un grupo de amigos, en una casa o en un local privado. Estamos hablando de una institución pública, representada por la Escuela Militar, en el Día de los Patrimonios. Me parece absolutamente absurdo permitir la venta de este tipo de artículos”, comenta a The Clinic el diputado Ramírez.

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Horas más tarde, a través de un comunicado, el Ejército informó que “la Escuela Militar abrió sus puertas al público recibiendo a empresas para ofrecer artículos asociados a la función militar, lo que fue coordinado por la Corporación de Exalumnos (…). Una de dichas organizaciones, sin la autorización de la Escuela Militar, se alejó de ese objetivo, comercializando productos vinculados a la contingencia política de la cual el Ejército no forma parte, situación que no es avalada por la institución. Es por lo anterior, que se definió eliminar la presencia de empresas externas en las actividades organizadas por la Escuela Militar y se está realizando una investigación para determinar presuntas responsabilidades y adoptar medidas si así correspondiesen”.

“Me llama poderosamente la atención que, en su declaración pública, la Escuela Militar desconozca qué tipo de productos se trataban, o que no haya hecho una fiscalización mínima el día del evento. Todos sabemos de las restricciones que existen al interior de los recintos militares, entonces la explicación es bastante burda”, agrega el diputado Ramírez.

Según el Ejército, la venta de productos durante el Día de los Patrimonios estuvo a cargo de la Corporación de Exalumnos de la Escuela Militar. Una semana antes del evento, la organización había informado en su sitio web: “Esta es una de las oportunidades dentro del año en que la corporación da a conocer su misión y objetivos planteados, además de presentar los productos y beneficios de los convenios suscritos para apoyar a los socios y sus familias”.

La foto que subió el diputado Ramírez a sus redes sociales.

Una de las empresas presentes en la actividad fue Dagoway Trade Ltda. En su sitio web se presenta como una compañía dedicada a ofrecer artículos “de la más alta calidad a los integrantes de las Fuerzas Armadas, organismos públicos, seguridad nacional y a los entusiastas del outdoor”. Entre esos productos destaca la moneda con el rostro de Augusto Pinochet, la misma que generó polémica tras su comercialización en la Escuela Militar.

Dagoway Trade fue fundada en 1994 y su giro comercial se enfoca en la fabricación, venta y distribución de productos, equipamiento y vestimenta militar, entre otros. Su administrador y socio fundador es Francisco Javier Labbé, hermano de Cristián Labbé –exalcalde de Providencia y coronel (R) del Ejército, condenado por el delito consumado de aplicación de tormentos a prisioneros políticos durante la dictadura–, quien dirige la empresa junto a su esposa y tres hijos.

Sin embargo, la relación comercial entre Dagoway Trade y el Ejército no es nueva ni desconocida. Según registros públicos, ambas entidades comenzaron a trabajar en 2017, cuando la institución arrendó a la empresa un espacio en el Almacén Militar del Ejército, ubicado en la comuna de Santiago, por un valor mensual de $650 mil pesos.

El contrato, firmado por Francisco Javier Labbé, permitió a Dagoway Trade vender “ropa deportiva como de combate, accesorios, y en general todo implemento que sea susceptible de ofrecer al personal institucional. Deberá ofrecer artículos que tengan relación con los accesorios, vestuario y equipo, aunque sin ser reglamentarios, sean complementarios a la función militar”, según detalla el documento al que tuvo acceso The Clinic.

Posteriormente, entre 2018 y 2024, la empresa facturó más de $7.200 millones a las Fuerzas Armadas, mediante 1.090 órdenes de compra, la mayoría a través de licitación pública, según datos del portal ChileCompra. Solo en lo que va de 2025, el monto ya bordea los $300 millones en 45 adquisiciones.

El revuelo por la venta de artículos con la imagen de Pinochet llevó al diputado Matías Ramírez a presentar un oficio al Ministerio de Defensa Nacional, con el fin de obtener mayores antecedentes sobre lo ocurrido. Luego, la misma acción realizó la diputada Carmen Hertz (PC).

“La venta de souvenir con la imagen de un dictador y un criminal de lesa humanidad como Pinochet no es solo un tema legal. Es un tema moral. Atenta, yo diría, contra lo más profundo de la sociedad chilena, de cualquier sociedad que haya vivido un sistema de opresión como el que vivimos nosotros y de exterminio contra los opositores políticos (…). La explicación que se dio en la Escuela Militar, a mi juicio, es absolutamente banal. No sabían, dicen. Todavía no sabemos quién autorizó el ingreso de esta tienda. Yo diría que en ninguna sociedad decente hay espacio para relativizar a un criminal de lesa humanidad como Pinochet, y menos en la Escuela Militar”, comenta la diputada Hertz.

Tras el Día de los Patrimonios, la empresa Dagoway Trade continuó prestando servicios al Estado, según registros disponibles en Mercado Público. Además del Ejército, ha licitado compras con distintos municipios e incluso con la Presidencia de la República. Paralelamente, en su sitio web sigue disponible la opción de adquirir la moneda con la imagen del dictador. Tiene un valor de $11.990 y, durante el último Cyber Day, se ofreció con un 10% de descuento. En la página, el objeto se promociona como un “testimonio de un acontecimiento relevante, añadiendo valor a la colección de cualquier entusiasta”.

“Esto da cuenta de un negacionismo instalado, que es bastante peligroso, y que hemos denunciado en el último tiempo, no solo respecto a la figura de Pinochet, también respecto a las violaciones de DD.HH. en la dictadura militar. Una cultura institucional en mantener la figura del dictador bajo distintos aspectos en la institución militar. Creemos que, independiente del tiempo que ha transcurrido, es importante que estas situaciones no se dejen pasar”, reflexiona el diputado Matías Ramírez.

The Clinic solicitó una entrevista con el Ejército para conocer más detalles sobre lo ocurrido y la eventual investigación interna. Sin embargo, desde el Departamento de Comunicaciones, respondieron: “El Ejército ya se refirió a lo ocurrido en un comunicado. Lo demás corresponde a una empresa particular externa”.

El pasado martes 3 de junio, la ministra de Defensa Nacional Adriana Delpiano asistió a la Comisión de Defensa, de la Cámara de Diputados, para exponer sobre la decisión del Gobierno de retirar a sus agregados militares en Israel. Durante la sesión, la diputada Carmen Hertz dice que intentó incluir, en el cuestionario a la ministra, el episodio ocurrido en la Escuela Militar durante el Día de los Patrimonios. “Para que así explicara, en forma más detallada, realmente este agravio. Pero no, la derecha se opuso”, asegura Hertz.

Parte II: “El triunfo del espíritu”, uno de los últimos encargos del dictador

Cuando Patricio Aylwin asumió como primer Presidente de la República tras el retorno a la democracia, el 11 de marzo de 1990, una de las primeras tareas silenciosas del nuevo gobierno fue barrer con los rastros más evidentes de la dictadura. Junto al recién investido mandatario entró a La Moneda Jesús Inostroza, reportero gráfico de prensa que lo había seguido durante su campaña y quien asumía como jefe del Departamento de Fotografía del Palacio.

En pleno proceso de instalación del equipo, mientras desempolvaban oficinas y bodegas, Inostroza encontró una bolsa con negativos. Al examinarlos, notó algo curioso. “Había varias fotos de pautas habituales de Pinochet: reuniones con edecanes, saludos protocolares, incluso algunas de la visita del Papa Juan Pablo II a Chile, en 1987, pero había otras de un encuentro más íntimo, en La Moneda, de Pinochet con un artista norteamericano cuyo nombre no supe hasta tiempo después, pero tuve que rastrearlo harto”, dice antes de pronunciarlo: “Ralph Wolfe Cowan”.

Inostroza intuyó que las fotografías podían ser material valioso y decidió guardarlas y llevárselas a su casa. Allí se percató de algo aún más increíble: entre las mismas imágenes, estaba la reproducción de un cuadro desconocido, un retrato de Pinochet al óleo. “Era una imagen muy absurda e irreal”, recuerda Inostroza.

“Tenía esa pose impostada, como de prócer o emperador, con la espada, el bastón, la banda… parecía una mezcla entre Napoleón y un maniquí de vitrina militar –agrega entre risas–. Estaba claro que la había mandado a hacer él mismo, porque se veía endiosado, como un Presidente y no como el dictador sanguinario que era”.

Inostroza le ofreció las fotografías a un periodista para que investigara la historia, pero el artículo nunca se publicó. Tampoco las fotos.

De derecha a izquierda, en las imágenes aparecen Augusto Pinochet, un hombre no identificado –posiblemente un traductor, sugiere Inostroza–, el artista estadounidense Ralph Wolfe Cowan y su asistente y gerente comercial, Mark Deren. Las fotografías –a las que The Clinic tuvo acceso a través del propio asistente del artista– fueron tomadas el 29 de septiembre de 1989, casi un año después de la derrota del régimen en el plebiscito del 5 de octubre.

Chile aún arrastraba las secuelas de la crisis económica de mediados de los 80, con más de 38 % de la población en situación de pobreza y frecuentes protestas por desempleo y represión. Mientras tanto, Pinochet parecía más preocupado por cómo lo recordarían y decidió encargar un retrato a uno de los artistas más extravagantes del mundo.

Ralph Wolfe Cowan (1931–2018) era famoso por su realismo romántico: embellecía a sus modelos con fondos majestuosos y luces dramáticas. Retrató a Grace Kelly, al rey Hassan II, al sultán de Brunéi, a líderes polémicos como Imelda y Ferdinand Marcos, además de Donald Trump y otros personajes de la cultura pop como Marilyn Monroe y Elvis Presley.

Ese mismo año, Mark Deren contactó al exedecán y general (r) Sergio Moreno Saravia –entonces secretario de Pinochet y quien fue procesado en el Caso Riggs en 2009, acusado de malversación de fondos públicos y estafa– y le envió a un folleto promocional del artista titulado “Una visión personal”, con una muestra de su trabajo. Deren ya se lo había extendido a más de 50 jefes de Estado, recuerda. Pronto recibieron respuesta desde La Moneda.

“Le llegó en el momento perfecto. (Pinochet) Necesitaba un retrato para dejar como parte de su legado”, asegura Deren a The Clinic.

El régimen organizó dos viajes para el artista y su asistente: el primero a fines de septiembre de 1989, para cerrar el encargo, y el segundo para entregarlo. De ese primer encuentro en La Moneda –registrado por uno de los fotógrafos del régimen–, Mark Deren recuerda que el ambiente era cordial: “Pinochet fue amable. Ralph incluso le dijo: ‘Todas las mujeres de Palm Beach comentaban lo apuesto que es usted’. Y Pinochet se rió”, revela.

Ese día se acordó el encargo: Wolfe Cowan pintaría dos retratos del dictador al óleo, uno más clásico y otro más heroico, “con cierto aire de conquistador”, detalla Deren. “Quiero que todo el mundo pueda ver el magnífico aspecto de este hombre, que personalmente veo cuando pinto sus retratos. Él es un hombre de gran honor, tumor y cordialidad”, mencionó el artista.

Wolfe Cowan cobraría a Pinochet un precio moderado –su asistente no especifica cuánto, aunque según el sitio web del mismo pintor, durante esa época cobraba entre 24 mil y 68 mil dólares por cuadro– y se comprometía a entregar las obras antes de que Pinochet entregara el poder.

“Los retratos tenían un precio moderado”, aclara Mark Deren, y asegura que el régimen corrió con los gastos de ambos viajes junto al artista a Chile: “Nos dieron viáticos para los vuelos y el hotel”.

Casi tres meses después, la segunda visita al país constituye la historia de un filme. Era diciembre de 1989, víspera de las primeras elecciones presidenciales después de 17 años de dictadura, y mientras en las calles comenzaba a respirarse ese aire confuso y expectante de la transición, el artista norteamericano y su asistente caminaban escoltados rumbo al Palacio de La Moneda desde el Hotel Carrera, donde se alojaban.

“Una noche escuchamos una pequeña explosión fuera del hotel. Algunos vidrios se rompieron en el edificio de enfrente. Había protestas en las calles”, recuerda Deren, quién comparte lo que parecen ser algunas notas de aquella jornada.

“La cita era a las 9 de la mañana, pero el señor Montané –el traductor, que pudo ser también escolta– llegó antes, a las 7:45, tal como estaba previsto”, escribe el periodista y fotógrafo, quien hoy vive en Países Bajos y tiene su propia radio. 

“El señor Montané nos condujo a la oficina del cabo Sergio Moreno, a quien ya conocíamos del viaje anterior”, retoma Deren. Un grupo de funcionarios rodeó la caja sellada que contenía ambas obras. Los dos sacaron con cuidado los lienzos y encendieron las lámparas. El artista inspeccionó rápidamente el espacio y eligió dos lugares: uno de los cuadros –titulado El triunfo del espíritu– iría sobre un muro; y el otro, El espíritu de la nación, en un caballete junto a la ventana, donde unas cortinas rojas replicaban, coincidentemente, las del retrato.

Todo quedó dispuesto para el encuentro y suerte de exhibición privada.

Tras una hora de espera, Sergio Moreno finalmente ingresó al Salón Rojo. Era el mismo oficial que había negociado los encargos con Deren. Examinó brevemente los óleos instalados, sin mostrar mayor emoción, y anunció que Pinochet aparecería en cinco minutos. Moreno se detuvo frente a uno de los cuadros y apuntó al escudo nacional, que estaba mal reproducido. “El sello presidencial había sido pintado incorrectamente por falta de referencias adecuadas”, explica ahora Mark Deren.

Moreno observó luego el segundo retrato, el más teatral, y soltó un comentario con doble filo: “La oposición podría decir que el presidente parece un conquistador”. 

“Tiene un aspecto heroico”, replicó Deren.

Fue entonces cuando un joven capitán cruzó la puerta, seguido de cerca por Pinochet, quien saludó a ambos y dirigió la mirada de inmediato hacia el primer retrato, el más sobrio. Se acercó en silencio, lo examinó de arriba abajo y luego señaló su cinturón.

“El cinturón y los botones de la chaqueta también contienen el escudo presidencial”, comentó Moreno. Wolfe Cowan, preparado para todo, añadió: “Ah, eso lo puedo arreglar fácilmente. Traje mi kit de pintura”. Pinochet sonrió. El artista puso paños fríos, sabía perfectamente cómo: “Todas las mujeres de Palm Beach comentaban lo guapo que es, señor presidente”. Pinochet, según Deren, sonrió sin decir ni pío.

“¿Cuál le gusta más?”, preguntó Wolfe Cowan, ansioso.

Pinochet no dudó: señaló el más tradicional, el de las cortinas rojas. “Este”, dijo.

“Sí, señor presidente –respondió Moreno–, a los políticos les gustará ese, pero los artistas e intelectuales preferirán este otro”.

Pinochet no respondió de inmediato. Caminó entre ambos lienzos, los volvió a mirar, indeciso, y finalmente zanjó el asunto: “Me los llevo a ambos”, dijo al fin, convencido. Wolfe Cowan y Deren se miraron, cómplices, con las cejas en alto.

–“Gracias, señor presidente”, dijeron al unísono.

“Cuando regresamos al hotel, el nuevo presidente, Patricio Aylwin, estaba dando un discurso allí”, escribe Deren en sus anotaciones, y cuenta que Ralph Wolfe Cowan pasó el resto de la tarde haciendo correcciones a las pinturas, de las que solo existen registros fotográficos de una sola de ellas, El triunfo del espíritu.

El retrato es desvergonzadamente imperial: Pinochet aparece erguido, en posición de mando, con una mano apoyada en la empuñadura de una espada ceremonial y la otra sobre un bastón, como si posara para la historia. Lleva puesto uniforme de gala negro, bordado en dorado, cruzado por la banda presidencial y adornado con medallas que evocan una tradición monárquica más que republicana. El fondo, pintado en tonos cálidos, muestra un paisaje de montañas, una especie de Andes místicos, y un cielo dorado bañado por una luz celestial. En el extremo superior izquierdo, el escudo nacional brilla como un ícono religioso.

Ralph Wolfe Cowan nunca habló públicamente de su retrato de Augusto Pinochet en los años posteriores, pero tampoco lo ocultó. En 1992, tres años después de pintar al dictador, el artista incluyó el óleo en A Personal Vision, su libro-catálogo que recopilaba los retratos que había hecho de jefes de Estado y miembros de la realeza. En su interior, junto a imágenes del rey Zayed de Emiratos Árabes y otros mandatarios, figuraba también la pintura de Pinochet, con su pose imperial, sus medallas y la banda presidencial.

El 13 de febrero de ese año, desde West Palm Beach, Florida, el artista estadounidense volvió a tomar contacto con La Moneda y envió el libro como obsequio al presidente Patricio Aylwin, acompañado de una carta en la que ofrecía sus servicios para retratarlo.

“Muchos edificios públicos querrán retratos suyos”, se lee en su mensaje, “y usted, como jefe de Estado, está llamado a elegir al mejor retratista posible. Deseo sinceramente estar a su servicio”.

La respuesta de La Moneda fue cortés, pero rotunda. El 19 de marzo del mismo año, el jefe de gabinete presidencial, Carlos Bascuñán, respondió en nombre del presidente: “Por encargo de S.E. el Presidente de la República, don Patricio Aylwin Azócar, tengo el agrado de acusar recibo y agradecer su carta del 13 de febrero último. Al respecto, cumplo con manifestarle que la Presidencia de la República de Chile no ha considerado un óleo”.

Tras esa última carta, ni Wolfe Cowan ni su asistente volvieron a tener contacto con nuestro país. Hasta ahora.

Actualmente, se desconoce el paradero de los dos retratos encargados por Pinochet en 1989. Algunas fuentes citadas en este reportaje sugieren que pudo haber sido trasladado tras el fin de la dictadura a la Escuela Militar, al Museo Histórico y Militar, o incluso a uno de los antiguos comedores del Ejército en Lo Curro, en la comuna de Lo Barnechea, donde el dictador pretendía construir una lujosa mansión familiar.

La llamada Casa de los Presidentes fue revelada por la periodista Mónica González en 1984, en la revista Cauce. Allí describió cómo, en plena crisis económica y con fondos públicos, Pinochet levantaba un palacio de seis niveles, jardines, sistema eléctrico autónomo, refugio antiaéreo y hasta túneles, todo pagado en gran parte por el Ministerio de Vivienda y Urbanismo.

González nunca accedió al inmueble. Tampoco llegó a conocer la historia de los cuadros pintados por Wolfe Cowan, mas no le sorprende que Pinochet se los quedara.

“Uff, y no solamente ese cuadro, ¿no? Pensemos en la metralleta con la que se suicidó Salvador Allende: por ahí hay un glorioso general que se la robó y que no ha sido nunca entregada. Hay obras de arte muy importantes, hay libros —como lo demostró la investigación de Juan Cristóbal Peña— que se había robado Pinochet y que los tenía bajo (su poder) porque pensaba que le pertenecían”.

Mucho menos le asombra a González lo ocurrido en la Escuela Militar semanas atrás, cuando salió a la luz la venta de merchandising con su imagen. “No me extraña. Hay un sector de este país que votó por él y que obtuvo más del 40%. Es un porcentaje que, a lo largo de los años, habría que analizar por qué. Cuál es la responsabilidad de no haber dejado establecido que ese Golpe de Estado fue purio, que no se luchó contra el Ejército, sino que asesinó impunemente”.

Consultado por este medio sobre los dos retratos al óleo realizados por Ralph Wolfe Cowan, el Museo Histórico y Militar –dependiente del Ejército– prefirió no pronunciarse al respecto. Tampoco desde la Fundación Presidente Pinochet, organización que opera desde el año 1995 y que figura como dueña de la marca “Augusto Pinochet” en los registros del Instituto Nacional de Propiedad Industrial (INAPI).

En su sitio web, Fundación Presidente Pinochet tiene a la venta libros y productos con la imagen del excomandante del Ejército, como posters, llaveros y vasos, y además presenta a su directorio, encabezado por Carlos Cáceres, exministro de Hacienda (1983–1984) y del Interior (1988–1990) durante  la dictadura.

Parte III Pinochet en serie: el origen del ícono

Desde los primeros meses tras el golpe de 1973, la dictadura activó no solo su sanguinario plan de persecución y exterminio, sino que se esmeró en convertir a Augusto Pinochet en un ícono popular y reimprimible. Que hoy la imagen del dictador esté en tazones y figuritas 3D, o tenga su versión de lana o incluso tejida a crochet a la venta en internet, no es casual y responde a otro plan.

El régimen no escatimó recursos para vestir a Pinochet de prócer: se imprimieron afiches, estampillas, medallas con su rostro y retratos oficiales, que luego fueron distribuidos en ministerios, escuelas y cuarteles. Todo financiado por el Estado. Para 1974, la moneda de 10 pesos lucía al reverso un “Ángel de la Libertad” rompiendo cadenas, que no hasta hace muchos años circulaba en el comercio. Hoy se venden bastante más caras y como objetos de colección en comercios informales.

En Paraguay, bajo la dictadura de Stroessner, se emitieron también ese mismo año estampillas con el rostro de Pinochet. Detrás de esa gestión estuvo la recién creada Dinacos –la División de Comunicación Social que aplicaba la censura a medios de comunicación y artistas, además de orquestar la propaganda del régimen–, que desde su creación a fines de 1973 y hasta 1992 produjo panfletos, financiaban documentales e insignias conmemorativas.

Osvaldo Briceño tenía 34 años cuando cruzó por primera vez los pasillos de La Moneda en marzo de 1990. Había trabajado como laboratorista en el diario La Época y fue Jesús Inostroza quien lo invitó a sumarse al nuevo equipo de Fotografía de Presidencia. Lo que encontraron al llegar, recuerda, incluía restos de todo ese aparataje propagandístico que la dictadura había abandonado tras la salida de Pinochet del poder.

“Había unas cajas con afiches. Uno de ellos era tan burdo que daba risa: un árbol con una señora elegante arriba, y abajo unos perros con bandas del Partido Comunista ladrándole hacia arriba. Era una ilustración pésima. Habían impreso como 200, pero los botamos todos. Hoy pienso que fue un error, habría sido un documento”, reconoce Briceño.

También hallaron fotografías de joyas, vajilla de plata y otros objetos de lujo. “Eran las cosas que la gente donaba en los años 80, cuando llamaron a entregar sus pertenencias para ayudar a la economía. Había un registro fotográfico de todo eso”, recuerda el fotógrafo.

Briceño cuenta que en La Moneda les asignaron un conductor que había quedado de la dictadura. “Él nos contó que, días antes del cambio de mando, el Ejército vino con camiones y se llevó todo. Cámaras, equipos de iluminación, lentes, trípodes. Hasta la escoba con la palita. Dejaron el lugar pelado”.

“Tampoco estábamos en la postura de guardar esas cosas, queríamos empezar de nuevo. Pero con el tiempo uno entiende que la memoria también está hecha de eso: de lo que se quiso olvidar”, reflexiona hoy el fotógrafo.

Pero al régimen no le bastaba solo con propaganda visual y buscó empujar una figura intelectual de Pinochet. O, al menos, proyectarla. A la luz quedó su delirante admiración por Napoleón tras la incautación de sus bienes y de su biblioteca personal en 1998, tras ser detenido en Londres. Se encontraron al menos unos 55 mil volúmenes, incluidos varios textos napoleónicos, de historia, geopolítica y marxismo.

El periodista Juan Cristóbal Peña lo documentó en su libro La secreta vida literaria de Augusto Pinochet (2015), donde revela cómo el general construyó un panteón personal lleno de títulos que lo hacía parecer culto y lector voraz.

“Con Pinochet ocurrió algo similar a lo que hizo Stalin en la Unión Soviética –dice Peña–: se ocupó de construir una imagen idealizada de sí mismo y promover un culto a su personalidad”.

“Se rodeó de una corte casi monárquica de intelectuales que buscó instalarlo como prócer, como estratega, incluso como escritor. Se publicaron libros autobiográficos, loas y perfiles firmados por él que alimentaban esa imagen de estadista e intelectual, todo muy distante de la realidad. Incluso sus libros, bastante mediocres, estaban en el currículum de estudio de los aspirantes a oficiales”, agrega.

El escándalo de la Escuela Militar y los souvenirs de Pinochet tampoco asombra al periodista y autor de Los fusileros y el perfil de Mariana Callejas, Letras torcidas“El Ejército siempre ha reivindicado la figura de Pinochet. Incluso su biblioteca principal llevó su nombre durante años. Pero tras su detención en Londres, ese culto comenzó a desmantelarse: ocultaron todo ese orgullo dentro del clóset y lo siguieron venerando a puerta cerrada. Sin embargo, ahora parece que han vuelto a perder la vergüenza”.

El diputado Matías Ramírez (PC) denunció solo días atrás también la permanencia de dos placas en homenaje a Pinochet en el Museo Histórico de Arica, dependiente del Ejército. La situación fue advertida durante una visita oficial de la Comisión de Defensa de la Cámara de Diputados, el viernes pasado, con motivo de la conmemoración de la toma del Morro.

En una imagen dada a conocer por el propio parlamentario, se aprecia una primera placa que data del 7 de junio de 1980, y la siguiente leyenda: “El Presidente de la República de Chile y Comandante en Jefe del Ejército Dn. Augusto Pinochet Ugarte”. Más abajo, en una segunda placa, se lee también la firma de la “Ilustre Municipalidad de San Marcos de Arica”.

“Me parece grave, considerando que los museos generalmente son visitados por muchos estudiantes, y es incomprensible que la primera imagen que ellos vean sea una placa donde se reconoce a Pinochet como Presidente de la República, que fue muy lejano a ser esa figura”, dice el parlamentario. “Todos sabemos el dictador que tocó ser y de la manera cruda que le tocó al pueblo de Chile”, agrega.

50 años después del Golpe de Estado y a casi veinte de la muerte de Pinochet, la imagen del dictador sigue presente y vendiéndose también como pan caliente en internet: tazones, relojes con su firma, bordados a crochet y figuritas amigurumi, hasta medallas, chapitas y libros abundan en sitios como Yapo.cl, Facebook Marketplace.

Otra plaza de compra por excelencia para coleccionistas de lo freak son las ferias como el Persa Biobío, donde también circulan monedas originales, retratos, estampillas y memorabilia diversa. En un puesto del persa, en pleno barrio Franklin, un comerciante ofrece una colección de portadas de diarios del día después de su muerte, el 10 de diciembre de 2006. “Se han vendido harto”, asegura. Otro anticuario añade: “Antes se vendían más cosas, ahora ya casi no se ven cuestiones del Pinocho”.

Hasta hace pocos días, una medalla con la leyenda “Misión Cumplida” se ofrecía por 90 mil pesos en Marketplace. Fabricada en 1989, fue uno de los últimos objetos de merchandising oficial del régimen: una moneda conmemorativa distribuida al interior del Ejército para marcar la salida de Pinochet del poder y los “logros” de la dictadura. En la misma plataforma, Getty Images vende reproducciones impresas del retrato de Pinochet pintado por Wolfe Cowan, con precios que oscilan entre los 50 y 500 dólares, dependiendo del formato.

Para Gabriel Salazar, historiador y Premio Nacional, la existencia de estos objetos debe mirarse con distancia. “No creo que se deba censurar una imagen, incluso si se trata de asesinos como Pinochet o Diego Portales. Siempre va a haber gente que se agarra de estos demonios para justificar los propios. Eso, aunque no sea digno de aplaudir, hay que aceptarlo: es parte de la condición humana”.

Mónica González, en cambio, considera que el riesgo es otro. “Estoy de acuerdo en que no hay que prohibir. Pero lo que deberíamos hacer es destapar las historias, que se conozcan los crímenes para que no se siga mintiendo, porque causa mucho dolor la mentira. Cuando algunos le rinden homenaje a Krassnoff, por ejemplo, se olvidan de los crímenes por los que está condenado a perpetua. La cultura de derechos humanos va en franco retroceso y habrá que salir a defenderla”.

La periodista recuerda, además, un detalle revelador: “Pinochet no tiene tumba. Él quiso construirse un mausoleo, diseñó el proyecto, pidió que lo idearan. Pero no tiene. Paradoja. Condenó a miles a no tener tumba, y él tampoco la tiene”.

15 DE JUNIO DE 2025

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